Cuando reconocemos que somos pobres de espíritu, Dios se encarga de satisfacer nuestra necesidad y llenar nuestras manos vacías. Cuando nos creemos ricos y sin necesidad de Él, inevitablemente seremos desechados. Así es nuestro Dios: "a los hambrientos ha colmado de bienes y ha despedido a los ricos con las manos vacías." (Lucas 1:53, LBLA).