Por Fernando E. Alvarado
En defensa de sus posturas, los amilenialistas argumentan también que, más allá de la Escritura, el amilenialismo halla respaldo en los grandes credos ecuménicos de la iglesia. Esto no es del todo cierto. Sin embargo, a menudo se citan los siguientes credos como evidencia:
“[Jesucristo] ascendió al cielo, y está sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso; desde allí vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos.” (Credo de los Apóstoles, símbolo bautismal de la Iglesia de Roma. Su forma actual se originó en la Galia, en el siglo V)
“Ascendió al cielo, y está sentado a la diestra del Padre; y vendrá otra vez en gloria para juzgar tanto a los vivos como a los muertos; y cuyo reino no tendrá fin.” (Credo de Nicea, declaración dogmática de los contenidos de la fe cristiana, promulgada en el Concilio de Nicea I en el año 325 y ampliado en el Concilio de Constantinopla el año 381)

“Tú estás sentado a la diestra de Dios en la gloria del Padre. Creemos que vendrás a ser nuestro Juez. Por lo tanto, te rogamos que ayudes a tus siervos, a quienes has redimido con tu preciosa sangre. Que sean contados con tus santos en la gloria sempiterna. Oh, Señor, salva a tu pueblo, y bendice tu herencia. Rígelos, y exáltales para siempre.” (Te Deum Laudamus, himno cristiano tradicional de acción de gracias. Originalmente fue atribuido a Ambrosio de Milán y Agustín de Hipona en el año 387; sin embargo, estudios recientes han verificado que el Te Deum en realidad fue escrito en el siglo IV por Aniceto de Remesiana)
“Él ascendió al cielo; está sentado a la diestra del Padre, Dios Todopoderoso; desde allí vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos. A cuya venida todos los hombres se levantarán nuevamente con sus cuerpos y darán cuenta de sus propias obras. Y los que hayan hecho lo bueno irán a la vida eterna; y los que hayan hecho lo malo, al fuego eterno. Esta es la fe católica; a menos que un hombre crea en ella fiel y firmemente, no puede salvarse.” (Credo Atanasiano, originalmente atribuido a Atanasio, estudios modernos certifican su redacción a finales del siglo octavo)

UNA RESPUESTA DESDE EL PREMILENARISMO
Nuestra primera observación a dicho argumento es que, aunque quisiera defenderse el amilenialismo con base en tales credos, la verdad es que tales declaraciones son bastante generales. Afirman que Cristo vendrá de nuevo a juzgar a vivos y muertos, sí, pero no fueron redactados con el propósito de dar una clara exposición sobre escatología. Sus afirmaciones son vagas y simples en esta área. Igual podrían ser usadas para defender tanto el amilenialismo como el postmilenialismo. ¡Incluso los premilenialistas podríamos usarlas como declaración de nuestra fe y explayarnos luego en los detalles que faltan! Pero eso no es todo. Aún en el supuesto de que apoyaran la postura amilenialista, esto no significa que dichos credos deban considerarse autoritativos
Sobra decir que un cristiano que se aferre al principio de Sola Scriptura jamás verá tales confesiones como infalibles. Aunque no rechazamos el valor y la riqueza teológica contenida en dichos documentos, sí rechazamos la idea de que las normas doctrinales escritas por los hombres puedan tener autoridad sobre el sistema de predicación y creencia de la iglesia. Nuestras objeciones a los documentos confesionales se basan en su convicción de la autoridad exclusiva de las Escrituras. El famoso teólogo holandés Jacobo Arminio afirmaba que, puesto que la Escritura es “la regla de toda verdad divina, de sí misma, en sí misma y a través de sí misma”, es imprudente exigir interpretaciones que se ajusten al “significado de la confesión de las iglesias.” Al igual que Arminio, creemos que es perfectamente legítimo examinar cualquier credo, confesión de fe o catecismo a la luz de la Biblia y que rechazar tal examen es una “afirmación irreflexiva”. Tal como Arminio afirmó: “Es tiránico y papista atar las conciencias de los hombres con escritos humanos e impedir que sean sometidos a un examen legítimo” [James Nichols, The Works of James Arminius, D.D. [Auburn and Buffalo: Derby, Miller and Orton, 1853] 2:479, 480].

