Por Fernando E. Alvarado
Había pastores en aquella región que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño. Y un ángel del Señor se presentó ante ellos y la gloria del Señor los rodeó de resplandor; y temieron con gran temor. Pero el ángel les dijo: —No teman, porque he aquí les doy buenas noticias de gran gozo que serán para todo el pueblo: que hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es Cristo el Señor. Y esto les servirá de señal: Hallarán al niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. De repente, apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales que alababan a Dios y decían: —¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz entre los hombres de buena voluntad!”
Lucas 2:8-14, RVA
Nuestro segundo año enfrentando la nueva realidad de la pandemia está por terminar. Todo ha cambiado de formas que jamás imaginamos. No obstante, hay cosas que nunca cambian y seguirán acompañándonos por mucho tiempo, como esas personas que todos los años, con una insistencia admirable, al pasar la frontera de diciembre nos insisten hasta la desesperación en que la celebración de la Navidad es algo pagano en lo que no debe invertir tiempo un hijo de Dios. Armados con argumentos gastados cuya veracidad ellos mismos desconocen, textos sacados de contexto y mucho deseo de juzgar la vida ajena, este ejército de bienintencionados policías de la santidad ajena invaden los púlpitos, se toman las redes sociales y hasta pelean en muros ajenos de Facebook donde su opinión no ha sido solicitada (ni mucho menos deseada). Aparentemente han olvidado que cada uno es libre para celebrar o no hacerlo como mejor le parezca, y eso es una cuestión de conciencia.

Hay gente que no querrá celebrar la Navidad porque le trae el recuerdo de seres queridos cuyas pérdidas aún no han superado, y por desgracia hemos tenido demasiado de eso este año. Habrá quien no quiera hacerlo porque ya no significa nada, o porque solo ve superficialidad y consumismo. Este año ha sido tan complicado que es posible que las ilusiones de muchos, incluidos quienes han perdido sus negocios, estén por los suelos. Tenemos que respetar el lugar emocional donde se encuentran los demás y no invadirles con nuestras opiniones y críticas no solicitadas, porque respetar la opinión ajena y evitar discusiones innecesarias es también amar al prójimo. Por eso y más, la verdad, me molesta tanto esa clase de comportamientos santurrones que muchos cristianoides supuestamente con la Biblia en la boca (y en la mano), comienzan ya a finales de noviembre a amenazar con diferentes clases de condenaciones e infiernos a los que deseen celebrar la Navidad por su supuesto paganismo. En mi caso, les pido a esos que aparecen cada diciembre con su actitud tóxica que no pierdan su tiempo ni me hagan desperdiciar el mío. No me agradan los «haters» Yo creo lo que creo y no pido perdón ni permiso por ello.
Sé que de todas maneras aparecerán. No pueden evitarlo. Es la forma errónea en que fueron enseñados. Por eso yo también haré este diciembre lo que hago cada año: ¡Celebrar la Navidad y recordar la Encarnación fe Jesucristo, el Dios Hombre! Si ellos creen que la Navidad es para otra cosa, ese no es mi problema. He aprendido que esa obsesión por el paganismo proviene de ambientes doctrinales poco sólidos, cargados de fanatismo y reglas puramente humanas que se hacen pasar por normas bíblicas. Pero si alguien tiene miedo de “caer en el paganismo”, ya le puedo yo decir que no se preocupe de esas nimiedades, y que recuerde que el Señor nos conoce en lo más íntimo, que no podemos engañarle ni aparentar ante él, y él busca la sinceridad de los corazones antes que los ritos o las formas. Es muy posible que la condenación que nos hagan temer esos que nos acusan de paganos no sea realmente la de Dios, sino la de los líderes del grupo religioso donde ellos han crecido y donde fueron enseñados erróneamente y se les educó para tener prejuicios de todo. La condena de los hombres y la de Dios son dos cosas bien diferentes. La segunda me importa, la primera hace mucho dejó de ser relevante para mí (Gálatas 1:10). Además, esa insistencia en la acusación y el señalar con el dedo denota una falta de amor impresionante en quien acusa. Y solo por eso tampoco deberíamos hacerles mucho caso.

Por eso hoy vine aquí a defender la celebración de una Navidad, sí, esa fiesta que algunos llaman “pagana”. ¿Por qué no? Y mucho más este año. Pienso poner el árbol, aunque me digan pagano y pienso decorarlo (de hecho ya lo hice). Pienso comprar algunos regalos, aunque sea «consumismo hipócrita», y pienso comer postres navideños y preparar comidas especiales, aunque sea «superficialidad». Y voy a hacerlo porque el Señor, a través de su Espíritu, me ha hecho libre del pecado y de la muerte, y me ha dado la capacidad de convertir en santo o en digno cualquier cosa relativa a mi vida. Puede que la forma en que algunos celebran la Navidad sea pagana, pero yo no lo soy, y con mis actos, sea donde sea, sea cuando sea, puedo hablar del amor de Dios al enviarnos a Su Hijo. Y no voy a desaprovechar esa oportunidad. Soy consciente de que Jesús no nació en diciembre. Soy consciente que siglos atrás los romanos, celtas y muchos otros pueblos paganos tenían prácticas raras y celebraciones extrañas en fechas similares. Pero nada de eso tiene demasiada importancia. Yo no soy de la antigua Roma, ni Celta, ni adorador de Odín; yo no adoro al Sol Invicto, pero ¿por qué no puedo celebrar el solsticio de invierno como un modo de adorar a Dios porque, a pesar de lo imperfectos que somos como mayordomos de su Creación, él sigue siendo fiel en el orden de la naturaleza que nos bendice? A fin de cuentas, Cristo es el verdadero Sol Invicto, el Sol de Justicia (Malaquías 4:2).
Nuestra santidad no depende de lo que celebremos, sino de cómo lo hacemos, y para quién. Por eso no acepto miedos artificiales e imposiciones de santidad de origen dudoso. Tampoco mandamientos inventados disfrazados con la Biblia. La Biblia más bien nos amonesta: «Si con Cristo vosotros ya habéis muerto a los principios de este mundo, ¿por qué, como si todavía pertenecierais al mundo, os sometéis a preceptos tales como: «No tomes en tus manos, no pruebes, no toques»? Estos preceptos, basados en reglas y enseñanzas humanas, se refieren a cosas que van a desaparecer con el uso.» (Colosenses 2:20-22).
Anteayer, domingo 28 de noviembre, el mundo protestante (al igual que otras tradiciones cristianas) inició la celebración del período de Adviento (en latín: adventus Redemptoris, ‘venida del Redentor’), el cual consiste en un tiempo de preparación espiritual para la celebración del nacimiento de Cristo. ¿Qué tal si nuestra meta es pelear menos, amar más y respetar a quien piensa diferente? A fin de cuentas, el Señor no nos ha llamado a vivir un cristianismo tóxico, ni a pelear entre cristianos frente a los inconversos, antes bien «¡Ya se te ha declarado lo que es bueno! Ya se te ha dicho lo que de ti espera el Señor: Practicar la justicia, amar la misericordia, y humillarte ante tu Dios» (Miqueas 6:8).
