Por Fernando E. Alvarado
Todas nuestras presentaciones populares y teorías sobre la Expiación de Cristo se quedan demasiado cortas ante la realidad de este magno evento. El Nuevo Testamento, sin embargo, siempre insiste en ver la cruz como lo que fue: un evento horrible y amargo dentro de la historia. En la cruz, Jesús asumió esa separación de Dios que todos los demás hombres conocen. Él no se lo merecía; Él no había hecho nada para merecer ser separado de Dios; pero como se identificó totalmente con la humanidad pecadora (Hebreos 2:14-18), el castigo que esa humanidad pecadora merecía recayó justa y directamente sobre sus hombros (Isaías 53:5).
La cruz fue un episodio horrible en la historia de la redención. No debería extrañarnos que, en Getsemaní, Cristo vacilara ante la perspectiva de beber la “copa” que se le ofrecía (Mateo 26:39). Jesús sabía que la amarga copa que le esperaba era la copa de la ira de Dios. En la cruz, Jesús bebió esa copa hasta las heces, para que su pueblo pecador no la bebiera. ¡Se lo bebió hasta las heces! Él bebió hasta el fondo la amarga copa de la ira, tanto física como espiritualmente. Y habiendo terminado todo dijo: “Consumado es” (Juan 19:28-30). La deuda estaba pagada. El castigo había sido tomado. La salvación está cumplida (Hebreos 9:11-12).

UNA MUERTE SUSTITUTIVA
Si bien Jesús enseñó con frecuencia a Sus discípulos acerca de la certeza y la necesidad de Su muerte en la cruz (Mateo 16:21; Marcos 8:31; Lucas 9:22; 17:25; 22:22), Él habló explícitamente sobre el significado de esta en tres ocasiones: En Marcos 10:45; en el discurso del Buen Pastor (Juan 10) y en la institución de la Cena del Señor (Lucas 22:19–20). En estos tres pasajes, Jesús enseñó la naturaleza sustitutiva de Su muerte, ofrecida en rescate por muchos.
Más allá de los Evangelios, tanto en las epístolas paulinas como en las generales, encontramos una articulación explícita de la naturaleza sustitutiva de la muerte de Cristo. Cuando uno considera los muchos casos en los que los Apóstoles explican la muerte de Cristo, es indiscutible que la doctrina de la expiación sustitutiva es la idea dominante. En lo que quizás sea la exposición más clara de la muerte de Cristo, el apóstol Pablo enseña el sacrificio vicario del Salvador cuando declara: “Al que no conoció pecado, lo hizo pecado por nosotros, para que nosotros fuéramos hechos justicia de Dios en él.” (2 Corintios 5:21). Asimismo, el Apóstol Pedro explicó que Jesús “mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia, por cuya herida habéis sido sanados.” (1 Pedro 2:24). En palabras del teólogo reformado Herman Bavinck:
“El Nuevo Testamento considera la muerte de Cristo como un sacrificio y el cumplimiento del culto sacrificial del Antiguo Testamento. Él es el verdadero sacrificio del pacto; así como el antiguo pacto fue confirmado por el sacrificio del pacto (Éxodo 24:3–11), así la sangre de Cristo es la sangre del nuevo pacto (Mateo 26:28; Marcos 14:24; Hebreos 9:13). Cristo es un sacrificio (θυσια, זֶבַח), la víctima del sacrificio por nuestros pecados (Efesios 5:2; Hebreos 9:26; 10:12), una ofrenda (προσφορα, δωρον; מִנְחָה קָרְבָּן; Efesios 5: Hebreos 10:10, 14, 18); un rescate (λυτρον, ἀντιλυτρον; Mateo 20:28; Marcos 10:45; 1 Timoteo 2:6) y, por lo tanto, denota el precio de la liberación, un rescate para comprar la libertad de alguien de la prisión y, por lo tanto, un medio de expiación, un sacrificio por el cual cubrir el pecado de otras personas y así salvarlas de la muerte. Él es un pago (τιμη, 1 Cor. 6:20; 7:23; 1 