Creer que el amilenarismo es verdad porque un credo de la iglesia católica o de un período posterior a la edad apostólica lo afirma (y creemos que ese no es el caso), sería demasiado ingenuo. Como creyentes en la Sola Scriptura sostenemos que tales composiciones nunca deben ser consideradas como infalibles o autoritativas. Sin embargo, si de buscar apoyo en los textos antiguos se trata, el premilenarismo gana por mucho, ya que cuenta con amplio apoyo en la literatura patrística.
La idea de un milenio bajo el reinado de Cristo en la Tierra formó parte importante de la teología de los tres primeros siglos del cristianismo. Afirmar esto no es ser dogmático, ya que es un hecho bien conocido y, por lo tanto, incuestionable. Los premilenaristas creemos que los estudiosos de este tema pueden beneficiarse al observar las creencias de aquellos que tuvieron alguna relación con el Apóstol Juan, quien escribió Apoc. 20:1-10. Puede también sernos útil conocer las creencias de las personas en estrecha proximidad geográfica con Asia Menor, donde el apóstol Juan vivió más tarde en su vida. ¿Por qué? Porque aquellos que tenían una estrecha asociación con Juan también tendrían una correcta comprensión de lo que Juan quiso decir al escribir sobre el milenio. Y si los primeros cristianos sostuvieron el premilenarismo, entonces condenar el premilenarismo equivaldría a condenar a una nube de testigos entre los tres siglos primeros y a echar por tierra la fe apostólica.
En primer lugar, echemos un vistazo a dos personas que tenían cierta relación histórica con Juan –Papías e Ireneo. Papías (60-130dC) fue obispo de Hierápolis, en Frigia, Asia Menor. Fue contemporáneo de Policarpo, quien fue discípulo del apóstol Juan. Sabemos esto a través de varias fuentes históricas, siendo una de ellas Eusebio de Cesarea (quien curiosamente fue acérrimo enemigo del premilenarismo), describió a Papías como un «oyente de Juan, compañero de Policarpo de Esmirna, varón antiguo». Papías es sin duda uno de los que integraban el grupo de los denominados «presbíteros asiáticos» de los que habla Ireneo de Lyon en sus escritos. La vida de Papías fue paralela con la de Policarpo, aunque es poco probable que alcanzase la edad del obispo de Esmirna. El prestigio de Papías fue grande en la antigüedad, siendo tenido en gran estima por Ireneo y otros eruditos de la iglesia en los primeros siglos. Según Martin Erdman, Papías “representa una tradición quiliástica que tiene sus antecedentes en Palestina.” [Martin Erdman, The Millennial Controversy in the Early Church (Eugene, OR: Wipf and Stock, 2005),107] La dependencia de Papías de las enseñanzas orales de los apóstoles y los ancianos ha sido documentada tanto por Ireneo (quien lo admiraba) y por Eusebio (quien al parecer lo aborrecía por sus enseñanzas).

Eusebio señala que Papías recibió “las doctrinas de la fe” que provinieron de los “amigos” de los doce apóstoles. Eusebio señala también que de Papías dijo: “Vale la pena observar aquí que el nombre de Juan es mencionado dos veces por él. La primera vez que lo menciona en relación con Pedro y Santiago y Mateo y el resto de los apóstoles, claramente refiriéndose al evangelista.” [Eusebio, Ecclesiastical History, III. 39.2, 5]. Papías, por lo tanto, se veía a sí mismo como poseyendo las enseñanzas de los apóstoles. Como señala Eusebio: “Y Papías, del cual estamos hablando ahora, confiesa que él recibió las palabras de los apóstoles de aquellos que les siguieron.” [ Ibid.,39.7] Ireneo también hace referencia a Papías como “un oyente de Juan.” [Irenaeus, Against Heresies, Book V.,33.4] Parece que Papías tenía estrechas relaciones con los apóstoles y Juan el Apóstol en particular. Por lo tanto, es justo preguntarnos ¿Sostendría él una perspectiva milenaria en particular? Si, lo hizo. Papías era un premilenarista. Eusebio registra que Papías creía cosas que “vinieron a él de la tradición no escrita” y de “las enseñanzas del Salvador.” Entre estas creencias estaban “que habrá un milenio después de la resurrección de los muertos, cuando el reino de Cristo se establecerá en forma material en esta tierra.” [Erdman, 108]. Por lo tanto, con Papías tenemos un caso de un cristiano que había un estrecho acceso a Juan el Apóstol y estaba convencido de que el reino de Cristo era futuro y terrenal.
