Neumatología

El Espíritu Santo en la Biblia.

Por: Fernando E. Alvarado

INTRODUCCIÓN.

¿Por qué los pentecostales enfatizamos tanto la necesidad de una experiencia personal con el Espíritu Santo? Porque el Espíritu Santo es la vida y motor de la Iglesia. La biblia está llena de referencias al Espíritu Santo, de modo que la doctrina acerca de su personalidad, divinidad y obra son de vital importancia para nosotros hoy en día, como lo fue para los primeros cristianos el día del Pentecostés.

Las dos palabras usadas en la Biblia para designar al Espíritu son la palabra hebrea ruach, y la palabra griega pneuma. La palabra ruach ocurre aproximadamente 380 veces y traducida en términos generales significa “viento” o “aliento”. Proviene de la raíz que significa “exhalar por la nariz con violencia”. En otras palabras, aire o aliento que se mueve. Según sea el contexto, ruach tiene muchas connotaciones, incluyendo el viento natural, el aliento de vida, el temperamento, la disposición, la valentía, la fortaleza, la energía que da vida, el poder creativo, las imponentes tempestades, la fortaleza que va más allá de lo humano, el poder especial de inspiración o de capacitación. Con frecuencia manifiesta la idea de violencia y de poder, indicando cualquier cosa desde una fuerza impersonal hasta una persona en particular. Sin embargo, puesto que estamos tratando principalmente con el Espíritu Santo, el énfasis divino de ruach cuando aparece combinado con Jehová o Elohim, o cuando el contexto conecta claramente la palabra con el Espíritu de Dios, indica una acción poderosa de Dios sobre el cosmos, un individuo, o un grupo de personas (tal como la nación de Israel o la Iglesia como cuerpo de Cristo).

En el Nuevo Testamento, pneuma ocurre aproximadamente 380 veces. Del mismo modo, conlleva la idea general de viento, aliento, emociones y pensamientos humanos, la fuerza de vida de la persona, o un gran poder. Proviene de la raíz griega pneu, que significa un movimiento dinámico de aire: expirar, inhalar, respirar sobre, soplar aire, soplar un instrumento musical, inspirar, vapor, evaporar, radiar, enojo, tener valor, benevolencia, emitir fragancia, etc. En todo caso, pneuma implica que el aire se pone en movimiento, hay acción; por tanto, el énfasis está en su poder inherente, particularmente en el reino espiritual. Cuando se refiere específicamente al Espíritu de Dios (aproximadamente 250 veces), indica una actividad o acción de Dios, o las manifestaciones resultantes del movimiento del Espíritu de Dios.[1]

EL ESPÍRITU SANTO EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

Desde el comienzo del Génesis, vemos al Espíritu en movimiento.[2] La actividad del Espíritu es inseparable de la obra de Dios. Es una extensión de Dios mismo. El Espíritu participa en la Creación, estableciendo orden y evitando el caos. El Espíritu da vida a la humanidad. El Espíritu comunica la voluntad y la palabra de Dios por medio de los profetas. El Espíritu equipa a los obreros y artesanos (tal como Bezaleel en Éxodo 31:3; 35:30-35 y las mujeres diestras que hicieron las vestiduras sacerdotales en 28:3). El Espíritu concede sabiduría para el liderazgo (Números 11), equipa para el servicio (1 Samuel 16:13,14; Números 11:24-30), y concede buen entendimiento (Isaías 11:1-5; 42:1-4). Y el Espíritu protege al pueblo de Dios a través de acciones de fortaleza y de riesgo que cuesta imaginar.

Es imposible controlar o predecir al Espíritu, pues viene con fuerza y poder. En el libro de Jueces (6:34) el Espíritu literalmente “se revistió de Gedeón” o “tomó posesión” de él. El Espíritu concedió a Sansón fuerza extraordinaria (Jueces 14:6) y toma el control de Saúl (1 Samuel 10:5-11; 19:18-24). El Espíritu es soberano. Esto se ilustra en el caso de Balaam, el profeta porfiado, que bendice al pueblo de Dios porque el Espíritu le prohíbe maldecirlo. Nótese también como el Espíritu controla las últimas palabras de David en 2 Samuel 23:1-2.

