Homilética, Sin categoría, Vida Cristiana, Vida Espiritual

El espectáculo del púlpito: cuando la teatralidad reemplaza la unción

Co-escriro por Fernando E. Alvarado y Asnaldo Álvarez.

En el contexto de la predicación cristiana, ha surgido una preocupante tendencia en la que algunos predicadores confunden la verdadera unción del Espíritu Santo con manifestaciones excesivamente emotivas y ruidosas. Esta confusión desvirtúa la esencia de la unción, que no se basa en exhibiciones superficiales, sino en la obra transformadora del Espíritu que capacita a los creyentes para cumplir el propósito divino. La Escritura enseña que la unción tiene un enfoque específico: proclamar el evangelio con poder y autoridad. En Lucas 4:18, Jesús declara: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres…”. Este pasaje subraya que el poder de la unción no reside en el volumen de la voz ni en demostraciones emocionales, sino en la capacidad de llevar el mensaje transformador del evangelio con fidelidad y claridad.

La Escritura enseña que la unción es una obra del Espíritu Santo que capacita a los creyentes para cumplir el propósito divino. En Lucas 4:18, Jesús declara: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres…”. Este pasaje subraya que la unción tiene un enfoque específico: proclamar el evangelio con poder y autoridad, no con exhibiciones superficiales.

El teólogo John Stott destaca que “la predicación verdaderamente ungida no depende de la elocuencia o del carisma humano, sino de la fidelidad al texto bíblico y la dependencia absoluta del Espíritu Santo” (Stott, 1982, p. 78). Este principio debe guiar a los predicadores a priorizar la profundidad espiritual sobre las técnicas de impacto emocional.

DIOS EN EL SILENCIO: UNA LECCIÓN DE 1 REYES 19:11-12

La narrativa de Elías en el monte Horeb es un recordatorio profundamente significativo de cómo Dios se revela a Su pueblo. En un mundo donde las manifestaciones exteriores y los eventos espectaculares suelen captar nuestra atención, este pasaje nos invita a redescubrir la sutileza y profundidad de la voz de Dios. En 1 Reyes 19:11-12, encontramos a Elías en un momento de desesperación, huyendo y sintiéndose derrotado, esperando quizás una intervención divina con señales dramáticas que reafirmaran su misión. Sin embargo, Dios no estaba en el viento poderoso que desgajaba los montes, ni en el terremoto que sacudía la tierra, ni siquiera en el fuego ardiente, elementos que históricamente habían acompañado Su manifestación (Éxodo 19:18). En cambio, Dios se revela en un “silbo apacible y delicado”, mostrando que Su presencia no depende de la espectacularidad, sino de la quietud que habla al corazón humano.

Este relato pone de manifiesto una lección crucial: el carácter de Dios es tan majestuoso que no necesita grandilocuencia para revelarse. Más allá de las apariencias y los eventos impactantes, Dios desea un encuentro íntimo y personal con cada individuo. Martyn Lloyd-Jones, en su obra Preaching and Preachers, afirma: “El poder de la predicación no radica en el volumen de la voz, sino en la claridad con que se expone la verdad de Dios. El Espíritu Santo obra a través de la Palabra, no a través de espectáculos ruidosos” (Lloyd-Jones, 1971, p. 97). Este principio es particularmente relevante para nuestra época, donde muchas veces se busca impresionar más que edificar.

El “silbo apacible y delicado” también es un recordatorio de que Dios trabaja en el interior antes que en el exterior. Así como Elías necesitaba ser renovado espiritualmente después de su agotadora confrontación con los profetas de Baal, también nosotros necesitamos aprender a reconocer la voz de Dios en medio del ruido de nuestras vidas. Esta voz no siempre se presenta en grandes eventos o emociones desbordantes; muchas veces se encuentra en la tranquilidad de la oración, la lectura de la Escritura y el ministerio del Espíritu Santo en nuestro ser interior.

Este principio tiene implicaciones prácticas para el ministerio cristiano. En un mundo donde el éxito ministerial se mide a menudo por la magnitud de los eventos, el tamaño de la congregación o el impacto visible de las actividades, el relato de Elías nos recuerda que Dios valora más la profundidad que la superficie. Predicadores y líderes espirituales deben aprender a depender más del poder del Espíritu Santo y la fidelidad a la Palabra que de estrategias humanas para atraer multitudes. Lloyd-Jones subraya que el poder transformador del mensaje cristiano reside en la Verdad divina comunicada con claridad y autoridad, no en la teatralidad o el ruido.

Finalmente, este pasaje nos desafía a cultivar un oído atento para discernir la voz de Dios en medio del bullicio de nuestra cultura moderna. En un tiempo donde los medios de comunicación, las redes sociales y las exigencias diarias invaden nuestra atención, encontrar el “silbo apacible y delicado” requiere intencionalidad. Esto implica apartar tiempo para la quietud, priorizar la intimidad con Dios y permitir que Su Espíritu hable a lo más profundo de nuestro ser. Es en esa calma donde hallamos la renovación, el consuelo y la dirección que solo Él puede dar.

