Evangelio de la Prosperidad, Herejías, Neopentecostalismo

El comercio de la fe y las nuevas indulgencias

Por Fernando E. Alvarado

Expresiones como “Llame y créale a Dios”, “siembre y coseche”, “No razones, cree solamente”, ¡Atrévete a pactar en este día!”, “Bendice al Señor con tus primicias y todo tu año será bendito” y otras frases semejantes se oyen por todos lados en el ambiente evangélico, tanto en nuestras congregaciones como en los medios de comunicación religiosos. Esto recalca el espíritu mercantilista que reina en muchas iglesias de nuestra época y ha sido motivo de descrédito para el cristianismo en general. La condición actual de algunos líderes religiosos e iglesias modernas dista mucho de ser la voluntad de Aquel que, en un arranque de cólera santa, expulsó a los mercaderes que profanaban con su avaricia la casa de su Padre (Marcos 11:15-17).

Tales escándalos no deberían darse jamás en el pueblo de Dios. El ministro del Evangelio debe ser irreprensible y evitar cualquier motivo de afrenta para el santo mensaje que predica. La avaricia y el amor al dinero, sobre todo, descalifican al obrero cristiano. Pablo, explicando los requisitos indispensables para la elección de los pastores, diáconos y demás líderes de la congregación dijo: “Palabra fiel es ésta: Si alguno aspira al cargo de obispo, buena obra desea hacer. Un obispo debe ser, pues, irreprochable, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, de conducta decorosa, hospitalario, apto para enseñar, no dado a la bebida, no pendenciero, sino amable, no contencioso, no avaricioso.” (1 Timoteo 3:1-3; LBLA). Este requisito (evitar la avaricia y las ganancias deshonestas) se repite en 1 Timoteo 3:8 y Tito 1:7.

Pedro también advierte a los ancianos contra los peligros de la avaricia: “pastoread el rebaño de Dios entre vosotros, velando por él, no por obligación, sino voluntariamente, como quiere Dios; no por la avaricia del dinero, sino con sincero deseo.” (1 Pedro 5:2; LBLA). El florecimiento de falsos maestros y traficantes de la fe en pleno siglo XXI hace de tales amonestaciones más necesarias ahora que nunca: “Porque hay muchos rebeldes, habladores vanos y engañadores… a quienes es preciso tapar la boca, porque están trastornando familias enteras, enseñando, por ganancias deshonestas, cosas que no deben.” (Tito 1:10-11; LBLA).

El apóstol Pablo podía jactarse diciendo: “Ni la plata, ni el oro, ni la ropa de nadie he codiciado.” (Hechos 20:33; LBLA). Su integridad era incuestionable, particularmente en el área financiera. Pablo quiso inculcar también tal integridad en la nueva generación de ministros. A Timoteo, su fiel discípulo e hijo en la fe, Pablo le advierte: “Pero la piedad, en efecto, es un medio de gran ganancia cuando va acompañada de contentamiento. Porque nada hemos traído al mundo, así que nada podemos sacar de él. Y si tenemos qué comer y con qué cubrirnos, con eso estaremos contentos. Pero los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo y en muchos deseos necios y dañosos que hunden a los hombres en la ruina y en la perdición. Porque la raíz de todos los males es el amor al dinero, por el cual, codiciándolo algunos, se extraviaron de la fe y se torturaron con muchos dolores.” (1 Timoteo 6:6-10; LBLA).

Con plena autoridad moral, Pablo podía decir con limpia conciencia: “Pues no somos como muchos, que comercian con la palabra de Dios, sino que, con sinceridad, como de parte de Dios y delante de Dios hablamos en Cristo.” (2 Corintios 2:17; La Biblia de las Américas).

