Complementarianismo, Familia, Igualitarismo, Ministerio Femenino

El uso del velo en la mujer cristiana

𝗣𝗼𝗿 𝗙𝗲𝗿𝗻𝗮𝗻𝗱𝗼 𝗘. 𝗔𝗹𝘃𝗮𝗿𝗮𝗱𝗼

En nuestro ambiente lleno de sectarismo suele ser común que algunos creyentes de ciertas denominaciones (mayormente de corte profético, apostólico, menonitas, amish y hasta pentecostales unicitarios) le insistan a nuestras amadas hermanas sobre el uso del velo como requisito indispensable para ‘estar bien con Dios’ y hasta para ‘ser salvas’. No es mi intención humillar las creencias de nuestros hermanos con una opinión diferente; no obstante, en honor a la verdad, y puesto que acostumbran hacer proselitismo en nuestras iglesias buscando a quien convencer (o confundir), creo necesario dar una respuesta. Aunque tales grupos religiosos suelen presentar ciertos versículos de apoyo para su teoría, hacen caso omiso de toda regla de interpretación bíblica e ignoran, ya sea por conveniencia o simple ignorancia, el contexto en el cual dichos versículos fueron dados. Ciertamente, las palabras de Pablo han sido utilizadas para minimizar el rol de la mujer en el ministerio cristiano, mantenerla en sujección al liderazgo masculino y sostener el sistema misógino de mando que predomina en muchas iglesias cristianas. Pablo mismo ha sido acusado de machista y misógino pero, qué tal si analizamos algunas de las alusiones paulinas acerca de la mujer, la condición de ésta en Cristo y su lugar en la Iglesia.

¿𝗗𝗘 𝗗𝗢𝗡𝗗𝗘 𝗦𝗨𝗥𝗚𝗘 𝗘𝗦𝗧𝗔 𝗖𝗥𝗘𝗘𝗡𝗖𝗜𝗔?
El asunto del uso del velo como señal de sumisión en la mujer cristiana merece ser analizado. Pablo afirma: “Todo varón que ora o profetiza con la cabeza cubierta, afrenta su cabeza. Pero toda mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta, afrenta su cabeza; porque lo mismo es que si se hubiese rapado […] Juzgad vosotros mismos: ¿Es propio que la mujer ore a Dios sin cubrirse la cabeza? La naturaleza misma ¿no os enseña que al varón le es deshonroso dejarse crecer el cabello?..” (1 Corintios 11:5-5 y 13-14).

¿𝗗𝗘𝗕𝗘 𝗟𝗔 𝗠𝗨𝗝𝗘𝗥 𝗢𝗥𝗔𝗥 𝗖𝗢𝗡 𝗟𝗔 𝗖𝗔𝗕𝗘𝗭𝗔 𝗖𝗨𝗕𝗜𝗘𝗥𝗧𝗔?
Respecto a la expresión:“… La naturaleza misma ¿no os enseña…?” el término griego usado aquí para “naturaleza” es physis, el mismo vocablo que designa costumbres, hábitos sociales, tradición o decoro. La evidencia de que en este caso la acepción más correcta es “costumbre” nos la ofrece el propio contexto, pues sólo por una cuestión cultural –y no gracias a una supuesta revelación física de la naturaleza– podemos concluir que dejarse el cabello largo es moralmente deshonroso o que la mujer debe ponerse un velo para orar. De hecho, la palabra physis (naturaleza) es la misma que usa Pablo para referirse a la práctica de la circuncisión (Romanos 2:27), y es evidente que no podemos interpretar que “por enseñanza de la naturaleza” los judíos deben circuncidarse.

Ni el cuerpo, ni nada en la naturaleza nos muestra esto. Es más, si esto fuera así, entonces la circuncisión debería aplicarse no sólo a los judíos sino a todos los hombres de cualquier tiempo y lugar, planteamiento al que precisamente se opone Pablo. Si entendemos que la naturaleza como tal es la que nos dice que es deshonroso que el varón se deje el pelo largo, cabe preguntarse ¿Cuánto de largo? Difícil respuesta, y más aún cuando parece claro –como veremos- que no es por un asunto de tipo físico-teológico por lo que Pablo parece estar preocupado.En todo caso, e incluso entendiendo physis como una alusión física a la tendencia natural de la mujer para tener el cabello más largo, la deshonra aludida siempre habría que entenderla como una apelación cultural y no desde una supuesta revelación moral de origen capilar. Parece claro.

“𝗟𝗔 𝗠𝗨𝗝𝗘𝗥, 𝗚𝗟𝗢𝗥𝗜𝗔 𝗗𝗘𝗟 𝗩𝗔𝗥𝗢𝗡”
Una esposa era en la cultura greco-romana una posesión del marido. Que una mujer no se cubriera la cabeza en un acto religioso era una ofensa para el marido según los cánones sociales establecidos. Esto era algo que redundaba en crítica hacia ella y su esposo, quien finalmente era su representante legal. Cubrirse la cabeza llevaba implícito la defensa de unos valores morales firmes, femineidad y sujeción al esposo. Por eso se dice en un juego de palabras que “toda mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta afrenta sucabeza”, es decir, a su esposo. Parece ser además que la ley romana para Corinto establecía que la mujer que traicionaba a su marido con adulterio debía ser rapada como las prostitutas o las esclavas castigadas.

