Adoración, Distintivos del Pentecostalismo, Dones Espirituales, Pneumatología, Teología Pentecostal de la Adoración

La adoración comunitaria en el pentecostalismo: ¿Por qué no adoramos «como los demás»?

Por Fernando E. Alvarado

¿Por qué la adoración pentecostal es tan “ruidosa y emotiva”? ¿Es correcto que en medio de la adoración comunitaria se den ciertas manifestaciones espirituales? ¿Por qué no pueden ser “tan ordenadas, ceremoniosas y ritualistas” las congregaciones pentecostales? ¿No deberían las reuniones de adoración pública ser libres de manifestaciones carismáticas como el hablar en lenguas, la interpretación de lenguas o la profecía? ¿Acaso no nos hacen ver “raros” este tipo de cosas? Quizá, pero eso no es lo importante. Y no, este tipo de expresiones de adoración jamás deberían estar ausentes en la adoración de una iglesia que se precie de ser bíblica.

La naturaleza de la adoración puede ser descrita a la perfección por las palabras de Jesús dirigidas a la mujer samaritana: “Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán (proskyneō) al Padre en espíritu y en verdad (en pneumati kai aletheią); porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad (en pneumati kai aletheią) es necesario que adoren” (Juan 4:23,24). No basta con que la adoración sea basada en la verdad, es decir, fundamentada en la Palabra de Dios. Esta también debe ser en el Espíritu. Y es ahí donde reside la fortaleza de la adoración pentecostal.

Muchas prácticas de adoración en el Nuevo Testamento son definitivamente pentecostales. El libro de Hechos muestra que una y otra vez el Espíritu descendió poderosamente sobre los adoradores (2:4; 4:31; 10:44), con frecuentes y visibles bautismos en el Espíritu, en muchas ocasiones acompañados del hablar en otras lenguas (señalado o implicado) (2:4; 8:17; 10:44; 19:6).

Los mensajes proféticos eran comunes, muchas veces con impartición sobrenatural de información y sabiduría (11:28; 13:1,2; 20:23; 21:9,10). Las señales, maravillas, y milagros no se limitaban a los cultos de adoración pero a veces ocurrían en esas reuniones (5:1-11; 20:7-12). En toda la evidencia disponible es notable la libre y espontánea naturaleza de la adoración en las iglesias paulinas. Dicha adoración era dirigida por el Espíritu mismo.[1]

Las epístolas del Nuevo Testamento dan a entender la naturaleza pentecostal de la adoración en la iglesia primitiva. En la que probablemente es su primera epístola, Pablo amonesta: “No apaguéis al Espíritu. No menospreciéis las profecías. Examinadlo todo” (1 Tesalonicenses 5:19-21).

Aunque la iglesia primitiva tuvo poderosos predicadores tales como Pablo que, en ocasiones, cautivaba por horas a la congregación (Hechos 20:7), como regla general la congregación participaba mediante la operación de dones espirituales, oraciones, cantos, ofrendas, y otros. El orden y la reverencia son siempre un requisito de la adoración, pero este orden está lejos de ser el frío encajonamiento conel que muchos pretenden silenciar al Espíritu o frenar sus manifestaciones en la iglesia:

“¿Qué hay, pues, hermanos? Cuando os reunís, cada uno de vosotros tiene salmo, tiene doctrina, tiene lengua, tiene revelación, tiene interpretación. Hágase todo para edificación. Si habla alguno en lengua extraña, sea esto por dos, o a lo más tres, y por turno; y uno interprete. Y si no hay intérprete, calle en la iglesia, y hable para sí mismo y para Dios. Asimismo, los profetas hablen dos o tres, y los demás juzguen. Y si algo le fuere revelado a otro que estuviere sentado, calle el primero. Porque podéis profetizar todos uno por uno, para que todos aprendan, y todos sean exhortados.” (1 Corintios 14:26-31)

La pentecostalidad de la iglesia primitiva, así como la naturaleza carismática de su adoración, es innegable. ¿Por qué la verdadera adoración debe ser carismática? Un pasaje clave en la comprensión de la teología pentecostal de la adoración es sin duda Efesios 5:18-20. Pablo hace una declaración significativa con respecto a la influencia del Espíritu Santo en la adoración cuando escribe:

“No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu, hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones; dando siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo.” (Efesios 5.18-20)

De este texto se pueden extraer varias conclusiones importantes. Primero, Pablo emite un imperativo – un mandato – ‘sed llenos (πληροῦσθε) del Espíritu’. El imperativo sugiere que Pablo no ve la llenura del Espíritu como algo opcional.[2]

En segundo lugar, el mandato de que los creyentes sean llenos del Espíritu parecería indicar que no todos los creyentes están llenos del Espíritu. Aparentemente, algunos creyentes todavía tienen que entrar en la vida llena del Espíritu. Pablo declara que todos los creyentes tienen el Espíritu (Rom. 8:9), pero no todos los creyentes están llenos del Espíritu. Si todos ya están llenos, entonces no hay necesidad de la orden de Pablo. De manera similar, si todo cristiano está lleno del Espíritu, entonces ¿por qué se instruyó a la iglesia primitiva a elegir «siete hombres de buena reputación, llenos del Espíritu Santo» (Hechos 6.3)? Si todos están llenos, entonces ¿cuál es el punto de la distinción?

