Por Fernando E. Alvarado
Muchos cristianos piensan que está mal compartir las creencias personales con alguien de otra fe con la esperanza de que algún día se convierta y practique la misma fe que nosotros. De hecho, en cada vez más iglesias, la palabra «evangelismo» ha llegado a ser casi una mala palabra que debería ser borrada de nuestro léxico evangélico. ¡Esto es totalmente absurdo! pues ¿Cómo puede una iglesia porclamarse evangélica si rechaza compartir el Evangelio? Para nadie es un secreto que ante el mundo el evangelismo es mal visto y goza de mala reputación. Esto no nos extraña, pues sabemos que «¡El mensaje de la cruz es una ridiculez para los que van rumbo a la destrucción! Pero nosotros, que vamos en camino a la salvación, sabemos que es el poder mismo de Dios.» (1 Corintios 1:18, NTV). O al menos deberíamos saberlo… ¿No crees?
Pero ¿Qué hacemos cuando el mensaje de la muerte de Cristo en la cruz parece una tontería a aquellos que se autodenominan discípulos de Jesús? Muy probablemente, los cristianos de hoy en día han sido influenciados por el relativismo del mundo y han olvidado el carácter exclusivo de Jesucristo. La controversia central del cristianismo con las demás religiones del mundo es la divinidad de Jesús. ¿Es el Cristo que predicamos el unigénito del Padre, Dios encarnado, el Salvador del mundo? ¿O, era Jesús tan solo otro profeta que hacía el bien? ¿Era un hombre ordinario, no divino, no el Salvador resucitado un maestro religioso más? Si Jesús fuera uno más, el cristianismo no tiene nada extraordinario que ofrecerle al mundo. Maestros religiosos han existido en el pasado y los habrá en el futuro. Pero Jesús es único. El apóstol Pedro testificó de la exclusividad de Cristo. “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”. (Hechos 4:12) Pedro absolutamente lo hace exclusivo; porque no hay otro nombre debajo del cielo dado a los hombres que provea salvación eterna. Jesús, y solo Jesús, es el Mesías, el hijo divino de Dios y el no compartirá su gloria con otra entidad. Nadie fuera de Él puede garantizar nuestra salvación y llevarnos al cielo ¿O creerán acaso algunos «cristianos» que Jesús es sólo uno entre tantos caminos a Dios? Si así lo pensaren, queda explicado su desinterés por hablar de Él.
SINGULARIDAD DE JESÚS
Ciertamente, no tendría ningún sentido gastar nuestra vida predicando de Jesús si solo fuese un «iluminado» más. Pero ese no es el caso. Pablo declara, “y cuál la supereminente grandeza de su poder con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cuál operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad y poder y señorío y sobre todo nombre que se nombra, no solo en este siglo, sino también en el venidero.” (Efesios 1:19-21). Pablo entonces añade que Jesús es la cabeza exclusiva de todas las cosas. “y sometió todas las cosas bajo sus pies y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo.” (Efesios 1:22-23). También señala que un día cada criatura reconocerá a Jesús como Señor exclusivamente: “Por lo cual Dios también le exalto hasta lo sumo y le dio un Nombre que es sobre todo nombre, para que en el Nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor para gloria de Dios Padre. (Filipenses 2:9-11). ¿Podemos comprender la grandeza de esta afirmación? ¡Toda lengua en la creación testificará, no que Mahoma es señor, ni Alá, ni Buda, ni los millones de dioses hindúes, sino que Jesucristo es el único camino a Dios! En esta gloriosa verdad descansa la exclusividad y trascendencia de la fe cristiana. Por eso, compartir nuestra fe con aquellos que no conocen a Jesús no es opcional, ¡Es fundamental! ¡Es la diferencia entre la vida o la muerte en la eternidad para quienes amamos!
¿Por qué compartir el Evangelio con alguien que ya práctica otra religión? Porque el evangelio es el glorioso mensaje de salvación que Dios ofrece a los pecadores. Son las buenas noticias de la muerte, sepultura y resurrección de Cristo por los pecados de los hombres, y el anuncio de los eternos beneficios que recibimos por gracia. Un mensaje simple, pero de profundas implicaciones. Una gran noticia que presupone una terrible noticia: Dios salva a pecadores gratuitamente de la condenación eterna. Rechazar este mensaje implica condenación eterna. El apóstol Pablo predicó este mensaje desde su conversión. Realizó varios viajes misioneros por Asia y Europa llevando el evangelio, y escribió acerca del mismo en todas sus cartas. Incluso, en su epístola a los Gálatas, defendió con gran celo la integridad de este mensaje, al extremo de llamar anatema a todo aquel que predicara un “evangelio diferente” (Gálatas 1:5). La convicción del apóstol descansaba en la certeza de que Dios es el autor de este mensaje (Romanos 1:1) y que el Señor mismo salvaba a los hombres por este medio: “Porque no me avergüenzo del evangelio, pues es el poder de Dios para la salvación de todo el que cree; del judío primeramente y también del griego” (Romanos 1:16). Dios salva a los pecadores y los salva por medio de la locura de la predicación (1 Co. 1:21). Por eso el apóstol predicaba el evangelio y nunca se avergonzó de él. ¿Por qué hacerlo nosotros? Todo creyente debe exhibir esta misma convicción y la misma actitud: Predicar el evangelio tal como lo hemos recibido y sin avergonzarnos de él.
