Por Fernando E. Alvarado
Acordaos de la palabra que yo os dije: ‘Un siervo no es mayor que su señor.’ Si me persiguieron a mí, también os perseguirán a vosotros…»
JESUCRISTO [Véase: Juan 15:20]

INTRODUCCIÓN
En La Didajé (o Enseñanza de los Doce Apóstoles), probablemente el primer catecismo sistemático y pastoral que se conoce en la historia de la Iglesia cristiana, y que en opinión de los eruditos fue escrito hacia el año 70 d.C. (antes de Mateo y Lucas y, desde luego, antes que Juan) se afirma lo siguiente:
“Vigila por el bien de tu vida. No dejes que tu lámpara se apague, ni tus lomos se suelten; pero prepárate, porque no sabes la hora en que nuestro Señor viene… Porque todo el tiempo de tu fe no te beneficiará, si no eres perfeccionado en el último tiempo… entonces aparecerá el engañador mundial como el Hijo de Dios, y harás señales y maravillas… Entonces la creación de los hombres entrará en el fuego de la prueba…“[1]
Hipólito (n. 170 – m. 236 d.C.) en su Tratado sobre Cristo y el Anticristo, escribió:
“Ahora con respecto a la tribulación de la persecución que caerá sobre la Iglesia por parte del adversario… Eso se refiere a los mil doscientos sesenta días (la mitad de la semana) durante el cual el tirano debe reinar y perseguir a la Iglesia.“[2]

La idea de que la iglesia podría sufrir serias persecuciones y martirios en el futuro previo a la Segunda Venida de Cristo no es nada agradable. Sin embargo, era la firme convicción de la iglesia primitiva que así sería. No obstante, al pasar de los años (y particularmente desde el s. XIX hasta nuestros días), el mensaje que se predica en algunas de las iglesias del mundo ha cambiado. De hecho, hay un nuevo evangelio que se predica hoy día. Un Evangelio de comodidad, de escapismo. Y hoy, en el siglo XXI dicho Evangelio ha evolucionado hasta convertirse en un evangelio del “decláralo y recíbelo”, del “arrebátalo”, de “la salud y las riquezas”, un “evangelio de la prosperidad y del reino ahora» (pero, ¿el reino de quién?) y “la teología de la confesión positiva”. El dolor es rechazado. La tribulación, la persecución y el desprecio del mundo se consideran inauditos. ¡A la iglesia jamás le tocará pasar por sufrimientos!, te dicen. ¡Herejía! Gritan. ¡La iglesia es la novia de Cristo y Él no permitirá que nada malo nos pase! ¿O no?
Sin importar cuál sea el nombre utilizado, la esencia del mensaje que se predica hoy en muchas iglesias es la misma. Este “nuevo evangelio” enseña que Dios quiere que los creyentes sean sanos físicamente, ricos materialmente, y felices personalmente. Es el «Evangelio del avestruz», que esconde la cabeza en la arena negando la realidad con tal de sentirse seguros, libres de toda persecución, angustia o tribulación, sea esta presente o futura. La vieja teología biblica del sufrimiento ha sido sustituida por un triunfalismo evangélico que afirma:
«Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad» (Apocalipsis 3:17)
«Para siempre seré señora… Yo soy, y fuera de mí no hay más; no quedaré viuda, ni conoceré orfandad» (Isaías 47:7-8)
Pero, ¿qué tan bíblico es dicho Evangelio?