Tercero, la forma de las palabras de Pablo (presente imperativo) revela no solo que todos los creyentes deben ser llenos sino también que deben continuar siendo llenos.[3] Pablo quiere que sus oyentes sean llenos del Espíritu continuamente, diariamente, de manera continua. La declaración de Pablo es el equivalente a decir, ‘sed llenos y permaneced llenos del Espíritu’. ¿Cómo se permanece bajo la influencia del Espíritu? ¿Cómo permanece uno lleno de Dios? – ¡a través de la adoración! Los creyentes se mantienen llenos de Dios “hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones; dando siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo.”

Cuarto, la llenura del Espíritu está conectada con la adoración.[4] Ya en el pasado, los pentecostales hemos enfatizado el mandato de Pablo de ‘ser llenos del Espíritu’ como apoyo a la doctrina del bautismo en el Espíritu como una experiencia que viene después de la conversión; y con razón. Sin embargo, la enseñanza de Pablo no termina con las palabras “sed llenos del Espíritu”. Aunque Pablo desafía a todos los cristianos a ser continuamente llenos del Espíritu, va más allá de ese desafío y también declara algunos de los resultados de ser llenos del Espíritu.

Aparentemente, la llenura del Espíritu será seguida por una sobreabundancia de adoración, con el canto de “salmos, himnos y cánticos espirituales”.[5] Además, una persona llena del Espíritu dará “siempre gracias”. Este culto es comunitario, en la medida en que las personas llenas del Espíritu están “hablando entre sí…”[6] Las personas llenas del Espíritu quieren adorar a Dios.

La relación entre el Espíritu Santo y la adoración es evidente en otros textos del Nuevo Testamento. El Espíritu Santo nos es dado para que podamos glorificar a Jesús (Jn 16,14), y Pablo insiste en que “nadie puede llamar a Jesús Señor sino por el Espíritu Santo” (1 Cor 12,3). Ejemplos de adoración llena del Espíritu en el Nuevo Testamento incluyen a Elisabet, quien fue llena del Espíritu y glorificó a Dios (Lc. 1.41-45). Su esposo Zacarías también adoró a Dios cuando fue lleno del Espíritu (Lc 1,67-79). En el día de Pentecostés, los 120 discípulos “fueron todos llenos del Santo Espíritu y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen» (Hch 2,4). La multitud que se reunió para la fiesta de Pentecostés escuchó a los discípulos llenos del Espíritu hablar de «las maravillosas obras de Dios» (Hechos 2.11), lo que indica que estaban participando en alguna forma de alabanza y adoración inspiradas.

En la teología pentecostal, el Espíritu Santo, su mover y su presencia, son inseparables de la adoración legítima y aceptada por Dios. Sin el Espíritu Santo ningún tipo de adoración es aceptable. Dicha adoración va más allá de la aparentemente ordenada y ceremoniosamente elaborada adoración de nuestros hermanos no pentecostales: no que su forma de adorar sea inaceptable, sin embargo, bíblicamente, la adoración dirigida por el Espíritu es una adoración libre, espontánea y carismática. Al planear la adoración se debe tener presente la naturaleza espontánea de la operación de los dones espirituales. Si este se deja fuera, fracasamos en el propósito de nuestra adoración.

Dicho lo anterior, quiero invitarte a pensar en algo más…

Muchos quisieran hacernos creer también que la adoración legítima depende del tipo de instrumentos o ritmos que se empleen en la adoración, pero esto tampoco es bíblico. No hay norma musical, sea tradicional, contemporánea, o una combinación de ambas, que por orden divina deba ser usada como estándar en la adoración cristiana, todas las veces, y en todo lugar. La adoración dirigida por el Espíritu será creativa en su misión y las preferencias musicales de los adoradores en una determinada época y espacio geográfico jamás debería imponerse sobre toda la iglesia

¿Es el canto gregoriano la única forma aceptable? ¿Salmodia exclusiva? ¿Sólo algunos instrumentos pueden usarse en la adoración a Dios? ¿Puedo adorar a Dios usando jazz, salsa, merengue, rap, rock o cualquier otro género? ¿son solo los ritmos e instrumentos aprobados por los reformadores magisteriales (notoriamente eurocentristas en sus preferencias) los únicos que merecen usarse en la adoración? Todo eso no es tan relevante como muchos creen.

Si bien debemos considerar los gustos de aquellos a quienes tratamos de alcanzar o a quienes buscamos motivar en la adoración, la única cosa necesaria, indispensable, insustituible y no negociable es la presencia y ministración del Espíritu. ¡Y eso es lo que muchos han dejado fuera! Si la adoración es libre, espontánea y carismática, lo demás sale sobrando.

REFERENCIAS:


[1] Anthony D. Palma, The Holy Spirit in the Corporate Life of the Pauline Congregation, Disertación teológica, Seminario Concordia (1974), 82, citando a Oscar Cullmann, Early Christian Worship, trans. A. Stewart Todd y James B. Torrance (London: SCM, 1953), 25.

[2] Trevor Grizzle, Ephesians (Pentecostal Commentary Series; Blandford Forum, UK: Deo Publishing), p. 136.

[3] Grizzle, Ephesians, p. 138.

[4] R. Hollis Gause, Living in the Spirit: The Way of Salvation (Cleveland, TN:  CPT Press, 2009), pp. 142-43.

[5] E.K. Simpson, F.F. Bruce, Commentary on the Epistles to the Ephesians and the Colossians  (NICNT; Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1957), p. 125.

[6] Frank D. Macchia, Baptized in the Spirit: A Global Pentecostal Theology  (Grand Rapids, MI: Zondervan, 2006), p. 159.

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