Amileniarismo, ESCATOLOGÍA, Premilenarismo Histórico

Respondiendo al Amilenialismo: ¿Es el Milenio una demora innecesaria del estado eterno? (V)

Por Fernando E. Alvarado

A menudo los amilenialistas argumentan que no parece existir un propósito convincente para un milenio literal como es sostenido por el premilenialismo. Ellos argumentan que, una vez que la era de la iglesia haya terminado y Cristo haya regresado, ya no existe razón para demorar el comienzo del estado de eternidad. Así pues, los amilenaristas rechazan la idea de un milenio literal por considerarlo una demora innecesaria del estado eterno.

¿ES EL MILENIO UNA DEMORA INNECESARIA DEL ESTADO ETERNO?

Ciertamente Dios no hace cosas sin sentido. Ninguna de sus obras carece de propósito y el Milenio no es la excepción. Él tiene varios propósitos en mente para un futuro milenio, todos los cuales pueden no estar claros ahora para nosotros, pero aun así son ciertos y necesarios. Puede que los amilenialistas no hayan llegado a descubrirlos, pero eso no significa que no estén ahí. Muchos argumentan que un milenio literal no puede ser posible porque simplemente demoraría la entrada al estado eterno, y esto no parece lógico. Si Cristo ya está sobre la Tierra. entonces ¿Por qué demorar la entrada del pueblo de Dios al estado eterno? ¡Sería una insensatez! Diría el amilenialista. Sin embargo, eso es lo que Dios ha decretado y es lo que claramente enseña la Biblia, y debemos recordar que, independientemente de nuestra opinión o preferencia, “lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres” (1 Corintios 1:25)

La necesidad de un milenio literal se hace evidente si tomamos en cuenta que un milenio literal, tal como es propuesto en el premilenarismo histórico, mostraría ciertamente la realización de los buenos propósitos de Dios en las estructuras de la sociedad, especialmente las estructuras de la familia y el gobierno civil. Ante la presencia real y física de Cristo sobre la Tierra, la verdad del Evangelio será incuestionable. Esto provocará una conversión masiva de la humanidad al Evangelio (algunos sinceramente y por convicción genuina, otros, por temor al castigo). La labor sacerdotal de los creyentes cobrará entonces un nuevo significado, pues Cristo “nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra” (Apocalipsis 5:10). Los creyentes resucitados, junto a aquellos que fueron arrebatados a la venida de Cristo, morarán sobre la Tierra en cuerpos glorificados y oficiarán en beneficio de las naciones.

La obra misionera y evangelística será una de las grandes obras que se llevarán a cabo durante el Milenio. Seres gloriosos morarán sobre la Tierra junto a humanos mortales, predicándoles el Evangelio y enseñando las verdades del Reino con gran poder a todo el mundo. Ellos ejercerán su ministerio a través de señales y prodigios, pues si el estableciendo del Reino en los días de Cristo fue con gloria (Mateo 4:23; 10:7-8), la consumación lo será aún más (Romanos 8:19-23). La enfermedad y el dolor cederán ante el poder sanador que fluirá de Cristo hacia las naciones bajo el ministerio de los creyentes glorificados (Ezequiel 47:1-12). Seremos sacerdotes a las naciones. Finalmente “todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová” (Jeremías 31:34).

El Señor será el Rey de toda la tierra, y todo el género humano estará literalmente bajo Su soberanía, y toda nación debajo de los cielos tendrá que reconocer Su autoridad y humillarse ante Su cetro. Los que le sirvan con rectitud tendrán la bendición de Dios y gozarán de paz, prosperidad y salvación; y las demás personas, que no rindan obediencia completa a Sus leyes, ni deseen someterse al Evangelio tendrán, no obstante, que rendir absoluta obediencia a Su gobierno. Porque será el reino de Dios sobre la tierra, y Él hará valer Sus leyes, y requerirá esa obediencia a las naciones del mundo, lo cual es legítimamente Su derecho (Apocalipsis 2:27). Las naciones rebeldes no gozarán de la plenitud de las bendiciones del Señor y Su Reino (Zacarías 14:17-19).

