Igualitarismo, Ministerio Femenino, Mujeres

El episcopado femenino en la historia de la iglesia primitiva

Por Fernando E. Alvarado

Aunque muchos hoy se esfuerzan por ocultarlo, durante los primeros siglos del cristianismo, las comunidades cristianas se desarrollaron en un contexto cultural diverso, donde las mujeres no solo participaron activamente, sino que, en algunos casos, ejercieron funciones de liderazgo propias del rol de obispo. En el contexto del cristianismo primitivo, los roles eclesiales no estaban tan rígidamente definidos como lo estarían en siglos posteriores. La estructura jerárquica de la iglesia, con obispos, presbíteros y diáconos, comenzó a solidificarse a finales del siglo II, pero en las primeras comunidades cristianas, las funciones eran más fluidas.

Textos como los Hechos de los Apóstoles y las epístolas paulinas muestran a mujeres como Priscila, Febe y Junia desempeñando roles significativos, desde enseñar hasta liderar comunidades domésticas. Aunque el término «obispo» (episkopos) no siempre se aplicaba explícitamente a mujeres, numerosas fuentes sugieren que ciertas mujeres ejercieron autoridad comparable. Por ejemplo, la tradición apócrifa, como los Hechos de Tecla, describe a mujeres liderando comunidades con una autoridad que incluía la predicación y el bautismo (sí, leíste bien: en la iglesia primitiva las mujeres ejercieron el ministerio de la predicación y bautizaban personas), funciones asociadas con el episcopado en la iglesia posterior.

Aunque actualmente no es un texto muy conocido en el ámbito evangélico, los Hechos de Pablo y Tecla narran la historia de Tecla, una joven convertida por la predicación de Pablo, quien adopta un papel activo en la difusión del Evangelio. El texto refleja una visión de las comunidades cristianas del siglo II, donde las mujeres podían ejercer roles prominentes. Aunque Tertuliano (ca. 200 d.C.) en De Baptismo 17 critica el obispado femenino, su sola mención en dicha obra es prueba contundente de la existencia y relevancia del obispado femenino en círculos cristianos de su época.

Ciertos pasajes de los Hechos de Pablo y Tecla son especialmente relevantes. En Hechos de Pablo y Tecla 9, 40-43) se nos narra, por ejemplo, que tras su conversión y liberación milagrosa de la persecución, Tecla se convierte en una figura de autoridad espiritual. En el capítulo 9, después de escapar de la muerte en Iconio, Tecla comienza a enseñar y predicar:

«Y Tecla, habiendo recibido la fuerza de la palabra de Pablo, fue a Seleucia, y allí iluminó a muchos con la palabra de Dios.» (cap. 9,40-41):

Este pasaje muestra a Tecla como una predicadora activa, «iluminando» a otros, un término que en el contexto del siglo II implica enseñanza y liderazgo espiritual. Sin embargo,la predicación de Tecla no aparece en dicho texto como subordinada a Pablo, lo que sugiere una autonomía significativa. Su rol como maestra refleja prácticas en comunidades cristianas primitivas donde las mujeres podían liderar espiritualmente, especialmente en contextos ascéticos.

En un episodio dramático (Hechos de Pablo y Tecla 7, 34), Tecla, enfrentando el martirio en un anfiteatro, se encuentra rodeada de agua debido a una tormenta milagrosa:

«Y Tecla, viendo el agua, dijo: ‘Ahora es el momento de mi bautismo.’ Y se arrojó al agua, diciendo: ‘En el nombre de Jesucristo, me bautizo en el último día.'» (cap. 7, 34)

Este acto es interpretado como un autobautismo, ya que Tecla toma la iniciativa sin la intervención de un hombre o un clérigo. Aunque algunos estudiosos, como Tertuliano, critican este pasaje como una justificación para que las mujeres bauticen, refleja una práctica en ciertas comunidades donde las mujeres asumían roles litúrgicos. La autenticidad del texto como reflejo de estas prácticas está respaldada por su amplia circulación en manuscritos griegos, latinos y siríacos.

Al final del texto, Tecla se establece en Seleucia, donde vive una vida ascética y lidera una comunidad: «Y después de haber iluminado a muchos, durmió en paz.» (Hechos de Pablo y Tecla 10, 43)

La expresión «iluminado a muchos» implica que Tecla no solo predicaba, sino que también guiaba espiritualmente a una comunidad, liderándola ministerialmente. Este pasaje sugiere que Tecla era vista como una líder carismática. Su liderazgo es coherente con roles femeninos documentados en diversas comunidades cristianas del siglo II.

Aunque no forma parte del canon, Los Hechos de Pablo y Tecla[1] son un documento histórico auténtico del siglo II, conservado en numerosos manuscritos (p. ej., Codex Claromontanus, manuscritos siríacos). Aunque extrabíblico, dicho texto fue ampliamente leído en la antigüedad, como lo demuestra su inclusión en la Acta Apostolorum Apocrypha y su mención por autores como Tertuliano y Jerónimo. Esta evidencia sugiere que las mujeres no solo participaban, sino que, en algunos casos, ejercían un liderazgo funcionalmente equivalente al de un obispo. (Torjesen, K. J., 1995).

