¡Que la iglesia despierte antes de que el candelero sea removido (Apocalipsis 2:5)! El tiempo de justificar lo injustificable ha terminado. ¡Ay de nosotros si callamos! Hoy más que nunca, el cristianismo necesita volver a su esencia: una revolución de amor incómodo, que no tema denunciar el mal —propio y ajeno— y que nunca, jamás, celebre el sufrimiento como victoria.