LA PERSECUCIÓN HA SIDO LA HERENCIA COMÚN DE LA IGLESIA DESDE SU ORIGEN
La persecución estuvo presente desde los orígenes de la iglesia. Para muestra un botón recogido de la historia. Leemos en El Apocalipsis que el Señor ordenó a su siervo Juan que escribiera unas cuantas cosas al pastor de la iglesia en Esmirna, para amonestar al líder y a los miembros, diciendo:
“El primero y el postrero, el que estuvo muerto y vivió, dice esto; Yo conozco tus obras, y tú tribulación, y tú pobreza… No temas en nada lo que vas a padecer. He aquí, el diablo echará a algunos de vosotros en la cárcel, para que seáis probados, y tendréis tribulación por diez días. Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida” (Apocalipsis 2:8-10).
Aunque algunos creen que las siete iglesias mencionadas en el Apocalipsis representan siete diferentes períodos en la historia de la Iglesia, tal interpretación, sin embargo, no es más que mera especulación. El mayor problema con dicha interpretación alegórica (más allá de su nulo respaldo bíblico), es que cada una de las siete iglesias describe situaciones que pueden encontrarse en la Iglesia en cualquier tiempo de la historia. Las 7 iglesias pues, no representan 7 periódicos histórico-proféticos como algunos enseñan. Antes bien, las siete iglesias descritas en Apocalipsis capítulos 2-3, son literalmente siete iglesias que existían en el tiempo en que Juan el apóstol estaba escribiendo el Apocalipsis. El primer objetivo de las cartas era comunicarse con las iglesias existentes, y suplir sus necesidades de entonces.
Por eso las palabras del Señor Jesús en Apocalipsis 2:8-10 indican (de forma literal y sin alegorías) que los creyentes y su líder sufrían tribulación y pobreza, y que les esperaba aun más sufrimiento. Por eso, les exhortó a la fidelidad; luego recibirían la corona de la vida. La historia nos da fe de ello. El líder de esa iglesia se llamaba Policarpo. Se dice que era un discípulo del apóstol Juan. Policarpo había escuchado a Juan el Amado predicar la Palabra de Dios y se juntaba con los discípulos que habían conocido al Señor Jesucristo personalmente en su trato diario. De igual modo, se dice que Juan mismo lo había nombrado obispo de la iglesia en Esmirna.

