5 SOLAS, Depravación Total, Expiación de Cristo, Expiación Vicaria, Gracia, Justificación por la Fe, Martín Lutero, Simul Iustus et Peccator

Simul Iustus Et Peccator | Al mismo tiempo justo y pecador (I)

Por Fernando E. Alvarado*

Cada ser humano que se arrepiente, vuelve su mirada hacia Dios y deposita su fe en Cristo como su Señor y Salvador, llega a poseer una naturaleza completamente nueva, una naturaleza espiritual, una naturaleza divina – y esa naturaleza es la misma vida de Cristo impartida a cada creyente por el Espíritu Santo. Esta nueva naturaleza, sin embargo, no implica que la lucha diaria contra el pecado haya terminado: la naturaleza caída, depravada y pecaminosa heredada de Adán, aunque debilitada, nos acompañará hasta el final de nuestra vida en la tierra. Martin Lutero expresó esto con claridad en su ya célebre frase: “Pensé que el viejo hombre había muerto en las aguas del bautismo. Pero descubrí que el infeliz sabía nadar y ahora tengo que matarlo todos los días”.

En Romanos 7, Pablo explica la batalla que ruge continuamente, incluso en las personas más maduras espiritualmente. Lamenta que él hace lo que él no quiere hacer y, de hecho, hace el mal que aborrece. Él dice que esto es el resultado de «el pecado que vive en mí» (Romanos 7:20). Se deleita en la ley de Dios según su «hombre interior», pero él ve otra ley obrando en «mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros» (v. 23). ¡Cuánta razón tenías, oh Pablo!

Pero en medio de tan terrible verdad, la Palabra de Dios no recuerda: «Como es aquel hombre terrenal, así son también los de la tierra; y como es el celestial, así son también los del cielo. Y, así como hemos llevado la imagen de aquel hombre terrenal, llevaremos también la imagen del celestial.» (1 Corintios 15:48-49 NVI). ¡La naturaleza de Cristo también está en nosotros! El creyente cristiano es 𝙎𝙞𝙢𝙪𝙡 𝙄𝙪𝙨𝙩𝙪𝙨 𝙚𝙩 𝙋𝙚𝙘𝙘𝙖𝙩𝙤𝙧, al mismo tiempo justificado y pecador. Este principio, al que Lutero fue estimulado posiblemente por la Theologia Germanica de John Tauler, me enseña y recuerda a diario que en mí mismo y de mí mismo, solo veo un pecador; pero cuando me veo en Cristo, veo a un hombre que es considerado justo con Su perfecta rectitud. Tal hombre puede estar en la presencia de Dios tan justo como Jesucristo, porque él es justo solo en la justicia que pertenece a Cristo. En Él, y sólo en Él, permanecemos seguros.

𝐃𝐄𝐂𝐋𝐀𝐑𝐀𝐃𝐎𝐒 𝐉𝐔𝐒𝐓𝐎𝐒 𝐏𝐎𝐑 𝐋𝐀 𝐅𝐄 𝐄𝐍 𝐉𝐄𝐒𝐔𝐂𝐑𝐈𝐒𝐓𝐎

¿Acaso no son estas las mejores noticias que alguien pueda recibir? Por medio de la fe en Cristo, la misma justicia de Cristo se atribuye al creyente, haciéndolo así justo a los ojos de Dios (coram Deo). El juicio de Dios es un juicio de perdón misericordioso, ya que lo que reina en la vida del fiel es la santidad (justicia) de Cristo. A pesar de ello, la persona sigue siendo pecadora, ya que no tiene nada de su propia justicia que presentar ante el tribunal de Dios. Esta persona no puede acudir a sus buenas obras como aportación a su justificación, ni puede ofrecer a Dios obras salvíficas hechas en la gracia como razón o causa de su justificación.

Por eso mismo, en sí y por sí mismo el creyente sigue siendo un pecador. Pero aunque siga siéndolo, por medio de la fe en Cristo no se le imputa esta pecaminosidad. ¡Lo único que el hombre aporta a su salvación es su necesidad de ser salvo, su propia culpa! Nada bueno tiene en sí mismo y el mérito de su salvación descanso solamente en Cristo. Todo esto es efectuado no por mis obras o méritos; sino por pura gracia, bondad, y misericordia. Una vez Lutero dijo: «si pudiera creer que Dios no está airado contra mí, me pararía de cabeza de la alegría» ¡Y eso es justamente lo que ha ocurrido con nosotros! ¡Salvos por pura gracia! No merecíamos nada, pero nuestra culpa nos mereció un magnífico Salvador. Así, juntamente con San Agustín podemos exclamar: ¡𝘖 𝘧𝘦𝘭𝘪𝘹 𝘤𝘶𝘭𝘱𝘢 𝘲𝘶𝘢𝘦 𝘵𝘢𝘭𝘦𝘮 𝘦𝘵 𝘵𝘢𝘯𝘵𝘶𝘮 𝘮𝘦𝘳𝘶𝘪𝘵 𝘩𝘢𝘣𝘦𝘳𝘦 𝘳𝘦𝘥𝘦𝘮𝘱𝘵𝘰𝘳𝘦𝘮! («¡Oh feliz la culpa que mereció tal Redentor!»)

