Por Fernando E. Alvarado
La expresión “Soli Deo gloria” es un término en latín que significa “Solo a Dios la gloria”.[1] Algunos lo traducen como gloria al único Dios. Una frase similar se encuentra en la traducción Vulgata de la Biblia: «soli Deo honor et gloria»[2] (1 Timoteo 1:17). Junto con la Sola Scriptura, la Sola Fide, la Sola Gratia y Solus Christus, la frase se ha convertido en parte de lo que se conoce como las Cinco solas, un resumen de los principios centrales de la Reforma Protestante.
El principio de Soli Deo Gloria es ampliamente enseñado en la Biblia. En el Salmo 115:1 el salmista declara: “No a nosotros, Jehová, no a nosotros, sino a tu nombre da gloria”. Por eso, en opinión de muchos, “Soli Deo gloria” es la más importante de las Solas, porque de ella dependen las demás Solas, sin la Gloria de Dios no habría nada (Salmo 115:1). Dios mostró su Gloria desde el comienzo de la creación, con su sola voz creó todo lo que hoy podemos ver y para coronar la creación hizo al hombre (1 Corintios 11:7). El salmista proclama y dice los cielos cuentan la Gloria de Dios (Salmo 19:1).

LA GLORIA INTRÍNSECA DE DIOS
La palabra “Gloria” en hebreo es kabod, «peso» y en griego doxa (δόξα) que significa poder, grandeza, esplendor. De modo que la palabra gloria habla de algo de peso, gravedad e importancia. Por esto la primera definición del Diccionario de la Real Academia es esta: «Reputación, fama y honor extraordinarios que resultan de las buenas acciones y grandes cualidades de una persona». La gloria de Dios habla de su majestad, esplendor y magnificencia. El salmista expresa con júbilo:
«Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, alzaos vosotras, puertas eternas, para que entre el Rey de la gloria. ¿Quién es este Rey de la gloria? El Señor de los ejércitos, él es el Rey de la gloria» (Sal. 24:7-8).
En Hechos 7:2, Esteban identifica al Señor como «el Dios de gloria», tal como también es expresado en el Salmo 29:3. El apóstol Pablo, por su parte, lo llama «el Padre de gloria» (Efesios 1:17). Todo encuentro con tal Dios registrado en las Escrituras no podía pasar desapercibido. Hay dos ejemplos particularmente impactantes: el caso de Moisés en Éxodo 33 y 34. El rostro de Moisés queda brillando con la gloria de Dios, con sólo ver «las espaldas de Dios». Y luego el caso de la transfiguración del Señor Jesús. La impresión fue tal en los discípulos que, aquellos que estaban con Él todo el día, se postraron y quedaron temblando. Pedro quedó tan impactado que comenzó a hablar cosas que no entendía (Mateo 17:1-8; Marcos 9:2-8; Lucas 9:28-36).
La gloria de Dios es intrínseca a él; es natural a él (Isaías 42:8; 1 Pedro 4:11; Mateo 6:13). Por eso, cuando alabamos a Dios lo que realmente hacemos es darle «la gloria debida a su nombre» (1 Crónicas 16:29). Cuando glorificamos a Dios estamos reconociendo que él ya es glorioso y exaltado, y queremos que los demás lo vean.[3] Como lo dice el apóstol Pedro:
«Pero vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para posesión de Dios, a fin de que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable» (1 Pedro 2:9).
No podemos glorificar a Dios sin ser sus admiradores. No podemos anunciar sus virtudes si no las conocemos. Si no las conocemos no las podremos admirar. Si no las admiramos no lo podremos glorificar.

