Por Fernando E. Alvarado.
En momentos de crisis —ya sea por pandemias, conflictos sociales, desastres naturales o incertidumbre espiritual—, la figura del ministro evangélico emerge como un pilar fundamental para la comunidad creyente. Nuestro liderazgo trasciende lo meramente religioso, convirtiéndonos en un referente de esperanza, guía y estabilidad en medio del caos. Y es que nuestro carácter y las acciones como ministros no solo definen nuestra autoridad espiritual, sino que también moldean la respuesta colectiva ante la adversidad, influyendo en cómo la comunidad enfrenta, interpreta y supera los desafíos.
En un mundo cada vez más complejo y lleno de incertidumbres, el rol del ministro evangélico adquiere una dimensión profética y pastoral. No se limita a la enseñanza de principios bíblicos, sino que se extiende a la capacidad de acompañar, consolar y motivar a quienes atraviesan por situaciones límite. Nuestro ejemplo de integridad, compasión y fe se convierte en un faro que ilumina el camino de quienes se sienten perdidos o desanimados. Además, nuestra capacidad para articular un mensaje de esperanza basado en las Escrituras puede transformar la desesperación en fortaleza y el miedo en acción. Así las cosas ¿Acaso no es enorme nuestra responsabilidad como pastores y líderes eclesiásticos?

LA CRISIS DESDE UNA ÓPTICA BÍBLICA: Un kairós para la fe y la misión
La crisis, desde una perspectiva bíblica, no es un fenómeno ajeno al plan divino, sino una oportunidad para que la soberanía y el poder de Dios se manifiesten de maneras profundas y transformadoras. A lo largo de las Escrituras, encontramos numerosos ejemplos de hombres y mujeres que enfrentaron situaciones críticas con una fe activa y una dependencia radical de Dios. En el Antiguo Testamento, figuras como José, Moisés y Nehemías se destacan por su capacidad de responder a crisis colectivas —como la esclavitud en Egipto, el exilio babilónico y la reconstrucción de Jerusalén— con una confianza inquebrantable en el propósito divino. José, por ejemplo, declaró a sus hermanos: «Vosotros pensasteis mal contra mí, pero Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo» (Génesis 50:20), revelñandonos cómo Dios utiliza incluso las circunstancias más adversas para cumplir sus propósitos redentores.
En el Nuevo Testamento, Jesús mismo enfrentó crisis personales y sociales con una perspectiva celestial. Durante su tentación en el desierto (Mateo 4:1-11), resistió las pruebas con la Palabra de Dios, demostrando que las crisis son oportunidades para afirmar nuestra identidad y dependencia de Él. Además, en medio de la opresión romana y las tensiones sociales de su época, Jesús enseñó que las tribulaciones no son un fin en sí mismas, sino un medio para manifestar la gloria de Dios. Esto queda claramente ilustrado en el relato del hombre ciego de nacimiento, donde Jesús afirmó: «No es que pecó este, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él» (Juan 9:3). Así, la crisis se convierte en un kairós —un tiempo propicio— para el crecimiento espiritual, la manifestación del poder divino y la renovación de la misión eclesial.
Para el ministro evangélico, entender la crisis desde esta perspectiva es fundamental. No debe verla como un fracaso de la fe o como una señal de abandono por parte de Dios, sino como un escenario donde la gracia y la soberanía divina se revelan en medio de la debilidad humana. El apóstol Pablo experimentó esto de manera personal cuando Dios le dijo: «Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad» (2 Corintios 12:9). Esta verdad libera al creyente del fatalismo y lo impulsa a confiar en que, incluso en las circunstancias más oscuras, Dios está obrando para bien.
Además, la crisis es una oportunidad para fortalecer la esperanza escatológica, recordando que las dificultades presentes no tienen la última palabra. Juan 1:5 afirma: «La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella». Esta declaración es un poderoso recordatorio de que, aunque las crisis puedan parecer abrumadoras, la luz de Cristo siempre prevalece. El ministro, como guía espiritual, está llamado a encarnar esta esperanza y a transmitirla a su congregación, ayudándoles a ver más allá de las circunstancias temporales y a enfocarse en el reino eterno de Dios.
En conclusión, la crisis, lejos de ser un obstáculo insuperable, es un kairós —un tiempo designado por Dios— para profundizar nuestra fe, manifestar su gloria y avanzar en la misión que nos ha encomendado. El ministro que abraza esta verdad no solo encuentra consuelo y fortaleza en medio de la adversidad, sino que también se convierte en un instrumento poderoso para guiar a otros hacia la luz de Cristo, incluso en los momentos más oscuros.