Siendo obispo de Hierápolis, Papías escribió un tratado en cinco libros titulado “Explicación de los dichos del Señor”. Esta obra fue compuesta hacia el 130 d.C., según resulta de la referencia que en ella se hace al gobierno de Adriano. Es una de las primeras exégesis de los dichos (logias) de Jesús de Nazaret. Como fuentes utiliza el autor los evangelios de Mateo, Marcos y Juan y, además, las enseñanzas orales de los familiares de los apóstoles y los testimonios de las hijas del apóstol Felipe, que vivían en Hierápolis. En esta obra, Papías no sólo explica el sentido de las palabras de Cristo y narra también relatos de su vida, tomados de los evangelios, sino que añade otras que le llegaron por vía de transmisión oral (una de ellas, el premilenarismo). De estos escritos de Papías que tuvieron en sus manos Ireneo de Lyon, Eusebio de Cesarea, Felipe de Side y Andrés de Cesárea, quedan pequeños fragmentos, recogidos casi todos ellos por el obispo de Cesarea en su Historia Eclesiástica. El conjunto de su obra se perdió, y sólo quedaron fragmentos del prefacio, citados por Eusebio, lo que dificulta enormemente un análisis con cierto rigor de la obra de Papías, ya que Eusebio (quien negaba el premilenarismo) suele mostrar animadversión hacia él. No obstante, Eusebio afirma que Papías, discípulo de Juan, creía en un “milenio de años que dice ha de venir después de la resurrección de entre los muertos y que el reino de Cristo se ha de establecer corporalmente en esta tierra nuestra.” [Eusebio, Ecclesiastical History, III. 39.7]

El siguiente, Ireneo (c. 130-c. 202) nació en Asia Menor y más tarde se convirtió en obispo de Lyon. Como joven Ireneo había escuchado a Policarpo, quien había tenido contacto personal con Juan y otros apóstoles. Ireneo no estuvo tan directamente asociado con Juan como con Papías, pero la relación histórica a través de Policarpo es todavía importante. Al igual que con Papías, Ireneo fue también un firme creyente en el premilenarismo. De hecho, el premilenarismo fue una de las principales armas en la batalla de Ireneo contra el Gnosticismo y su dualismo antibíblico entre materia y espíritu. [Para una discusión detallada de cómo Ireneo utilizó el premilenialismo como un arma en contra del gnosticismo véase Martin Erdman, The Millennial Controversy in the Early Church (Eugene, OR: Wipf and Stock, 2005), 107-29] Ireneo utilizó el premilenialismo y la idea de un reino terrenal para luchar contra la opinión de que la perspectiva gnóstica de que la materia era mal y que Dios no estaba interesado en redimir a la tierra. Erdman, señala que “El libro Adversus Haereses es también una de las fuentes más importantes de exposiciones del milenio en la literatura ante-Nicena.” [ Ibid., 109]
En su argumentación contra los gnósticos, Ireneo declara:
“Así pues, algunos se dejan llevar (a error) por los discursos heréticos, y desconocen las economías de Dios y el misterio de la resurrección y del reino de los justos, que es el preludio de la incorruptibilidad (principium incorruptelae), mediante el cual reino, los que fueren dignos, se habitúan paulatinamente a aprehender a Dios (paulatim assuescunt capere Deum)” (Ireneo, Adversus Haereses, V,32,1).
De acuerdo con Ireneo, el hombre debe habituarse paulatinamente a «aprehender» a Dios. Este paulatino acostumbramiento requiere de tal manera un tiempo y etapas sucesivas que, incluso después de resucitados, los hombres habrán de contar todavía con un tiempo para prepararse a la visión definitiva del Padre. Ireneo describe el Milenio como un «preludio de la incorruptibilidad» y declara:
“Es preciso declarar acerca de estas cosas que, en esta creación renovada, los justos resucitados ante la aparición del Señor, en primer lugar han de recibir en cumplimiento la herencia prometida por Dios a los patriarcas y han de reinar en ella; y solo después ha de tener lugar el Juicio de todos. Justo es, efectivamente, que en la creación misma en que trabajaron o fueron afligidos reciban los frutos del sufrimiento; y en la misma creación en que padecieron la muerte a causa del amor de Dios, en esa misma sean también vivificados. Es necesario, por lo tanto, que la propia creación, restituida a su régimen primero (redintegratam ad pristinum), sin obstáculos sirva a los justos” (Ireneo, Adversus Haereses,V,32,1).

