Por: Fernando Ernesto Alvarado.
INTRODUCCIÓN.
De acuerdo con el diccionario de la Real Academia Española, la palabra evangelio deriva del latín Evangelium y éste del griego «Euaggélion», y significa literalmente «buen anuncio», «buena noticia».[1] Era utilizada cuando un mensajero traía una buena noticia de otros lugares. La Biblia la utiliza haciendo resaltar este significado, y la buena noticia se refiere a la obra del Señor Jesucristo en la cruz del Calvario y se resume en las siguientes palabras dichas por Jesucristo y escritas por el apóstol Juan: «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna.» (Juan 3:16, NVI)
Dios ama a todos en todo el mundo y ha otorgado a su Hijo como una expiación para todos nosotros, aunque los beneficios de la expiación solo corresponden y se aplican a aquellos que creen. Pero la humanidad es una raza caída y espiritualmente muerta; totalmente depravada e incapaz de entender, reconocer o hacer cualquier movimiento para aceptar los beneficios de la expiación. Entonces, ya que somos incapaces de dar el primer paso hacia Dios, él toma la iniciativa y nos permite responder a su oferta de salvación. Y la clave para esto es la gracia. Pero ¿Qué es la gracia?
¿QUÉ ES LA GRACIA?
La gracia se define como «el favor mostrado por Dios a los pecadores. Es la buena voluntad divina ofrecida a aquellos que ni merecen ni pueden esperar ganarla. Es la disposición divina para trabajar en nuestros corazones, voluntades y acciones, a fin de comunicar activamente el amor de Dios por la humanidad».[2] La gracia no es una entidad u objeto. Es una característica definitoria de la relación de Dios con nosotros. Es solo por la gracia de Dios, su disposición favorable hacia nosotros, que podemos someternos a Dios y vivir para él. Es a través de su gracia, o favor especial, que Dios impacta nuestras vidas de diferentes maneras. La gracia de Dios nos capacita para creer. Nos permite ser salvos. Nos permite vivir vidas santas y piadosas. Nos permite servir dentro de su iglesia. La gracia de Dios nos permite ser lo que nunca podríamos ser por nuestra cuenta.
TODO COMIENZA EN DIOS.
Pocos, como Pablo, entendieron y explicaron tan claramente el maravilloso regalo de la gracia. En Romanos 10:20, Pablo cita a Isaías donde Dios dice: “«Dejé que me hallaran los que no me buscaban; me di a conocer a los que no preguntaban por mí»». (Romanos 10:20, NVI). Claramente, no es debido a los esfuerzos del hombre que podemos encontrar a Dios. Podríamos buscar, pero por nuestra cuenta no encontraríamos a Dios jamás. Es encontrado por aquellos que no lo buscan y se revela a aquellos que no preguntan por Él. Dios inicia el contacto. Aparte de su iniciativa salvadora, estamos indefensos. Esto es gracia preveniente.
En Juan 6:44, Jesús dice: «Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me envió.» (Juan 6:44, NVI). Y él expresa el mismo pensamiento poco después en Juan 6:65 cuando dice: «Por esto les dije que nadie puede venir a mí, a menos que se lo haya concedido el Padre.” (Juan 6:65, NVI). El acercamiento de las personas a Cristo es el resultado de la gracia de Dios hacia nosotros y es lo que los arminianos entendemos como gracia previniente o habilitante. Sin dicha habilitación o capacidad, concedida por Dios al hombre, somos incapaces de venir a Cristo. Esto contrasta con el semipelagianismo que enseña que doy el paso inicial hacia Dios, y luego Dios se hace cargo y hace todo lo demás. El ser humano es incapaz de dar el paso inicial. Solo después de que Dios me lo haya permitido, por su gracia, puedo responder positivamente a su invitación.
GRACIA DISPONIBLE PARA TODOS.
En Juan 12:32, Jesús dice: «Pero yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos a mí mismo.» (Juan 12:32, NVI). Por medio de su muerte vicaria Jesús atraería a todas las personas hacia sí mismo. Jesús no solo dio su vida por un grupo de personas arbitrariamente elegidas o predestinadas, sino por todos los hombres. Él deseaba atraer a sí mismo a todos en el mundo. En Juan 16: 8-11, Jesús dice del Espíritu Santo que “cuando él venga, convencerá al mundo de su error en cuanto al pecado, a la justicia y al juicio; en cuanto al pecado, porque no creen en mí; en cuanto a la justicia, porque voy al Padre y ustedes ya no podrán verme; y en cuanto al juicio, porque el príncipe de este mundo ya ha sido juzgado.”. (Juan 16:8-11, NVI). El Espíritu Santo nos lleva a la convicción del pecado, a nuestra falta de rectitud, y al conocimiento del juicio que vendrá a causa de nuestro pecado. Eso es algo que en nuestro estado depravado natural no podríamos experimentar. La convicción de pecado y el juicio venidero no se hace solo para atormentarnos. El Espíritu Santo, al mismo tiempo que trae convicción, también nos permite responder. Nos hace libres para creer.