Pero Cristo no reinará solo. Él gobernará juntamente con Su pueblo. La función gobernante de los creyentes glorificados será entonces ejercida, pues no solo fueron llamados a ser sacerdotes, sino también reyes y gobernantes ante las naciones. La Tierra entera será una teocracia, con Dios a la cabeza a través de Cristo, el rey mesiánico, y sus escogidos como sus representantes en cada región del mundo (Apocalipsis 2:26). Cada creyente glorificado recibirá dominio sobre las naciones, tal como fue enseñado en la parábola de las minas, la cual es en sí misma una clara descripción de lo que pasará a la venida de Cristo y el papel gobernante de los santos en el Milenio:

“Oyendo ellos estas cosas, prosiguió Jesús y dijo una parábola, por cuanto estaba cerca de Jerusalén, y ellos pensaban que el reino de Dios se manifestaría inmediatamente [Aquí pareciera que Jesús se dirige a los amilenialistas, los cuales creen que el Reino comenzó durante la vida de los apóstoles, es decir, inmediatamente]. Dijo, pues: Un hombre noble se fue a un país lejano, para recibir un reino y volver. Y llamando a diez siervos suyos, les dio diez minas, y les dijo: Negociad entre tanto que vengo. Pero sus conciudadanos le aborrecían, y enviaron tras él una embajada, diciendo: No queremos que éste reine sobre nosotros. Aconteció que vuelto él, después de recibir el reino, mandó llamar ante él a aquellos siervos a los cuales había dado el dinero, para saber lo que había negociado cada uno. Vino el primero, diciendo: Señor, tu mina ha ganado diez minas. Él le dijo: Está bien, buen siervo; por cuanto en lo poco has sido fiel, tendrás autoridad sobre diez ciudades. Vino otro, diciendo: Señor, tu mina ha producido cinco minas. Y también a éste dijo: Tú también sé sobre cinco ciudades. Vino otro, diciendo: Señor, aquí está tu mina, la cual he tenido guardada en un pañuelo; porque tuve miedo de ti, por cuanto eres hombre severo, que tomas lo que no pusiste, y siegas lo que no sembraste. Entonces él le dijo: Mal siervo, por tu propia boca te juzgo. Sabías que yo era hombre severo, que tomo lo que no puse, y que siego lo que no sembré; ¿por qué, pues, no pusiste mi dinero en el banco, para que al volver yo, lo hubiera recibido con los intereses? Y dijo a los que estaban presentes: Quitadle la mina, y dadla al que tiene las diez minas. Ellos le dijeron: Señor, tiene diez minas. Pues yo os digo que a todo el que tiene, se le dará; mas al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Y también a aquellos mis enemigos que no querían que yo reinase sobre ellos, traedlos acá, y decapitadlos delante de mí.” (Lucas 19:11-27)

¿Cuál será el resultado de un gobierno de este tipo? ¿Qué clase de gobierno será aquel en el cual gobiernen seres perfectos, santos, justos y glorificados? Ciertamente, un gobierno perfecto. La corrupción en los gobiernos será eliminada, pues seres santos estarán al frente de las naciones. Tampoco habrá guerras, la gente vivirá junta en paz y armonía y todo lo que se había utilizado con fines bélicos se utilizará para fines benéficos: “y forjarán sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación ni se adiestrarán más para la guerra” (Isaías 2:4). Puesto que Satanás será atado, no tendrá poder para tentar a los que vivan en la tierra en ese entonces, lo cual reducirá el problema del mal a su mínima expresión en un mundo aun caído.

Bajo el reino teocrático, el Evangelio influenciará todos los aspectos del mundo con los principios cristianos: la educación, la familia, la política, la economía, cada área de la vida “secular” será impactada por la Palabra de Dios e irá encaminada a honrar a Dios, promover la verdad y la misericordia y aplicar los principios bíblicos a los asuntos de la vida diaria. Todo esfuerzo humano (arte, ciencia, tecnología, etc.), sea de apariencia sacra o secular, llegará a ser parte de la construcción del Reino de Dios (1 Corintios 15:24-28; Apocalipsis 11:15; Habacuc 2:14).