Lamentablemente, la iglesia del siglo XXI parece haber borrado de su memoria y corazón tales advertencias. El apóstol Pedro nos advirtió que tal cosa ocurriría. Refiriéndose a los falsos maestros, él dijo: “Y por avaricia harán mercadería de vosotros con palabras fingidas. Sobre los tales ya de largo tiempo la condenación no se tarda, y su perdición no se duerme.” (2 Pedro 2:3). Judas pareciera referirse a muchos pastores, falsos profetas, pseudo apóstoles y tele-evangelistas de nuestra época cuando dijo: “¡Ay de ellos! porque han seguido el camino de Caín, y se lanzaron por lucro en el error de Balaam, y perecieron en la contradicción de Coré. Estos son manchas en vuestros ágapes, que comiendo impúdicamente con vosotros se apacientan a sí mismos; nubes sin agua, llevadas de acá para allá por los vientos; árboles otoñales, sin fruto, dos veces muertos y desarraigados; fieras ondas del mar, que espuman su propia vergüenza; estrellas errantes, para las cuales está reservada eternamente la oscuridad de las tinieblas. De éstos también profetizó Enoc, séptimo desde Adán, diciendo: He aquí, vino el Señor con sus santas decenas de millares, para hacer juicio contra todos, y dejar convictos a todos los impíos de todas sus obras impías que han hecho impíamente, y de todas las cosas duras que los pecadores impíos han hablado contra él. Estos son murmuradores, querellosos, que andan según sus propios deseos, cuya boca habla cosas infladas, adulando a las personas para sacar provecho.” (Judas 11-16).

Hoy, 21 siglos después del nacimiento del cristianismo, los mercaderes de la fe, aquellos que hacen mercancía con los creyentes y adulan a otros para sacar provecho, han regresado. Las prácticas antibíblicas tales como el “pactar con Dios”, el ofrecer milagros a cambio de dinero, las Maratónicas (colectas descaradas de dinero a costa de la fe) y muchas otras del evangelicalismo moderno dan prueba de ello y merecen ser denunciadas. Los verdaderos y fieles ministros del Evangelio estamos llamados a desenmascarar tales abusos.

RESUCITANDO VIEJAS PRÁCTICAS HEREDADAS DEL CATOLICISMO MEDIEVAL

El 31 de octubre de 1517, Martín Lutero, un devoto fraile agustino, sacudió los cimientos de la sociedad europea al denunciar las indulgencias católicas que, mediante pago acorde con la magnitud del pecado, aseguraban la redención del alma pecadora. Su inflamada crítica a las indulgencias formó parte del corazón de las famosas 95 Tesis, clavadas en la tosca madera de la capilla de la Universidad de Wittenberg, donde el fraile impartía lecciones de Ética y Exégesis Bíblica. Las indulgencias cubrían todo el arcoíris de las debilidades humanas. El pecador incluso podía prevenir cualquier contingencia pagando por adelantado. El dinero recaudado se invertía mayormente en la catedral de San Pedro, en Roma, y en uno que otro proyecto local. También servía para pagar las deudas que el arzobispo Alberto de Mainz y el papa León X habían adquirido con los Fuggers, los financistas más acaudalados de entonces. Europa no volvió a ser la misma después del cisma luterano.

Quinientos años después, indulgencias reformadas de nueva estirpe han llenado el firmamento. Me refiero, por supuesto, a las indulgencias traficadas hoy día por muchas iglesias que se hacen llamar evangélicas. Esto me lleva a pensar que, si Martín Lutero estuviera vivo, saldría nuevamente del claustro para atacar con furia, esta vez no al clero católico, sino a los promotores de las nuevas indulgencias dentro del mismo movimiento protestante.