Pedro 1:18-19), el precio pagado por la compra de la libertad de alguien; una ofrenda por el pecado que fue hecha pecado por nosotros (2 Corintios 5:21; 1 Juan 2:2; 4:10); el cordero pascual que fue inmolado por nosotros (Juan 19:36; 1 Cor. 5:7), el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo y es inmolado con ese fin (Juan 1:29, 36; Hechos 8 :32; 1 Pedro 1:19; Apocalipsis 5:6; etc.). Él es una expiación (ἱλαστηριον, Rom. 3:25), un sacrificio de expiación (θυμα), una maldición (καταρα, Gal. 3:13) que tomó de nosotros la maldición de la ley, como la serpiente en el desierto levantado en lo alto de la cruz (Juan 3:14; 8:28; 12:33) y como un grano de trigo que muere en la tierra para dar así mucho fruto (Juan 12:24).”[1]

CHRISTUS VICTOR, NUESTRO SEÑOR TRIUNFANTE
Identificar la expiación como un sacrificio sustitutivo es simplemente correcto. La Biblia así lo enseña. Nadie podría objetarlo sin traicionar la clara enseñanza del Nuevo Testamento y el majestuoso simbolismo veterotestamentario. Hay, sin embargo, otras facetas de la Expiación de Cristo que suelen ser pasadas por alto. Una de ellas es la doctrina del Christus Victor, o del Cristo victorioso.
¿A qué nos referimos con Christus Victor? “Christus Victor” [en latín: Cristo el Vencedor] es una interpretación cristiana sobre la obra expiatoria de Cristo que enfatiza el triunfo de Jesús sobre los poderes malignos del mundo, a través del cual rescata a su pueblo y establece una nueva relación entre Dios y el mundo.[2] La pregunta importante es: ¿Tiene fundamento bíblico?
Sin duda la esencia del Christus Victor puede verse a través de toda la Biblia. Las Escrituras describen a Dios combatiendo a sus propios enemigos y a los que afligen a su pueblo. Los escritores del Antiguo Testamento hablaron de la victoria de Dios sobre los enemigos del pueblo de Israel y de los creyentes individuales. La liberación de Israel de la tiranía egipcia hizo que el pueblo cantara un cántico de victoria que celebraba el triunfo de Dios a favor de ellos (Éxodo 15:1–21); su liberación de la esclavitud a su vez formó la piedra angular de su pacto con el pueblo (Éxodo 20:2). La celebración continuó (Sal. 136:10–15) mientras Israel sometía a otras naciones bajo el liderazgo del Señor (Sal. 47:3). El salmista individual había visto la derrota de sus enemigos en su propia vida y se regocijó de que los enemigos de Dios fueran esparcidos y destruidos (Sal. 92:8-11). Dios capacita a su pueblo para resistir a sus enemigos y pisotear a sus adversarios (Sal. 44:5). Las conquistas de Dios pueden servir como juicio (Gén. 19:25, 29; Deut. 23:29; Amós 4:11; Jer. 50:40; Isa. 63:3–6), así como la base para la paz de aquellos. que le son fieles (Jeremías 50:33-39). Su victoria final derribará y destrozará a los enemigos que se le han opuesto (Hageo 2:22).
En el Nuevo Testamento, Jesús enfrentó y venció a Satanás usando la Palabra de Dios cuando fue tentado en Mateo 4. Este relato no emplea el lenguaje de la victoria, pero claramente el diablo salió de la escena como perdedor, vencido y abatido por la espada del Espíritu, la Palabra de Dios. En Efesios 6:10–17, esa espada forma parte del armamento que los creyentes tienen para combatir “principados, contra potestades, contra los poderes de este mundo de tinieblas, contra las huestes espirituales de maldad en las regiones celestiales” (LBLA). Nuevamente, el texto no habla explícitamente de la victoria, pero está claro en todas las cartas de Pablo que Cristo lleva a su pueblo a triunfar sobre la base de su resurrección.
