Por Fernando E. Alvarado
«Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia.»
Filipenses 1:21. RVR1960

Mientras Pablo estaba en prisión escribió, en cuatro capítulos y ciento cuatro versículos, el tratado más completo acerca del gozo cristiano: La Epístola a los Filipenses. En esta preciosa joya de la literatura sagrada encontramos el testimonio de todo lo que Jesucristo era para Pablo. Cristo era el ejemplo que quería imitar, el tesoro de su corazón, la meta que perseguía, la única justicia que lo hacía acepto delante de Dios, la esperanza para su futuro, el gozo que lo satisfacía, y el poder que lo capacitaba para glorificar a Dios. Todo lo que Pablo necesitaba y deseaba lo encontraba en Cristo. Únicamente en Él.
Así, mientras enfrentaba la posibilidad real de la muerte, Pablo afirmó con valentía: «Pues para mí, el vivir es Cristo y el morir es ganancia.» (Filipenses 1:21). Esto resulta excepcional si consideramos que para muchas personas, vivir es dinero; vivir es una cosa; vivir es una carrera; vivir es diversión y placer y todas las actividades de este mundo. Pero para el apóstol Pablo, vivir era Cristo. En otras palabras, Pablo dice: “Mi vida tiene que ver con Cristo: Cristo es mi motivación; Cristo es mi pasión imperiosa; Cristo y solo Cristo me dan sentido, dirección y propósito. Él es el objetivo singular de mi propia existencia y vivo con el único propósito de que Él sea exaltado a través de mi vida.” Vivir, dice Pablo, es glorificar a Cristo porque Cristo es el propósito final de la vida; Él es lo que es la vida. Este fue el corazón del apóstol Pablo. Y debería ser el nuestro.

Pero no sólo el vivir era Cristo sino que, para Pablo, el morir era la mayor de las ganancias. Tal afirmación no era nueva en Pablo. Si bien en Filipenses 1, el apóstol Pablo dijo que para el hijo de Dios, morir significa partir para estar con Cristo, ya en 2 Corintios 5, Pablo había afirmado que estar ausente del cuerpo, es decir, morir y que nuestra alma se aleje de nuestro cuerpo físico, es “estar en casa con el Señor”. Fue Pablo quien exclamó triunfante:
«Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo» (1 Corintios 15:54-57)

Pero ¿Por qué pensaba Pablo tal cosa? ¿En qué sentido la muerte es ganancia, victoria y triunfo para nosotros? Aunque la muerte es considerada el enemigo común de la humanidad, para el cristiano, sin embargo, esta ha sido transformada en un mero vehículo que nos conduce a la presencia de Dios. Al morir nuestros espíritus serán hechos perfectos. No habrá más pecado en nosotros. Se habrá acabado la guerra interna, y las profundas decepciones por haber ofendido al Señor que nos amó y se dio a sí mismo por nosotros. Es por eso que el escritor de la Carta a los Hebreos afirma:
«Vosotros, en cambio, os habéis acercado al monte Sion y a la ciudad del Dios vivo, la Jerusalén celestial, y a miríadas de ángeles, a la asamblea general e iglesia de los primogénitos que están inscritos en los cielos, y a Dios, el Juez de todos, y a los espíritus de los justos hechos ya perfectos» (Hebreos 12:22-23).

Pero no sólo nuestros espíritus serán perfeccionados y liberados del pecado. Al morir también seremos librados del dolor de este mundo. El gozo de la resurrección tendrá que esperar un poco más, pero tendremos gozo por ser libres del dolor. Jesús cuenta la historia de Lázaro y el rico para mostrar cómo serán revertidos los roles entre aquellos que le servimos y aquellos que prefirieron los deleites de este mundo: «Y gritando, [el hombre rico] dijo: «Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua y refresque mi lengua, pues estoy en agonía en esta llama». Pero Abraham le dijo: «Hijo, recuerda que durante tu vida recibiste tus bienes, y Lázaro, igualmente, males; pero ahora él es consolado aquí, y tú estás en agonía».» (Lucas 16:24-25).
Cuando partamos para estar con el Señor nuestra alma entrará en un descanso profundo. Habrá tal serenidad bajo la mirada vigilante de Dios, que sobrepasará todo lo que hemos conocido aquí. La calma será mayor que la del más cálido atardecer, junto al más pacífico de los lagos, en el más feliz de los momentos de nuestra vida:
«Vi debajo del altar las almas de los que habían sido muertos a causa de la palabra de Dios y del testimonio que habían mantenido; y clamaban a gran voz, diciendo: ¿Hasta cuándo, oh Señor santo y verdadero, esperarás para juzgar y vengar nuestra sangre de los que moran en la tierra? Y se le dio a cada uno una vestidura blanca; y se les dijo que descansaran un poco más de tiempo» (Apocalipsis 6:9-11).

Cuando el fin de nuestros días sobre esta tierra llegue y partamos a las moradas eternas, sentiremos una profunda sensación de estar en nuestro hogar. Toda la raza humana tiene una gran añoranza por Dios, sin saberlo. Cuando vayamos a nuestra morada en Cristo, habrá un contentamiento que superará toda sensación de seguridad y paz que podamos haber experimentado antes. Por eso, «cobramos ánimo y preferimos más bien estar ausentes del cuerpo y habitar con el Señor» (2 Corintios 5:8). Al morir estaremos con Cristo, lo cual es más maravilloso que cualquier otra persona sobre la faz de la tierra. Es más sabio, más fuerte, más amable que cualquier otra persona con la que disfrutemos pasar el tiempo. Es infinitamente interesante. Sabe con exactitud qué hacer y qué decir en cada situación para hacer que sus invitados se sientan tan a gusto como sea posible. Su amor se desborda, y cuenta con incontables formas de expresar este amor, de modo que aquellos a quienes él ama se sientan amados. Por eso es que Pablo dice: «Pues para mí, el vivir es Cristo y el morir es ganancia. Pero si el vivir en la carne, esto significa para mí una labor fructífera, entonces, no sé cuál escoger, pues de ambos lados me siento apremiado, teniendo el deseo de partir y estar con Cristo, pues eso es mucho mejor» (Filipenses 1:21-23).
Puesto que todo esto es cierto y nuestra esperanza en Cristo es seguro ¿Cómo no considerar, juntamente con Pablo, nuestra muerte como una ganancia? Así, podemos declarar junto al salmista: «Estimada es a los ojos de Jehová la muerte de sus santos» (Salmo 116:15) y «En cuanto a mí, veré tu rostro en justicia; estaré satisfecho cuando despierte a tu semejanza» (Salmo 17:15)