Según Ireneo, en el Milenio la creación entera será renovada y allí resucitarán solo los justos, los cuales comenzarán a reinar en esta nueva creación. Allí recibirán también el premio por sus sufrimientos y una vida acorde con esa renovación. El motivo de este estado paradisíaco es la fidelidad de Dios, pues Él había prometido a los patriarcas una herencia, la cual recibieron en su vida, ni la pueden recibir en condición de espíritus separados de sus cuerpos, han de recibirla entonces en una creación renovada. Lo confirma Ireneo, a continuación, citando las promesas hechas a Abrahán (Gén 13, 14-15.17; 15,18) no cumplidas en su vida (Ireneo, Adversus Haereses, V,32,2). Se quiere destacar con esto que tanto la creación como el hombre completo pueden y deben recibir una vida renovada para recrear el estado primitivo de sometimiento de la tierra al hombre. Para Ireneo, restituir la creación a su estado «prístino» manifiesta la bondad fundamental de la materia, como que había sido creada por las manos del Padre y en contradicción con la doctrina gnóstica (Ireneo, Adversus Haereses, IV, 20,1). Esto del cumplimiento de las promesas lo ratifica un poco más adelante, luego de aducir algunos pasajes bíblicos (entre otros Rom 8, 19-21; Gal 3, 6-9; Mt 5, 5) que apoyan su reflexión:
“Por eso, llegando (Jesús) a la pasión, para anunciar a Abrahán y a sus acompañantes la buena noticia de la apertura de la herencia, habiendo dado gracias sobre el cáliz, bebió de él y se lo dio a los discípulos diciéndoles: “Os digo: desde ahora no beberé del fruto de esta vid hasta el día aquel en que lo beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre” (Mt 26, 29). Renovará, en efecto, él mismo la herencia de la tierra y restituirá el misterio de la gloria de los hijos. Prometió beber del fruto de la vid junto con sus discípulos, dando a entender ambas cosas: tanto la herencia de la tierra en la cual se bebe el nuevo fruto de la vid, como la resurrección carnal (carnalem resurrectionem) de sus discípulos. Porque la carne que resurge nueva, esta misma es la que gusta también el nuevo cáliz (Ireneo, Adversus Haereses, V,33,1).

Basado en la promesa de la última cena (Mt 26, 27-29) Ireneo confirma ahora con más claridad el objeto de este tiempo intermedio entre la segunda venida y el juicio final: reforzar la realidad de la resurrección de la carne con la experiencia de un tiempo de vida en esta misma creación ahora renovada, pero en absoluto cambiada en sus elementos constitutivos esenciales. Tan importante le parece este aspecto casi «materialista» del reino de los justos que lo continúa explicando ahora basado en la tradición que recibió, tanto de los presbíteros de Asia que vieron a Juan, como del mismo Papías. Ireneo afirmó:
“Los presbíteros, que vieron a Juan el discípulo del Señor, recuerdan haberle oído cómo, acerca de aquellos tiempos, enseñaba el Señor y decía: «vendrán días en los cuales nacerán viñas: cada una tendrá diez mil cepas, y cada cepa tendrá diez mil sarmientos, y cada sarmiento tendrá diez mil racimos, y cada racimo tendrá diez mil granos, y cada grano exprimido dará veinticinco metretas de vino. Igualmente, también el grano de trigo producirá diez mil espigas. Los restantes frutos, semillas y hierbas seguirán esta misma proporción. Y todos los animales, usando esos alimentos tomados de la tierra, se harán pacíficos y vivirán en armonía unos con otros, sujetos en todo a los hombres» (Ireneo, Adversus Haereses, V,33,3).
