Por Fernando E. Alvarado
El concepto de la inerrancia de las Escrituras, entendido como la creencia de que la Biblia es completamente verdadera y libre de error en todo lo que enseña, es un desarrollo teológico relativamente reciente en la historia del cristianismo. Aunque los primeros cristianos y los padres de la Iglesia tenían una alta estima por las Escrituras, la formulación sistemática de la inerrancia surgió en respuesta a los desafíos intelectuales de la modernidad.
Aunque los reformadores del siglo XVI, como Martín Lutero y Juan Calvino, hablaron de la autoridad y suficiencia de las Escrituras, no desarrollaron explícitamente una doctrina de inerrancia como se entiende hoy. Lutero, por ejemplo, afirmó que “las Escrituras nunca se equivocan” (Obras de Lutero, 36:136), enfatizando su confiabilidad como guía para la fe y la práctica. Sin embargo, fue en el contexto del racionalismo del siglo XVII y XVIII que los teólogos comenzaron a precisar más rigurosamente la naturaleza de la veracidad bíblica (Rogers & McKim, 1979, p. 104).
La doctrina de la inerrancia tomó forma definitiva en los siglos XIX y XX como una respuesta al liberalismo teológico, que cuestionaba la inspiración divina y la autoridad de la Biblia. En este contexto, los eruditos evangélicos se unieron para reafirmar la confiabilidad de las Escrituras. Documentos como la Declaración de Chicago sobre la Inerrancia Bíblica de 1978 representan el culmen de este esfuerzo, declarando que “la Biblia, como dada por Dios, es libre de error en todo lo que afirma” (Sproul, 1979, p. 42).

LA INERRANCIA DE LA BIBLIA EN LA TRADICIÓN DE LOS PADRES DE LA IGLESIA
La doctrina de la inerrancia bíblica encuentra raíces profundas en la tradición cristiana primitiva. Aunque los primeros cristianos y los padres de la Iglesia no emplearon el término “inerrancia” como se conceptualizó posteriormente, su actitud hacia las Escrituras refleja una reverencia y confianza que son esenciales para esta doctrina. Desde una perspectiva pentecostal, esta confianza en la Biblia como la Palabra de Dios inspirada y sin error resuena con nuestra fe en el poder vivificante del Espíritu Santo, quien continúa iluminando las Escrituras hoy.
Los primeros cristianos y padres de la Iglesia creían firmemente que la Biblia era el resultado de la inspiración divina. Justino Mártir, por ejemplo, sostuvo que los profetas del Antiguo Testamento hablaron bajo la dirección del Espíritu Santo, asegurando así la verdad de sus palabras (Primera Apología, 33). Para Justino, la autoridad de las Escrituras no se basaba en la habilidad humana de los escritores, sino en la acción directa de Dios a través de ellos. Esta perspectiva pentecostal encuentra eco en nuestra confianza en el Espíritu Santo como el agente activo en la producción e interpretación de la Palabra de Dios (2 Pedro 1:21).
Ireneo de Lyon reforzó esta convicción al describir las Escrituras como “perfectas” porque su origen era el único Dios verdadero (Contra las herejías, 2.28.2). Desde su perspectiva, las Escrituras, en su totalidad, son un reflejo de la verdad divina. Como pentecostales, compartimos esta visión, enfatizando que cada palabra de la Biblia tiene el propósito de revelar a Dios y su plan redentor.
Los padres de la Iglesia también subrayaron la unidad y coherencia interna de las Escrituras, una perspectiva que fortalece nuestra fe pentecostal en la integridad de la Biblia. Orígenes, por ejemplo, declaró que, aunque las Escrituras fueron escritas por diferentes autores y en contextos diversos, tenían un único autor divino que aseguraba su cohesión y propósito (De Principiis, 4.1.7). Esta idea resuena con nuestra creencia en la obra continua del Espíritu Santo, quien no solo inspiró las Escrituras, sino que también guía a los creyentes en su comprensión (Juan 16:13).
Clemente de Alejandría, por su parte, afirmó que “nada en las Escrituras está escrito sin un propósito” (Stromata, 6.15). Este enfoque subraya que incluso los detalles más pequeños de la Biblia tienen un significado que contribuye al mensaje global de Dios. En el contexto pentecostal, esto se traduce en una fe vivencial, donde cada texto bíblico se convierte en una herramienta para la edificación espiritual, la corrección y la instrucción (2 Timoteo 3:16).
Los primeros cristianos no solo veían las Escrituras como una fuente de enseñanza, sino también como una guía práctica para la vida diaria. Tertuliano argumentó que las Escrituras eran la norma suprema para evaluar cualquier doctrina, insistiendo en que “lo que es contrario a las Escrituras es necesariamente una herejía” (De Praescriptione Haereticorum, 7). Esta dependencia de la Biblia como la autoridad final refleja el enfoque pentecostal en vivir de acuerdo con la Palabra de Dios, guiados por el Espíritu Santo.
La práctica de la lectura pública de las Escrituras en los servicios de adoración también destaca su centralidad en la vida de la iglesia primitiva. Esta tradición, mencionada por Pablo en 1 Timoteo 4:13, subraya el papel de la Biblia no solo como un texto histórico o doctrinal, sino como una Palabra viva que transforma corazones y mentes. En el movimiento pentecostal, esta práctica se enriquece con la expectativa de que el Espíritu Santo hable directamente a los creyentes a través de la Escritura.

