Por Fernando E. Alvarado
«Es mejor tratar de cruzar el Atlántico en un barco de papel que tratar de llegar al cielo por medio de buenas obras» (Charles Haddon Spurgeon)

Tras siglos de predicarse la gracia, aún hoy muchas iglesias continúan teniendo una teología basada en buenas obras, legalismo y tradiciones denominacionales sin la debida reflexión y contextualización. Elaborar catálogos de pecados y listas interminables de «ponte esto», » no uses aquello», sigue siendo la forma como intentamos mantener los creyentes dentro de ciertos límites y parámetros ¿Cúal es el resultado? Se producen cristianos presumidos y altaneros que basan su fe en creerse mejor que otros. En otras palabras, basan su salvación en lo bueno que ellos son (o piensan que son), haciendo de Cristo un mero «asesor» en el proceso de salvación. Cuando un pastor o líder se limita a enseñar normas y reglas, en vez de enseñar la Palabra de Vida, no está dándole a su congregación la oportunidad para un crecimiento en la Palabra de Dios que resulta en madurez en la fe. ¡No son tus reglas humanas las que cambian a la gente! ¡Es la Palabra de Dios y la presencia del Espíritu Santo en la vida del creyente!
EL EVANGELIO, ES MÁS QUE REGLAS, ES COMUNIÓN
El legalismo con su catálogo de reglas, normas y mandamientos de hombres, no ha cambiado nunca, ni podrá cambiar jamás, un corazón. Esto se debe a que vivir el Evangelio a la perfección no sólo es difícil, sino imposible (Santiago 2:10). Ciertamente, es más fácil cruzar el Océano Pacífico en un barco de papel que llegar al cielo a través de buenas obras (Gálatas 2:16). Lamentablemente, muchas iglesias continúan teniendo una teología basada en buenas obras, legalismo y tradiciones denominacionales sin la debida reflexión y contextualización.
Elaborar catálogos de pecados y listas interminables de «ponte esto», «no uses aquello», «no te maquilles» «no uses pantalones», «usa un velo» y muchas otras prohibiciones más, sigue siendo la forma como intentamos mantener a los creyentes dentro de ciertos límites y parámetros ¿Cúal es el resultado? Se producen cristianos presumidos y altaneros que basan su fe en creerse mejor que otros. En otras palabras, basan su salvación en lo bueno que ellos son (o piensan que son), haciendo de Cristo un mero «asesor» en el proceso de salvación. Pero buscar la justificación a través de las obras, el vestuario o la apariencia de piedad es igual a caer de la gracia (Gálatas 5:4).
Cuando un pastor o líder se limita a enseñar normas y reglas, en vez de enseñar la Palabra de Vida, no está dándole a su congregación la oportunidad para un crecimiento en la Palabra de Dios que resulta en madurez en la fe. ¡No son nuestras reglas humanas las que cambian a la gente! ¡Es la Palabra de Dios y la presencia del Espíritu Santo en la vida del creyente! El cristiano debe tener claro que preceptos tales como:
«No tomes en tus manos, no pruebes, no toques… basados en reglas y enseñanzas humanas, se refieren a cosas que van a desaparecer con el uso. Tienen sin duda apariencia de sabiduría, con su afectada piedad, falsa humildad y severo trato del cuerpo, pero de nada sirven frente a los apetitos de la naturaleza pecaminosa.» (Colosenses 2:20-23, NVI).

ROMPIENDO CADENAS DE LEGALISMO
Mi amado hermano en Cristo, no te ates a tí mismo ni ates a otros con la sofocante lista de mandatos humanos sin fundamento bíblico. Aprender a obedecer un catálogo de mandamientos humanos y seguir fielmente las costumbres piadosas, tradiciones, normas de vestuario y lenguaje religioso de una denominación no te hace cristiano. Simplemente aprendes a lucir como uno ¡Hasta los animales salvajes pueden ser amaestrados y enseñados para realizar trucos y comportarse de cierta forma ante sus amos! Más sin embargo, siguen siendo animales salvajes:
«¿Mudará el etíope su piel, y el leopardo sus manchas? Así también, ¿podréis vosotros hacer bien, estando habituados a hacer mal?» (Jeremías 13:23).

¡Lo que verdaderamente importa es si has nacido de nuevo! El verdadero cristiano no es aquel que sigue las reglas de su iglesia para cambiar de naturaleza, sino aquel cuya naturaleza transformada por el Espíritu Santo lo induce a dar fruto de buenas obras:
«No hay árbol bueno que pueda dar fruto malo, ni árbol malo que pueda dar fruto bueno. Cada árbol se conoce por su fruto: no se cosechan higos de los espinos, ni se recogen uvas de las zarzas. El hombre bueno dice cosas buenas porque el bien está en su corazón, y el hombre malo dice cosas malas porque el mal está en su corazón. Pues de lo que abunda en su corazón habla su boca.» (Lucas 6:43-45, DHH).

Si no hay un nuevo nacimiento ¡No hay obediencia que valga!
«¡Fariseo ciego! Limpia primero lo de dentro del vaso y del plato, para que también lo de fuera sea limpio. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia. Así también vosotros por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad.» (Mateo 23:26-28).