PREDICACIÓN CONTROLADA: UN MANDATO APOSTÓLICO

La predicación controlada es, sin duda, un mandato apostólico que refleja el carácter de Dios y el propósito de la comunicación de Su Palabra. En 1 Corintios 14:32-33, Pablo establece una premisa fundamental: “Los espíritus de los profetas están sujetos a los profetas; pues Dios no es Dios de confusión, sino de paz”. Este principio se enmarca en la exhortación a mantener el orden en el ejercicio de los dones espirituales durante la adoración congregacional, pero sus implicaciones se extienden a toda forma de ministerio, especialmente la predicación. Pablo enfatiza que la autoridad espiritual no se manifiesta en el caos ni en el descontrol emocional, sino en un dominio propio que refleja la naturaleza de Dios como un Dios de paz, no de desorden.

Este mandato tiene una relevancia especial en el contexto contemporáneo, donde la predicación a menudo puede ser tentada a priorizar la emoción sobre la edificación. Ramesh Richard, en Preparing Expository Sermons, destaca que “la efectividad de un sermón no está en la intensidad de las emociones del predicador, sino en la claridad con que la Palabra de Dios es explicada y aplicada” (Richard, 2001, p. 45). Este enfoque pone de relieve que el objetivo principal de la predicación no es simplemente conmover, sino transformar, y esta transformación solo ocurre cuando la verdad de Dios es presentada con fidelidad y claridad.

La claridad y el dominio propio en la predicación son esenciales porque la Palabra de Dios tiene un propósito específico: iluminar, exhortar y edificar a Su pueblo (2 Timoteo 3:16-17). Cuando el predicador pierde de vista este propósito y se deja llevar por el ruido emocional o la búsqueda de reacciones efímeras, corre el riesgo de desviar la atención del mensaje central del Evangelio. La predicación no se trata de impresionar a la audiencia con elocuencia o carisma, sino de presentar la verdad divina de manera que transforme vidas. Esto requiere un equilibrio entre la pasión y la sobriedad, entre el fervor espiritual y la disciplina intelectual.

El llamado al dominio propio en la predicación también refleja una responsabilidad teológica. En Tito 1:7-9, Pablo describe a los líderes espirituales como “irreprensibles, no soberbios, no dados al vino, no violentos, no codiciosos de ganancias deshonestas, sino hospitalarios, amadores de lo bueno, sobrios, justos, santos, dueños de sí mismos”. Este perfil de carácter incluye la capacidad de controlar no solo las emociones personales, sino también la forma en que se comunica la Palabra de Dios. Un predicador que permite que sus emociones eclipsen el mensaje corre el riesgo de manipular a la congregación, sustituyendo el poder del Espíritu Santo por estímulos humanos.

El principio de la predicación controlada también tiene implicaciones prácticas para la preparación del sermón. Ramesh Richard, en Preparing Expository Sermons, sostiene que “la efectividad de un sermón no está en la intensidad de las emociones del predicador, sino en la claridad con que la Palabra de Dios es explicada y aplicada” (Richard, 2001, p. 45). Por lo tanto, los predicadores deben evitar la tentación de sustituir el poder de la Palabra por el ruido emocional. Tampoco debemos olvidar que la claridad en la predicación comienza mucho antes de subir al púlpito; es el resultado de una preparación diligente, donde el predicador no solo estudia el texto bíblico, sino también ora por dirección divina y por la capacidad de comunicar el mensaje con precisión. La falta de preparación, por otro lado, puede llevar a una improvisación que da lugar al desorden y la confusión, lo cual contradice el carácter de Dios.

Así pues, el mandato apostólico de 1 Corintios 14:32-33 nos recuerda que la predicación no es un acto de desahogo emocional, sino una tarea santa y seria que requiere claridad, orden y dominio propio. Este llamado a la sobriedad no anula la pasión, sino que la dirige hacia el objetivo correcto: glorificar a Dios y edificar Su iglesia. Como predicadores, estamos llamados a confiar en el poder de la Palabra y del Espíritu Santo, evitando la tentación de sustituir ese poder con ruido emocional o técnicas humanas. Al hacerlo, reflejamos al Dios de paz y aseguramos que la predicación sea un medio efectivo para la transformación espiritual de los oyentes.

JESUCRISTO: MODELO SUPREMO DE PREDICACIÓN

Jesús es el ejemplo perfecto de cómo predicar con una combinación magistral de autoridad y gracia. Su vida y ministerio terrenal encarnaron el equilibrio ideal entre firmeza y ternura, desafiando las expectativas culturales y religiosas de Su tiempo. Isaías 42:2 profetiza acerca de Su carácter: “No gritará, ni alzará su voz, ni la hará oír en las calles”. Esta descripción destaca que la autoridad de Jesús no dependía de gestos ostentosos o demostraciones ruidosas, sino de la autenticidad de Su mensaje y la pureza de Su propósito.