Para comprender el sentido de esta cita es importante notar que Ireneo la reporta como palabras del mismo Señor que confirman las profecías de Isaías 11:6-9. Ireneo continúa su descripción con un texto que es de mucho significado:
“Pero si algunos intentan alegorizar (temptaverint allegorizare) tales cosas (los pasajes relacionados con el Milenio), no podrán llegar a un acuerdo entre sí sobre todas las cosas, y la letra misma les convencerá del error suyo. En efecto, todas estas cosas fueron dichas sin ninguna duda con respecto a la resurrección de los justos, que será después del advenimiento del Anticristo y de la perdición de todas las naciones sujetas a él. En la cual resurrección reinarán los justos en la tierra, creciendo por la visión del Señor (crescentes ex visione Domini). Y por su medio, se acostumbrarán a aprehender la gloria de Dios Padre (et per ipsum assuescent capere gloriam Dei Patris), y viviendo con los santos ángeles, aprehenderán en el reino la comunión y unidad de los seres espirituales.” (Ireneo, Adversus Haereses, V,35,1).

Nótese que el pasaje comienza rebatiendo toda posible interpretación alegórica de los pasos bíblicos que ha utilizado, particularmente los textos proféticos. Esto con una clara intención anti gnóstica (y de paso anti amilenialista). En efecto, la interpretación literal de la Escritura es uno de los caminos que privilegia Ireneo en su lucha contra sus tradicionales adversarios (los gnósticos). Luego resume lo que ha dicho en los capítulos anteriores: La resurrección de los justos tendrá lugar a la venida de Cristo, el Anticristo será condenado y lanzado al lago de fuego. Junto a él irán todos los que lo siguieron, es decir, todos los impíos que no creyeron en Cristo (Ireneo, Adversus Haereses, V,28,2). De modo que una vez que haya llegado a su culminación la maldad del Anticristo «vendrá de los cielos el Señor, entre nubes, en la gloria del Padre, para arrojarle a él y a sus seguidores al lago de fuego e implantar para los justos los tiempos del reino» (Ireneo, Adversus Haereses, V,30,4).
Según Ireneo, el Milenio sería habitado por 3 clases de seres humanos: (1) Los justos en cuerpos glorificados; (2) los que quedaren del antiguo Israel, y que estén vivos a su llegada. Estos pasarán inmediatamente a la alegría del reino. Allí se unirán en matrimonio a una tercera categoría de hombres (3) los gentiles que Dios se había preparado para sí (también sobrevivientes a la llegada del reino). Todo esto, a fin de multiplicar los hijos de Abraham por la fe (judíos y gentiles) dentro del reino de los justos y al servicio de ellos en la Nueva Jerusalén. Ireneo continúa:
“Pero todas estas cosas no pueden ser entendidas como referidas a las regiones supracelestes, sino como (referidas) a la tierra renovada por Cristo en los tiempos del reino y a la Jerusalén reconstruida según el modelo de la Jerusalén de lo alto.” (Ireneo, Adversus Haereses, V,35,2).
Este es el final del relato de Ireneo sobre el reino de los justos. Muestra una vez más su intención anti gnóstica, esto es, aclara que lo dicho por la Escritura se cumplirá en la tierra, aunque está en una condición ya renovada. Pero agrega que en el centro del reino estará Jerusalén reconstruida. Esto manifiesta con fuerza el carácter transitorio del reino de los justos sobre la tierra. Y para Ireneo, eso significa que este tiempo es solo un peldaño que conduce todavía más allá. Para Ireneo, el Milenio tiene como finalidad el cumplimiento de lo prometido por el Señor a los patriarcas, como también es un volver a la condición adámica previa al pecado (Ireneo, Adversus Haereses, V,34,2).

Ireneo creía firmemente en una milenio formado por mil años literales, no simbólicos. Justamente, Ireneo afirma: «Según los días en que fue hecho el mundo, serán los milenios que tarde en ser consumado… como en seis días se consumó lo creado, es claro que su consumación será el año seis mil» (Ireneo, Adversus Haereses,V,28,3).
Y luego afirma: «De acuerdo con la Escritura del Génesis, la consumación de este siglo será el día sexto, esto es, el sexto milenio de años; y después (viene) el séptimo, el día de descanso… esto es, el séptimo milenio de años del reino de los justos, en el cual (los justos) se disponían para la incorruptibilidad (praemeditabuntur incorruptelam), después que hubiere sido renovada la creación para quienes fueron conservados a tal fin (de prepararse para la incorruptibilidad)» (Ireneo, Adversus Haereses, V,36,3).