𝐏𝐄𝐂𝐀𝐃𝐎𝐑𝐄𝐒 𝐂𝐎𝐑𝐑𝐎𝐌𝐏𝐈𝐃𝐎𝐒, 𝐒𝐀𝐋𝐕𝐀𝐃𝐎𝐒 𝐏𝐎𝐑 𝐆𝐑𝐀𝐂𝐈𝐀

La declaración de 𝙎𝙞𝙢𝙪𝙡 𝙄𝙪𝙨𝙩𝙪𝙨 𝙚𝙩 𝙋𝙚𝙘𝙘𝙖𝙩𝙤𝙧 toma una postura muy seria sobre el pecado. No rehuye la realidad bíblica de que el pecado ha corrompido totalmente a la humanidad y al mundo (1 Juan 1:9; Romanos 3:23; Romanos 8:22). Es una confesión de que la criatura humana no puede por su propio poder vencer el pecado o que dejará, en esta vida, de ser pecadora. El daño causado por el pecado al alma humana es tan indescriptible que no puede ser reconocido por nuestra razón, sino solo por la Palabra de Dios. El daño es tal que sólo Dios, a través de su bendita gracia y el poder de su Santo Espíritu, puede separar la naturaleza humana y la corrupción entre sí.

Milagrosamente, somos justificados por Cristo a pesar de esta corrupción total. Sin embargo, la justificación no es una segunda oportunidad para ser perfectos, ni es una eliminación de nuestra humanidad. En esta vida, el cristiano sigue siendo totalmente un pecador en su naturaleza y voluntad. El simulacro rechaza la enseñanza de que el pecado original se borra en esta vida, y que la salvación es un esfuerzo cooperativo entre el creyente y Dios. De esta manera, la vida cristiana se vive en constante tensión que el apóstol Pablo describe: «Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo» (Romanos 7:18). Sin embargo, esta tensión no niega nuestra justicia en Cristo.

La declaración de 𝙎𝙞𝙢𝙪𝙡 𝙄𝙪𝙨𝙩𝙪𝙨 𝙚𝙩 𝙋𝙚𝙘𝙘𝙖𝙩𝙤𝙧 está destinada a alejarnos de la fe en nosotros mismos y, en cambio, a descansar toda esperanza en el evangelio de Cristo. Como declara el apóstol Pablo: «¡Soy un pobre desgraciado! ¿Quién me libertará de esta vida dominada por el pecado y la muerte? ¡Gracias a Dios! La respuesta está en Jesucristo nuestro Señor. Así que ya ven: en mi mente de verdad quiero obedecer la ley de Dios, pero a causa de mi naturaleza pecaminosa, soy esclavo del pecado.» (Romanos 7:24-25, NTV).

Sí, el cristiano tiene dos naturalezas – la vieja y la nueva – pero la nueva naturaleza necesita renovarse continuamente (Colosenses 3:10). Esta es la razón por la que los creyentes son alentados a hacer morir las obras del cuerpo (Romanos 8:13), hacer morir aquello que hace que un cristiano peque (Colosenses 3:5). Un día Cristo finalmente nos «rescatará de este cuerpo de muerte» (Romanos 7:24-25). Mientras tanto, somos justos y al mismo tiempo pecadores.

𝐁𝐈𝐁𝐋𝐈𝐎𝐆𝐑𝐀𝐅𝐈𝐀:

  • Stephen Nichols & R.C. Sproul, The Legacy of Luther, Ligonier Ministries, 2016.
  • Bibl.: L. Ladaria, Antropología teológica, Roma-Madrid 1983.
  • H. Rondet, La gracia de Cristo, Estella, Barcelona 1966.
  • H. KUng, La justificación según Karl Barth, Estella, Barcelona 1967.
  • «Pregón Pascual». Aciprensa.com. 2017.

ACERCA DEL AUTOR:

* Fernando E. Alvarado es escritor, pastor y maestro. Nacido el 19 de Abril de 1980 en la Ciudad de Sonsonate, El Salvador. Licenciada en Ciencias de la Educación, especialidad en Ciencias Sociales de la Universidad de Sonsonate. Graduado en Teología del Instituto Bíblico Betel de las Asambleas de Dios, Anexo Chalatenango Norte y especializado en Misiones en el Centro de Capacitación Misionera (CCM) de la Ciudad de Guatemala. También cuenta con diplomados en Fonética, Misiones Transculturales y Comunicación Transcultural otorgados por el Centro de Formación Misionera de las Asambleas de Dios de El Salvador (CAMAD). El pastor Alvarado también cuenta con formación en teología islámica y diplomados en Ley Sharia otorgados por la Asociación Cultural Islámica Chiita de El Salvador y la Comunidad Islámica Salvadoreña (Sunni). También es especialista en teología mormona, habiéndose graduado del Instituto de Religión SUD en la Ciudad de San Salvador. El pastor Alvarado es miembro de la Society of Evangelical Arminians (SEA). Está casado con Cesia Abigail Cruz de Alvarado, también pastora y ministra licenciada de las Asambleas de Dios. Es el pastor principal del Templo Cristiano Maranatha (Asambleas de Dios), una congregación local ubicada en la ciudad de Tejutla, Chalatenango.

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