El Espíritu es misterioso y viene en maneras extrañas, como sueños (Génesis 41:38,39) y visiones (Génesis 15:1; 46:2; Ezequiel 1:1; Daniel 1:17), en guerra de guerrillas de Gedeón, y en danzas. En 1 Samuel 10:7-13, Dios “cambió el corazón” de Saúl. Efectivamente, tan extraño es el Espíritu que Amós (7:14-16) dice a la gente: “¡Yo no soy un profeta!” Pero Dios invade al mundo, no para asustarnos (aun cuando a veces tal cosa pudiera suceder), sino principalmente para comunicarse. Por ejemplo, los profetas están allí para comunicar la voluntad de Dios, no para manipular a la gente o para hacer la obra por remuneración económica.

Frecuentemente, hay un vínculo definido entre el “Espíritu del Señor” y la “palabra del Señor” [hebreo dabar (palabra) y ruach: ver Salmo 33:6; 1 Samuel 15:26; 2 Samuel 23:2]. El Espíritu no consiste en palabras o conocimiento sin propósito, inútiles, vacías [literalmente “vana sabiduría”, “palabras vacías”: Job 15:2; 16:3]. Los falsos profetas son como viento, no porque no tengan palabras, sino porque están desprovistos de la Palabra del Espíritu de Dios (Jeremías 5:13).

En los libros históricos, el Espíritu da poder para el servicio y sabiduría para el liderazgo. Josué (Números 27:18) es ascendido para ser el dirigente del pueblo. Los Jueces (Jueces 3:10) dirimen contiendas, proporcionan respuestas, resuelven problemas, consuelan a la gente, y conducen a la victoria (todo en el poder del Espíritu). La Escritura describe la actividad del Espíritu como “venir con ímpetu” (Jueces 14:6,19; 15:14) o “vestirse de” (Jueces 6:34 y 1 Crónicas 12:18). Hay una señal externa de que la presencia de Dios está allí. Dios está en acción. Pero por muy espectacular que sea esto, el Espíritu está sobre la persona sólo en forma temporal y ocasional.

En los libros poéticos, vemos de nuevo al Espíritu como “Dios en acción” dentro del mundo para impartir vida (Job 27:3; 33:4; 34:14,15), conceder sabiduría (Job 28:12-18; Proverbios 1:7; 9:10), preparar para la acción (Job 32:18), ejecutar juicio (Job 4:9; 34:14), acudir con poder (Job 26:12,13), y santificar (ver Salmo 51:11 e Isaías 63, donde la santidad de Dios se encuentra en agudo contraste con la carencia de santidad de su pueblo).

En los libros proféticos, la actividad del Espíritu cambia de las señales y del testimonio externos al gran contenido del mensaje de Dios: la redención de su pueblo. La obra del Espíritu se manifiesta especialmente en conexión con las profecías acerca del Mesías (el Ungido). En Isaías, el Espíritu unge al Siervo de Dios (11:1-5; 61:1-4). Las siete expresiones del Espíritu hablan de una entrega completa e ilimitada del Espíritu. Esta unción conduce al cumplimiento del nuevo pacto, la restauración del pueblo de Dios, y el juicio de los incrédulos (Isaías 42:1-9; 61:1-11; Jeremías 31:31-34; Ezequiel 36:25-28; 39:25-29).

Pero todo esto únicamente señala en dirección al momento en que Dios dará un nuevo corazón y un nuevo espíritu al pueblo renovado de Dios (Ezequiel 36:26,27; 37:14), tiempo en el cual “vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones” y el Espíritu será derramado sobre “toda carne” (Joel 2:28). La esperanza profética es que será dado un nuevo Espíritu (Jeremías 31:31 y sig.; Ezequiel 36:25 y sig.).

