Arminianismo Clásico, Calvinismo

Si Dios sabía que Adán caería ¿Por qué lo permitió?

Por: Fernando Ernesto Alvarado.

INTRODUCCIÓN.

Dios creó al hombre y le dio la habilidad de tener comunión con su Creador a través de la fuerza vivificante del Espíritu Santo. En este ambiente el hombre fue capaz de cultivar la comunión, desarrollando amor libre y desinteresado por Dios. Por lo tanto, el mismo hombre gozaba de perfección y gracia plenas mientras permaneciese en el ambiente de Dios; sin embargo, existía la posibilidad de abandonar dicho estado y caer de la gracia y la perfección. Por desgracia, el hombre, con el engaño del diablo, negó la relación amorosa con Dios y se alejó de la gracia del Espíritu Santo, quedando espiritualmente muerto al separarse de la energía vivificante de Dios.

La muerte física que siguió a la muerte espiritual fue un resultado natural del pecado. Así la muerte entró en la vida humana como un parásito, como resultado del acto libre del hombre: de su separación de Dios. Dios no impidió la muerte, la permitió para que el mal no llegara a ser inmortal, para dar al hombre la oportunidad de arrepentimiento, para reconstruir el hombre y para hacerle nueva creación en Cristo. (2 Corintios 5:17, Gálatas 6:15). Ciertamente, Dios podría haber creado al hombre incapaz de caer, a fin de que éste no se apartarse de Su amor, pero esto le quitaría la libertad, es decir, la capacidad de elegir libremente y ser así moralmente responsable.

El hombre, con su caída, se alejó de la vida divina. Perdió la energía del Espíritu Santo que hace todo indestructible y su naturaleza quedó enferma. La muerte había entrado en este mundo a causa del pecado (Romanos 5:12). Pero ¿Acaso Dios no sabía de antemano que esto pasaría? Si así es, ¿Por qué decidió crear al hombre de todas maneras? ¿Por qué no impidió la caída?

EL HOMBRE: ¿JUGUETE DE DIOS? ¿ROBOT BIOLÓGICO? ¿ENTRETENIMIENTO DIVINO?

Dios no puso Adán en un estado de prueba en el Edén por mera curiosidad para ver si era capaz de caer (como parece sugerir el teísmo abierto), o por malevolencia para hacerlo caer (como parece enseñar el calvinismo), sino con el deseo genuino de que Adán—haciendo uso del amplio poder que le fue confiado—obtuviese la recompensa final de su fidelidad en la forma de una libertad de toda posibilidad de pecar. En este sentido, la situación de Adán era privilegiada. Prácticamente Dios le da libertad total y prohíbe una sola cosa—no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal—con claras consecuencias si desobedecía: muerte.

Por otro lado, Adán y Eva no fueron robots biológicos. Fueron seres con libre albedrío. Aquí hay que dejar muy claro que Dios no es la causa del pecado de Adán (Santiago 1:13), sino que Dios les deja la capacidad de escoger. El hecho que había un árbol de la ciencia del bien y del mal acentúa claramente esta libertad y capacidad de elección. Ahora bien, esto nos lleva a preguntarnos:

  • ¿Sabía Dios que Adán y Eva pecarían?
  • ¿Acaso no se hace siempre la voluntad de Dios en cada suceso de la vida humana?
  • Si Dios Sabía que Adán y Eva iban a pecar ¿Por qué los dejó? ¿Por qué siguió adelante en su deseo de crear a Adán y Eva a sabiendas que ellos caerían y esto traería desgracia a la humanidad entera?

¿SABÍA DIOS QUE ADÁN Y EVA PECARÍAN?

La respuesta a esta pregunta es un sí rotundo. Sabemos por la Escritura que Dios es omnisciente, lo que literalmente significa “todo-conocimiento”. Job 37:16, Salmo 139:2-4, 147:5; Proverbios 5:21, Isaías 46:9-10, y 1 Juan 3:19-20, no dejan duda de que el conocimiento de Dios es infinito y que Él sabe todo lo que ha sucedido en el pasado, lo que está sucediendo ahora, y lo que sucederá en el futuro. Ahora bien, que Dios sepa de antemano lo que ocurrirá no significa que Él haya predeterminado[1] que así pase. Debemos distinguir entre la presciencia (o pre-conocimiento de Dios) y su poder para determinar que ciertos sucesos ocurran.