Una bandada amplia de predicadores protestantes ha desplegado sus alas y, con la Biblia en una mano y un libro de recibos no timbrados en la otra, prometen a los fieles evangélicos todas las bendiciones del cielo a cambio de una generosa ofrenda o “promesa de fe”. Estos ministros, empresarios del evangelio, distorsionan el sistema bíblico de ofrendar, hablan de “pactar con Dios”, o “sembrar en el Reino” como carnada, como la principal puerta de entrada a las bendiciones de la gracia y desatienden las responsabilidades que conlleva la conducta neotestamentaria. En su mensaje por ningún lado aparecen las demandas éticas del cristianismo. Ellos sobreenfatizan el diezmo y las ofrendas (ambos conceptos bíblicos legítimos), distorsionando la enseñanza pura del evangelio y debilitando el mensaje central del cristianismo y de las epístolas paulinas, que consiste en la salvación por gracia y no por obras (ni indulgencias), y la preeminencia de los deberes sobre los derechos.

Además de anticristiana, es ofensiva (por no decir escandalosa y carente de toda decencia) la frenética campaña de estos dirigentes. El mal gusto y la desfachatez de algunas de esas campañas ahuyentan a las personas que genuinamente se acercan a recibir consuelo y dirección en Cristo y las Escrituras, y podrían debilitar la fe de ciertos creyentes. De forma desvergonzada, muchas iglesias (si se les puede llamar así), ministerios, emisoras de radio y canales de TV (como el canal Enlace, por ejemplo), han llegado a convertirse simple y sencillamente en una cueva de ladrones que roba a manos llenas a la iglesia, utilizando mentiras y métodos como ofrecer sanidades, milagros financieros, hasta salvación para las personas a través de lo que ellos denominan «pactos con Dios». Dichos «pactos», obviamente, deben hacerse mandando dinero a Enlace o a cualquier otro “ministerio” de este tipo.

Tales mercaderes de la fe utilizan un ambiente emocional para mover a las personas a abrir sus carteras y así manipularlos a dar. No puede faltar la música, las promesas llenas de versículos sacados de contexto, gritos y lloriqueos para demostrar que la «presencia de Dios» está con ellos, revelándoles cuánto debes de dar para recibir tu milagro. Afirman que desatan bendiciones, sacando textos de contexto, y utilizando enseñanzas arbitrarias y torciéndolas para su propia perdición. (2 Pedro 3:16). Les dicen a las personas que tienen que dar «hasta que les duela», obviamente en contra del mandato bíblico de ser un dador alegre, ya que la ofrenda no debe ser con tristeza, ni por necesidad (2 Corintios 9:7-9).

Prácticamente para dichos ministerios si usted les da dinero, Dios lo escuchará; en otras palabras, es una relación netamente financiera y no por buscar conocerle y ser más como Cristo. Tales ministerios afirmarán seguramente que ellos ocupan el dinero para evangelizar el mundo o realizar obras de caridad, pero nunca veremos a estos mercaderes de la fe realizando actividades pastorales, evangelizando en las calles, alcanzando a los perdidos o yendo en misiones a lugares remotos. Por el contrario, quienes se enriquecen, prosperan y viven bien son ellos, mientras que sus seguidores, como ovejas trasquiladas, sufren el daño.

El veneno espiritual, de este falso evangelio, que muchos telepredicadores, “inyectan” a diario a miles de incautas almas ya sea en sus “clubes” o también llamados: “iglesias” o por televisión, no lo hacen por el interés o bienestar de sus ciegos seguidores, si no por una simple y sencilla razón: ¡La avaricia! Los seguidores de estos hombres, quienes los aman casi al borde de la idolatría, no quieren entender, y algunos de ellos no quieren conocer, que sus “padres” espirituales, anunciadores de un falso evangelio; que a la sazón se hacen llamar “apóstoles”, “profetas”, “pastores”, etc., los mantienen adormecidos en la ignorancia bíblica y los envenenan espiritualmente con sus falsas enseñanzas, con la única finalidad de aprovecharse de sus vidas y en especial de sus ingresos económicos. Esta motivación está cargada nada más y nada menos que de pura avaricia. Estos son los mercaderes, de la fe, a quienes vemos en los “pulpitos o escenarios”, con actitudes altaneras y luciendo toda clase de ornamentos, para mostrar a la audiencia engañada que el lujo y el confort es sinónimo de “bendición”. Moviéndose de un lado a otro, dando saltos y brincos mientras mezclan alguna breve enseñanza bíblica manoseada para sustentar su avaricia.