¿Acaso no necesitamos un gobierno así sobre la Tierra? Durante la era de la iglesia, los buenos propósitos de Dios, los efectos salvíficos y benéficos del Evangelio, se ven principalmente en las vidas individuales y las bendiciones que reciben todos los que creen en Cristo. En cierta medida ahora (y en mayor medida en tiempos en que el Señor ha orquestado grandes avivamientos de impacto global) esto afecta al gobierno civil y las instituciones educacionales y corporativas, y en mayor medida afecta a la familia. Pero en ninguna de estas estructuras se manifiestan los buenos propósitos de Dios en la extensión que podrían manifestarse, lo que muestra la gran sabiduría y benevolencia de Dios no solo en sus planes para los individuos sino también para las estructuras sociales. En el milenio todas estas estructuras sociales comunicarán la belleza de la sabiduría de Dios para su gloria. ¿Por qué entonces calificar el Milenio como un “retraso innecesario” dentro de los planes de Dios? ¿Acaso las naciones no han clamado por milenios, por un gobierno justo y perfecto? Eso es lo que tendrán durante el Milenio, y lo tendrán de la mano de Jesucristo, el único autorizado por Dios para ejercer un reino teocrático sobre la Tierra (Salmo 2:6-11).

EL MILENIO REIVINDICA EL CARÁCTER Y LA SOBERANÍA DE DIOS

Pero el Reino Milenial no solo cumplirá los anhelos de la humanidad por un gobierno justo. Su principal objetivo es dar gloria a Dios y mostrar la perfección de su voluntad y su irrefutable derecho a gobernar sobre todas sus criaturas (humanas y angélicas). El milenio también vindicará aún más la justicia de Dios y su legítimo derecho a destruir y condenar a los pecadores.

En el premilenarismo histórico, el propósito final del milenio es la vindicación de la soberanía de Dios. ¿En qué forma logra esto el Milenio? Desde su rebelión en los cielos Satanás ha puesto en duda que Dios tenga el derecho a gobernar. En el Edén, Satanás afirmó que la gobernación de Dios sobre sus criaturas es corrupta, que no quiere lo mejor para nosotros y que las huestes celestiales y los seres humanos serían mucho más felices si se gobernaran a sí mismos (Gén. 3:1-5). Satanás también ha difamado el carácter e integridad de las criaturas que se mantienen fieles a Dios, dando a entender que ningún ser (humano o angelical) es leal a Dios de corazón, que todos rechazarían su soberanía si les fuese posible y se les presionase lo suficiente (Job 2:4, 5). Por eso, Dios, en su sabia y soberana voluntad, no destruyó a Satanás y a los ángeles que le siguieron de inmediato tras su rebelión, ni condenó a muerte inmediata a Adán y a Eva tras la Caída. Dios permitió que el mundo siguiera su curso, aún en su estado caído, dejando pasar el tiempo y tolerando con paciencia la perversión del mundo perfecto que había creado, todo a fin de que cierta verdad quede bien clara en la mente de sus criaturas: rechazar el gobierno, la soberanía y la voluntad perfecta de Dios tiene consecuencias terribles para sus criaturas.

¿Cómo logrará Dios esto? Ciertamente Dios pudo haber frenado de inmediato el problema del mal. Pero no lo hizo. Nos preguntamos: ¿Por qué decidió Dios no resolver esta cuestión de inmediato? La respuesta la encontramos en el relato de la creación y caída del hombre. Cuando Adán y Eva desobedecieron a su Hacedor al comer del árbol prohibido, esto los hizo merecedores de la pena de muerte, tal y como él había decretado. Sin embargo, en Génesis 3:1-5 vemos a Satanás difamar el carácter de Dios al declarar que el Creador había ocultado del hombre y su mujer un conocimiento superior que podría hacerlos igual a Él, y que de hecho les había mentido. El Diablo tuvo cuidado y no cuestionó que la soberanía de Dios fuera real, sino que fuera legítima, justa y merecida. Es decir, sostuvo que no la ejercía con equidad ni buscando los mejores intereses de sus súbditos. Dios fue difamado. Y el Diablo pretendió mostrarlo como un tirano egoísta y cruel.