Para entender la presciencia y la predeterminación de Dios, es preciso tener presente ciertos factores.

  • Primero: en la Biblia se dice claramente que Dios puede preconocer y predeterminar. Dios mismo presenta como prueba de su Divinidad esta capacidad de preconocer y predeterminar acontecimientos de salvación y liberación, así como actos de juicio y castigo, y luego hacer que se realicen. Su pueblo escogido es testigo de ello. (Isaías 44:6-9; 48:3-8.) La presciencia y la predeterminación divinas constituyen la base de toda profecía verdadera. (Isaías 42:9; Jeremías 50:45; Am 3:7, 8.) En el Antiguo Testamento vemos a Dios desafiando a todas las naciones que se oponen a su pueblo a que demuestren la pretendida divinidad de aquellos a quienes consideran dioses y de sus ídolos, pidiendo que sus deidades profeticen actos de salvación y juicio similares y que luego hagan que se cumplan. Su impotencia ante este desafío demuestra que sus ídolos solo son “viento y vanidad” (Isaías 41:1-10, 21-29; 43:9-15; 45:20, 21.)
  • Un segundo factor que debe tenerse en cuenta es el libre albedrío de las criaturas inteligentes de Dios. Las Escrituras muestran que Dios extiende a tales criaturas el privilegio y la responsabilidad de elegir lo que quieren hacer, de ejercer libre albedrío (Deuteronomio 30:19, 20; Josué 24:15), haciéndolas así responsables de sus actos. (Génesis 2:16, 17; 3:11-19; Ro 14:10-12; Hebreos 4:13.) Por lo tanto, no son meros autómatas o robots. No se podría afirmar que el hombre fue creado a la “imagen de Dios” si no tuviera libre albedrío. (Génesis 1:26, 27) Lógicamente, no debería haber ningún conflicto entre la presciencia de Dios, así como su predeterminación, y el libre albedrío de sus criaturas inteligentes.
  • Un tercer factor que debe tomarse en cuenta, pero que a veces se pasa por alto, es el de las normas y cualidades morales de Dios reveladas en la Biblia, como su justicia, honradez, imparcialidad, amor, misericordia y bondad. Por lo tanto, la manera de entender cómo Dios usa sus facultades de presciencia y predeterminación tiene que armonizar, no solo con algunos de estos factores, sino con todos ellos.

En todo el registro bíblico, cuando Dios ejerce su presciencia y predeterminación siempre es en consonancia con sus propósitos y su voluntad. “Proponerse” algo, o trazarse un propósito, significa aspirar a conseguir cierta meta u objetivo poniendo los medios que lo propician. De hecho, la palabra griega pró·the·sis, que se traduce “propósito”, significa literalmente “colocación o preparación antes de algo”. Puesto que los propósitos de Dios se cumplirán inevitablemente, Él puede preconocer los resultados, la realización final de sus propósitos, y puede predeterminar tanto esos resultados como los pasos que crea conveniente dar para lograrlos. (Isaías 14:24-27.) Por eso se dice que Dios ‘forma’ o ‘moldea’ (del hebreo ya·tsár, término relacionado con “alfarero”; Jeremías 18:4) su propósito en lo que respecta a acontecimientos o acciones futuras. (2 Reyes 19:25; Isaías 46:11; 45:9-13, 18.) En su calidad de Gran Alfarero, Dios “obra todas las cosas conforme al consejo de su voluntad”, en armonía con su propósito (Efesios 1:11), y hace que todas sus obras cooperen juntas para el bien de los que lo aman. (Romanos 8:28.) Por tanto, Dios puede decir de sí mismo: “yo soy Dios, y no hay ningún otro, yo soy Dios, y no hay nadie igual a mí. Yo anuncio el fin desde el principio; desde los tiempos antiguos, lo que está por venir. Yo digo: Mi propósito se cumplirá, y haré todo lo que deseo”, específicamente en relación con sus propósitos determinados (Isaías 46:9-13).

