Herejías, Herejías Cristológicas, Sin categoría, Trinidad, Unicidad

La subordinación funcional eterna del Hijo y las relaciones de género

Por Fernando E. Alvarado

Algunos cristianos sostienen que el Hijo se somete al Padre en la historia es la misma manera en que Dios el Padre se relaciona al Dios Hijo en la eternidad. Esta posición es conocida como la doctrina de la sumisión funcional eterna (SFE), de la subordinación de relación eterna (SRE), o autoridad-sumisión de relación eterna (ASRE). Según dicha postura, el Hijo difiere del Padre mediante la sumisión, mientras que el Padre al Hijo, al ejercer la autoridad.

Buscando escapar de la acusación de arrianismo, los defensores de esta postura suelen argumentar que la sumisión del Hijo no indica alguna inferioridad entre los dos esencialmente, y que la sumisión es un papel honorable que no requiere una diferencia ontológica entre el Padre y el Hijo. Además, consideran que la analogía entre el Padre y el Hijo tiene sentido a la luz de las relaciones humanas, particularmente las relaciones entre marido (autoridad) y la mujer (sumisión). 1 Corintios 11: 3, según ellos, proporciona una justificación para esta posición:

“Pero quiero que sepáis que la cabeza de todo hombre es Cristo, y la cabeza de la mujer es el hombre, y la cabeza de Cristo es Dios.”

En oposición a la postura de la SFE, la iglesia cristiana ha sostenido por siglos lo que bien podría denominarse el Punto de Vista Clásico, el cual niega la subordinación eterna del Hijo. Dicha postura haya sustento no solo en la Biblia, sino también en la tradición patrística, la tradición medieval y la posición trinitaria originalmente sustentada por las iglesias protestantes.

La postura clásica rechaza la sumisión del Hijo en la eternidad. Afirma que el Hijo se somete al Padre en la historia, pero la sumisión del Hijo en la historia no significa que esta sea la manera de distinguir al Hijo del Padre en la eternidad. En cambio, el Hijo procede del Padre eternamente en la misión, que se expresa en la sumisión temporal durante esa misión. El Hijo, entonces, se diferencia del Padre porque el Hijo eternamente procede del Padre.

El Punto de Vista Clásico sostiene que, si el Hijo se somete al Padre en la eternidad, esto significa que el Hijo es esencialmente inferior al Padre. Esto sería un golpe mortal para la doctrina de la Trinidad, ya que si Hijo fuese algo menor que el Padre, el Hijo no podría ser Dios ni parte de la Trinidad. La Biblia, sin embargo, afirma que ambos, Padre e Hijo, son Dios en plano de igualdad. La Biblia, de hecho, nos dice que Jesucristo y el Gran Jehová del Antiguo Testamento, son el mismo ser divino, lo cual no tendría sentido si Jesús fuese en alguna medida, inferior al Padre:

1. Jesús (Jehová) fue el creador de este mundo (Isaías 45:11-12; Juan 1:1, 3; véase también el versículo 14.)

2. Jehová (Jesús) es el Salvador (Oseas 13:4; Lucas 2:11)

3. Jehová (Jesús) es el Redentor (Isaías 43:14; Gálatas 3:13)

4. Jehová (Jesús) salvará a los hombres de la muerte (Oseas 13:14; 1 Corintios 15:20-22)

5. Los judíos mirarán a Jehová (Jesucristo), a quien traspasaron (Zacarías 12:10; (Juan 19:34, 36-37)

6. Jesucristo (Jehová) acompañó a Israel durante el Éxodo (Éxodo 13:21-22; 1 Corintios 10:1-4)

7. Jehová (Jesucristo) es el primero y el último, el alfa y la omega (Isaías 44:6; Apocalipsis 1:8)

Aunque para muchos parezca una paradoja, el Jehová del Antiguo Testamento no es nada menos que el Hijo de Dios, Jesucristo. Juan así nos lo dice:

“En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba con Dios en el principio. Por medio de él todas las cosas fueron creadas; sin él, nada de lo creado llegó a existir.” (Juan 1.1-3, NTV)

Hebreos 13:8 también nos dice: Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”. Es decir Jesús fue ayer, es el mismo hoy y existirá para siempre. Esto también lo encontramos en las palabras Apocalipsis 1:8 mediante las cuales, el Señor Jesucristo se reveló a Juan en la isla de Patmos diciéndole: “Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso.”

Jesús también nos habló de su preexistencia antes de que tomara un cuerpo humano y naciera en Belén de Judea. Juan 17:5 nos dice:

“Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese.”