Después de un tiempo, el pastor Policarpo y su congregación empezaron a sufrir la persecución. Fuentes extra bíblicas nos informan que el mismo Policarpo, unos días antes de ser arrestado y sentenciado a la muerte, de repente fue vencido por el sueño, mientras oraba. En ese sueño tuvo una visión, en la cual vio la almohada en que se reclinaba encenderse de repente y consumirse. Se despertó del sueño y concluyo que iba a sufrir el martirio por medio de fuego, a causa de Cristo. Cuando llegaron cerca los que le iban a encarcelar, los amigos de Policarpo trataron la manera de esconderle en otro pueblo. Sin embargo, sus perseguidores le descubrieron allí, con la ayuda de dos jóvenes miembros de la iglesia de Esmirna a quiénes las autoridades romanas azotaron para que dijesen dónde se encontraba Policarpo, su pastor. Fácilmente hubiera podido escapar del cuarto en que vivía, para huir a otra casa cercana, pero no quiso hacerlo. Antes bien, Policarpo dijo:
«—Sea hecha la voluntad de Dios.»
Bajó la escalera para recibir cordialmente a sus perseguidores y los saludó tan amablemente que algunos, quiénes no le habían conocido antes, dijeron con pena:
«—¿Por qué hicimos tanto alboroto para aprehender a este anciano tan manso?»
Inmediatamente Policarpo mandó que los de la casa preparasen una comida para sus opresores, y les rogó a estos que comiesen bien, implorándoles también que le otorgasen una hora de soledad, para orar mientras ellos comieran. Esto le fue concedido. Durante esa oración, revisó su vida entera y luego encomendó la congregación en las manos de Dios y su Salvador. Al terminar la oración, le montaron en un asno y llevaron a la ciudad. Era un domingo, día de la gran fiesta.
Nicetes y su hijo, el tetrarca Herodes, quien se hacía llamar «el príncipe de paz», fueron al encuentro de los alguaciles y Policarpo. Hicieron desmontar a Policarpo y le acomodaron en su carro de caballos. Así pensaron persuadirle que negase a Cristo, diciendo:
«—¿Que te cuesta solamente decir ‘Señor emperador,’ y ofrecer holocausto o incienso ante él, para salvarte la vida?»
Policarpo no les contestaba nada, pero, puesto que iba insistiendo, al fin les dijo:
«—Nunca voy a cumplir lo que me piden y aconsejan ustedes.»
Cuando vieron la firmeza de su fe, empezaron a golpearle y lo arrojaron del carro. Al caer, el anciano se lastimó gravemente una pierna, pero, levantándose, él mismo se entregó otra vez en las manos de los alguaciles y siguió caminando al lugar de su muerte; sin ninguna queja en cuanto a la pierna lastimada. Luego de entrar el anfiteatro, dónde le iban a ejecutar, una voz del cielo le habló a Policarpo, diciendo:
«—¡Fortalécete, Oh Policarpo! Sé firme en tú confesión y en el sufrimiento que te espera.»
Nadie sabía de dónde provenía la voz, pero muchos creyentes la escucharon. Sin embargo, a causa de la gran bulla, la mayoría de la gente no la escuchó. Pero este acontecimiento animó bastante a Policarpo y a los demás que sí la escucharon. El gobernador aconsejó a Policarpo que tuviese piedad de sí mismo por razón de su edad avanzada, y que negase su fe en Cristo de una vez por medio de un juramento en el nombre del emperador. Policarpo le contestó:
«—He servido a mi Señor Jesucristo durante 86 años y nunca me ha causado daño alguno el mismo. ¿Cómo puedo negar a mi Rey, que hasta el momento me ha guardado de todo mal, y además me ha sido fiel en redimirme?»
Al escuchar ese testimonio, el gobernador amenazó de echar a Policarpo al foso de las fieras si continuaba firme en su testimonio.
«—Tengo listas las fieras y te echaré entre ellas, a menos que cambies de pensar.»
Policarpo contestó sin temor alguno:
«—Qué vengan las fieras, porque no cambiaré mi fe. No es razonable cambiarnos del bien al mal por razón de las persecuciones; mejor sería que los hacedores de maldad se convirtiesen del mal al bien.»
El gobernador respondió:
«—Está bien, si no quieres negar tú fe y a las fieras no les tienes miedo, te vamos a quemar.»
Una vez más Policarpo les contestó, diciendo:
«—Usted me amenaza con el fuego que arderá tal vez una hora y luego se apagará; pero usted no sabe de la llama del juicio de Dios que es preparada para el castigo y tormento eterno de los impíos. Pero, ¿por qué demora? Traiga las fieras, traiga el fuego, o traiga lo que sea; ningún tormento me hará negar a Cristo, mí Señor y Salvador.»
Al fin, cuando la gente ya se había cansado de la averiguación, demandó su muerte, y Policarpo fue entregado para ser quemado. Inmediatamente juntaron un montón de leña y viruta. Cuando Policarpo vio eso, empezó a quitarse la ropa y los zapatos, alistándose para acostarse sobre la leña. En seguida, los verdugos le alistaron para clavarle las manos y los pies en la madera, mas Policarpo les dijo:
«—Dejen, Él que me dará la fuerza para aguantar la llama del fuego, me fortalecerá también para permanecer quieto en la misma, aunque no me clavaran las manos y los pies.»
Entonces acordaron no clavarle en la madera, y sólo le ataron las manos detrás de él con una soga. Preparado en esta manera para el sacrificio, y puesto sobre la leña como un cordero en holocausto, empezó a orar a Dios, diciendo:
«—Oh, Padre del bendito Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo, por medio de quién hemos recibido la sabiduría salvadora de tú santo nombre; Dios de los ángeles y todas las criaturas, pero sobre todo, el Dios de todos los justos quienes viven en tú voluntad: te agradezco que me contaste digno de tener lugar entre los santos mártires; y digno de compartir de la copa de sufrimiento que bebió Jesucristo; para sufrir junto con El y compartir sus dolores. Te ruego, ¡oh, Señor! que me recibas este día, como una ofrenda, de entre el número de tus santos mártires. Cómo Tú, ¡oh Dios verdadero, para quien el mentir es imposible!, me preparaste para este día, y me avisaste de antemano; ya lo has cumplido. Por esto te agradezco, y te alabo sobre todo hombre, y glorifico tú santo nombre por medio de Jesucristo tú Hijo amado, el Sumo sacerdote eterno, a quién, junto contigo y el Espíritu Santo, sea la gloria ahora y para siempre. Amen.»
Dicho el amen, los verdugos prendieron fuego a la leña, sobre la cual había puesto Policarpo. Mientras la llama ascendía hacia el cielo, notaron con asombro que le hacía muy poco daño. A causa de esto, ordenaron al verdugo herirle con la espada, el cual fue hecho inmediatamente. La sangre, que por el calor del fuego o por otra razón, salió copiosamente de la herida y casi extinguió el fuego. Así, por fuego y por espada, el fiel testigo de Jesucristo falleció y entró al descanso de los santos, hacia el año 168 d.c.[3]