¿Cómo se aplica esto en el caso de Adán, Eva y la caída? Dios creó perfecta a la primera pareja humana, y pudo contemplar los resultados de toda su obra creativa y ver que todo era “bueno”. (Génesis 1:26, 31; Deuteronomio 32:4). Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, lo hizo libre, pues no necesitaba predeterminar las decisiones de Adán ni obligarlo a ser fiel o a caer. En lugar de preocuparse con un sentido de desconfianza por lo que la pareja humana pudiera hacer en el futuro, Dios “reposó”, dice el registro (Génesis 2:2); lo cual evidencia que Dios no le teme al albedrío humano ni lo considera una amenaza ¡Dios simplemente reposó! Pudo hacerlo porque, en virtud de su omnipotencia y sabiduría supremas, ninguna acción, circunstancia o contingencia que surgiera podría convertirse en un obstáculo insalvable o en un problema irremediable que impidiera la realización de su propósito soberano (2 Crónicas 20:6; Isaías 14:27; Daniel 4:35). ¡Así de grande es nuestro Dios que no necesita obligar o manipular a nadie a hacer nada! Por lo tanto, no existe ninguna base bíblica para apoyar los argumentos de los que creen en la predestinación y alegan que Dios predeterminó la Caída. De haberlo hecho, Dios sería el responsable del pecado y del mal existente en la Tierra. Ni Satanás ni el hombre podrían ser justamente condenados por hacer aquello que Dios ya había predestinado que ocurriera. Simplemente estarían haciendo la voluntad de Dios. Pero ese no fue el caso. A Satanás y al hombre se les hizo libres para elegir, por lo tanto, se les hará responsables de sus decisiones.

No podemos olvidar la siguiente verdad: Que Dios supiera que el hombre caería no lo hace responsable de ello. La presciencia es uno de sus atributos, Dios no puede evitar saber lo que pasará pues, en tal caso, dejaría de ser omnisciente. ¿Cómo funciona entonces la presciencia? El término “presciencia” se traduce la palabra griega pró·gnō·sis (de pro, “antes” y gnō·sis, “conocimiento”). Es empleado en textos como Hechos 2:23 y 1 Pedro 1:2. La forma verbal correspondiente, pro·gui·nṓ·skō, se emplea en dos ocasiones con referencia a los seres humanos: en el comentario de Pablo respecto a ciertos judíos que lo habían conocido de antes y en la referencia que hace Pedro al conocimiento de antemano que tenían aquellos a quienes dirigió su segunda carta (Hechos 26:4, 5; 2 Pedro 3:17) En este último caso es obvio que tal presciencia no implicaba predeterminación, es decir, no significaba que aquellos cristianos habían predeterminado el lugar y las circunstancias relacionados con las condiciones y los sucesos futuros que Pedro había considerado. Pero sí tenían una idea general de lo que podían esperar. Esto es precisamente lo ocurrido en la Caída: Dios sabía que ocurriría, mas no determinó que ocurriera.

¿ACASO NO SE HACE SIEMPRE LA VOLUNTAD DE DIOS EN CADA SUCESO DE LA VIDA HUMANA?

No necesariamente. Dios nos ha dado libertad. Hemos oído hasta la saciedad que Dios es soberano. Esto es verdad. Sin embargo, hemos olvidado que la soberanía de Dios se entrelaza de forma magistral con el albedrío humano. En su soberanía, Dios le concedió al hombre la libertad para elegir, lo cual implica la capacidad de obedecer o desobedecer la voluntad de Dios. ¿Implica esto que Dios es menos soberano que si nos obligara a hacer su voluntad, o predeterminara cada suceso de nuestra vida? Absolutamente no. Solo nos muestra lo confiado y seguro que está Dios en su soberanía y en su capacidad para realizar sus propósitos.

Ante la pregunta de si se hace siempre la voluntad de Dios, la respuesta es sí, pero también no. ¿Cómo así? Una cosa es que Dios tenga el poder de obligarnos a hacer su voluntad. Él indiscutiblemente puede hacerlo ¡Pero no lo hace! ¿Por qué? Porque él ha elegido no hacerlo con el propósito de hacer posible y real el albedrío del hombre. En este punto es necesario entender la diferencia entre la voluntad perfecta y la voluntad permisiva de Dios:

  1. La voluntad perfecta y soberana de Dios es la que se desarrolla de acuerdo con su Palabra y basada en su perfecta sabiduría. Es buena, agradable y perfecta (Romanos 12:2). La voluntad perfecta es lo que Dios quiere que acontezca y, en su máxima expresión, se relaciona con su plan redentor y su designio final para la creación. Para garantizar su cumplimiento, Dios ha predeterminado ciertos sucesos. El ser humano no puede oponerse a ella ni hacer nada para cambiarla. Esta faceta de la soberanía de Dios representa la capacidad de poner en práctica Su santa voluntad o supremacía. El Altísimo, Señor del Cielo y de la tierra, tiene poder ilimitado para hacer lo que haya resuelto. Al ser absolutamente independiente, Dios hace lo que le place. Nadie puede disuadirlo, nadie puede obstaculizarlo. En Su Palabra, Dios declara: «Yo soy Dios, y no hay otro Dios; y nada hay semejante a mí… mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero» Isaías 46:9-10). Nabucodonosor, el Rey de Babilonia, edificó obras arquitectónicas que fueron clasificadas entre las Siete Maravillas del Mundo. Aun así, alabó la soberanía del Altísimo. «Cuyo dominio [el de Dios] es sempiterno, y su reino por todas las edades… Y él hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra. Y no hay quien detenga su mano.” (Daniel 4:34-35).
  2. La voluntad permisiva de Dios es esa voluntad en la cual Dios no decreta lo que ocurre ni tampoco es Su deseo que suceda, ya que la misma no está de acuerdo con Su Ley. Sin embargo, Dios permite que el hombre se revele contra Él permitiendo a las personas que hagan cosas tales como mentir, robar, etc. Jeremías 19:5 nos dice: “…Y edificaron lugares altos a Baal, para quemar con fuego a sus hijos en holocaustos al mismo Baal; cosa que no les mandé, ni hablé, ni me vino al pensamiento…”. Es obvio que Dios no quería que eso pasara, pero, en su respeto de la libertad humana, Dios lo permitió. Lucas 8:32 nos habla de ese mismo principio: “Había allí un hato de muchos cerdos que pacían en el monte; y le rogaron que los dejase entrar en ellos; y les dio permiso”. Dios siempre es respetuoso, aún de las decisiones de los malos y perversos. Sólo así puede juzgarlos responsables de sus actos. De lo contrario, Dios mismo sería el responsable de las consecuencias de las malas decisiones de otros. Romanos 1:22-23 nos muestra la triste realidad del ser humano: “Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles”. Por eso mismo, Dios los entrega a una mente reprobada, para que hagan cosas que no convienen y lleven las consecuencias, positivas o negativas, de sus propios actos. La caída de Adán y Eva encaja dentro de la voluntad permisiva de Dios, mas no en su voluntad perfecta, pues a Dios no lo tienta la maldad ni tampoco él tienta a nadie (Santiago 1:12-14).

SI DIOS SABÍA QUE ADÁN Y EVA IBAN A PECAR ¿POR QUÉ LO PERMITIÓ? ¿POR QUÉ SIGUIÓ ADELANTE EN SU DESEO DE CREAR A ADÁN Y EVA A SABIENDAS QUE ELLOS CAERÍAN Y ESTO TRAERÍA DESGRACIA A LA HUMANIDAD ENTERA?

La Biblia no nos dice detalladamente por qué los deja pecar, ni por qué siguió adelante con su plan creador aun conociendo de antemano los resultados, pero si hay algunos puntos que podemos inferir:

EL DERECHO DE DIOS A DAR VIDA Y FORMAR UNA FAMILIA DE SERES CREADOS A SU IMAGEN Y SEMEJANZA:

Si Dios sabía que Adán y Eva iban a pecar, primero, es claro que esto no tomó a Dios por “sorpresa.” Si la objeción es que Dios no debió haberlos creado a sabiendas de que pecaríamos, entonces estaríamos pidiendo nuestra propia inexistencia. Eso sería absurdo (Isaías 45:10, Romanos 9:20). La vida es un regalo y debe tomarse como tal. Decir que Dios no debió haber creado a Adán y Eva, o permitir que todos nosotros naciéramos es simplemente tonto. Sería como negarle a un padre o madre humanos el derecho a tener hijos sólo porque estos no serán como sus padres o porque nacer, inevitablemente, implica algún grado de dolor y sufrimiento. Esto adquiere mayor sentido si se considera que lo mismo que Dios experimentó con Adán y Eva es lo mismo que les sucede a los padres humanos también. Hay ocasiones en la que los padres deben dejar que los hijos hagan su voluntad y aprendan las consecuencias de su desobediencia. Pero negarles la existencia porque no serán perfectos es absurdo. Además, tampoco sería justo negarle a alguien el privilegio de ser padre si está plenamente capacitado para serlo.
El propósito de Dios era que la Tierra fuera un paraíso y se llenara con los descendientes de Adán y Eva para, finalmente, si demostraban ser fieles a Dios, gozar de vida eterna en su presencia (2 Pedro 1:4). Dios estaba buscando formar una familia (Juan 1:12, 1 Juan 3:2, Gálatas 4:1-7), hacer a la humanidad sus herederos (Romanos 8:17). Y Dios cumplirá su propósito, aunque Satanás intente impedírselo (Génesis 1:28; Isaías 55:10, 11). Pensemos por un momento ¿Tiene el hombre derecho a negarle a Dios formar una familia si así lo desea? ¡Claro que no! Por eso, Dios no destruyó a Adán y Eva de inmediato, sino que les permitió tener hijos. Así, los hijos de Adán y Eva podrían decidir a quién querían como Padre y gobernante. Adán y Eva tomaron su decisión conscientemente, pero ¿Qué pasaría con los millones de seres humanos a quienes Dios preconoció en su omnisciencia y vio que le elegirían si se les daba la oportunidad? ¿Por qué negarles a ellos el privilegio de nacer sólo porque sus primeros padres no fueron fieles? (Romanos 8:29-30, Hebreos 2:14-17, 1 Pedro 1:2)

EL DERECHO DE DIOS A GOBERNAR SOBRE SUS CRIATURAS:

Si Dios crea a Adán y Eva con libre albedrío, es factible especular que Dios también sabía que ellos caerían tarde o temprano, sin importar las amantes advertencias de Dios. En su sabiduría Dios consideró oportuno dejar que los seres humanos hicieran su voluntad y aprendieran las consecuencias de su desobediencia. Esto es parte de un proceso de educación y aprendizaje para la humanidad. En este mundo estamos aprendiendo que el pecado y la rebelión son graves (Jeremías 2:19), al entenderlo, debe nacer en nosotros (por nuestra libre voluntad) cambiar dicha situación a través del aborrecimiento del pecado. No podemos culpar a Dios por el pecado y la maldad a pesar de ser el Creador y conocer de antemano lo que pasaría ¿Por qué? No podemos olvidar que el mal surgió en la Tierra cuando Satanás dijo la primera mentira. Él era un ángel bueno y perfecto, pero cayó de su posición exaltada por desobediencia y orgullo (Juan 8:44). Fue cultivando el deseo de ser adorado, derecho que pertenece solo al Creador. Con una mentira, persuadió a Eva, la primera mujer, para que le obedeciera a él y no a Dios. Adán se unió a su esposa en su desobediencia. Dicha decisión, y no Dios, ha producido sufrimiento y muerte. (Génesis 3:1-6, 19). Al sugerirle a Eva que desobedeciera a Dios, Satanás comenzó una rebelión. Se negó a reconocer la soberanía divina, o el derecho a gobernar que tiene el Altísimo. Como la mayoría de la humanidad se ha unido al Diablo al rechazar la autoridad de Dios, Satanás se ha convertido en el príncipe y dios de este mundo (Juan 14:30 y 1 Juan 5:19).

Dios nunca obligó ni preordinó la caída de Adán como a menudo sugieren los calvinistas. Las obras de Dios son perfectas. Los primeros seres humanos y los ángeles eran capaces de obedecer a Dios en todo (Deuteronomio 32:4, 5). Él nos dotó de libertad para elegir entre el bien y el mal. Esa libertad nos permite obedecerlo por amor. (Santiago 1:13-15 y 1 Juan 5:3). Fue culpa del hombre, no de Dios, caer de dicho estado de gracia. Acusar a Dios de preordinar la caída no solo difama el carácter santo, justo y amoroso de Dios, sino que constituye una herejía grosera y blasfema.