EL ESPÍRITU SANTO EN EL NUEVO TESTAMENTO[3]

En el Antiguo Testamento se manifiesta la actividad sobrenatural de Dios en obras creativas del Espíritu: al crear la tierra (Génesis 1:2), y al grabar las tablas de piedra en el monte Sinaí (Éxodo 24:18; 40:34,35), pero ahora la mayor obra creativa ha de verse cuando Dios es encarnado y “cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo” (Gálatas 4:4), nacido de una virgen. Los profetas llenos del Espíritu están allí, esperando “la consolación de Israel”, el consuelo del pueblo de Dios, la restauración de la época mesiánica, la salvación por medio del Mesías, el Ungido (Lucas 2:25,38). Zacarías, Elisabet, Simeón, Ana, María, ninguno de ellos se sorprende de que alguien nacido no de la carne sino “mediante el Espíritu Santo haga su aparición en la escena ” (Mateo1:18,20; Lucas 1:35,41,46-55,67-79; 2:25-36).

Juan el Bautista, el profeta que une lo antiguo con lo nuevo, declara: “Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego” (Mateo 3:11,12; Marcos 1:7,8; Lucas 3:15-18). La salvación ha llegado; el juicio ha llegado. El Espíritu, en forma de paloma, desciende. El sacrificio por los pobres está ahora pagado. Lo que se predijo en el tiempo antiguo, se cumple en este nuevo tiempo.

En el Evangelio según Juan aparece el Paracleto (Intercesor, Intérprete, Consolador, Mediador, “llamado a estar con nosotros”). Viene el “Espíritu de verdad”, el que da a conocer las cosas de Cristo y que glorifica a Jesús, el que nos enseña acerca de Dios, y quien convence al mundo de pecado (14:16). Aquí, el aliento de Dios regenera las almas humanas (3:5,6), conduce a la verdadera adoración (4:24), da vida (6:63), y promete que mayores cosas han de venir (7:38,39), porque del interior de los que creen “correrán ríos de agua viva”. El Espíritu Santo “os enseñará todas las cosas” y Él “mora con vosotros, y estará en vosotros” (14:17).

EL ESPÍRITU SANTO EN EL ANTIGUO TESTAMENTO Y EN EL NUEVO TESTAMENTO[4]

En Hechos 1:5-8 presenciamos una venida sin precedentes del Espíritu, cuando se cumple la promesa de Jesús y la predicción del profeta (Joel 2:28). Los seguidores de Cristo ven “prodigios” en el cielo y “señales” en la tierra. “Reciben” el Espíritu, son “llenos del Espíritu”, son “bautizados” en el Espíritu. Ellos profetizan, hablan en lenguas, llevan fruto, reciben “dones” para edificación de la Iglesia.

En Pentecostés se inicia la época mesiánica del Espíritu; la proclamación profética llega a ser ahora el poder para testimonio y servicio. Después de cada manifestación del bautismo en el Espíritu, se declaran las “poderosas obras de Dios” y muchos se convierten. Se desarrolla una comunidad santa que reverencia la palabra de Dios (Hechos 2:44,45; 5:11; 6:3,4; etc.) pero trae juicio sobre los que “resisten” o “mienten” al Espíritu Santo (Hechos 5:5; 7:51-53).

El Espíritu da impulso a una obra misionera mundial desde Jerusalén, a Judea, a Samaria, y hasta lo último de la tierra. El Espíritu capacita a los creyentes como testigos de Cristo. El Espíritu les da poder para que hablen palabras que de otro modo no serían capaces de hablar, y para que realicen milagros y hechos portentosos que estarían totalmente fuera de sus posibilidades, si no fuera por el poder del Espíritu.

Las cartas de Pablo continuamente dan énfasis a la actividad del Espíritu y a la necesidad de vivir una vida cristiana llena del Espíritu (tanto en forma individual como corporativa). La suposición subyacente en la iglesia primitiva parece ser que el Espíritu se manifestaría con poder por medio de vidas transformadas, poderoso servicio y testimonio, predicación acompañada de “señales y prodigios”, y el poder de manifestar la vida cristiana en amor y unidad. El Espíritu es un espíritu de poder, tanto así que en ocasiones el apóstol Pablo usa indistintamente las dos palabras (Romanos 15:13,19; 1 Corintios 2:4; Gálatas 3:5; 1 Tesalonicenses 1:5; etc.).