MANCHAS EN EL TESTIMONIO DE LA IGLESIA

A través de jornadas de donaciones (las llamadas Maratónicas, Radiotones, etc.) el nombre del evangelio se ha manchado y muchos excesos se han cometido. Las formas que los “pastores” usan para motivar a la gente es tan ridícula que muchos de los creyentes sentimos vergüenza. Los predicadores usan frases como “Llame y créale a Dios”, “siembre y coseche”, “No razones, cree solamente”, ¡atrévete a pactar en este día”, “Bendice al Señor con tus primicias y todo tu año será bendito” y otras frases semejantes. Lo más serio de todo es que les prometen indiscriminadamente a las personas que van a recibir más dinero a cambio, aumentos de sueldos, promociones, oportunidades de negocios, o una llamada de alguien que les dará dinero, etc. Otros les aseguran que sus deudas serán canceladas y que por sus ofrendas serán sanados. Aun van al extremo de animar a aquellos que están pasando dificultades económicas a despojarse de todo y que “le crean a Dios”. Usan una y otra vez textos fuera de contexto para lograr su fin.

Con harto dolor debo decir que semejantes comportamientos andan más cerca del tráfico de indulgencias medieval que de lo que enseña la Biblia. Por supuesto, la Biblia indica que debemos ayudar a nuestra iglesia local económicamente. También enseñan las Escrituras que Dios bendice económicamente a sus hijos. De hecho, aunque a algunos despistados no les gustará, Abraham o Job fueron ricos gracias a Dios y así lo dice la Biblia (Génesis 13:1-2; Job 42) sin que las Escrituras añadan que eran ricos porque otros eran pobres o tonterías semejantes nacidas del pensamiento políticamente correcto. Igualmente es verdad que el pacto que Dios suscribió con Israel incluía bendiciones materiales (Deuteronomio 11, 13) y no es menos cierto que Jesús contó entre sus discípulos con hombres ricos como José de Arimatea en cuyo sepulcro nuevo se le dio sepultura. Sin embargo, aunque la Biblia señala que Dios da entre otras bendiciones la prosperidad material, en ningún momento indica ni que eso sea lo más importante ni que podamos activarlo mediante la entrega de dinero a un determinado sujeto o que la garantía de que pagaremos nuestra hipoteca se encuentra en dar más dinero en la ofrenda. Por el contrario, la enseñanza de la Biblia es que debemos saber vivir “con abundancia y con escasez” porque Dios sabe mejor que nosotros nuestra necesidad y porque nuestra primera meta debe ser la búsqueda del Reino (Lucas 12:30); que la viuda que echó dos moneditas dio mucho más que los magnates porque entregó todo lo que tenía sin ninguna promesa de recibir el doble o el triple (Lucas 21:2); que debemos dar dinero “sin esperar nada a cambio” (Lucas 6:35) y que a Dios le repugna la conducta de aquellos que, valiéndose de largas oraciones y otros argumentos religiosos, se apoderan del patrimonio de los demás, incluidos los de los más necesitados (Lucas 20:47). Conductas como estas constituyen pecado, aunque los que las practican, igual que los que vendían indulgencias en el s. XVI, estén convencidos de su bondad.

PROSPERIDAD FINANCIERA A CAMBIO DE DINERO

Sanidad física, promoción laboral, restauración matrimonial y muchas otras cosas a cambio de dinero. Eso es lo que nos ofrecen hoy en día los nuevos vendedores de indulgencias. Esa mentalidad y práctica fue condenada por los apóstoles cuando Simón el mago quiso comprar el don del Espíritu Santo (Hechos 8:18-23). Por eso la advertencia que se hace a los pastores en las epístolas es “Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto” (1 Pedro 5:2). Los ministros nunca deben usar la influencia que Dios les ha dado para manipular a los creyentes. El mismo apóstol denunció a los falsos maestros, advirtiendo a sus lectores que “por avaricia harán mercadería de vosotros con palabras fingidas. Sobre los tales ya de largo tiempo la condenación no se tarda” (2 Pedro 2:3).