Entonces ¿Por qué toleró Dios la caída y sigue tolerando aún hoy el pecado del hombre? ¿Acaso no podría erradicarlo de inmediato? Sí, claro que podría. Sin embargo, Dios ha optado por tolerar la rebelión contra su soberanía solo por un tiempo. ¿Con qué propósito? Para demostrar que nada, fuera de Él y su Reino, puede beneficiar a la humanidad (Eclesiastés 7:29; 8:9). Tras seis mil años de historia, ya no queda ninguna duda: los líderes humanos no han sido capaces de eliminar las injusticias, los delitos, las guerras ni las enfermedades. (Jeremías 10:23 y Romanos 9:17). Pero si dejamos que Dios nos gobierne, obtendremos beneficios (Isaías 48:17, 18). No debemos olvidar que el derecho de Dios a gobernar sobre sus criaturas y el carácter del hombre y sus motivaciones para adorar a Dios fueron cuestionadas por Satanás. Satanás acusó a Dios delante de millones de ángeles (Job 38:7; Daniel 7:10). Así que Dios le dio a Satanás tiempo suficiente para que demostrara si tenía razón. También les dio tiempo a los seres humanos para que se gobernaran ellos mismos en un mundo controlado por Satanás. De ese modo, los humanos podrían demostrar si pueden gobernarse sin la ayuda de Dios. Satanás aseguró que los seres humanos (y aun los mismos ángeles) le sirven a Dios solo por conveniencia. Gracias a la paciencia divina, todos podemos probar por nuestro modo de vivir que el Diablo es un mentiroso y que apoyamos y reconocemos el gobierno de Dios más bien que el del hombre o el del mismo Satanás (Job 1:8-12, Proverbios 27:11). Al permitir el pecado y la caída, Dios desea mostrarnos a nosotros, los descendientes de Adán (y de hecho a toda la creación) las consecuencias de vivir por nuestra propia cuenta o bajo el gobierno satánico. Tras dos guerras mundiales y siglos de hambrunas, desastres naturales, violaciones, criminalidad, etc. ¿Quién en su buen juicio desearía continuar de la misma forma por la eternidad? A través de este proceso de aprendizaje, Dios no solo busca prevenir rebeliones posteriores que pondrían en peligro al resto de criaturas inocentes por Él traídas a la existencia, sino mostrarnos de forma experimental su derecho a gobernar sobre el hombre y los beneficios de obedecer sus mandamientos los cuales, a la larga, no buscan imponer un reinado despótico de origen divino, sino beneficiar a sus criaturas con leyes justas, sabias y benéficas. Al fin de cuentas, nadie mejor que el fabricante para elaborar manual sobre el uso correcto de su creación. Lamentablemente, hoy en día el hombre piensa que los mandamientos son gravosos, restrictivos y autoritarios. Dios, por el contrario, desea que descubramos que son para nuestro bien, no para limitarnos.

EL QUE DIOS SUPIERA DE ANTEMANO LO QUE OCURRIRÍA, Y AUN ASÍ CONTINUARA CON SU PLAN CREATIVO, NO LO CONVIERTE EN EL AUTOR DEL PECADO Y DEL MAL EN EL MUNDO, PUES ESTO NO REFLEJA SU VOLUNTAD FINAL Y PERFECTA PARA EL HOMBRE, SINO UN DESVÍO TEMPORAL DE LA MISMA:

Dios no es el autor del mal y del pecado, ni tampoco tentó, obligó o preordinó a Adán y Eva para que pecaran (Santiago 1:13). Esto lo hicieron solos por su libre voluntad. No podemos responsabilizar a Dios por ello. Pero la maldad y el sufrimiento en el mundo no solo es responsabilidad del hombre. La Biblia dice que “el mundo entero está bajo el control del maligno” (1 Juan 5:19, NVI). El gobernante de este mundo es Satanás, un ser malvado y cruel. Él está engañando “al mundo entero” (Apocalipsis 12:9). Mucha gente lo imita. Esta es la primera razón por la que el mundo está lleno de mentiras, odio y crueldad. Pero hay una segunda razón por la que hay tanto sufrimiento. Después de rebelarse contra Dios, Adán y Eva pasaron el pecado a sus hijos, heredándoles su naturaleza pecaminosa. Como los seres humanos son pecadores, hacen sufrir a otros. Muchas veces quieren ser más importantes que los demás. Así que luchan, van a la guerra y maltratan a otras personas para conseguirlo (Eclesiastés 4:1; 8:9). En otras palabras, somos nosotros quienes nos provocamos el mal los unos a los otros. La tercera razón por la que a veces sufrimos es que, en un mundo caído y alejado de Dios como este, “a todos les llegan buenos y malos tiempos” (Eclesiastés 9:11). Esto quiere decir que puede que tengamos un accidente o que nos pase algo malo porque estemos en el lugar y en el momento equivocados, no porque Dios así lo planeó o se deleite en nuestro sufrimiento. Así pues, podemos estar seguros que Dios no causa el sufrimiento. No es responsable de las guerras, el delito, la violencia o las injusticias. Tampoco es responsable de los terremotos, los huracanes, las inundaciones y otros desastres.