EL CARÁCTER DEL PASTOR: Pilar de eficacia en la adversidad
El carácter del pastor es un factor determinante en su capacidad para liderar y guiar a su congregación en tiempos de crisis. La teología pastoral identifica virtudes esenciales que no solo fortalecen al ministro en su caminar personal, sino que también lo habilitan para ser un instrumento eficaz en las manos de Dios. Estas virtudes, arraigadas en las Escrituras, son fundamentales para enfrentar la adversidad con sabiduría, gracia y autoridad espiritual.
- Humildad y Dependencia de Dios: En medio de la crisis, el ministro debe reconocer sus limitaciones humanas y evitar caer en la trampa de la autosuficiencia. Como afirma el apóstol Pablo: «No que seamos competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios» (2 Corintios 3:5). La humildad no es sinónimo de pasividad, sino de una confianza activa en que Dios, quien comenzó la buena obra en nosotros, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo (Filipenses 1:6). Un ejemplo bíblico destacado es el rey Ezequías, quien, al enfrentar el asedio asirio, no confió en su propia fuerza, sino que buscó la dirección divina con oración y súplica (2 Reyes 19:14-19). Este acto de humildad y dependencia resultó en una poderosa intervención de Dios que salvó a su pueblo.
- Resiliencia Espiritual: La resiliencia en el ministerio no es simplemente una cualidad psicológica, sino un fruto del Espíritu Santo que se manifiesta en la vida del creyente (Gálatas 5:22-23). El apóstol Pablo es un modelo de esta virtud, ya que, a pesar de enfrentar «espinas» y persecuciones, declaró con firmeza: «Cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Corintios 12:10). Para el pastor, cultivar una fe arraigada en la Palabra de Dios es esencial, ya que le permite mantenerse firme y, a su vez, sostener a su congregación en medio de la tormenta. Como dice el Salmo 119:105, «Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino».
- Compasión Activa: La compasión es una característica central del ministerio de Jesús, quien, al ver a las multitudes, «tuvo compasión de ellas, porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor» (Mateo 9:36). En tiempos de crisis, el ministro está llamado a ser un «buen samaritano» (Lucas 10:25-37), priorizando el servicio y el amor al prójimo sobre los formalismos religiosos. Esto implica escuchar con empatía, acompañar en el dolor y sufrir con los que sufren, tal como lo enseña Romanos 12:15: «Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran». La compasión activa no solo alivia el sufrimiento, sino que también refleja el corazón de Cristo hacia un mundo herido.
- Integridad Ética: En tiempos de caos y confusión, la tentación de recurrir al pragmatismo —como mentiras piadosas o manipulación emocional— puede ser grande. Sin embargo, el pastor está llamado a mantener una conducta intachable, siendo «irreprensible» incluso bajo presión (1 Timoteo 3:2-7). La integridad ética no solo protege el testimonio del ministro, sino que también fortalece la confianza de la congregación en su liderazgo. Proverbios 10:9 lo resume claramente: «El que camina en integridad anda confiado; mas el que pervierte sus caminos será quebrantado».
- Discernimiento Sobrenatural: Las crisis exigen decisiones difíciles y, en tales momentos, el discernimiento espiritual es indispensable. Este discernimiento no proviene de la sabiduría humana, sino que es guiado por el Espíritu Santo y la Palabra de Dios. Como advierte 1 Juan 4:1, «Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios». Un ejemplo bíblico de discernimiento y acción estratégica es Nehemías, quien combinó la oración con la planificación para reconstruir los muros de Jerusalén en medio de la oposición (Nehemías 4:9). El pastor, al igual que Nehemías, debe buscar la guía divina para distinguir entre las voces de temor y las de fe, tomando decisiones que glorifiquen a Dios y avancen su reino.
El carácter del pastor es el cimiento sobre el cual se construye su eficacia en la adversidad. La humildad, la resiliencia espiritual, la compasión activa, la integridad ética y el discernimiento sobrenatural no son meras cualidades deseables, sino virtudes esenciales que deben ser cultivadas a través de una relación íntima con Dios y un compromiso inquebrantable con su Palabra. En tiempos de crisis, estas virtudes no solo sostienen al ministro, sino que también lo capacitan para ser un instrumento de esperanza, sanidad y transformación en medio de un mundo necesitado.