El Espíritu es una señal de que la era mesiánica ha llegado y una evidencia que garantiza una consumación final pero futura (1 Corintios 2:6-16; Gálatas 3:14; Efesios 1:13,14). El Espíritu Santo manifiesta en el creyente la gloria que está por venir. El Espíritu marca el comienzo del fin de la vida “según la carne” (Romanos 8:9-11; Gálatas 5:16-25). Las tres metáforas que usa Pablo: (1) el sello (2 Corintios 1:21,22; Efesios 1:13; 4:30), (2) las arras (2 Corintios 1:21,22; 5:5; Efesios 1:14), y (3) las primicias (Romanos 8:12-27), son marcas de que Dios sólo ha comenzado a actuar. El Espíritu Santo es solamente un reflejo parcial (“señales”) del cumplimiento escatológico que está por venir (1 Corintios 13:8-13; 14:20-22).

Pero el Espíritu no es únicamente para el cambio de conducta de los individuos (Gálatas 5:16; 6:10), sino también para cambio corporativo y para beneficio de todo el Cuerpo. Los “dones del Espíritu” (Romanos 12, 1 Corintios 12-14; Efesios 4) son carismata (“dones de gracia”) no para glorificar a individuos, sino para ser reconocidos como dados gratuitamente por Dios para el bien de su pueblo: la Familia (Efesios 2:19; 1 Timoteo 3:15); el Templo (1 Corintios 3:16,17; 2 Corintios 6:16; Efesios 2:19-22); el Cuerpo (Romanos 12:4,5; 1 Corintios 10:16,17; Efesios 4:1-16; 1 Timoteo 3:15,16).

El resto del Nuevo Testamento también habla de la manera en que Dios se mueve en los creyentes y en la Iglesia para expiación, limpieza, obediencia a la palabra de Dios, amor unos por otros, manifestaciones milagrosas, y en confesión del señorío de Cristo. El Espíritu Santo guía a través de persecuciones y de sufrimientos; sana enfermedades; perdona pecados; favorece la adoración; intercede en oración; hace posible la unidad del Cuerpo; y testifica de la presencia y actividad continua de Dios.

IMPLICACIONES PARA LA ACTUALIDAD[5]

¿Qué significa para la actualizad lo que hemos visto en este breve panorama del Espíritu en el Antiguo Testamento y en el Nuevo Testamento?

(1.- Primeramente, necesitamos reconocer que Dios está activo. Aun en la actualidad, el Espíritu sigue activo, a pesar de que en ocasiones sea en forma misteriosa. Esperamos que el Espíritu hable en un susurro suave, en voz queda, pero viene como viento huracanado. A veces Dios se manifiesta en forma violenta e inesperada, extraña y desacostumbrada. Recuerde que el Espíritu condujo a Jesús al desierto (Marcos 4); el Espíritu tomó a Ezequiel por el cabello y lo alzó (Ezequiel 8:3); Felipe fue sacado de una concurrida campaña de evangelismo para que predicara a un solo hombre y fue trasladado en forma sobrenatural de un lugar a otro (Hechos 8:9-40).

(2.- Segundo, necesitamos entender que el Espíritu está más allá de la descripción o comprensión. Es tan solamente un anticipo de la gloria futura. ¿Qué significado tienen los símbolos del Espíritu: fuego, viento, agua, aceite, vino, paloma, ¿sello, primicias, adopción? Significan que el Espíritu es tan grande que no se puede usar solo una metáfora o una figura para describirlo. Pero cuando el Espíritu viene, Él purifica, ilumina, limpia, refresca, llena, nos adopta como hijos de Dios, sana, consuela, fortalece, unge, y da paz, amor y gozo que nada en la tierra puede igualar.