EL DON DEL LIBRE ALBEDRÍO: Muchos, en su intento por reprocharle a Dios la caída de Adán y culpar al Señor por el mal en este mundo, argumentan que Dios bien pudo haber puesto a alguien en la tierra que nunca pecase en lugar de Adán y Eva. Es decir, Dios pudo haber creado robots biológicos que solo fuesen capaces de hacer su voluntad y jamás pecar. Quienes opinan que Dios pudo haber limitado el libre albedrío de Adán y Eva, parecen ignorar que es precisamente el libre albedrío lo que nos hace humanos, porque sin libre albedrío tampoco existiría amor verdadero.

Aunque Dios no deseaba la caída del hombre ni preordinó que esta pasara, este evento funciona para llevar a cabo los planes de redención humana. De forma similar, Jesús no deseaba su propia muerte y sufrimiento (Mateo 26:42) pero lo hizo por amor. Génesis es el paraíso perdido, el resto de la Biblia es el plan de redención en ejecución y el Apocalipsis es el paraíso nuevamente recuperado. Todo esto con el beneficio adicional de saber que la rebelión es una mala idea. En vez de enojarnos con Dios por permitir la caída y haber creado al hombre aun sabiendo que éste pecaría, deberíamos estar agradecidos porque el Ser humano es, posiblemente, el único ser con libre albedrío que ha experimentado el pecado en toda su potencia y aún tiene la oportunidad de heredar el Reino de Dios. A los ángeles caídos no les será otorgado tal privilegio. La caída de Satanás fue un suceso irreparable, la del hombre tiene solución.

Cierto es que Dios pudo haber creado un universo en donde todo el mundo le «amara» y Adán y Eva nunca pecasen, pero tal mundo puede ser una imposibilidad práctica si Dios quiere preservar el libre albedrío de los humanos. Dios en verdad quiere que escojamos amarlo y obedecerlo (2 Pedro 2:4). Igual que un padre quiere que sus hijos lo amen de corazón y corran a sus brazos abiertos. Pero los hijos tienen libre albedrío y existe el peligro real que nuestros propios hijos rechacen libremente nuestro amor. Este es un riesgo que todos los padres están dispuestos a correr, porque el amor verdadero vale la pena. El amor no puede ser forzado porque el único amor que vale la pena recibir es el amor libremente otorgado. Dios sabía desde un principio que la humanidad caería, y aun así les otorga libre albedrío en un mundo donde las acciones tienen consecuencias reales. De otra forma, viviríamos en un mundo de caricatura donde no existiría la posibilidad de pecar, pero sería también un mundo donde la bondad verdadera, la virtud, el sacrificio, la belleza y el amor serían falsos o simplemente no existirían.

Un mundo sin libertad es un mundo sin amor. Dios es Amor, por eso nos da libertad. Por esto manda a su Hijo como rescate, “para que todo aquel que en él cree no se pierda más tenga vida eterna” (Juan 3:16). Ese ha sido el plan de Dios desde el principio y será el plan que se ejecute: La vida eterna a todo el que crea en Él. Aprendamos del error de Adán y Eva y usemos nuestra libertad sabiamente mientras estemos en esta Tierra, como Dios quiso desde el principio, y démosle la Gloria a Él (Romanos 11:36).