DESAFÍOS Y RESPUESTAS EN LA FE
Aunque los padres de la Iglesia confiaban plenamente en las Escrituras, también enfrentaron desafíos interpretativos. Agustín de Hipona reconoció que algunos pasajes podían parecer contradictorios, pero argumentó que esto se debía a las limitaciones humanas, no a errores en el texto bíblico (Cartas, 82.3). Desde una perspectiva pentecostal, este reconocimiento nos anima a acercarnos a las Escrituras con humildad, confiando en que el Espíritu Santo nos guiará hacia una comprensión más profunda y clara.
Además, los descubrimientos arqueológicos y los avances en estudios lingüísticos han corroborado repetidamente la exactitud de los relatos bíblicos. Por ejemplo, el hallazgo de los Manuscritos del Mar Muerto en el siglo XX confirmó la increíble consistencia del texto bíblico a lo largo de los siglos (Vermes, 2012, p. 15). Estos descubrimientos refuerzan nuestra confianza pentecostal en que la Biblia no solo es un testimonio inspirado de la revelación divina, sino también históricamente confiable.
La diversidad literaria de las Escrituras también fue reconocida y apreciada por los padres de la Iglesia. Orígenes argumentó que los géneros literarios, como la poesía y las parábolas, eran herramientas utilizadas por Dios para comunicar verdades profundas (De Principiis, 4.2.9). Como pentecostales, reconocemos que esta riqueza literaria refleja la creatividad divina y permite que la Biblia hable a personas de diferentes contextos y culturas.

LA BIBLIA, FUENTE DE VERDAD, GUÍA Y TRANSFORMACIÓN
Desde los días de los primeros cristianos hasta hoy, la Biblia ha sido considerada una fuente de verdad, guía y transformación. Los padres de la Iglesia vieron las Escrituras como la Palabra de Dios inspirada, confiable y viva, capaz de guiar a los creyentes en todas las épocas. Desde una perspectiva pentecostal, esta confianza en la inerrancia de la Biblia no solo nos conecta con la fe de los primeros cristianos, sino que también nos invita a experimentar la obra continua del Espíritu Santo, quien ilumina su mensaje y lo hace relevante para nuestras vidas hoy.

REFERENCIAS:
- Agustín de Hipona. (1994). Cartas. En The Nicene and Post-Nicene Fathers. Peabody: Hendrickson Publishers.
- Justino Mártir. (1994). Primera Apología. En The Ante-Nicene Fathers. Peabody: Hendrickson Publishers.
- Keener, C. S. (2016). Spirit Hermeneutics: Reading Scripture in Light of Pentecost. Eerdmans.
- Kelly, J. N. D. (1978). Early Christian Doctrines. HarperOne.
- Lutero, M. (1961). Obras de Lutero, Vol. 36. Fortress Press.
- Orígenes. (1994). De Principiis. En The Ante-Nicene Fathers. Peabody: Hendrickson Publishers.
- Pelikan, J. (1971). The Christian Tradition: A History of the Development of Doctrine, Volume 1: The Emergence of the Catholic Tradition (100-600). University of Chicago Press.
- Rogers, J. B., & McKim, D. K. (1979). The Authority and Interpretation of the Bible: An Historical Approach. HarperOne.
- Sproul, R. C. (1979). Explaining Inerrancy: A Commentary. Ligonier Ministries.
- Tertuliano. (1994). De Praescriptione Haereticorum. En The Ante-Nicene Fathers. Peabody: Hendrickson Publishers.
- Vermes, G. (2012). The Complete Dead Sea Scrolls in English. Penguin Classics.