A LA IGLESIA NUNCA SE LE PROMETIÓ UNA VIDA CÓMODA, SINO TODO LO CONTRARIO
La historia de Policarpo es, ha sido y será también la nuestra. No somos el «caramelo» sino la «sal del mundo». Por eso el mundo querrá escupirnos, no saborearnos. Cuando la iglesia deja de ser odiada por el mundo ha dejado de ser iglesia. Si el mundo nos ama, quizá sea porque hemos transigido y entrado en yugo desigual con el mundo:
«Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece.» (Juan 15:19)
«¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros! porque así hacían sus padres con los falsos profetas.» (Lucas 6:26)
Pero la iglesia verdadera, aquella sin mancha y sin arruga, será aborrecida. Tribulación primero, y gloria eterna después, fue la promesa del Maestro a su iglesia. La iglesia nació con el martirio de su fundador y creció abonada con la sangre de sus mártires. De igual forma, al final de los tiempos y antes de culminar su peregrinaje en esta tierra, la iglesia volverá a sus raíces y sufrirá persecución. Durante nuestro tiempo en la tierra, Dios nos ha llamado a servirle, y a sacrificar y sufrir por él. Ahora bien, este no es un mensaje popular, especialmente en estos tiempos donde anhelamos una vida y un Evangelio cómodo, pero es la verdad, y no podemos ignorarlo ni cubrirlo de una manera superficial. Cuando leemos la Biblia, es obvio que el sufrimiento y la persecución son temas muy importantes. La Palabra ya nos lo había advertido. Jesús dijo:
“Acordaos de la palabra que yo os dije: ‘Un siervo no es mayor que su señor.’ Si me persiguieron a mí, también os perseguirán a vosotros; si guardaron mi palabra, también guardarán la vuestra.“ (Juan 15:20).