Pero ¿Acaso la existencia del libre albedrío no contradice la soberanía de Dios? No, sino todo lo contrario, la reafirma y la hace más gloriosa, pues Dios no necesita haber preordenado cada evento de la vida de sus criaturas (como quien tuviera miedo de no poder controlarlas), sino más bien es tan soberano que sabe que, en cualquier momento y si así lo deseare (y más importante aún, sin obligar a sus criaturas), puede intervenir en la historia humana y llevarla al fin que Él se propuso. Como bien lo dijera A. W. Tozer: “Dios soberanamente decretó que el hombre debería ser libre para ejercer su albedrío moral, y el hombre desde el principio ha cumplido ese decreto al elegir entre el bien y el mal. Cuando elige hacer el mal, no contrarresta la voluntad soberana de Dios, sino que lo cumple, en la medida en que el decreto eterno decidió no elegir qué opción debería tomar el hombre, sino que debería tener la libertad de hacerlo. Si en su libertad absoluta Dios ha querido darle al hombre una libertad limitada, ¿quién está allí para detener su mano o decir, ‘¿Qué haces?’ La voluntad del hombre es libre porque Dios es soberano. Un Dios menos soberano no podría otorgar libertad moral a sus criaturas. Tendría miedo de hacerlo «.[2]

CONCLUSIÓN

El carácter de Dios ha sido difamado por aquellos que enseñan que Dios predeterminó la caída. En su intento por reafirmar la soberanía de Dios, sólo lograron difamar su carácter y convertirlo en una especie de titiritero cósmico. El fatalismo y predestinacianismo propio del calvinismo y otros grupos heréticos es, por tal razón, antibíblico. Peor aún, es de origen pagano. En el calvinismo, dados sus orígenes maniqueos, esto no es de extrañar.

Lo cierto es que fueron los pueblos paganos de la antigüedad (no los judíos, ni mucho menos los cristianos), quienes creían que los dioses predeterminaban el destino de una persona, en particular la duración de su vida. La mitología griega atribuía el control de los destinos del hombre a tres deidades: Cloto (la hilandera), que hilaba la trama de la vida; Láquesis (la que da a cada uno su parte), que determinaba la duración de la vida, y Átropo (la inflexible), que ponía fin a la vida de una persona cuando se cumplía su tiempo. Los romanos también tuvieron una tríada similar.

Según el historiador judío Josefo (siglo I E.C.), fueron los fariseos quienes procuraron conciliar el concepto pagano del destino con su creencia judía en Dios. Este es el mismo error de los calvinistas modernos.[3] Lo cierto es que, antes de Agustín [siglos IV y V E.C.], no hubo en el cristianismo un desarrollo serio de la teoría de la predestinación. De hecho, los “padres de la Iglesia” anteriores a Agustín —entre ellos Justino, Orígenes e Ireneo— “no tuvieron conocimiento alguno del concepto de la predestinación incondicional; enseñaron el principio del libre albedrío”.[4] Al refutar las doctrinas propias del gnosticismo, estos “padres de la Iglesia” por lo general se apoyaron en la creencia de que la facultad del libre albedrío era “la característica distintiva de la personalidad humana, la base de su responsabilidad moral, un don divino que le permitía al hombre optar por hacer las cosas que agradan a Dios”, y hablaron de “la autonomía del hombre ante Dios, cuyo consejo no le constreñía”.[5]

REFERENCIAS:

[1] “Predeterminar” traduce la palabra griega pro·o·rí·zō (de pro, “antes” y ho·rí·zō, “delimitar, demarcar”). (La palabra española “horizonte” se deriva de la griega ho·rí·zōn, que significa “delimitador, demarcador”.) Como ilustración del sentido que tiene el verbo griego ho·rí·zō, véase la declaración que hizo Jesús con respecto a sí mismo: “El Hijo del hombre va según lo que está determinado [ho·ri·smé·non]”; o las palabras de Pablo cuando dijo que Dios “les ha prefijado [delimitado, ho·rí·sas] el orden de los tiempos, y los límites de su habitación”. (Lucas 22:22; Hechos 17:26). Este mismo verbo también se usa para hacer referencia a la determinación de los hombres, como, por ejemplo, cuando los discípulos “determinaron [hó·ri·san]” enviar una ayuda para socorrer a sus hermanos necesitados (Hechos 11:29) No obstante, las referencias específicas a la acción de predeterminar que aparecen en el Nuevo Testamento solo se aplican a Dios.

[2] A.W. Tozer, The Knowledge of the Holy: The Attributes of God.

[3] La Guerra de los Judíos, libro II, cap. VIII, sec. 14; Antigüedades Judías, libro XVIII, cap. I, sec. 3

[4] Encyclopædia of Religion and Ethics, de Hastings, 1919, vol. 10, pág. 231

[5] The New Schaff-Herzog Encyclopedia of Religious Knowledge, edición de S. Jackson, 1957, vol. 9, págs. 192, 193

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