La mentira del Diablo suscitó preguntas trascendentales: ¿de verdad tiene Dios el derecho de regir al hombre, o debería este gobernarse por sí mismo?, ¿ejerce Dios su soberanía de la mejor manera posible? Al ser todopoderoso, pudo haber destruido en el acto a los rebeldes. Pero aquellas cuestiones no aludían a su poder, sino a su gobierno. Por lo tanto, la eliminación de Adán, Eva y Satanás no demostraría la justicia de dicho gobierno, sino que, por el contrario, la pondría aún más en duda. El único modo de determinar si los seres humanos eran capaces de gobernarse bien por sí mismos, con independencia del Creador, era permitir el paso del tiempo. Así pues, en su infinita sabiduría, y buscando cumplir un propósito mayor, Dios decidió darle tiempo a Satanás para que probara si sus afirmaciones son ciertas o no. Y este asunto es más grande que nosotros y trasciende la esfera terrenal. Tiene que ver tanto con los ángeles como con los seres humanos (Salmo 83:18), pues ambas creaciones, celestiales y humanas, cuestionaron en un tiempo su derecho a gobernar (Job 4:18; Apocalipsis 12:4-9). El desarrolla de la historia de este mundo reivindicaría el carácter y autoridad de Dios, o probaría ciertas las afirmaciones de Satanás. La historia de nuestro planeta y sus habitantes se volvería crucial en el desarrollo de los propósitos de Dios.

¿Qué ha revelado la historia? A lo largo de milenios, la humanidad ha probado múltiples tipos de gobierno, como la autocracia, la democracia, el socialismo y el comunismo. Todos ellos quedan abarcados en esta franca afirmación de las Escrituras: “Todo esto he visto, y he puesto mi corazón en todo lo que debajo del sol se hace; hay tiempo en que el hombre se enseñorea del hombre para mal suyo.” (Eclesiastés 8:9). Con razón dijo el profeta Jeremías: “Conozco, oh, Jehová, que el hombre no es señor de su camino, ni del hombre que camina es el ordenar sus pasos.” (Jeremías 10:23).

Desde el principio, Dios era consciente de que la independencia, o autogobierno, del hombre acarrearía muchos sufrimientos. ¿Fue injusto, por lo tanto, al dejar que siguiera su curso lo inevitable? De ninguna manera. Dios sabía, e incluso lo profetizó, que tolerar el gobierno humano conllevaría dolores y sufrimientos (Génesis 3:16-19). Pero también sabía que la única solución duradera y significativa implicaba permitir que toda la humanidad viera los malos frutos de la rebelión. De esta forma se zanjaría la cuestión definitivamente, por toda la eternidad.

En la interpretación premilenarista clásica (la cual fue sostenido por personajes como Ireneo y Justino Mártir, entre otros) existe una relación entre el milenio del Apocalipsis y los siete días de la Creación. Ya que según el Salmo 89:2 mil años son como un solo día delante del Señor, se legitima la interpretación de los siete días del Génesis como correspondientes a siete mil años previstos como tiempo de toda la historia. Y en esta interpretación resulta también perfecta la correspondencia entre el séptimo día que el Génesis consagra al descanso de Dios, y el reino de los justos en que cesará todo problema, toda lucha por la sobrevivencia y por lo tanto todo trabajo del hombre. Dicho de otra manera, durante seis días (milenios) Dios le concedió al hombre vivir bajo sus propios términos y llevar las consecuencias. Durante los últimos seis mil años, el hombre y Satanás convirtieron el mundo perfecto de Dios en un nuevo caos en el cual el pecado, la rebelión, y las consecuencias de estos marcarán cada segundo de la historia humana.  

Pero en el Milenio, considerado el sábado de los tiempos, Dios dará vuelta a la historia y recuperará lo que por derecho le pertenece, reivindicando a través de Cristo su derecho a gobernar sobre todo lo creado (Colosenses 2:8-15). Este milenio será un milenio sabático, un tiempo de descanso para una tierra abrumada por el pecado y la maldad. Un tiempo de restauración: “Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio, y él envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado; a quien de cierto es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo” (Hechos 2:19-21).