Pensemos en lo que dijo Pedro:
“Porque ustedes han sido llamados para este propósito, ya que Cristo sufrió por ustedes, dejándoles un ejemplo para seguir sus pasos… Por tanto, puesto que Cristo ha padecido en la carne, armaos también vosotros con el mismo propósito, pues quien ha padecido en la carne ha terminado con el pecado» (1 Pedro 2:21, 4:1)
Pablo también nos dijo:
“A través de muchas tribulaciones debemos entrar en el Reino de Dios.” (Hechos 14:22)
Como cristianos no debemos entonces sorprendernos cuando somos perseguidos y sufrimos por ello. Amar al Señor viviendo una vida santa y hablando la verdad resultará en sufrimiento:
“Y en verdad, todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús, serán perseguidos.“ (2 Timoteo 3:12)
La persecución era el pan diario de la iglesia primitiva ¿por qué habría de ser diferente con nosotros, la iglesia de los últimos días? Nosotros los creyentes de Norteamérica, Europa y Latinoamérica, tan acostumbrados hasta ahora a las libertades y derechos de asociación, de expresión e información y de cultos, vemos la persecución como algo ajeno, distante y hasta imposible. Sin embargo, cuando leemos revistas de misiones o navegamos por el internet, es obvio que la persecución sigue siendo el pan diario de nuestros hermanos en Asia, África y el Medio Oriente, donde los cristianos son comúnmente maltratados, golpeados, encarcelados y a veces incluso asesinados. Pero nosotros no escaparnos para siempre. Pronto llegará el día en que será igual de malo aquí como en esos otros lugares. Y esto será así porque ahora vivimos en los últimos tiempos, y la Biblia claramente nos dice que la persecución continuará y luego se convertirá en una gran persecución, tribulación y angustia como nunca antes a medida que se acerca la venida de Cristo. De hecho, este tema de persecución y sufrimiento es parte de cada uno de los pasajes bíblicos más importantes relacionados con los acontecimientos que conducen al regreso de Cristo. Jesús repetidamente nos habla de ello porque él quiere que sepamos lo que va a ocurrir, y que estemos listos y alertas, y que podamos entonces estar llenos de gozo y sin temor a servirle. Jesús dijo:
“Entonces os entregarán a tribulación, y os matarán, y seréis odiados de todas las naciones por causa de mi nombre“ (Mateo 24:9)
“Esos días serán un tiempo de tribulación como no ha ocurrido desde el comienzo de la creación” (Marcos 13:19)
“Pero seréis entregados aun por padres, hermanos, parientes y amigos; y matarán a algunos de vosotros» (Lucas 21:16)

Todos sabemos que los cristianos han sido perseguidos desde los primeros días de la iglesia, pero estos pasajes, junto con Apocalipsis 6:9-11, hacen claro que la situación va a escalar, será más severo hasta alcanzar su punto más alto, y se globalizará especialmente durante los años justo antes al retorno de Cristo:
«Cuando abrió el quinto sello, vi bajo el altar las almas de los que habían sido muertos por causa de la palabra de Dios y por el testimonio que tenían. Y clamaban a gran voz, diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra? Y se les dieron vestiduras blancas, y se les dijo que descansasen todavía un poco de tiempo, hasta que se completara el número de sus consiervos y sus hermanos, que también habían de ser muertos como ellos.»

CONCLUSIÓN
¿Deberíamos temer? No, pero sí prepararnos. Tenemos la esperanza de que, al final de tan terrible período de angustia, recibiremos nuestra recompensa eterna y estaremos para siempre con el Señor. Esa es su promesa:
«E inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán del cielo, y las potencias de los cielos serán conmovidas. Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria. Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos, de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro.» (Mateo 24:29-31)
Y entonces se cumplirá la promesa:
«Y vi tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de juzgar; y vi las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, y que no recibieron la marca en sus frentes ni en sus manos; y vivieron y reinaron con Cristo mil años.» (Apocalipsis 20:4)
«Y cantaban un nuevo cántico, diciendo: Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación; y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra.» (Apocalipsis 5:9-10)

La pregunta no es si el Señor cumplirá su promesa de gloria eterna al final de la Tribulación. Él es fiel a su Palabra y lo que ha prometidolo cumplirá. La verdadera pregunta es:
«Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?» (Lucas 18:8)
Y agregamos: ¿soportaremos el fuego de la prueba cuando esta nos azote? ¿nos quejaremos cual niños malcriados si Dios en su soberanía nos permite pasar por el sufrimiento? ¿apostataremos de la fe? Cuando venga la persecución, y por seguro que vendrá: ¿cederemos ante nuestros perseguidores?

BIBLIOGRAFÍA:
[1] Philip Schaff (1885). Oldest church manual called: The teaching of the twelve apostles. New York: Charles Scribners’ sons.
[2] Hipólito, El Anticristo, trad., introd. y notas de Francisco Antonio García Romero, Madrid, Ciudad Nueva (Biblioteca de Patrística 90), 2012.
[3] The Martyr’s Mirror (El espejo de los mártires); Thieleman J. van Braght, 1660.