Otro caso particularmente intrigante es el de las referencias a mujeres en inscripciones y textos patrísticos que indican claramente roles episcopales. En una inscripción encontrada en Asia Menor, datada en el siglo III, se menciona a una mujer llamada Ammion, descrita como «presbítera», un término que implica un liderazgo similar al episcopal. Estudiosos como Ute Eisen argumentan que tales inscripciones reflejan una realidad en la que las mujeres asumían roles de supervisión en comunidades cristianas, especialmente en regiones donde la influencia cultural helenística permitía mayor participación femenina. La humanidad de estas mujeres, que desafiaron las normas de su tiempo, brilla en estas evidencias fragmentarias, recordándonos su valentía y compromiso con la fe. (Eisen, U. E., 2000).

Teológicamente, la igualdad ontológica de hombres y mujeres en Gálatas 3:28 («no hay hombre ni mujer, porque todos sois uno en Cristo Jesús») proporciona una base para justificar el liderazgo femenino, sugiriendo que las limitaciones posteriores fueron más culturales que divinas (Schüssler Fiorenza, E., 1993). Las epístolas paulinas, como Romanos 16:7, donde Junia (una mujer) es descrita como «notable entre los apóstoles», sugieren que las mujeres podían ser reconocidas con autoridad apostólica.

La resistencia a las mujeres en roles de liderazgo se intensificó a medida que la iglesia se institucionalizó. En el siglo IV, el Concilio de Laodicea (ca. 363-364) prohibió explícitamente a las mujeres presidir la Eucaristía (la Comunión o Cena del Señor), una función central del obispo. Esta normativa refleja el creciente control patriarcal, pero también implica (para desagrada de quienes niegan el ministerio de la mujer) que tales prácticas existían y necesitaban ser reguladas por una iglesia cada vez más patriarcalizada. A pesar de estas restricciones, comunidades como las montanistas continuaron reconociendo a mujeres como profetisas y líderes, con figuras como Maximila y Priscila ejerciendo una autoridad carismática que rivalizaba con la de los obispos de la iglesia dominante. Estas mujeres, a menudo marginadas en los relatos oficiales, encarnaron una resistencia espiritual que desafió las estructuras de poder emergentes, dejando un legado de fe y liderazgo que sigue inspirando. La vitalidad de su testimonio nos invita a reconsiderar cómo la historia eclesial ha sido contada y quiénes han sido silenciados en el proceso. (Trevett, C., 1996).

Así pues, la evidencia de mujeres obispo o con roles equivalentes en la iglesia primitiva, aunque fragmentaria, revela un panorama de liderazgo femenino que fue significativo pero progresivamente restringido. Las inscripciones, textos apócrifos y referencias bíblicas apuntan a una iglesia temprana donde las mujeres no solo participaron, sino que en ocasiones lideraron con autoridad pastoral y teológica. La posterior exclusión de estas mujeres refleja más las presiones culturales y políticas que una verdad teológica inherente. Al recuperar estas historias, no solo honramos la memoria de estas mujeres valientes, sino que también enriquecemos nuestra comprensión de la iglesia como una comunidad diversa y dinámica. Este conocimiento nos desafía a reflexionar sobre el papel del género en el liderazgo eclesial y a imaginar una iglesia que recupere la visión igualitaria de sus orígenes. (Madigan, K., & Osiek, C., 2005).

Bibliografía:

NOTAS:

  • Eisen, U. E. (2000). Women Officeholders in Early Christianity: Epigraphical and Literary Studies. Collegeville, MN: Liturgical Press.
  • Madigan, K., & Osiek, C. (2005). Ordained Women in the Early Church: A Documentary History. Baltimore, MD: Johns Hopkins University Press.
  • Schüssler Fiorenza, E. (1993). In Memory of Her: A Feminist Theological Reconstruction of Christian Origins. New York, NY: Crossroad.
  • Torjesen, K. J. (1995). When Women Were Priests: Women’s Leadership in the Early Church and the Scandal of Their Subordination in the Rise of Christianity. San Francisco, CA: HarperSanFrancisco.
  • Trevett, C. (1996). Montanism: Gender, Authority and the New Prophecy. Cambridge, UK: Cambridge University Press.

NOTAS:

[1] Los pasajes citados provienen de ediciones críticas como la de Lipsius y Bonnet (1891), considerada una fuente confiable para los textos apócrifos. Estudios modernos, como los de Dennis MacDonald (The Legend and the Apostle, 1983) y Virginia Burrus (Chastity as Autonomy, 1987), confirman la relevancia del texto para entender el liderazgo femenino en el cristianismo primitivo.

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