Nuestro segundo año enfrentando la nueva realidad de la pandemia está por terminar. Todo ha cambiado de formas que jamás imaginamos. No obstante, hay cosas que nunca cambian y seguirán acompañándonos por mucho tiempo, como esas personas que todos los años, con una insistencia admirable, al pasar la frontera de diciembre nos insisten hasta la desesperación en que la celebración de la Navidad es algo pagano en lo que no debe invertir tiempo un hijo de Dios. Armados con argumentos gastados cuya veracidad ellos mismos desconocen, textos sacados de contexto y mucho deseo de juzgar la vida ajena, este ejército de bienintencionados policías de la santidad ajena invaden los púlpitos, se toman las redes sociales y hasta pelean en muros ajenos de Facebook donde su opinión no ha sido solicitada (ni mucho menos deseada). Aparentemente han olvidado que cada uno es libre para celebrar o no hacerlo como mejor le parezca, y eso es una cuestión de conciencia.