A todos esto se añade otro factor de igual seriedad. Y es que muchos de los creyentes que hacen sus promesas de fe y entregan de corazón sus ofrendas constantemente no reciben lo prometido, y desde ahí se produce una decepción con ellos mismos. Se sienten indignos y débiles en la fe. Y en el peor de los casos, hasta condenados. En este sentido cabe recordar las palabras que Jesús dijo: “Y cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar” (Mateo 18:6). Además, Deuteronomio 18:22 nos dice que estas profecías no cumplidas son evidencias que delatan a un falso profeta.

Algunas personas quizá hayan visto la provisión divina después de hacer alguna contribución en las Maratónicas, las Radiotones, u ofrendar a algún ministerio cuya rendición de cuentas y uso de los fondos recibidos sea cuestionable. Al fin y al cabo, la generosidad es agradable a Dios y Él conoce los corazones y la intención de aquel que da. Pero nunca debemos pensar que la causa de nuestra bendición o prosperidad se encuentra en nuestro sacrificio o en lo abultado de las ofrendas. La única razón por la que Dios bendice y concede su favor es en base a la obra de Jesucristo (Efesios 1:3). Insinuar algo distinto sería desmerecer la cruz de nuestro Señor. Los creyentes debemos recordar que Dios es quien decide recompensar soberanamente la generosidad de los suyos. Al final es el Señor quien determina cómo, cuándo y cuánto “cosechamos.”

¡PAREMOS CON ESTO!

La fidelidad a Cristo, el fundador del cristianismo, y al mensaje neotestamentario nos obliga a los dirigentes evangélicos a un manejo modesto, proporcionado y transparente de los diezmos y ofrendas que los creyentes voluntariamente traen a los templos. A los pastores, la Palabra nos exhorta: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad” (2 Timoteo 2:15). Debemos ser responsables en la administración de la palabra de Dios al momento de enseñarla y proclamarla. Que nunca usemos de las Sagradas Escrituras negligentemente, y peor aun manipulando las emociones de las personas para fines lucrativos. No podemos olvidar que los maestros recibiremos un juicio más severo (Santiago 3:1). Esto es algo serio.

Creo de todo corazón que tenemos que hacer nuestros mejores esfuerzos para el avance del evangelio. Debemos cumplir con la gran comisión, cada uno desde su lugar, pero debemos hacerlo legítimamente. Los resultados se los dejamos a Dios. Nada justifica la manera irresponsable y manipuladora con que se recolectan ofrendas en las Maratónicas y otros eventos de ese tipo. Nada de esto justifica lucrar con el evangelio. Conviene que los creyentes evangélicos cumplamos con la ineludible responsabilidad de pedir cuentas. Las congregaciones e instituciones evangélicas deben acostumbrarse a la sana conducta de rendir cuentas periódicamente, mediante auditorías independientes de reconocidas firmas del ramo. La iglesia puede y debe ser una influencia positiva en la sociedad, pero para ello deben tener credibilidad. En esta sociedad abierta en que vivimos, en la que dichosamente todos nos enteramos de casi todo, la credibilidad solo se genera con transparencia. Los pocos espacios cerrados que nos heredó el siglo XX se van abriendo ante el empuje de Internet, esa gran ventana libertaria que todo lo ventila. Gracias a la Providencia por esta apertura. Muchas cosas buenas obtendrá la humanidad de ella.

A los ministros, ¡Qué Dios nos ayude a ser fieles! Mientras tanto, a ti que lees esto quiero decirte: ¡Por favor no te dejes engañar por los mercaderes de la fe, escudriña tu Biblia!

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