EL MIEDO A OFENDER
Sé que compartir el Evangelio a veces puede ser intimidante y que se necesita valor para hacerlo. Muchos no lo hacen por miedo, pues dentro de sí se preguntan: ¿Y si no les interesa? ¿Y si se ofenden? ¿Y si se burlan de mí? Ellos ya son católicos (testigos de Jehová, mormones, musulmanes, lo que quieras…) ¿Acaso no sería una falta de respeto predicarles sabiendo que ya practican una religión? Tranquilo. Ese no debería ser tu problema. La obra de convencer, redargüir y convertir a los no creyentes no es tuya, sino del Espíritu Santo (Juan 16:8-11). El miedo a ofender con la verdad, o a qué nos tilden de fanáticos y sectarios por compartir el Evangelio con alguien que ya profesa una religión diferente a la nuestra no debería detenernos. Eso fue justamente lo que tuvieron que enfrentar los primeros cristianos cuando, haciendo lo impensable en la época, le anunciaron el evangelio a los samaritanos, un grupo étnico que practicaba una religión diferente a la suya. Una enemistad de siglos, y las diferencias religiosas, se desvanecieron en la salvación de Jesucristo, manifestada individualmente entre aquellos a los que Él había elegido entre este pueblo. No podemos olvidar que poco tiempo antes, el mismísimo apóstol Juan le había sugerido al Señor el hacer que descienda fuego del cielo para acabar con una aldea de samaritanos. Sin embargo, ahora que es testigo del evangelio, toda actitud cambia y ahora, al volver a Jerusalén, Pedro y Juan iban “…anunciando el evangelio en muchas aldeas de los samaritanos” (Hechos 8:25). El mismo Felipe, quien fue el que predicó el evangelio a los samaritanos, luego fue llevado por el Señor al desierto y, una vez más, es empujado por el Señor a hablarle a un etíope prosélito del judaísmo que volvía de Jerusalén luego de un tiempo intenso de mucha religiosidad, aunque sin entendimiento de la verdad espiritual. Felipe le predica el evangelio, el etíope es convertido por el Señor, y ahora ya no está volviendo a su tierra lleno de dudas, sino que, “… continuó su camino gozoso” (Hechos 8:39). También nos encontramos con un hombre llamado Ananías, quién obedeciendo al Señor, fue el primer cristiano que le abrió los brazos a su más sangriento enemigo y opositor religioso, Saulo de Tarso, dándole a conocer que Aquél que lo tocó en el camino a Damasco, es el Señor, quién cambia su corazón por completo y lo transforma de enemigo de la iglesia a convertirse en un “… instrumento elegido, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, de los reyes y de los hijos de Israel” (Hechos 9:15).
NO DEBEMOS CALLAR ESTE MENSAJE
¿Dónde estaría el mundo hoy si los primeros cristianos hubieran pensado como nosotros? ¿Dónde estaría la iglesia hoy si los primeros cristianos hubiesen creído que era incorrecto y ofensivo predicarle a los paganos el mensaje del Evangelio? Al fin de cuentas, ellos ya tenían una religión. Mas una cosa es cierta: Los samaritanos, los judíos, los griegos y romanos, así como todos aquellos pueblos y grupos étnicos a quienes llegó el mensaje de salvación y lo creyeron, y quizá hasta el mismo Pablo, ¡Hoy estarían en el infierno si los primeros cristianos hubieran puesto excusas para presentarles el mensaje! Felipe hubiera podido pensar que las diferencias religiosas, sumadas a una enemistad de cientos de años con los samaritanos, era irresoluble, y seguir de largo. Ananías hubiera podido pensar que Saulo de Tarso, el fariseo de fariseos, jamás sería capaz de abrazar el cristianismo. Pero lo cierto es que el pesimismo y las excusas no cabe cuando somos saturados del evangelio. Lucas nos demuestra que, bajo el poder del evangelio, pueblos desunidos por siglos son unidos en Cristo; hombres religiosos sin entendimiento, pueden entender el evangelio si se les predica las buenas nuevas; que aun el mayor enemigo de la fe, el hombre que podría situarse más lejos del Señor que cualquier otro, puede ser abrazado como un hermano cuando el Señor Jesucristo, a través de la Palabra predicada y por el poder del Espíritu Santo, transforma su corazón.
Así que, ¿Cuál es tu excusa ahora?