SOLI DEO GLORIA POR NUESTRA SALVACIÓN Y EN LA VIDA CRISTIANA
La salvación no se trata de nosotros. Con respecto a la salvación no es suficiente decir «a Dios sea la gloria». Lo correcto es decir soli Deo gloria—solamente a Dios, únicamente a Dios, sea la gloria:
«Porque por gracia habéis sido salvados por medio de la fe, y esto no de vosotros, sino que es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe» (Efesios 2:8-9).
En Efesios capítulo 1, el apóstol Pablo hace una especie de desglose con respecto al papel de cada una de las personas de la Trinidad en el proceso de la salvación. Nos enseña que Dios el Padre: «Nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo» (v. 3), «nos escogió antes de la fundación del mundo» (v. 4) y «nos predestinó para adopción como hijos para sí mediante Jesucristo» (v. 5). El v. 6 entonces nos explica por qué hizo lo que hizo: «para alabanza de la gloria de su gracia que gratuitamente ha impartido sobre nosotros en el Amado».
Pero esto no concluye ahí. Los versículos 13 y 14 de Efesios 1 nos hablan de la tercera Persona de la Trinidad, Dios el Espíritu Santo:
«En él también vosotros, después de escuchar el mensaje de la verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído, fuisteis sellados en él con el Espíritu Santo de la promesa, que nos es dado como garantía de nuestra herencia, con miras a la redención de la posesión adquirida de Dios, para alabanza de su gloria».
Pablo nos habla del sello del Espíritu, la marca que muestra y garantiza que somos posesión de Dios. El Espíritu hace la función de garantía de que recibiremos la herencia prometida. La plenitud de la salvación todavía es algo futuro. Pero el Espíritu es el pago inicial que garantiza que la entrega de la herencia será total. En realidad, el Espíritu hace mucho más por nosotros que lo declarado en Efesios 1. Él es quien nos hace renacer o nacer de nuevo (Juan 3). Él es quien obra en nosotros el convencimiento de pecado y nos la gracia del arrepentimiento. Él es quien nos da la fe para que creamos en Jesús y depositemos nuestras almas en sus manos para salvación. Él es quien nos guía y nos santifica, quien nos preserva y nos glorifica. ¿Para qué hace el Espíritu todo esto? La respuesta una vez más es: «para alabanza de su gloria» (v. 14).
¿A quién hacemos entonces el reconocimiento por todo eso que hace el Espíritu en nosotros? ¡Soli Deo gloria! El Padre planificó nuestra salvación, proveyó esa salvación en la muerte de su Hijo y aplicó esa salvación por medio de su Espíritu. Todo se lo debemos a Dios. ¿Acaso no deberíamos entonces glorificarle por nuestra salvación? Por el maravilloso plan de salvación y el maravilloso amor eterno con el que hemos sido amados desde antes de la fundación del mundo, soli Deo gloria. Por la gracia de la que hemos sido objetos, soli Deo gloria. Por haber sido adoptados por él y haber sido hechos sus hijos sin merecerlo, soli Deo gloria. Todo honor, gloria y reconocimiento, toda acción de gracias, es para el Señor.
Soli Deo gloria cobra un nuevo y especial significado cuando lo entendemos a la luz de nuestra propia salvación. Cuando comprendemos que fuimos salvos para la gloria de Dios deseamos vivir nuestras vidas cristianas únicamente para su gloria. El Señor Jesús nos hizo la siguiente encomienda:
«Así brille vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas acciones y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mateo 5:16).
El creyente pentecostal reconoce que todo se lo debemos a Dios, por lo tanto, nuestra vida entera debe glorificarle. Y esto haremos recordando que somos salvos de acuerdo al propósito de Dios, por la obra de Dios y de acuerdo a la voluntad de Dios. La salvación verdaderamente es de él, por él y para él. Cuando esta verdad penetra nuestra mente y nuestro corazón, nos gloriamos en Dios por siempre y procuramos vivir para la alabanza de su gloria.

