Arminianismo Clásico, Salvación

Eternamente seguros

Por Fernando E. Alvarado

¿Vivimos entrando y saliendo continuamente de la gracia? La seguridad y la certeza de nuestra salvación ¿de quién depende? ¿Es tan fácil como dicen caer de la gracia? ¿Debemos ser perfectos para poder estar verdaderamente seguros de nuestra salvación eterna? ¡Miserables de nosotros si así fuera! Afortunadamente el mensaje del Evangelio es muy superior a las falsas ideas de los hombres, lo cual constituye  buenas noticias para seres imperfectos, caídos y depravados como nosotros.

REALIDADES DE LA VIDA EN UN MUNDO CAÍDO

La tentación y el pecado son realidades de la vida en un mundo caído. Aunque los creyentes confían fielmente en Cristo y lo siguen, no obstante, siguen sujetos a la fragilidad humana. Aunque se les han otorgado la justificación y la justicia ante Dios sobre la base de la justicia de Cristo, no alcanzan en este mundo una perfección carente de pecado. «Porque todos ofendemos muchas veces» (Santiago 3:2). «Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros (1 Juan 1:8).

Nuestra imperfección es evidente. Que pecamos a a diario es innegable. Si la salvación dependiera de nuestra propia perfección o habilidad para no pecar ¡Estaríamos perdidos! Nuestra misma salvación pendería de un hilo y la seguridad de la misma sería imposible. Sin certeza ni seguridad de la salvación la vida cristiana sería un verdadero fracaso. Esnpor eso que, como fieles creyentes en la Palabra, los arminianos declaramos enfáticamente que los hijos de Dios no nos hallamos en una especie de puerta giratoria, entrando en la gracia y saliendo de ella una y otra vez a causa de nuestras debilidades, fallas e imperfecciones. Esto es así porque nuestra salvación no depende de nuestros méritos, sino depende de aquel que aunque seamos «infieles, Él permanece fiel, pues no puede negarse a sí mismo» (2 Timoteo 2:13, LBLA)

SI ESTÁS UNIDO A CRISTO TU SALVACIÓN ES SEGURA

Unidos a Cristo nuestra salvación es firme, segura, inmutable e inalienable. ¡Estas son las buenas noticias del Evangelio! A los creyentes pues, nos toca mantener «firme la profesión de nuestra esperanza sin vacilar, porque fiel es el que prometió.» (Hebreos 10:23, LBLA). Estamos seguros en las manos de Dios. Pablo así lo afirma: «Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro» (Romanos 8:38–39).

Nuestra posición como creyentes en Cristo justificados siempre se debe a la fe. ¡Nunca se trató de nosotros, ni de nuestras buenas obras o santidad propia! Se trata de Cristo y de su justicia imputada a nosotros: «¿Qué diremos, entonces, que halló Abraham, nuestro padre según la carne? Porque si Abraham fue justificado por las obras, tiene de qué jactarse, pero no para con Dios. Porque ¿qué dice la Escritura? Y creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia. Ahora bien, al que trabaja, el salario no se le cuenta como favor, sino como deuda; mas al que no trabaja, pero cree en aquel que justifica al impío, su fe se le cuenta por justicia. Como también David habla de la bendición que viene sobre el hombre a quien Dios atribuye justicia aparte de las obras: Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades han sido perdonadas, y cuyos pecados han sido cubiertos. Bienaventurado el hombre cuyo pecado el Señor no tomará en cuenta.» (Romanos 4:1-9, LBLA).

Nuestras obras (del tipo que sean) no pueden ni quitarnos ni ganarnos la salvación porque, en primer lugar, la salvación nunca ha dependido de ellas. No pueden quitarnos lo que jamás nos dieron. El precioso regalo de la salvación nos vino por gracia, no por obras: «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.» (Efesios 2:9-9). Es la fe, ese precioso don de Dios, la que nos mantiene firmes en Cristo. Eternamente seguros. Sin fe en Cristo, por otro lado, ya no existe una relación salvadora con Él. Esta es la razón por la cual las Escrituras amonestan a los creyentes diciendo: «Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo» (Hebreos 3:12). Si perdemos la fe en Cristo, ¡Lo hemos perdido todo! Ya que «sin fe es imposible agradar a Dios» (Hebreos 11:6), pues «el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él.» (Juan 3:36)

SI LA SALVACIÓN NO ES POR OBRAS, ENTONCES ¿TENEMOS LICENCIA PARA PECAR?

¡En ninguna manera! Las Escrituras insisten en que se debe vivir la vida cristiana sobre una trayectoria positiva de transformación espiritual. Los creyentes han «nacido de nuevo» por el Espíritu de Dios (Juan 3:3–8); son “nuevas criaturas” para las cuales las cosas viejas han desaparecido y han llegado las nuevas (2 Corintios 5:17). Por esa razón, Juan asegura repetidamente en su epístola anterior: «Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado» (1 Juan 3:9). El mismo Espíritu Santo que les da convicción de pecado a los no creyentes (Juan 16:8) sigue convenciendo de pecado a los creyentes y guiándolos a la verdad (Juan 16:13). «Todo aquel que permanece en él no peca; todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido» (1 Juan 3:6).

Juan añade a esto otra nota aleccionadora: «El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio» (1 Juan 3:8). Los creyentes no pueden seguir pecando de la forma en que lo hacen los no creyentes. «¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde?», pregunta Pablo (Romanos 6:1). La respuesta es una enfática negación. La continuación en las prácticas de pecado afecta de manera adversa a la fe del creyente y, si no se arrepienten de ellas, terminarán destruyendo su fe.

Cuando los creyentes confiesan que han pecado y acuden a Cristo arrepentidos, lo hacen con la seguridad de que, como hijos de Dios, «abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo» (1 Juan 2:1). Además, «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad» (1 Juan 1:9). De esta manera los creyentes tienen seguridad de que Dios ha provisto lo necesario para fortalecerlos y perdonarlos mientras ellos luchan con las tentaciones y los pecados, sin tener necesidad alguna de dudar con respecto a su salvación, que se basa en la justicia de Cristo que ellos han aceptado por fe. Estamos seguros en las manos de Dios.

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