Cada miembro de la Trinidad está involucrado en habilitarnos o capacitarnos para responder a la gracia. Dios ama a todo el mundo al punto que envió a su Hijo a salvarnos (Juan 3:16) y tampoco desea que nadie perezca (1 Timoteo 2:4; 2 Pedro 3:9). Puesto que Dios sabe que somos incapaces por nosotros mismos, él hace, a través de su Santo Espíritu, lo que es necesario para permitirnos ser salvos.
LIBRES PARA ACEPTAR O RECHAZAR LA DÁDIVA.
Mas, sin embargo, la obra de la gracia en nosotros puede ser, y a menudo es, resistida. podemos elegir no someternos a Dios y continuar en nuestro estado pecaminoso y caído. Podemos resistir a Dios, no porque seamos más fuertes que él, sino porque él, en su soberanía, nos lo permite. La invitación a participar de su gracia puede ser rechazada, pues Dios no obligará a nadie a salvarse en contra de su voluntad. Dios mismo predeterminó que así fuera. Dios quiere que todos sean salvos, y aunque conoce de antemano a los que creerán, su gracia es dada a todos para permitirles la posibilidad de creer. De esta manera, el hombre es inexcusable si elige rechazar el regalo de la gracia divina.
En Hechos 7:51 cuando Esteban se enfrenta a los líderes religiosos judíos. Él les dice “¡Tercos, duros de corazón y torpes de oídos! Ustedes son iguales que sus antepasados: ¡Siempre resisten al Espíritu Santo!”. (Hechos 7:51, NVI). Claramente, el pueblo judío pudo resistir las intenciones del Espíritu Santo para ellos. A lo largo de la historia de Israel, vemos que Dios llama a la gente, y la gente casi siempre se resiste a él.
En Mateo 22: 1-14, Jesús cuenta la parábola del banquete de bodas. En esta parábola hay un número de personas invitadas al banquete; de hecho, todos fueron invitados en última instancia. Pero no todos pudieron disfrutar del banquete; muchos se resistieron a la convocatoria y se negaron a venir, o vinieron de manera inapropiada. Al final de la parábola, Jesús dice que «Porque muchos son los invitados, pero pocos los escogidos». Esta parábola parece claramente enseñar que hay más invitados al reino de los que realmente participan de él en última instancia. La invitación de Dios a la salvación es resistible.
Algunos argumentarán que, si la gracia de Dios es resistible, esta es degradada o disminuida, o que simplemente no es tan poderosa. Eso sería cierto si Dios intentara imponernos su voluntad. Pero si Dios quiere permitirnos hacer una elección, entonces su gracia debe ser resistible. No porque sea débil, sino porque Dios, en su voluntad soberana e infinita sabiduría, ha elegido hacerlo así. De hecho, según el punto de vista arminiano, la gracia de Dios se magnifica porque se extiende a todas las personas en lugar de limitarse a solo unas pocas.
LA PREDICACIÓN DE LA PALABRA, LA FE Y LA GRACIA.
La gracia preveniente, esa gracia que nos libera para creer, se otorga a los oyentes cuando se proclama el evangelio: “Ahora bien, ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán si no hay quien les predique? ¿Y quién predicará sin ser enviado?” (Romanos 10:14). Romanos 10:17 dice que “Así que la fe viene como resultado de oír el mensaje, y el mensaje que se oye es la palabra de Cristo” (Romanos 10:14, NVI). Sin escuchar el mensaje no puede haber fe. Y sin fe, es imposible que la gracia sea aplicada al ser humano.
La Escritura es clara en que la fe es un elemento esencial, como se expresa repetidamente en Romanos 3:21-31 “Pero ahora, sin la mediación de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, de la que dan testimonio la ley y los profetas. Esta justicia de Dios llega, mediante la fe en Jesucristo, a todos los que creen. De hecho, no hay distinción, pues todos han pecado y están privados de la gloria de Dios, pero por su gracia son justificados gratuitamente mediante la redención que Cristo Jesús efectuó. Dios lo ofreció como un sacrificio de expiación que se recibe por la fe en su sangre, para así demostrar su justicia. Anteriormente, en su paciencia, Dios había pasado por alto los pecados; pero en el tiempo presente ha ofrecido a Jesucristo para manifestar su justicia. De este modo Dios es justo y, a la vez, el que justifica a los que tienen fe en Jesús. ¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál principio? ¿Por el de la observancia de la ley? No, sino por el de la fe. Porque sostenemos que todos somos justificados por la fe, y no por las obras que la ley exige. ¿Es acaso Dios solo Dios de los judíos? ¿No lo es también de los gentiles? Sí, también es Dios de los gentiles, pues no hay más que un solo Dios. Él justificará por la fe a los que están circuncidados y, mediante esa misma fe, a los que no lo están. ¿Quiere decir que anulamos la ley con la fe? ¡De ninguna manera! Más bien, confirmamos la ley.” (Romanos 3:21-31, NVI).