El ministerio de Jesús está marcado por Su habilidad para confrontar el pecado sin perder de vista la necesidad de restauración y misericordia. En pasajes como Mateo 7:28-29, se nos dice que las multitudes estaban asombradas de Su enseñanza, “porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas”. Su autoridad provenía de Su unión con el Padre y de Su obediencia a la voluntad divina, no de métodos humanos o recursos retóricos. Esto subraya que la predicación efectiva no está fundamentada en la teatralidad, sino en la verdad eterna y la presencia activa del Espíritu Santo.

En The Art and Craft of Biblical Preaching, Haddon Robinson escribe: “La predicación de Jesús no buscaba impresionar con técnicas humanas, sino transformar corazones mediante la verdad eterna del evangelio” (Robinson, 2005, p. 163). Este enfoque debería servir como modelo para todos los predicadores, quienes deben resistir la tentación de depender de exhibiciones externas o estrategias manipuladoras. Jesús entendía que el poder para transformar vidas no reside en las emociones superficiales, sino en la obra profunda de la Palabra de Dios aplicada por el Espíritu Santo.

Jesús también demostró que la gracia en la predicación no implica debilidad, sino una fuerza controlada al servicio del amor y la verdad. En Su encuentro con la mujer adúltera (Juan 8:1-11), Jesús confrontó el pecado con firmeza al mismo tiempo que ofreció misericordia: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más”. Este equilibrio entre autoridad y gracia es crucial en la predicación, pues refleja el corazón de Dios: justicia perfecta y amor infinito. Los predicadores que siguen el ejemplo de Jesús deben proclamar la verdad con valentía, pero siempre desde un lugar de compasión y deseo de reconciliación.

Además, Jesús sabía adaptar Su mensaje a las necesidades y capacidades de Su audiencia. En Su conversación con Nicodemo (Juan 3:1-21), habló de forma directa y teológica, mientras que en encuentros con multitudes utilizó parábolas para comunicar verdades profundas de manera accesible. Esta sensibilidad pastoral es un recordatorio de que los predicadores no deben imponer un estilo único, sino discernir cómo comunicar el evangelio con eficacia a diferentes contextos y personas.

Jesús dependía completamente del Espíritu Santo para Su ministerio. Lucas 4:18-19 registra que, al iniciar Su ministerio público, declaró: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres”. Su predicación no era un ejercicio meramente humano, sino una misión divina empoderada por el Espíritu. Esto debe inspirar a los predicadores a priorizar la oración y la comunión con Dios, recordando que sin el poder del Espíritu Santo, incluso el mensaje más elocuente carece de impacto eterno.

De este modo, Jesús nos deja un modelo de predicación que combina autoridad y gracia en perfecta armonía. Su ejemplo nos invita a confiar en el poder transformador de la Palabra de Dios, a predicar con compasión y a depender completamente del Espíritu Santo. Al hacerlo, reflejamos no solo el mensaje del evangelio, sino también el carácter del Maestro que lo encarnó.

EL PODER INTRÍNSECO DE LA PALABRA DE DIOS

La Escritura es suficiente en sí misma para transformar vidas. Hebreos 4:12 declara: “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos…”. Esto subraya que el poder no está en el predicador, sino en el mensaje que proclama. Bryan Chapell, en Christ-Centered Preaching, enfatiza: “La predicación centrada en Cristo permite que la gracia y el poder de Dios se manifiesten claramente, sin necesidad de adornos humanos” (Chapell, 2005, p. 112). Este enfoque resalta la importancia de confiar en la eficacia divina, no en las emociones humanas.

El verdadero impacto de la predicación radica en la fidelidad a la Palabra de Dios y en la dependencia del Espíritu Santo. Como predicadores, debemos evitar las trampas del exhibicionismo emocional y recordar que la unción genuina no depende del volumen, sino de la obediencia y la claridad en la proclamación del evangelio. En palabras de Charles Spurgeon: “No necesitamos adornar la Palabra de Dios; ella misma es un león. Libérala, y se defenderá a sí misma” (Spurgeon, 1876, p. 34). Jamás olvidemos que la esencia de la predicación: permitir que la verdad de Dios hable por sí misma, sin interferencias humanas.

REFERENCIAS

  • Chapell, B. (2005). Christ-Centered Preaching: Redeeming the Expository Sermon. Baker Academic.
  • Lloyd-Jones, M. (1971). Preaching and Preachers. Zondervan.
  • Richard, R. (2001). Preparing Expository Sermons: A Seven-Step Method for Biblical Preaching. Baker Books.
  • Robinson, H. (2005). The Art and Craft of Biblical Preaching: A Comprehensive Resource for Today’s Communicators. Zondervan.
  • Spurgeon, C. H. (1876). Lectures to My Students. Passmore & Alabaster.
  • Stott, J. (1982). Between Two Worlds: The Art of Preaching in the Twentieth Century. Eerdmans.

Deja un comentario