Esta rebelión de las mujeres cristianas que se sentían liberadas y que no se cubrían la cabeza era -como decimos- una ofensa para su entorno, razón que lleva a Pablo a tirar de ironía y provocación al decirles a éstas que si no quieren cubrirse la cabeza que se la rasuren, a sabiendas de que las mujeres rapadas eran las rameras. Además de esta falta de respeto hacia el marido, la exhibición del cabello femenino durante un acto religioso era también visto por algunos como una muestra de frivolidad y hasta de sensualidad, tal y como ocurre hoy en el Islam. Que Pablo considere a la mujer “gloria del varón” es un reto para que la mujer respete a su marido y para que el varón no la desprecie ni le sea indiferente. El hombre debe esforzarse para tener en gran estima a “su gloria” y no acusarla como hizo Adán. La propia belleza de la expresión “gloria del varón” referida a la mujer choca de bruces con la lamentable aversión hacia la mujer que posteriormente mantendrían destacados “Padres de la iglesia” que no fueron permeables al mensaje de Cristo y que prefirieron seguir anclados en el estoicismo griego y el machismo más recalcitrante.

Desgraciadamente, el cristianismo heredó la visión negativa del género femenino que compartían judíos, griegos y romanos y le dio una sanción teológica. Tertuliano de Cartago (s. II y III), decía:“Tú [mujer] eres la puerta del diablo, tú quien destapó el árbol prohibido, tú la primera transgresora de la Ley divina; tú fuiste quien persuadió a aquél a quien el diablo no tuvo suficiente coraje para acercarse, tú estropeaste la imagen de Dios: el hombre Adán; por tu castigo, la muerte, incluso el Hijo de Dios hubo de morir […] ¿No sabes que cada una de vosotras es una Eva? La sentencia del Señor sobre tu sexo está vigente hoy; la culpa, necesariamente, sobrevive hoy también”. Por otro lado, el renombrado Juan Crisóstomo (S. IV y V), lejos de considerar a la esposa como “gloria del varón” o “vaso frágil, coherederas de la gracia de la vida” (1ª Pedro 3:7) concluye sin rubor alguno que: “En resumen, las mujeres toman todas sus corruptas costumbres femeninas y las imprimen en las almas de los hombres”.

¿𝗤𝗨𝗘 𝗗𝗘𝗖𝗜𝗔 𝗟𝗔 𝗕𝗜𝗕𝗟𝗜𝗔 𝗔𝗡𝗧𝗘𝗦 𝗗𝗘 𝗣𝗔𝗕𝗟𝗢 𝗦𝗢𝗕𝗥𝗘 𝗘𝗟 𝗖𝗨𝗕𝗥𝗜𝗥𝗦𝗘 𝗟𝗔 𝗖𝗔𝗕𝗘𝗭𝗔?
La costumbre del velo como prenda cubridora de la cabeza femenina no sólo se desarrolló en el Imperio romano pues también griegas, egipcias o babilónicas lo usaron. Llegado este punto, debemos notar que en el Antiguo Testamento no se alude a esta práctica como un mandato de La Ley impuesto por Jehová. Es más,en una de las escasas apariciones bíblicas de la cuestión del velo comprobamos cómo en otro tiempo era un distintivo, no de virtud, sino del ejercicio de la prostitución: “Entonces se quitó ella los vestidos de su viudez, y se cubrió con un velo, y se arrebozó […], y la vio Judá, y la tuvo por ramera, porque ella había cubierto su rostro” (Génesis 38: 14-15)¡Cómo cambian las costumbres sociales del decoro y el significado de éstas! ¡El velo en tiempos del Antiguo Testamento llegó a ser un distintivo de las prostitutas! Un vuelco de 180 grados a la percepción bíblica en cuanto a la relación entre honra y velo. Posteriormente, ya en el ámbito grecorromano, el velo y el cabello largo pasarían a convertirse en distintivos de formalidad y de un saber estar femenino.

También tuvieron que ver en esto los castigos sociales del Imperio romano, pues a algunas prostitutas y adúlteras se las identificaría como tales cortándoles el pelo como exhibición pública de su vergüenza. Como ilustración para el siglo XXI podríamos afirmar que ir en contra de estas actitudes de formalidad del primer siglo equivaldría hoy a que (exagerando un poco) durante el cáliddo verano a una mujer cristiana se le ocurriese entrar al local de una iglesia de la zona costera vestida solamente con e lbikini o en top less. Es más que probable que su actitud estuviese considerada como poco apropiada por muchos de los allí presentes a pesar de que la Biblia no afirma en ningún sitio que llevar bikini sea pecado. Salvando las distancias, algo similar es lo que trata de solventar Pablo con el asunto del velo y la percepción social de su entorno más conservador –aunque no bíblico– de la Roma del siglo I respecto a una prenda que ni siquiera se comentó en La Ley de Moisés.

