Gobiernos Humanos, Religión y Política

La alianza con el Estado, el mayor peligro para la Iglesia

Por Fernando E. Alvarado

Contrario a lo que muchos piensan, la mayor amenaza para la vitalidad del cristianismo no es la persecución, con su constante amenaza de muerte y sufrimiento. En el siglo II, Tertuliano, uno de los padres de la iglesia, llegó a la sorprendente conclusión de que “la sangre de los mártires es la semilla de la iglesia”. Y Tertuliano estaba en lo correcto. Sorprendentemente, los contextos de discriminación contra los cristianos no suelen tener el efecto de debilitar el cristianismo; en algunos casos, la persecución incluso fortalece a la iglesia. Esto se debe a que la persecución religiosa no permite que los cristianos se vuelvan complacientes. Por supuesto, en algunos casos la persecución de los cristianos ha hecho mucho daño al cristianismo, como ocurrió en el siglo VII en el Norte de África, en el siglo XVII en Japón, en el siglo XX en Albania y actualmente en Irak. No obstante, en muchos otros contextos de discriminación y persecución (salvo por la violencia genocida) la iglesia ha desafiado las probabilidades, no solo sobreviviendo, sino en algunos casos incluso prosperando. En estos entornos los creyentes vuelven a la fe como fuente de fortaleza, y esta devoción atrae a los de fuera.

La fe cristiana tampoco decae con la llegada de la abundancia material y económica, con su riesgo continuo de ahogar nuestra fe y llevarnos al materialismo sin Dios. Ni siquiera lo es la educación secular, con su incorporación de ideologías inmorales, relativistas y ateas. El pluralismo religioso y cultural, el cual permite la introducción y competencia con otras religiones y le quita al cristianismo su estatus privilegiado, tampoco es una amenaza real para el avance del cristianismo. No. Ninguna de estas cosas puede frenar la fe cristiana. Irónicamente, todas estas cosas parecen favorecerlo a largo plazo. La verdad podría asombrarnos, y es que la mayor amenaza para el cristianismo es el apoyo del Estado.

Esto resulta contradictorio si consideramos que muchos cristianos creen que el mejor modo para que el cristianismo prospere es excluir al resto de religiones por medio de alianzas con el Estado. Irónicamente, sin embargo, el cristianismo es a menudo más fuerte en países donde tiene que competir con otras tradiciones de fe, cuando las reglas del juego son equitativas. De hecho, las 10 poblaciones con mayor crecimiento del cristianismo son aquellos países con bajo o nulo apoyo estatal al cristianismo (Tanzania, Malaui, Zambia, Uganda, Ruanda, Madagascar, Liberia, Kenia, República Democrática del Congo y Angola)

La necesidad de separar la iglesia y el Estado se evidencia aún más si consideramos que las 10 poblaciones con un descenso más rápido de la población cristiana son aquellos países con moderado o alto apoyo al cristianismo por parte del Estado. ¿Cómo se explica esto? Más allá de que Jesús dijera que su «reino no es de este mundo» (Juan 18:36), quizá la mejor explicación para esto se derive de aplicar al campo de la fe las reglas básicas de la economía de mercado. En «𝑳𝒂 𝒓𝒊𝒒𝒖𝒆𝒛𝒂 𝒅𝒆 𝒍𝒂𝒔 𝒏𝒂𝒄𝒊𝒐𝒏𝒆𝒔», el libro más importante de Adam Smith, el famoso economista defendía que, del mismo modo que la economía de mercado incentiva la competencia, la innovación y el vigor entre las empresas, forzándolas a competir por su participación en el mercado, un mercado religioso sin regulación tendría el mismo efecto sobre las instituciones de la fe.

Del mismo modo que el hierro afila el hierro, la competencia perfecciona la religión (y el cristianismono es la excepción). Los contextos caracterizados por el pluralismo fuerzan a los cristianos a presentar los mejores argumentos posibles para sus creencias, mientras que otras tradiciones de fe se ven forzadas a hacer lo mismo. Esto exige a los cristianos un conocimiento profundo de sus creencias para defenderlas en el mercado de las ideas.

Así pues, cuanto más crece el compromiso de un país con el pluralismo, también lo hace el número de adherentes cristianos. Como ya se destacó, siete de los diez países que muestran el más rápido crecimiento de población cristiana ofrecen poco o nada de apoyo oficial al cristianismo. Paradójicamente, al cristianismo le va mejor cuando tiene que valerse por sí mismo. Esto quedó evidenciado si consideramos el crecimiento vertiginoso actual del cristianismo en África y en Asia, en donde la fe cristiana está prosperando no porque se le apoye de parte del Estado, sino debido a que no se le apoya. La paradoja aquí reside en que los países con un descenso más rápido de la población cristiana en el mundo a menudo ofrecen niveles entre moderados y altos de apoyo oficial al cristianismo. Mientras que la competencia entre religiones estimula la vitalidad cristiana, el favoritismo del Estado, involuntariamente, la suprime.