Es difícil leer este pasaje y no ver el énfasis que Pablo pone en la fe. Ahora bien, ejercer fe no implica obra meritoria alguna de nuestra parte. Romanos 4: 5 afirma que “al que no trabaja, sino que cree en el que justifica al malvado, se le toma en cuenta la fe como justicia” (Romanos 4:5, NVI). Por lo tanto, la fe no es un «trabajo» de mi parte; más bien es una rendición.
LA SALVACIÓN ES DEL SEÑOR.
El mérito de nuestra salvación, de principio a fin, reside en Dios, no en el ser humano. Dios permite la fe en mí. Su gracia preventiva libera mi voluntad para poder aceptar la salvación de Dios o rechazarla. Soy capaz de ejercer la verdadera fe debido a la gracia de Dios trabajando dentro de mí.
Esto no roba gloria y mérito alguno a Dios, sino todo lo contrario, pues si un hombre rico concede a un pobre y hambriento mendigo una limosna mediante la cual puede mantenerse a sí mismo y a su familia. ¿Deja de ser un regalo puro, porque el mendigo extiende su mano para recibirlo? El hombre rico da limosna a un mendigo y el mendigo los acepta. El regalo es únicamente el trabajo del hombre rico. De la misma manera, el don de la salvación (incluida la voluntad liberada que permite la fe) es totalmente obra de Dios, y toda la gloria le pertenece solo a él. Y, así como el mendigo pudo haber rechazado el regalo del hombre rico, así nuestra gracia liberada nos permite rechazar el regalo de Dios. La fe es un don de Dios, pero es una fe libre y nadie está obligado a creer. Mas para aquel que cree, el mensaje del Evangelio resuena en su alma como las buenas nuevas de salvación que proclama ser.
ESTAS SON BUENAS NOTICIAS.
Si la salvación dependiera de nosotros, si nuestras obras tuvieran que ganarla, no solo sería difícil sino imposible obtenerla. Si nuestra salvación dependiera de nuestras obras y mérito propio el Evangelio no sería una buena noticia en ninguna manera. Afortunadamente, somos justificados por la fe sola. Salvos por gracia sin mérito alguno de nuestra parte ¡Estas son buenas noticias! De principio a fin Dios es el autor de nuestra salvación. La gracia trabaja delante de nosotros para atraernos hacia la fe, para comenzar su trabajo en nosotros. Incluso la primera frágil intuición de la convicción de pecado, la primera insinuación de nuestra necesidad de Dios, aún eso es producto de la gracia, que nos empuja gradualmente hacia el deseo de agradar a Dios.[3] La gracia opera en nuestro interior, llevándonos a la fe, produciendo en nosotros el deseo de buscar a Dios y, al haberle hallado (o más bien siendo hallados por él), dándonos la capacidad para perseverar hasta el fin “pues Dios es quien produce en ustedes tanto el querer como el hacer para que se cumpla su buena voluntad.” (Filipenses 2:13, NVI). Es su gracia la que nos conduce a él, llevándonos a tiempo para desesperarnos por nuestra propia injusticia, desafiando nuestras disposiciones perversas, para que nuestras voluntades distorsionadas dejen de resistir gradualmente la gracia de Dios. Tu salvación, en ninguna de sus partes, jamás ha dependido, depende o dependerá de ti mismo:
“Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría, al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos. Amén.” (Judas 1:24-25, RVR1960)
Todo fue consumado por Cristo sin ayuda de nuestra parte ¿Puedes imaginar noticia más grandiosa que esta?
REFERENCIAS:
[1] Véase: Diccionario de la Lengua Española, RAE. Versión electrónica disponible en: https://dle.rae.es/?id=H8e86e9, consultado el 08-03-2019.
[2] Oden, Thomas C., The Transforming Power of Grace, Abingdon Press, 1993; pg. 33.
[3] Thomas C. Oden, John Wesley’s Scriptural Christianity (Grand Rapids, Zondervan, 1994), pág. 246