LA TEOLOGÍA ENCARNADA EN LA PRAXIS: El ministro como líder espiritual y agente de transformación
La teología no es simplemente un conjunto de doctrinas abstractas, sino una verdad que debe encarnarse en la práctica diaria del ministro. En tiempos de crisis, el pastor está llamado a actuar no solo como un líder espiritual, sino también como un agente de transformación que refleje el amor y el poder de Dios en medio de las adversidades. Para ello, existen ciertas áreas clave en las que el ministro debe enfocarse para cumplir este rol de manera efectiva.
- Priorizar la Oración y el Ayuno: La oración no debe ser vista como un último recurso, sino como el primer frente de batalla en cualquier situación crítica. Los apóstoles entendieron esto cuando decidieron dedicarse «a la oración y al ministerio de la palabra» (Hechos 6:4). En tiempos de crisis, el pastor debe convocar a la congregación a buscar el rostro de Dios con humildad y fe, recordando la promesa de 2 Crónicas 7:14: «Si se humilla mi pueblo, y sanaré su tierra». El ayuno, por su parte, es una práctica espiritual poderosa que abre caminos en lo imposible. Esdras, antes de emprender un viaje peligroso, proclamó un ayuno para buscar la protección de Dios (Esdras 8:21-23), y el Señor respondió a su fe.
- Comunicar Verdad con Esperanza: El mensaje del pastor en tiempos de crisis debe equilibrar la honestidad sobre la realidad con la certeza de las promesas divinas. No se trata de caer en un optimismo vacío que ignore el dolor, ni en un pesimismo paralizante que niegue la esperanza. Jeremías, en medio del exilio babilónico, escribió cartas a los cautivos animándolos a edificar vidas plenas a pesar de las circunstancias: «Edificad casas y habitadlas; plantad huertos y comed de su fruto» (Jeremías 29:5). El pastor debe recordar a su congregación que, aunque «hay dolor», también hay un «pero Dios» que transforma las situaciones más difíciles.
- Fomentar la Unidad y la Colaboración: Las crisis tienen el potencial de dividir o unir a las comunidades. El ministro debe ser un promotor activo de la unidad, siguiendo el mandato de Efesios 4:3: «Solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz». Esto implica trabajar en colaboración con otras iglesias y organizaciones para multiplicar recursos y esfuerzos. Un ejemplo bíblico de esta cooperación es la ofrenda colectiva organizada por los apóstoles para ayudar a los creyentes afectados por la hambruna en Judea (Hechos 11:27-30). Este modelo de solidaridad intercongregacional sigue siendo relevante hoy.
- Innovar en la Misión: Las restricciones externas, como las pandemias o las persecuciones, exigen creatividad y adaptación en la misión de la Iglesia. El uso de tecnología para predicar, la formación de grupos pequeños en hogares y el desarrollo de ministerios de ayuda humanitaria son ejemplos de cómo la Iglesia puede innovar sin comprometer el mensaje del Evangelio. La Iglesia primitiva es un modelo de adaptación, ya que se expandió precisamente en contextos de persecución: «Los que fueron esparcidos iban por todas partes anunciando el evangelio» (Hechos 8:4).
- Cuidar la Salud Integral: El pastor no es invencible y debe cuidar su salud física, emocional y espiritual para evitar el agotamiento. Elías, después de una gran victoria espiritual, experimentó un colapso emocional y físico (1 Reyes 19:1-8), pero Dios lo restauró mediante el descanso y la provisión. Delegar tareas, como lo hizo Moisés siguiendo el consejo de su suegro Jetro (Éxodo 18:17-23), y buscar mentoría son prácticas sabias que ayudan a mantener el equilibrio en el ministerio.
- Enseñar a Vivir en Esperanza Escatológica: Las crisis son un recordatorio de que la ciudadanía de la Iglesia no es de este mundo, sino celestial (Filipenses 3:20). El ministro debe apuntar a la eternidad, enseñando que las tribulaciones presentes son temporales y que producen un «eterno peso de gloria» (2 Corintios 4:17). Esta esperanza escatológica no solo consuela, sino que también motiva a los creyentes a vivir con propósito y perseverancia, sabiendo que su recompensa está en Cristo.
