Por F. E. Cienfuegos
La Biblia nos invita a celebrar el nacimiento de Cristo. ¡Los ángeles mismos lo celebraron con un canto! “Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz entre los hombres en quienes Él se complace” (Luc. 2:14). Cuando Jesucristo nació, el cielo festejó. Los ángeles lo hicieron con un canto, y siendo que los ángeles son mensajeros de Dios, y que solamente hacen lo que Dios les manda, podemos inferir que Dios también celebró el nacimiento de su Hijo.
La Palabra nos manda celebrar las obras de Dios (Sal. 89:5; 145:4; Is. 12:4), y ¡qué obra tan grande es la encarnación de Jesucristo! ¿Cuál fue la reacción de los pastores al ver a Jesús? ¡Celebraron! “Y los pastores se volvieron, glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, tal como se les había dicho” (Luc. 2:20). Así como los magos y los pastores, los creyentes debemos celebrar la Navidad como un tiempo de adoración (Mateo 2:1-2, 9-11). Si no hay adoración en nuestra celebración, nuestro festejo es hueco y mundano.

El propósito de la Navidad es recordar a Jesucristo. El propósito es que apartemos un tiempo del año para recordar de manera especial aquella familia que no encontró lugar en el mesón. Que nos transportemos a los eventos que transcurrieron esos días y cambiaron la historia de la humanidad. Que seamos testigos del cielo que se ilumina por un millar de ángeles. Que corramos con el corazón acelerado junto con los pastores hacia Belén. Que nos inclinemos y ofrezcamos los presentes junto a los magos. Que guardemos silencio en nuestro corazón y retengamos lo sucedido, como María. Esta Navidad, maravillémonos del misterio de la encarnación. Que contemplemos el pesebre, en donde sucede lo imposible: Dios es un niño. El que sostiene el universo es cargado en los brazos de una mujer. Aquel por cuya palabra el universo fue creado debe aprender a decir abba. El que da su alimento a millares tiene que ser alimentado.
¡Maravilloso misterio! Ah, sí, pero no nos quedemos en el pesebre, sino lleguemos a la cruz. Recordemos que sin pesebre no hay cruz. Esa cruz donde Dios el Hijo, con sus manos extendidas, grita: “Consumado es”. Esta Navidad, maravillémonos del misterio de la encarnación.