No quedan dudas entonces que Ireneo plantea el reino de los justos con una duración de mil años. La cronología hebdomadaria la toma de Génesis 2:1-2; la aplicación a los milenios la descubre en 2 Pedro 3,8 y Salmo 90,4; el descanso del hombre en este reino lo encuentra en Salmo 132:14; 118:20 y en Mateo 26:29; y la doble resurrección la deduce de Juan 5:25, 5:28-29, interpretándolo como una alusión a dos resurrecciones distintas separadas en el tiempo. En ese sentido Ireneo era sin duda un «premilenarista».

El Milenio es, sin embargo, solo un interregno para Ireneo, ya que luego de los mil años hay todavía más:
“Juan la vio (a la Jerusalén celestial) en el Apocalipsis descendiendo sobre la tierra nueva. En efecto, después de los tiempos del reino –dice– «vi un gran trono blanco» (Ap. 20, 11). Y expone las cosas que pertenecen ya a la resurrección general y al juicio. Y cuando hayan pasado estos (el cielo y la tierra con la figura de este mundo), dice Juan, el discípulo del Señor, que sobre la tierra nueva descenderá la Jerusalén de lo alto, como una esposa adornada para su marido; y esta es la tienda de Dios en la que habitará Dios con los hombres. Imagen de esta Jerusalén era la Jerusalén de la tierra precedente, en la cual los justos se disponían para la incorruptibilidad y se preparaban para la salud; y también Moisés recibió en el monte la figura (typus) de esta tienda. Y nada de esto se puede alegorizar porque como es verdaderamente Dios el que resucita al hombre, así también el hombre resurge verdaderamente de entre los muertos y no alegóricamente, como lo hemos demostrado por tantos medios. Y así como verdaderamente resurge, así también se dispondrá para la incorruptibilidad y crecerá y se vigorizará en los tiempos del reino, para hacerse capaz de la gloria del Padre (ut fiat capax gloriae Patris). Después, cuando todo haya sido renovado, habitará verdaderamente en la ciudad de Dios.” (Ireneo, Adversus Haereses, V,35,2).
Una vez acabado el milenio viene el juicio final de condenación para todos los impíos. Ireneo lo afirma explícitamente en Adversus Haereses, V,36,3 recordando que «Juan vio atentamente por adelantado la primera resurrección de los justos (Ap. 20:5-6)». Esta es la que abría el reino de los justos o milenio. Y poco más adelante cita a Juan 5:25, 28 dándole un sentido temporal ya que «Juan dice que primero resucitarán los que obraron bien, los cuales van al descanso y después resucitarán los que irán a juicio». Esta resurrección para el juicio (Juan 5:29) es la segunda resurrección o resurrección de los impíos, cuyo objeto es su muerte y condenación definitiva, posterior al milenio (Ap. 20:6,14; 21:8).
Según Ireneo, luego de este juicio, el reino del Hijo dará paso al reino del Padre, o lo que es lo mismo, al paso de lo transitorio a lo definitivo. Un cielo y una tierra nuevos se hacen presentes. En este momento es cuando desciende desde lo alto la Jerusalén celeste, es decir, «el lugar» donde habitará Dios con los hombres. Se juntan entonces dos esquemas –uno horizontal (mundo transitorio-mundo definitivo) y otro vertical (descenso de la morada de Dios hacia nosotros)– para indicar una misma realidad: la llegada de la plena y definitiva comunión con Dios. Y todo lo anterior –incluido el milenio– era solo preparación para este momento culminante de toda la historia humana.

Ireneo termina el texto repitiendo una verdad que le es muy preciada y que ha guiado toda su reflexión: Nada de esto que ha dicho es alegorizable. Así pues, la descripción del Milenio según Ireneo puede estructurarse en las siguientes etapas:
- Venida del Anticristo y exasperación del mal sobre la tierra.
- Llegada del Señor y expulsión del Anticristo y sus seguidores.
- Resurrección de los justos y comienzo del reino milenario.
- Reinado de los justos, en donde finalizan su preparación para la incorruptibilidad y visión del Padre.
- Resurrección para el juicio de los impíos y su consiguiente condenación definitiva.
- Descenso de la Jerusalén celeste y transformación definitiva de este mundo.
- Plenamente glorificado, el hombre se adentra en la habitación de Dios para gozar eternamente de la visión del Padre
Así, con los casos de Papías e Ireneo tenemos a dos personas que tenían una relación histórica con Juan el Apóstol quien afirmó el premilenarismo. ¿Es posible que estos dos hombres estuvieran simplemente equivocados sobre el milenio? ¿Mal interpretaron a Juan? No es probable. Es más probable que afirmaran el premilenarismo porque Juan mismo enseñó este punto de vista.
