Por Fernando E. Alvarado
Señore: ¡Dividir una iglesia o una denominación no es un mérito, es una deshonra! Hoy en día, cualquiera se levanta diciendo que es «fundador» o «plantador de iglesias», pero lo que realmente hacen es partir el Cuerpo de Cristo en pedazos. ¡Esto no es obra del Espíritu Santo! La Biblia es clara: los que siembran división están en contra de Dios y serán juzgados por ello. El apóstol Pablo no se andaba con rodeos cuando hablaba de este tema. En Romanos 16:17-18 nos advierte:
«Os ruego, hermanos, que os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos. Porque tales personas no sirven a nuestro Señor Jesucristo, sino a sus propios vientres, y con suaves palabras y lisonjas engañan los corazones de los ingenuos.» (Reina-Valera, 1960)
Y en Tito 3:10-11 dice aún más fuerte:
«Al hombre que cause divisiones, después de una y otra amonestación, deséchalo; sabiendo que el tal se ha pervertido, y peca, y está condenado por su propio juicio.» (Reina-Valera, 1960)
¿Se dan cuenta? Dios no nos dice que les demos una plataforma, ni que los escuchemos, ¡sino que los apartemos! Porque quien rompe la unidad de la Iglesia no está sirviendo a Cristo, sino a su propio ego.
¿POR QUÉ HOY LA GENTE DIVIDE LA IGLESIA?
Vivimos tiempos donde cualquier diferencia se vuelve excusa para partir la Iglesia. Algunos ejemplos:
- Legalismos sin sentido: Se enfocan más en reglas humanas que en la gracia de Dios (Colosenses 2:16-17).
- Opiniones disfrazadas de doctrinas: Se pelean por cosas que no afectan la salvación (1 Corintios 1:10).
- Pleitos y envidias: Buscan su propia gloria en vez de la de Dios (Gálatas 5:19-21).
- Desacuerdos pastorales: En vez de resolverlos en amor, prefieren dividir la congregación (3 Juan 9-10).
Todo esto es carne, no Espíritu. Y los que siembran discordia, si no se arrepienten, enfrentarán la justicia divina. Y aunque hoy la gente cree que puede hacer lo que quiera, en la Iglesia primitiva no era así. Clemente Romano, un líder del siglo I, reprendió duramente a los que causaban divisiones:
«Es vergonzoso, queridos hermanos, sí, francamente vergonzoso e indigno de vuestra conducta en Cristo, que se diga que la misma Iglesia antigua y firme de los corintios, por causa de una o dos personas, hace una sedición contra sus presbíteros… además de crear peligro para vosotros mismos.» (Clemente Romano, Carta a los Corintios, 47)
Más adelante, les exige humildad y obediencia:
«¿Quién hay, pues, noble entre vosotros? ¿Quién es compasivo? ¿Quién está lleno de amor? Que diga: si por causa de mí hay facciones y contiendas y divisiones, me retiro, me aparto adonde queráis… con tal que el rebaño de Cristo esté en paz con sus presbíteros debidamente designados.» (Ibídem, 54)
Y finalmente, les lanza una advertencia aterradora:
«Así pues, vosotros, los que sois la causa de la sedición, someteos a los presbíteros y recibid disciplina para arrepentimiento… Aprended a someteros, deponiendo la obstinación arrogante y orgullosa de vuestra lengua. Pues es mejor que seáis hallados siendo poco en el rebaño de Cristo y tener el nombre en el libro de Dios, que ser tenidos en gran honor y, con todo, ser expulsados de la esperanza de Él.» (Ibídem, 58)
¿Se dan cuenta? Para los primeros cristianos, la división en la Iglesia no era un simple error, ¡era una falta grave que podía costarles la salvación! La pregunta es: ¿Cómo tratar a los que causan división? Dios nos da instrucciones claras sobre cómo manejar a estos individuos:
- Amonéstalos: Confrontarlos con la verdad en amor (Mateo 18:15-17).
- Recházalos si persisten: No permitas que sigan dañando la Iglesia (Tito 3:10-11).
- Apártate de ellos: No te unas a su rebelión (Romanos 16:17).
No es cuestión de «tolerancia» o «inclusión» cuando hablamos de personas que destruyen la Iglesia. Es una cuestión de fidelidad a Cristo. En la iglesia primitiva la ecuación era simple: División = Herejía. Y es que la palabra «herejía» (hairesis en griego) originalmente significaba «facción» o «grupo separado». Pablo lo menciona en 1 Corintios 11:19:
«Porque es preciso que entre vosotros haya herejías, para que se hagan manifiestos entre vosotros los que son aprobados.» (Reina-Valera, 1960)
Es decir, en la Iglesia primitiva, ser un divisor te convertía automáticamente en un hereje. No era solo cuestión de doctrina, sino de romper la unidad del Cuerpo de Cristo. No nos dejemos engañar por los que quieren dividir. La unidad es un mandamiento de Cristo (Juan 17:21), y nuestra fidelidad a Él se refleja en cómo protegemos Su Iglesia. Si alguien siembra discordia, se le advierte. Si persiste, se le rechaza. Así de claro.
FUENTES CONSULTADAS:
- Biblia. (1960). Santa Biblia, versión Reina-Valera 1960. Sociedades Bíblicas Unidas.
- Clemente Romano. (Siglo I). Carta a los Corintios.
- González, J. L. (1984). Historia del Cristianismo. Editorial Caribe.
- Schaff, P. (1885). Ante-Nicene Fathers, Vol. 1: The Apostolic Fathers. Hendrickson Publishers.