Y esto habla claramente de que Jesús existió como Dios antes de que el mundo fuese creado, y que la gloria de la Deidad era compartida por el Padre y el Hijo en igualdad en la eternidad. Si fue así antes, es lógico creer que volverá a serlo en la eternidad venidera.

El Hijo estuvo presente en el momento de la creación del universo (Juan 1:3); es decir que Jesús existió antes de que todo el universo y todas las cosas visibles e invisibles que conocemos fueran creadas por Él (Colosenses 1:16). Él es auto existente, existe por sí mismo y existe desde antes que todas las cosas fueran creadas (Juan 8:58).

El apóstol Pablo, en el gran pasaje de Filipenses 2 afirma que Jesús estaba en la forma de Dios antes de su encarnación

“El cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.” (Filipenses 2:6-8)

¿Puedes notar en ello algún grado de sumisión o inferioridad del Hijo en relación con Dios Padre? No la hay hasta el momento de la encarnación. Y es ahí donde debemos prestar especial atención. El Hijo llegó a estar subordinado al Padre y fue, temporalmente, menor a Él, en cuando a su naturaleza humana. Pablo lo dice claramente: “y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente.” Pero dicha subordinación no es eterna, sino temporal, limitada en el tiempo y sin efecto en la eternidad pasada (antes que el mundo fuese) o en la futura (cuando este mundo haya finalizado y la redención sea consumada).

La doctrina de la sumisión funcional eterna es errónea, y sus implicaciones son graves y muchas, pero su principal error es hacer teología mediante la antropología; con el fin de probar su punto de vista de las relaciones hombre-mujer. ¿O es mera casualidad que la inmensa mayoría de aquellos que defienden la subordinación eterna del Hijo sean también acérrimos defensores de la subordinación de la mujer al hombre y su incapacidad para ejercer el ministerio en igualdad con los varones?

Y es que, desafortunadamente, durante los últimos años, la cuestión sobre el estatus de las mujeres se ha mezclado con la doctrina de la Trinidad, y esto a pesar de que los dos temas son totalmente separados. Tal equiparación doctrinal es totalmente absurda. La Trinidad es nuestra doctrina de Dios, trata sobre tres personas, todas descritas pictóricamente como masculinas. No puede haber correlación entre tres figuras divinas descritas como masculinas y las relaciones entre lo masculino y lo femenino en la tierra.

Por lo tanto, debemos tener en cuenta que este conectar la Trinidad y el estatus del ministerio de las mujeres, sea lo que fuera que pensemos al respecto, no puede fundamentarse en la Trinidad y no debería cimentarse en la Trinidad, porque el momento en que hacemos eso tendemos a corromper la doctrina de la Trinidad. Leemos nuestras propias preocupaciones—algunas podrían ser igualitarias, otras podrían ser complementarias—en la doctrina de la Trinidad, y eso no resulta útil de ninguna manera. La cuestión de género, utilizada para entender la trinidad, solo enturbia nuestra comprensión de esta última.

Pero aún si quisieran tomar ese arriesgado camino de equiparar la relación del hombre con su mujer para ejemplificar la subordinación del Hijo al Padre, quienes opten por ello deben recordar que la Biblia enseña que la formación de la mujer tomada del hombre demuestra unidad e igualdad fundamental de los seres humanos (Génesis 2:21-23). En Génesis 2:18, 20 la palabra «idónea» (kenegdo) denota igualdad y adecuación mutua; tanto el hombre como la mujer fueron creados a la imagen de Dios, tuvieron una relación directa con Dios, compartieron conjuntamente las responsabilidades de engendrar y criar a los hijos, y de tener dominio sobre el orden creado (Génesis 1:26-28). El señorío de Adán sobre Eva resultó de la Caída y por eso no fue parte del orden original de la Creación. Génesis 3:16 es una predicción de las consecuencias de la Caída más bien que una prescripción del orden ideal de Dios.

Pero si lo anterior no bastase, la Biblia enseña que, por la fe en Cristo, todos nosotros llegamos a ser hijos de Dios, uno en Cristo y herederos de las bendiciones de salvación, sin referencia a distintivos raciales, sociales o sexuales (Juan 1: 12-13; Romanos 8:14-17, 2 Corintios 5:17; Gálatas 3:26-28). La igualdad es la norma bíblica, la subordinación de la mujer es temporal, producto del estado caído, y no será así en la eternidad, como tampoco lo será la subordinación del Hijo.

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