JESUCRISTO, RESPLANDOR DE LA GLORIA DE DIOS
Por sobre todo, la Gloria de Dios se nos ha manifestado a través de Jesucristo. Los cristianos tenemos hoy la manifestación más gloriosa (Juan 1:14; 17:5, 24; Hebreos 1:3), el niño que vino a salvar a su pueblo de pecado; quien nació, vivió una vida santa, hizo milagros, mostró y vivió para la Gloria de Dios Padre y fue crucificado por causa de nuestro pecado para aplacar la ira de Dios. Jesucristo fue quien dio su vida y resucitó para que pudiéramos resucitar juntamente con Él para vida eterna. Ascendió al Cielo y hoy está a la diestra de Dios, lleno de Gloria. Él aparecerá nuevamente a buscar una Iglesia gloriosa sin mancha y sin arrugas, para estar para siempre con él. Ese Dios es nuestro Dios, digno de honra, gloria y de alabanza. No hay ser más Glorioso que Él, no hay un ser más perfecto Él. Él es quien sustenta todo.

LA IMPORTANCIA DE VIVIR DANDO LA GLORIA SOLO A DIOS
Soli Deo gloria derriba la dicotomía entre lo secular y lo sagrado y unifica la motivación adecuada para todo lo que se hace en la vida:
«Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios» (1 Corintios 10:31).
También le da sentido a cada circunstancia para que incluso situaciones trágicas puedan soportarse con una paz que supere todo entendimiento. Soli Deo gloria convierte Romanos 8:28 en una realidad en lugar de un cliché cristiano:
“Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados”.
El propósito es la gloria de Dios. La doxología de Romanos 16:25-27 nos dice:
“Y al que puede confirmaros según mi evangelio y la predicación de Jesucristo, según la revelación del misterio que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos, pero que ha sido manifestado ahora, y que por las Escrituras de los profetas, según el mandamiento del Dios eterno, se ha dado a conocer a todas las gentes para que obedezcan a la fe, al único y sabio Dios, sea gloria mediante Jesucristo para siempre. Amén.”

Los Israelitas pudieron ver la gloria de Dios manifestada como un fuego devorador (Éxodo 24:17), Moisés quiso verla, pero no hubiera seguido vivo (Éxodo 33:18, 20, 22). En otras ocasiones, la Gloria de Dios se presentó como una nube (Éxodo 40:34–35; 1 R. 8:11). Algunos hombres, como Isaías (Isaías 6:3) y Ezequiel (Ez. 1:28) pudieron ver la Gloria de Dios en visión. Se le presentó a los pastores (Lucas 2:9), y cuando Esteban moría, Dios le permitió ver su Gloria (Hechos 7.55). Por sobre todo, Jesucristo es el resplandor mismo de la gloria de Dios (Hebreos 1).
Todo lo creado existe para la gloria de Dios, incluso nosotros:
“En él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él» (Colosenses 1:6).
Aún nuestra propia salvación tiene como propósito darle a Él la gloria:
«Nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado… a fin de que nosotros, que fuimos los primeros en esperar en Cristo, seamos para alabanza de su gloria» (Efesios 1:3-6, 12 NVI).
En una época en la cual muchos predican una salvación centrada en el hombre y han hecho del hombre el centro del plan de redención de Dios (aun cuando la Palabra de Dios describe una historia redentora, teocéntrica de principio a fin), es importante recordar y recalcar una vez más el principio de Soli Deo Gloria. Todo es de él, por él y para él. Por tanto, solo a él sea la gloria. Por todo lo anterior no dudamos, como cristianos pentecostales, en unirnos al solemne grito de la Reforma: ¡Soli Deo Gloria!

REFERENCIAS:
[1] The Routledge dictionary of Latin quotations: the illiterati’s guide to Latin maxims, mottoes, proverbs and sayings, Jon R. Stone, Routledge, 2005 p. 207.
[2] «1 Timothy 1:17 in the Vulgate». Latinvulgate.com. Consultado el 29 de octubre de 2019. Händel and the English Chapel Royal by Donald Burrows (2005) p. 103
[3] Thomas Watson, Tratado de teología (Carlisle, PA: El Estandarte de la Verdad, 2013), 29.