En 2 Corintios 2:14, el apóstol habla del triunfo experimentado en el curso de la vida diaria en el Señor en términos de la costumbre de los emperadores romanos de conducir por las calles a los líderes vencidos de las fuerzas hostiles en un desfile de victoria. Pablo vincula ese tipo de triunfo con la resurrección de los creyentes experimentada en el bautismo, como se describe en Colosenses 2:11–15. Por lo tanto, Juan habla de los creyentes venciendo al diablo, conectando esa victoria con la Palabra de Dios que mora en ellos (1 Juan 2:13–14). Jesús prometió que a sus discípulos se les daría autoridad para hollar serpientes y escorpiones y para vencer el poder de Satanás (Lucas 10:19). Aunque Pablo no usó la terminología de “victoria” en Romanos 7, habló de ser liberado por “la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús” de “la ley del pecado y de la muerte” (Rom. 8:2) después de representar el cautiverio al “bajo el régimen viejo de la letra” (Rom. 7:6) que permitió que la “ley del pecado” lo colocara en cautiverio (Rom. 7:23, 25). A pesar de las experiencias de la lucha, el apóstol estaba seguro de la victoria y la liberación en Cristo Jesús (Rom. 8:1).
La victoria de Cristo también faculta a los nacidos de Dios para vencer al mundo mediante la fe en Jesús como el Hijo de Dios (1 Juan 5:4–5). Cristo ha vencido al mundo y por eso su pueblo está en paz (Juan 16:33). En Apocalipsis, Juan espera la victoria del Cordero que, como Señor de señores y rey de reyes, ha vencido a la bestia y a sus seguidores, y el Señor trae a sus creyentes escogidos y fieles con él en esta victoria (Ap. 17:12–14). Juan llama a los fieles “aquellos que vencen”. Han vencido a su acusador, Satanás, por la sangre del Cordero y por la palabra de su testimonio (Ap. 12:11), y tienen la promesa de bendiciones de todo tipo (Ap. 2:7, 11, 17, 26; 3:21).
El apóstol Pablo también usó la victoria como descripción de la resurrección de Cristo; al resucitar de su tumba, venció a la muerte. Esa victoria significó la victoria sobre el pecado y también la condenación de la ley de Dios (1 Corintios 15:51-56), porque la muerte es la única paga justa por el pecado, y la ley condenatoria de Dios juzga las violaciones de cualquier tipo (Rom. 6:23). Pablo confiesa así que la obra salvadora de Cristo libera a las personas de sus pecados y de la tiranía de Satanás y de todos los demás males.[3]

CHRISTUS VICTOR EN LA TEOLOGÍA PATRÍSTICA Y EL PROTESTANTISMO
Si identificamos el pecado, la muerte y el mal como aquello de lo que los creyentes son redimidos, entonces considerar la cruz como una victoria redentora nos permite tener una visión integral de la expiación. Si bien los padres de la iglesia estaban lejos de ser monolíticos en su teología de la expiación, la idea dominante parece haber sido algo similar al modelo Christus Victor, aunque a menudo combinado con una visión de rescate, o algún aspecto de la muerte de Jesús como redentora. y generalmente salvífica. Por eso, en la teología patrística, a menudo era posible combinar Christus Victor y la expiación sustitutiva. Atanasio ingeniosamente combinó los dos juntos cuando escribió sobre la encarnación:
“El Verbo… siendo él mismo incapaz de la muerte, asumió un cuerpo mortal, para poder ofrecerlo como suyo en lugar de todos, y sufriendo por todos por su unión con él, pudiera reducir a la nada a Aquel que tenía el poder de la muerte, es decir, el diablo, y podía librar a los que toda la vida estaban sujetos al temor de la muerte.”[4]
Martin Lutero parece haber concordado muy bien con la interpretación hoy conocida como Christus Victor. Su Catecismo Mayor explicó el segundo artículo del Credo de los Apóstoles esencialmente como el combate de Cristo y la victoria sobre el diablo:
“Cautivo bajo el poder del diablo, fui condenado a muerte y enredado en el pecado y la ceguera… vino el diablo y nos llevó a la desobediencia, al pecado, a la muerte y a toda desgracia. Como resultado, quedamos bajo la ira y el desagrado de Dios, sentenciados a la condenación eterna, como lo habíamos merecido. No hubo recursos, ni ayuda, ni consuelo para nosotros hasta que este único y eterno Hijo de Dios, en su insondable bondad, tuvo misericordia de nosotros a causa de nuestra miseria y angustia y vino del cielo para ayudarnos. Esos tiranos y carceleros ahora han sido derrotados, y su lugar ha sido tomado por Jesucristo, el Señor de la vida, la justicia y todo bien y toda bendición. Él nos ha arrebatado, pobres criaturas perdidas, de las fauces del infierno, nos ha ganado, nos ha hecho libres y nos ha restaurado al favor y la gracia del Padre. Como posesión suya nos ha tomado bajo su protección y amparo, para gobernarnos con su justicia, sabiduría, poder, vida y bienaventuranza. …”[5]
En su comentario de Gálatas de 1531, Lutero repitió un tema que había utilizado durante más de una década, el del “duelo magnífico” entre Cristo y Satanás, en el que Cristo resistió el poder de Satanás y ganó “una victoria sobre la ley, el pecado, nuestra carne, el mundo, el diablo, la muerte, el infierno y todos los males; y esta victoria suya nos la ha dado. Aunque estos tiranos, nuestros enemigos, nos acusen y nos aterroricen, no pueden desesperarnos ni condenarnos. Porque Cristo, a quien Dios Padre resucitó de entre los muertos, es Vencedor de ellos, y él es nuestra justicia.”[6]
Para Lutero, esta victoria del Salvador significa que “quita la ley, mata mi pecado, destruye mi muerte en su cuerpo, y así vacía el infierno, juzga al diablo, lo crucifica y lo arroja al infierno. En otras palabras, todo lo que antes me atormentaba y oprimía, Cristo lo ha dejado de lado; la ha desarmado y ha hecho de ella un ejemplo público triunfando sobre ella en sí mismo.”[7]
¡Lutero afirmó la victoria de Cristo sobre todos sus enemigos por medio de su Expiación! Esto mismo puede decirse de otros teólogos protestantes, los cuales no tuvieron problema alguno en combinar ambas interpretaciones de la Expiación. Juan Calvino dijo:
“Finalmente, como Dios no podía morir, y como el hombre no podía vencer la muerte por sí mismo, [Dios] unió la naturaleza humana a la divina […] Una naturaleza común es la prenda de nuestra unión con el Hijo de Dios; que, revestido de nuestra carne, luchó hasta la muerte contra el pecado para poder ser nuestro conquistador triunfante.”[8]
“Y así, luchando mano a mano con el poder del Diablo, con el horror de la muerte, [Cristo] ganó la victoria sobre ellos y triunfó, de modo que ahora en nuestra muerte no debemos temer aquellas cosas que nuestro Príncipe se ha tragado.”[9]
“Puesto que debemos adquirir la victoria a través de Cristo, Dios declara [a Adán y Eva, en Génesis 3:15] en términos generales que la descendencia de la mujer ha de prevalecer sobre el diablo.”[10]
El teólogo alemán Karl Barth también afirmó:
“La pasión de Jesucristo es el juicio de Dios en el que el Juez mismo fue juzgado. Y como tal está en su corazón y centro la victoria que ha sido ganada por nosotros, en nuestro lugar, en la batalla contra el pecado.”[11]

HACIA UNA COMPRENSIÓN HOLÍSTICA DE LA EXPIACIÓN
Este tema de la victoria sobre los enemigos cósmicos no son meras ideas de Atanasio, Lutero, Calvino o Barth. Este tema impregna todo el Nuevo Testamento. De hecho, el Salmo 110 es el pasaje citado con más frecuencia en el Nuevo Testamento, y siempre, en una variedad de formas, se usa para expresar la verdad de que Cristo es el Señor porque ha vencido a los enemigos de Dios (por ejemplo, Mt 22:41-45; Mc 12,35-37; Lc 20,41-44; 1 Cor 15,22-25; Heb 1,13; 5,6, 10; 6,20; 7,11, 15,17,21; Heb 10: 12-13, cf. Mt 26,64; Mc 14,62; Lc 22,69; Hch 5,31; 7,55-56; Rom 8,34; 1 Cor 15,25; Ef 1,20; Col 3:1; Hebreos 1:3; 8:1; 10:12-13; I Pedro 3:22; Apocalipsis 3:21). Acerca de esto, el teólogo luterano Óscar Cullman señaló:
“Nada muestra más claramente cómo el concepto del presente Señorío de Cristo y también de su consiguiente victoria sobre los poderes de los ángeles se encuentra en el mismo centro del pensamiento cristiano primitivo que la frecuente cita de Sal. 110:1, no solo en libros aislados, sino en todo el Nuevo Testamento.”[12]
El concepto de salvación del Nuevo Testamento implica más que “salvación de la ira de Dios” o “salvación del infierno” como muchos cristianos lo entienden hoy casi exclusivamente. Es más bien un concepto holístico que aborda la victoria cósmica de Cristo y nuestra participación en ella:
“Dado que el cosmos mismo está en cautiverio, deprimido bajo las fuerzas del mal, el contenido esencial de la palabra salvación es que el mundo mismo será rescatado, renovado o liberado. La salvación es un evento cósmico que afecta a toda la creación… La salvación no es simplemente la superación de mi rebelión y el perdón de mi culpa, sino que la salvación es la liberación de todo el proceso del mundo del cual yo soy sólo una pequeña parte.”[13]
Desde el punto de vista de Christus Victor, Jesús murió como nuestro sustituto y cargó con nuestro pecado y nuestra culpa al experimentar voluntariamente toda la fuerza del reino rebelde que todos hemos permitido que reine sobre la tierra. Para salvarnos, experimentó todas las consecuencias del pecado que de otro modo habríamos experimentado. Al hacerlo, abrió las puertas del infierno, destruyó el poder del pecado, borró la ley que se oponía a nosotros y, por lo tanto, nos liberó para recibir el Espíritu Santo y caminar en una relación correcta con Dios.
Así pues, afirmar el Christus Victor no niega o repudia la doctrina de la sustitución penal. Por el contrario, la complemente y añade un elemento esencial en la comprensión de la muerte de Cristo. La victoria de Cristo sobre el pecado a través de su muerte expiatoria y su resurrección “para nuestra justificación” (Rom. 4:25) demuestra su amor que echa fuera todo temor. La proclamación de Cristo como vencedor, por lo tanto, debe continuar siendo una parte significativa de las buenas nuevas que los cristianos proclaman al mundo.[14]

BIBLIOGRAFÍA Y REFERENCIAS
[1] Herman Bavinck, Reformed Dogmatics, vol. 3, Sin and Salvation in Christ, ed. John Bolt, trans. John Vriend (Grand Rapids, Mich.: Baker Academic, 2006), 338–39
[2] Véase: Gustaf Aulén, Christus Victor: An Historical Study of the Three Main Types of the Idea of the Atonement.
[3] Robert Kolb, Christus Victor, Concise Theology series
[4] Atanasio, Encarnación, 4.20
[5] Robert Kolb and Timothy J. Wengert, eds., The Book of Concord, 434–435
[6] Martín Lutero, Luther’s Works, 26:21–22.
[7] Luther’s Works 26:160–161; cf. Col. 2:15
[8] Juan Calvino, Institutes of the Christian Religion, II.12.2–3
[9] Juan Calvino, Institutes of the Christian Religion, II.16.11
[10] Juan Calvino, Institutes of the Christian Religion, II.13.3
[11] Karl Barth, CD IV/1:254
[12] Óscar Cullman, Christ and Time (London: SCM, rev. ed. 1962), p.193.
[13] James Kallas, The Satanward View: A Study in Pauline Theology (Philadelphia: Westminster, 1966), p.74.
[14] Para quienes deseen profundizar más en el tema y posean dominio del idioma inglés, recomiendo la lectura del libro “The Crucifixion: Understanding the Death of Jesus Christ”, escrito por Fleming Rutledge; particularmente las pp. 174-226, en donde el autor combina la doctirna de la expiación sustitutiva con el Christus Victor.