La Tierra será restaurada y recibirá su gloria paradisíaca (Romanos 8:19-23). Ahí la humanidad, luego de 6 milenios de dominio humano e influencia satánica sobre la Tierra (Lucas 4:6; 1 Juan 5:19), probará en carne propia lo que Adán y Eva perdieron en el Edén: La presencia directa de Dios (en la persona de Jesucristo) y los beneficios de un gobierno perfecto en manos del rey mesiánico, el segundo Adán que introducirá a la humanidad a un Nuevo Paraíso (Romanos 5:12-21; 1 Corintios 15:20-28, 15:45-46; Apocalipsis 2:7). Al presenciar los beneficios del Reino y la perfección del gobierno divino, los seres humanos por fin entenderán que el Reino de Dios es la única opción ante el mal. El derecho de Dios a gobernar sobre sus criaturas estará reivindicado y entonces, y sólo entonces, se podrá dar paso al estado eterno, en el cual ninguna nueva rebelión será tolerada por Dios ni deseada por ninguna de sus criaturas (Romanos 14:11, Filipenses 2:10-11). Nunca más, en la eternidad, Dios tolerará que su autoridad sea cuestionada. ¿Puede verse entonces por qué el Milenio no es solo una “innecesaria demora” en el plan de Dios, sino un asunto de vital importancia?  

Pero el asunto no termina ahí. El hecho de que algunos se mantengan en el pecado y la incredulidad durante el Milenio mostrará que el pecado-la rebelión contra Dios no se debe a una sociedad impía o a un mal ambiente. Se debe a la pecaminosidad de los corazones humanos. Con Satanás encadenado por mil años, el hecho de que el pecado pueda persistir también mostrará que la culpa final del pecado no la tiene la influencia demoníaca en la vida de las personas sino la enraizada pecaminosidad en los corazones de las personas. De esa manera la justicia de Dios será completamente vindicada en el día del juicio final. La humanidad entenderá que el juicio de Dios es justo, y que solo la condenación eterna de los rebeldes (sean ángeles o humanos) y su eterna exclusión del Nuevo Mundo de Dios (los cielos nuevos y la tierra nueva) garantizará la felicidad eterna en la nueva creación venidera. Así pues, el Milenio exalta la misericordia de Dios en salvar a los fieles (Apocalipsis 5), así como la justicia de Dios al condenar a los pecadores impenitentes (Apocalipsis 20:11-15).

UN MILENIO LITERAL ENCAJA CON EL PATRÓN DIVINO DE REVELACIÓN GRADUAL Y RESALTA LA SABIDURÍA DE DIOS

Dicho lo anterior, resulta evidente que un Milenio literal es necesario. Pero eso no es todo, la doctrina de un Milenio literal encaja perfectamente con el patrón divino de revelación gradual. En toda su amplitud la Biblia nos revela que es del agrado de Dios desplegar sus propósitos y revelar gradualmente más y más de su gloria con el tiempo. Desde el llamado de Abraham al nacimiento de Isaac, la jornada en Egipto y el éxodo, el establecimiento del pueblo en la tierra Prometida, el reino davídico, y la monarquía dividida, el exilio y el regreso con la reconstrucción del templo, la preservación de un remanente fiel, y por último la venida de Jesús en la carne, los propósitos de Dios se ven como cada vez más gloriosos y maravillosos.

Aun en la vida de Jesús la revelación progresiva de su gloria tomó treinta y tres años, y culminó en los últimos tres años de su vida. Entonces, en la muerte, resurrección y ascensión de Jesús al cielo, se completó el logro de nuestra redención. Incluso la diseminación de la iglesia a través de todas las naciones ha tomado casi dos mil años. Todo esto nos lleva a comprender que Dios no lleva a cabo todos sus buenos propósitos de una vez, sino los despliega gradualmente con el tiempo. Esto es así aun en la vida individual de los cristianos, quienes crecen diariamente en la gracia y en el compañerismo de Dios y en la semejanza de Cristo.

Por lo tanto, no debería sorprendernos que, antes del estado de eternidad, Dios haya instituido un paso final en el despliegue progresivo de la historia de la redención. El Milenio, entonces, es la escuela final de Dios para los hombres. Una etapa más en el plan de redención que serviría para aumentar Su gloria mientras los hombres y los ángeles observan con asombro las maravillas del plan y la sabiduría de Dios y proclaman:

“¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! !!Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio a él primero, para que le fuese recompensado? Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén.” (Romanos 11:33-36)

Así pues, y más allá de los argumentos arriba presentados (o analizados en artículos anteriores), la objeción principal al amilenarismo continúa siendo el hecho de que no puede proponer una verdadera explicación de Apocalipsis 20:17. Sólo el premilenarismo clásico, histórico y apostólico, es capaz de explicar consistentemente dicho pasaje.

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