Por Fernando E. Alvarado
¿Debe la Iglesia permanecer silente ante las injusticias que afligen al mundo? La respuesta, desde una perspectiva bíblica y teológica, es un rotundo no. Los profetas del Antiguo Testamento, como Amós, quien clamó por la justicia que fluye como ríos (Amós 5:24), y Juan el Bautista, quien denunció el pecado sin temor (Mateo 3:7-10), nos muestran un modelo de compromiso activo con la transformación social. Jesucristo mismo, al proclamar libertad a los cautivos y alivio a los oprimidos (Lucas 4:18-19), nos insta no solo a anhelar la gloria venidera, sino a ser sal y luz en la tierra (Mateo 5:13-16). ¿Ha cumplido la iglesia evangélica su misión de ser sal y luz en un mundo marcado por la injusticia? No siempre. En ocasiones, ha sucumbido a la tentación de aliarse con los poderes seculares, comprometiéndose con estructuras que perpetúan la opresión, o ha optado por un silencio cómplice frente a las injusticias sociales.

Sin embargo, a pesar de estas fallas, han surgido excepciones admirables: comunidades y líderes que, fieles al mandato profético y al ejemplo de Cristo (Lucas 4:18-19), han alzado su voz y actuado con valentía para promover la justicia y la transformación social. Un ejemplo paradigmático de este compromiso con el bienestar integral del prójimo y la glorificación de Dios mediante el servicio y la evangelización lo encarna la Iglesia Wesleyana. Esta denominación, arraigada en la tradición de santidad, ha integrado la proclamación del evangelio con acciones concretas de justicia social, reflejando el mandato bíblico de amar al prójimo como a uno mismo (Marcos 12:31) y de ser agentes de transformación en el mundo (Mateo 5:13-16). Con su rica historia de avivamiento espiritual y reforma social, la Iglesia Wesleyana ha encarnado este mandato a través de la historia, demostrando que la santidad de corazón debe traducirse en acciones concretas para un mundo más justo aquí y ahora (Wesley, 1872). Pero ¿Qué tanto conoces acerca de esta denominación evangélica de origen metodista?
La Iglesia Wesleyana tiene sus raíces en el avivamiento del siglo XVIII, iniciado por la experiencia transformadora de John Wesley en 1738, en una reunión en Aldersgate, Londres. Este encuentro con la gracia de Dios no solo desató un movimiento espiritual de proporciones históricas, sino que también impulsó reformas sociales significativas. Wesley, inspirado por la doctrina de la santidad, enseñó que el amor a Dios debe manifestarse en el amor al prójimo, promoviendo cambios sociales en favor de los marginados (Wesley, 1872). Su énfasis en la santidad aplicada sentó las bases para una tradición que combina avivamiento espiritual con compromiso social, un legado que perdura en la visión contemporánea de la Iglesia Wesleyana para la transformación global (Maddox, 1994).
En 1843, en un contexto donde las iglesias de Estados Unidos guardaban un silencio cómplice sobre la esclavitud, la Iglesia Metodista Wesleyana emergió como una denominación abolicionista bajo el liderazgo de Orange Scott. Este movimiento no solo exigió la abolición inmediata de la esclavitud, sino que también estableció iglesias antiesclavistas en el sur y participó activamente en el Ferrocarril Subterráneo. Laura Smith Haviland, una figura destacada, fundó la primera estación de este ferrocarril en Michigan y la primera escuela de integración racial en el estado, guiando personalmente a esclavos hacia la libertad (Haviland, 1881). Este compromiso refleja el mandato bíblico de liberar a los oprimidos (Isaías 58:6), demostrando que la fe wesleyana no se limita a la esfera espiritual, sino que se extiende a la acción social (Dieter, 1980).

El compromiso wesleyano con la justicia también se manifestó en la defensa de los derechos de las mujeres. En 1848, la capilla wesleyana de Seneca Falls, Nueva York, fue el escenario de la primera convención sobre los derechos de la mujer en la historia de Estados Unidos, hoy reconocida como un lugar histórico nacional. Luther Lee, un ministro wesleyano, predicó en la ordenación de la primera mujer ministra cristiana, un acto revolucionario para su tiempo. Desde entonces, la Iglesia Wesleyana ha ordenado mujeres durante más de un siglo y medio, reflejando el principio bíblico de que en Cristo no hay distinción de género (Gálatas 3:28). Este compromiso con la igualdad de género subraya la misión de la iglesia de ser un agente de transformación social (Synan, 1997).
El énfasis wesleyano en la santidad también se reflejó en la inclusión de los laicos en el liderazgo eclesiástico, una práctica que democratizó la participación en la iglesia y promovió la equidad. A finales del siglo XIX, cuando los defensores de la santidad enfrentaban marginación en otras denominaciones, Martin Wells Knapp y Seth C. Rees fundaron una Unión de Santidad no denominacional. Este movimiento, que evolucionó hacia la Iglesia de Santidad Peregrina, estableció instituciones educativas, misioneras y de servicio social, reflejando el mandato bíblico de servir a los más necesitados (Mateo 25:40). La identificación con los “peregrinos” (Hebreos 11:13) subraya la vocación de los creyentes de vivir como agentes de cambio en un mundo temporal (Jones, 2010).
En 1968, la Iglesia Metodista Wesleyana y la Iglesia de la Santidad Peregrina, unidas por una teología y un gobierno similares, se fusionaron para formar la Iglesia Wesleyana moderna. El lema de la ceremonia, basado en Juan 17:21, “Uno, para que el mundo crea”, encapsula su visión de unidad y misión global. Actualmente, la Iglesia Wesleyana mantiene presencia en 99 países, apoyada por un robusto sistema educativo que incluye cinco colegios y universidades en Norteamérica, un seminario y numerosas escuelas bíblicas en todo el mundo. Este crecimiento refleja el mandato de la Gran Comisión (Mateo 28:19-20) y la vocación wesleyana de transformar tanto corazones como sociedades (Haines & Thomas, 2018).
Así pues, la Iglesia Wesleyana, con su legado de avivamiento y reforma, demuestra que la santidad no es un ideal abstracto, sino una fuerza transformadora que impulsa la justicia social. Desde su lucha contra la esclavitud hasta su defensa de los derechos de las mujeres y la inclusión de los laicos, los wesleyanos han encarnado el llamado bíblico a ser sal y luz en el mundo. Su historia nos desafía a no permanecer silentes ante la injusticia, sino a trabajar activamente por un mundo que refleje el reino de Dios aquí y ahora.

Bibliografía
Dieter, Melvin E. The Holiness Revival of the Nineteenth Century. Lanham, MD: Scarecrow Press, 1980.
Haines, Lee M., y Paul William Thomas. An Outline History of the Wesleyan Church. Indianapolis, IN: Wesleyan Publishing House, 2018.
Haviland, Laura Smith. A Woman’s Life-Work: Labors and Experiences of Laura S. Haviland. Cincinnati, OH: Walden and Stowe, 1881.
Jones, Charles Edwin. The Wesleyan Holiness Movement: A Comprehensive Guide. Lanham, MD: Scarecrow Press, 2010.
Maddox, Randy L. Responsible Grace: John Wesley’s Practical Theology. Nashville, TN: Kingswood Books, 1994.
Synan, Vinson. The Holiness-Pentecostal Tradition: Charismatic Movements in the Twentieth Century. Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1997.
Wesley, John. The Works of John Wesley. Vol. 1. Londres: Wesleyan Conference Office, 1872.