(3.- La iglesia de hoy necesita comprender que no podemos manipular al Espíritu, o acomodarlo a nuestros parámetros. El Espíritu de Dios es soberano. La habilidad de manejar víboras sin ser mordido, o de beber veneno sin ser afectados no es prueba del poder o de la plenitud del Espíritu Santo. Con mucha frecuencia consideramos que el hablar en lenguas es una especie de premio, o tenemos a algún profeta como una especie de ídolo infalible. Dios se ha movido, y siempre se moverá, por medio de personas, ¡y a pesar de ellas! El Espíritu se mueve porque Dios es soberano, y los dones vienen por medio de su gracia, no porque alguien los merezca. La Palabra nos advierte: “Así que… procurad profetizar, y no impidáis el hablar lenguas; pero hágase todo decentemente y con orden” (1 Corintios 14:39,40). Siempre habrá desvergonzados y extremistas que procuran manipular al Espíritu para beneficio propio, desde Balaam en el Antiguo Testamento hasta Simón el Mago en el Nuevo Testamento, o desde los montanistas hasta los seguidores de Irving. Siempre habrá alguien que ora más tiempo, que grita más fuerte, que salta más alto, que rueda más velozmente. Pero Dios, por medio de su Espíritu, sigue moviéndose, porque Él es soberano. No es el éxtasis lo que convierte a alguien en un profeta. El Antiguo Testamento es bastante claro: “Si el profeta hablare en nombre de Jehová, y no se cumpliere lo que dijo, ni aconteciere, es palabra que Jehová no ha hablado” (Deuteronomio 18:22). A pesar de los extremistas, Pablo recomienda: “No apaguéis al Espíritu… Examinadlo todo; retened lo bueno. Absteneos de toda especie de mal” (1 Tesalonicenses 5:19,20).[6]

(4.- Y cuarto: el Espíritu de Dios es real. El Espíritu no es “algo” impersonal. El derramamiento del Espíritu no es como la falsa representación de Pentecostés que se hacía durante la época de la Reforma, haciendo una perforación en el cielo raso de la iglesia en la celebración de Pentecostés y lanzando flores hacia abajo. La obra del Espíritu no puede ser simulada o diseñada en un computador. No puede ser reproducida por medio de la robótica o de imágenes tridimensionales, por sonido circundante o luces láser. El Espíritu no se comunica por medio de un satélite o un teléfono celular, sino a individuos que escuchan su Palabra. “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu” (1 Corintios 2:9,10).

CONCLUSIÓN.

El Espíritu es omnisciente, omnipotente, omnipresente, eterno, y santo. El Espíritu enseña, testifica, juzga, intercede, revela, habla, y glorifica a Jesús. El Espíritu tiene voluntad y sentimientos. En el terreno de lo negativo, al Espíritu se le puede blasfemar, mentir, resistir, y contristar.[7] Pero el Espíritu Santo es la manera en la cual Dios (la Trinidad) nos toca y transforma. Dios se hace inmanente. ¡El Espíritu está activo y moviéndose en la actualidad!

REFERENCIAS:

[1] Donald Guthrie, “The Holy Spirit”, 510-572, en New Testament Theology (Downers Grove, IL: Inter-Varsity Press, 1981).

[2] Stanley M. Horton, Lo que dice la Biblia acerca del Espíritu Santo (Springfield, Mo.: Gospel Publishing House, 1976).

[3] Edgar Krentz, “The Spirit in Pauline and Johannine Theology”, 47-65, y Gerhard Krodel, “The Functions of the Spirit in the Life of the Church: From Biblical Times to the Present (Minneapolis: Augsburg, 1978).

[4] Henry Barclay Swete, The Holy Spirit in the New Testament (Grand Rapids: Baker, reprint, 1976).

[5] Harold Lindsell, The Holy Spirit in the Latter Days (Nashville: Thomas Nelson, 1983).

 

[6] Michael Green, “What Are We to Make of the Charismatic Movement”, 197-218 en I Believe in the Holy Spirit (Grand Rapids: Eerdmans, 1975).

[7] Juan 14—16; Hechos 5:3,4; 7:51; 16:6,7; Romanos 8:26; 1 Corintios 12:11; Gálatas 4:6; Efesios4:30; 2 Pedro 1:21; Apocalipsis 2:7.

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