Es comprensible que el mensaje liberador del Evangelio llevase a algunas de las primeras cristianas a promover una especie de contrarreacción que -como casi todas las contrarreacciones- pudo ser descompensada y avasallante contra los símbolos de abuso y discriminación hacia ellas. Más que comprensible es hasta esperable. Esto es algo que ha ocurrido siempre y quizás esta libertad y autoestima reforzada en Cristo provocase esta rebeldía canalizada en la ruptura de muchos de los formalismos clásicos que distinguían a las mujeres como sumisas y formales según los cánones culturales de entonces. Es fácil comprender que esta actitud no fuese bien entendida por cada uno de quienes se iban incorporando a la Iglesia de Cristo. Por esta razón Pablo opta por llamar a la concordia entre creyentes de diferentes trasfondos advirtiéndoles de “que esta libertad vuestra no venga a ser tropiezo para los débiles” (1 Corintios 8:9), motivo por el que apela a la conveniencia dentro de un decoro conservador en pos de evitar escándalos y superficiales enfrentamientos entre cristianos que como cualquiera de nosotros seguían siendo parte de una cultura y su forma de ver el decoro o la honra pública y familiar.

La mujer en aquel tiempo tenía un papel secundario, dogma de la antigua moral romana, su puesto estaba en la casa, no pudiendo participar en la vida pública, hallándose excluida de los Comicios, Senado y Magistratura. Era ante el Derecho inferior al varón. Las concepciones sociales y las normas jurídicas, consideraron a la mujer destinada al matrimonio y al hogar. La base de este dogma de la moral romana reside en la existencia de un decoro convencional. Fijémonos además que en 1ª de Corintios 11 se afirma que la mujer “trae vergüenza sobre sí” si no se cubre la cabeza y que por otro lado (vs. 7) “el varón no debe cubrirse la cabeza” ¿Pensamos entonces que un varón ofende a Dios si se coloca una gorra o se pone un sombrero? ¿Corresponde esta consideración de vergüenza o conflicto a un criterio permanente y universal? Es evidente que no es así y que los asuntos de decoro normalmente tienen más que ver –como este caso- con particularidades históricas y geográficas.

“𝗣𝗢𝗥 𝗖𝗔𝗨𝗦𝗔 𝗗𝗘 𝗟𝗢𝗦 𝗔𝗡𝗚𝗘𝗟𝗘𝗦” (vs. 10)
Algunos dirán que Pablo parece ir más allá de un asunto meramente cultural al apelar al mundo espiritual cuando afirma que “la mujer debe tener señal de autoridad sobre su cabeza, por causa de los ángeles”(vs. 10).La palabra usada aquí para “ángeles” (aggelos)significa simplemente “mensajeros”, un término usado en el Nuevo Testamento con toda normalidad para referirse a humanos que llevan un mensaje (Mateo 11:10-11. Lucas 9:52). En este caso, lo más natural es que “aggelos” haga referencia a creyentes enviados que se escandalizaban al contemplar la ruptura de los protocolos sociales del decoro en la iglesia. Parece ser que esta reacción afectaría en especial a los mensajeros que llegaban a Corinto quizás llevando cartas o mensajes de Pablo.Este hecho ofrece coherencia a la tesis interpretativa que estamos exponiendo, pues es normal que un mensajero no conozca personalmente a los hermanos y hermanos a quienes visita. Por esto no es extraño que se sorprendiesen negativamente ante actitudes sociales transgresoras de desconocidos, y más aún si eran hermanas en la fe ¿Y acaso esto es diferente hoy? Además, interpretar que la palabra mensajeros se refiere aquí a ángeles espirituales y a su reacción ante las prendas de la cabeza no tendría demasiado sentido.

“𝗧𝗔𝗠𝗕𝗜𝗘𝗡 𝗘𝗟 𝗛𝗢𝗠𝗕𝗥𝗘 𝗣𝗥𝗢𝗖𝗘𝗗𝗘 𝗗𝗘 𝗟𝗔 𝗠𝗨𝗝𝗘𝗥” (vs. 6-11)
Como comentario final acerca de 1ª Corintios 11:5-14 parece que Pablo pretende zanjar el tema de “la procedencia” descartando un uso interesado del orden de creación de Adán y Eva como argumento discriminatorio pues tras recordar que la mujer procede del hombre afirma que “también el varón nace de la mujer, y finalmente, ambos de Dios” (vs. 12). La procedencia del hombre y la mujer es mutua entre ellos y común respecto a Dios. Fuera de este asunto de género estos textos nos hablan de aspectos fundamentales para el cristiano como, por ejemplo, la consideración por los más débiles e impresionables, la renuncia en pos de la consideración hacia los otros, la humildad o el amor del esposo a la esposa como a uno mismo y otras lecciones que nada tienen que ver con la misoginia sino con la dignidad de una mujer que también es imagen y semejanza del Dios creador.

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