El ministro que encarna la teología en la praxis se convierte en un faro de luz en medio de la oscuridad. Al priorizar la oración, comunicar verdad con esperanza, fomentar la unidad, innovar en la misión, cuidar su salud integral y enseñar a vivir en esperanza escatológica, el pastor no solo sobrevive a las crisis, sino que también guía a su congregación hacia un crecimiento espiritual y una transformación profunda. Como dice Romanos 8:28, «Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados». En las manos de Dios, incluso las crisis se convierten en oportunidades para manifestar su gloria y avanzar su reino.

EL MINISTRO EVANGÉLICO EN TIEMPOS DE CRISIS: Un siervo que refleja a Cristo
El ministro evangélico en tiempos de crisis no es un superhéroe invencible, sino un siervo humilde que refleja a Cristo, el «varón de dolores, experimentado en quebranto» (Isaías 53:3). Jesús, quien cargó con nuestras aflicciones y entendió profundamente el sufrimiento humano, es el modelo perfecto para el pastor que enfrenta adversidades. Su carácter —forjado en la intimidad con Dios— y sus acciones —guiadas por el Espíritu Santo— lo posicionan como un faro de esperanza en medio del caos, capaz de guiar a otros hacia la luz de Cristo incluso en los momentos más oscuros.
El carácter del ministro es fundamental en tiempos de crisis. Virtudes como la humildad, la resiliencia, la compasión y el discernimiento no son meras cualidades humanas, sino frutos del Espíritu que se desarrollan en una relación profunda con Dios. Como dice Santiago 4:10, «Humillaos delante del Señor, y él os exaltará». La humildad permite al pastor reconocer sus limitaciones y depender completamente de Dios, mientras que la resiliencia, arraigada en la fe, lo sostiene en medio de las pruebas. Pablo, quien enfrentó numerosas adversidades, declaró: «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Filipenses 4:13).
La compasión es otra característica esencial del ministro en tiempos de crisis. Jesús, al ver a las multitudes, «tuvo compasión de ellas, porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor» (Mateo 9:36). El pastor está llamado a imitar este ejemplo, siendo un «buen samaritano» que se acerca al herido, lo cuida y lo restaura (Lucas 10:25-37). Además, el discernimiento espiritual, guiado por el Espíritu Santo, es crucial para tomar decisiones sabias en medio de la incertidumbre. Como dice Proverbios 3:5-6, «Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas».
En la práctica, el ministro debe combinar la oración y la acción. La oración no es un último recurso, sino el primer frente de batalla. Como enseña Filipenses 4:6, «Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias». El ayuno, como en el caso de Esdras (Esdras 8:21-23), es una herramienta poderosa para buscar la dirección y la provisión divina. Además, el pastor debe innovar en la misión, adaptándose a las circunstancias sin comprometer el mensaje del Evangelio. La Iglesia primitiva es un ejemplo de esto, ya que se expandió incluso en contextos de persecución (Hechos 8:4).
La unidad también es clave en tiempos de crisis. El ministro debe fomentar la comunión y la colaboración entre los creyentes, recordando las palabras de Jesús: «En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros» (Juan 13:35). Los apóstoles, ante la hambruna en Judea, organizaron una ofrenda colectiva que demostró la solidaridad de la Iglesia (Hechos 11:27-30).
Finalmente, el ministro debe cuidar su salud integral, reconociendo que no es invencible. Elías, después de una gran victoria espiritual, experimentó agotamiento físico y emocional, pero Dios lo restauró (1 Reyes 19:1-8). Delegar tareas y buscar mentoría son prácticas sabias que ayudan a mantener el equilibrio en el ministerio.
En medio de las crisis, el ministro debe apuntar a la eternidad, enseñando a su congregación a vivir en esperanza escatológica. Como dice 2 Corintios 4:17, «Esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria». Esta perspectiva no solo consuela, sino que también motiva a los creyentes a perseverar con fe y propósito.
El verdadero triunfo del ministerio pastoral en tiempos de crisis no radica en la ausencia de dificultades, sino en la capacidad de reflejar a Cristo y guiar a otros hacia una fe más profunda y una misión más audaz. Como escribió Lutero durante la peste: «Sirvamos a nuestro prójimo, y confiemos en que Dios nos protegerá o nos llevará a su gloria». En esta confianza y servicio radica la esencia del ministerio pastoral, que transforma las crisis en oportunidades para glorificar a Dios y avanzar su reino.

REFERENCIAS:
- Lutero, M. (1527). Whether one may flee from a deadly plague. En J. Dillenberger (Ed.), Martin Luther: Selections from his writings (pp. 347-378). Nueva York, NY: Anchor Books. (Obra original publicada en 1527).