Otro factor histórico que debemos tener en cuenta es que los de la proximidad geográfica a Juan también creían en el premilenarismo. Juan vivió sus últimos años en Éfeso en Asia Menor. El libro de Apocalipsis también fue escrito a las siete iglesias en Asia Menor. El hecho de que los puntos de vista premilenial estuvieran extendidos en esa región es, por lo tanto, significativo. Es por esa razón que eruditos de peso se refieren al premilenarismo de Asia Menor en el siglo II como “Milenarismo Asiático.” Asimismo, señala que “la autoridad decisiva del milenarismo asiático es Juan, de quien los ancianos afirmaron haber obtenido su información. Por otra parte, Juan, de nuevo declarado por Papías, atribuyó el origen del milenarismo a Cristo.” [Erdman, 111]. De este modo, la evidencia indica que los cristianos de Asia Menor, sostenían el premilenarismo. Papías e Ireneo no son únicos en este sentido. Otros defensores del premilenialismo asiático incluyen a Tertuliano, Commodiano, y Lactantio. De hecho, la penetración del premilenarismo en la iglesia primitiva, en general, fue tan grande que, tal como lo declaró cierto erudito:
«El punto más llamativo en la escatología de la etapa ante-Nicena es el destacado quiliasmo, o milenarismo, que es la creencia de un reinado visible de Cristo en la gloria en la tierra con los santos resucitados durante mil años, antes de la resurrección y el juicio. Es de hecho, no la doctrina de la Iglesia plasmada en cualquier credo o forma de devoción, sino una amplia corriente de opinión de distinguidos maestros, como Bernabé, Papías, Justino, Ireneo, Tertuliano, Metodio, y Lactantius» [Philip Schaff, Historia de la Iglesia Cristiana (Grand Rapids. Eerdmans, 1973), 2:614].

Si el premilenarismo fue la opinión de Juan el Apóstol parece natural pensar que los que le conocieron o tuvieron una relación estrecha con él también sostuvieran el premilenarismo. Y, si Juan el Apóstol vivió en Asia Menor, parece probable que los cristianos cerca de su área de influencia también tuvieran puntos de vista similares a Juan sobre el milenio. Cuando se consideran tales factores, el testimonio de la historia de la iglesia proporciona un fuerte apoyo para la posición premilenial. Por otro lado, para que el amilenarismo o cualquier otra corriente opuesta al premilenarismo fuesen correctos, tendríamos que creer que aquellos que tenían estrechas relaciones con Juan, ya sea personalmente o en situación geográfica, estaban equivocados en sus puntos de vista acerca del milenio. Esto, sin embargo, es muy improbable. Así pues, las afirmaciones doctrinales de los primeros cristianos (los cuales convivieron con los apóstoles o incluso fueron discípulos del autor del Apocalipsis) tienen mayor peso que cualquier credo o forma de devoción ideada en siglos posteriores. Y aunque entendemos que el argumento para una perspectiva particular del milenio no descansa únicamente en lo que algunos cristianos en la Iglesia primitiva creían, y que es la Escritura y no la historia de la Iglesia la que determina la exactitud de una perspectiva teológica, aun así nos parece que el argumento histórico se encuentra del lado del premilenarismo puesto que personas cercanas a Juan sostenían la perspectiva premilenial y el premilenarismo fue la perspectiva de la inmensa mayoría de aquellos en Asia Menor y de la iglesia en su conjunto del segundo siglo.
Una última observación sobre este asunto: Al estudiar la forma en que consideraban el milenio personajes como Papías, Justino Mártir, Policarpo, el insigne Ireneo de Lyon y otros escritores de los primeros siglos del cristianismo, notaremos también que, aunque tienen como punto de partida el libro de Apocalipsis, los primeros cristianos emplearon no sólo dicho libro, sino también declaraciones milenaristas que se encuentran en los escritos de Pedro y de Pablo, así como en el Padrenuestro: «Venga Tu Reino», esto es, a la Tierra, para que aquí se haga Su voluntad, como se hace en el cielo (Mateo 6). Así pues, concluimos que la Biblia y la patrística corroboran ampliamente la postura premilenarista.
