Por F. E. Cienfuegos
La Navidad trata de la venida de Cristo a este mundo. Trata del Hijo de Dios, quien existía desde la eternidad con el Padre, como “el resplandor de la gloria de Dios, la fiel imagen de lo que Él es” (He. 1:3 NVI). Trata del nacimiento virginal de un niño, concebido milagrosamente por el Espíritu Santo, ya que era el Hijo de Dios; no en la forma en que tú y yo lo somos, sino en una forma completamente diferente (Lc. 1:35). Trata de la venida de un hombre llamado Jesús, en quien “toda la plenitud de la divinidad habita en forma corporal” (Col. 2:9 NVI).

Trata de la llegada del “cumplimiento de los tiempos” que había sido profetizado por los profetas antiguos, que nacería un gobernante en Belén (Mi. 5:2 NVI), y cuyo nombre sería Consejero admirable, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz (Is. 9:6). Este niño sería el Mesías, el Ungido, el Vástago del tallo de Isaí, el Hijo de David, el Rey (Is. 11:1-4; Zc. 9:9). Y, de acuerdo con Marcos 10:45, la Navidad trata de la venida del Hijo del hombre que no “vino para que le sirvan, sino para servir y para dar Su vida en rescate por muchos” (NVI). Estas palabras son una breve explicación de la Navidad, y espero que Dios las grabe en tu mente y corazón en esta época. Abre tu corazón para recibir el mejor regalo imaginable: Jesús se ha dado a Sí mismo por ti, muriendo y sirviéndote, para estar contigo por toda la eternidad. Recibe esto. Aléjate de tu pecado y de tu propia justicia. Hazte como un niño. Confía en Él.