La verdad es clara: Cuando el cristianismo se casa con el Estado la desgracia está asegurada. Esto se debe a que el verdadero cristianismo se haya fundamentado en Cristo (1 Corintios 3:11), no en alianzas políticas. Cuando los cristianos buscan al Estado para que les dé cierta ventaja prostituyen la fe. Muchas iglesias, sin embargo, aman recibir los favores y privilegios que su «amante», el Estado, les ofrece. Ese privilegio puede incluir apoyo financiero para propósitos religiosos, acceso especial a las instituciones del Estado o exenciones de regulaciones impuestas sobre grupos religiosos minoritarios. Paradójicamente, sin embargo, privilegiar de esta manera al cristianismo desde el Estado termina no siendo de ayuda a la iglesia. ¿Por qué?

Los cristianos que tratan de ganarse el favor del gobierno se distraen de sus misiones a medida que se van inmiscuyendo en las cosas del César en vez de en las cosas de Dios para mantener sus posiciones privilegiadas. Por eso, aunque es posible que las iglesias favorecidas utilicen sus posiciones de privilegio para ejercer influencia sobre el resto de la sociedad; sin embargo, esto se cumple principalmente a través de rituales y símbolos —la religión civil— en vez de a través del fervor espiritual. Por esta razón las iglesias apoyadas por el Estado a menudo carecen de la sustancia espiritual que la gente que practica la fe encuentra valiosa, llevando a los creyentes a marcharse. Es un hecho comprobado que incluso los misioneros de las iglesias apoyadas por el Estado tienden a ser menos eficaces que aquellos enviados por iglesias independientes.

Pero el cristianismo no sólo está decayendo por su dependencia del Estado, sino también por su matrimonio con ideologías y tanques de pensamiento político y económico. Esto puede ejemplificarse claramente con la estereotipación de los cristianos como pertenecientes a una sola línea política o ideológica. De hecho, muchos afirman dogmáticamente que ser evangélico es ser de derecha (un estereotipo que nosotros mismos nos hemos llegado a creer y al cual hemos contribuido por asociación), pero eso no es del todo cierto. La izquierda religiosa cristiana está creciendo y ya está transformando la conversación sobre los principales temas políticos. Esta diferencia de opiniones en algo que no debería haber llegado jamás al terreno de lo sagrado, está dividiendo el cristianismo y alejando a muchos de sus filas. A pesar de ello, muchos cristianos insisten, sin embargo, en olvidar que Dios no es de derecha ni de izquierda porque Él es Dios.

De todo lo anterior podemos extraer importantes lecciones para las comunidades cristianas de todo el mundo:

(1) A medida que el cristianismo se ha entretejido con la política partidista, las naciones han visto un declive simultáneo en la fe y el fervor religioso. Esto ha sido evidente tanto en la Latinoamérica católica con su teología de la liberación, como en la Europa protestante y la Norteamérica evangélica de hoy.

(2) La sacralización de la política por parte de algunos evangélicos contamina la fe y entorpece el cumplimiento de la Gran Comisión. La intersección de la religión y la política ha repelido a la gente del cristianismo, porque ven la fe cristiana como sinónimo de apoyar a cierta clase de políticas con las que discrepan en lo personal. Como resultado, el cristianismo politizado solo es capaz de apelar a un grupo de individuos cada vez más estrecho, al mismo tiempo que aleja a los liberales y a los moderados de la iglesia.

(3) Lo anterior en ninguna manera significa que los cristianos se segreguen y se aparten de la vida pública, ni que abandonen la política por completo; sin embargo, advierte a los cristianos seriamente (sean estos de izquierda, de derecha, liberales o de cualquier otra ideología) respecto a equiparar a cualquier partido, ideología política o nación con los planes de Dios.

(4) Ser cristiano y ser de derecha no son la misma cosa. En muchos casos, los partidos de derecha han logrado aumentar su número de votos en parte apropiándose de la defensa de la “nación cristiana”. Los cristianos conservadores mordieron el anzuelo, pero sólo lograron provocar mayor corrosión y declive del cristianismo, ahuyentando de la fe a aquellos con ideología diferente.

(5) El mejor modo para que las comunidades cristianas puedan recuperar su testimonio del evangelio es rechazar la búsqueda del privilegio político y que noten que es inconsistente con las enseñanzas de Jesús. Al hacerlo, mostrarían que toman seriamente la promesa de Cristo de que ninguna fuerza prevalecerá contra su Iglesia. Y rechazar el privilegio hará que los creyentes confíen más en que el Espíritu Santo abra los corazones al mensaje del evangelio.

𝗙𝘂𝗲𝗻𝘁𝗲𝘀:
— Los datos estadísticos pueden verificarse en el artículo titulado «Paradoxes of Pluralism, Privilege, and Persecution: Explaining Christian Growth and Decline Worldwide», disponible en el siguiente link:
https://academic.oup.com/socrel/advance-article-abstract/doi/10.1093/socrel/srab006/6213975?redirectedFrom=fulltext

— Con respecto a la eficacia de los misioneros independientes del control estatal, recomiendo la lectura del artículo «El mundo que los misioneros hicieron», disponible en el siguiente link:
https://www.christianitytoday.com/ct/en-espanol/el-mundo-que-los-misioneros-hicieron.html

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