Devocional

¡Cuán grande es Él!

Por Fernando E. Alvarado

¿Has meditado alguna vez en la grandeza del Señor? Descubrir su grandeza no es difícil, basta con elevar nuestra vista al cielo y ver su gloria en todo lo creado. Desde la más grande de las galaxias hasta la más pequeña de las bacterias, todo nos grita la grandeza de nuestro Dios.

«Pues lo invisible de Dios se puede llegar a conocer, si se reflexiona en lo que él ha hecho. En efecto, desde que el mundo fue creado, claramente se ha podido ver que él es Dios y que su poder nunca tendrá fin.» (Romanos 1:20, DHH)

En el primer libro de la Biblia, se puede leer que Dios le habla a Abraham y le dice:

«De cierto te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar” (Génesis 22:17).

El número de estrellas no parecía tener relación con el de la arena de las playas, sobre todo cuando las estrellas que se veían en el cielo nocturno sólo se podían contar a simple vista, ya que el ojo humano solamente puede ver alrededor de cinco mil estrellas. No obstante, con la invención del telescopio se descubrió que había miles de millones de estrellas. Hoy se cree que en el cosmos existen unos cien mil millones de galaxias. El número medio de estrellas de una galaxia es también de cien mil millones. De dicha multiplicación resulta que el número total de estrellas del universo es de diez mil trillones. Un diez seguido de 22 ceros. Y, curiosamente, diez mil trillones equivalen al número de granos de arena que hay en todas las playas de la Tierra.

Si el universo es tan inmensamente extenso, ¿cómo debe ser el Dios que lo creó? A veces, los creyentes empequeñecemos al Creador o nos formamos una imagen mental que lo reduce y minimiza. Pensamos en él como si fuera un gran abuelo cósmico de barba blanca, que siempre lo perdona todo y está dispuesto a concedernos lo que le pidamos. Una especie de Santa Claus celestial a quien acudimos una vez al año por dádivas. Pero, lo cierto es que cualquier imagen que nos hagamos de él tenderá a empequeñecerlo y limitarlo. Los mejores sentimientos y actitudes que pueda llegar a experimentar el ser humano, como el amor, el perdón, la solidaridad, el altruismo o la misericordia, en Dios se dan también pero elevados a la enésima potencia o al infinito. Dios es mucho más grande de lo que jamás el ser humano pueda llegar a imaginar. Con razón escribió el salmista:

“Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (Salmo 19:1).

En efecto, podemos llegar a saber que hay Dios, simplemente levantando los ojos y mirando las estrellas. Y no se trata de un «dios» cualquiera inventado por el hombre:

«Desde el nacimiento del sol hasta donde se pone, Sea alabado el nombre de Jehová.» (Salmo 1133)

«Porque Jehová vuestro Dios es Dios de dioses y Señor de señores, Dios grande, poderoso y temible, que no hace acepción de personas, ni toma cohecho; que hace justicia al huérfano y a la viuda; que ama también al extranjero dándole pan y vestido.» (Deuteronomio 10:17-18)

Dios es infinitamente grande, infinitamente glorioso. Para nosotros es difícil, con nuestras limitadas mentes humanas, imaginar exactamente lo que eso significa; sin embargo, es importante pensar en su grandeza. Su amor es inconmensurable, y Él es ilimitado en justicia y misericordia. El tiempo y el espacio no pueden contenerle. ¡Él es tan grande que ni el mismísimo universo, en toda su extensión, es capaz de contenerle! No existe parte alguna en el Universo donde Dios no esté. Puede haber momentos en los que sintamos que queremos escondernos de Él, pero, por fortuna, no hay ningún lugar al que podamos ir que esté fuera de su alcance. Lo último que deberíamos desear es estar separados de Él. Como creyentes, estamos conectados con el Padre para siempre, porque Él es eterno. Se llama a sí mismo el Alfa y la Omega, lo que significa el principio y el fin. Esto no quiere decir que el Señor comenzó en algún momento en el pasado de la eternidad, y que terminará en algún momento en el futuro. Significa que cuando comenzaron el tiempo y el espacio, fue Él quien los creó.

Cuando todo termine, Dios seguirá estando allí: Él es “el que es y que era y ha de venir” (Apocalipsis 1:8). Pero Dios no solo es infinito y eterno; Él también es inmutable (Santiago 1:17). Mucho de lo que creemos se basa en esta característica de Dios. Podemos confiar en sus promesas, porque ellas nunca cambian, y también en su amor porque éste nunca termina.

Sí, ¡Él es grande! Él es Dios sobre todo, incomprensible, eterno, magnífico, soberano, inmutable, hacedor de prodigios. ¡El todopoderoso! Toda la creación le llama Dios. Pero yo también puedo llamarle Padre. ¿Y tú?

«Pero a todos los que lo recibieron, a los que creen en él, les dio el derecho de ser hijos de Dios. Los hijos de Dios no nacen de la sangre, ni por deseos naturales o por voluntad humana, sino que nacen de Dios.» (Juan 1:12-13, NBV)

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