Por: Fernando Ernesto Alvarado.
Yo soy pentecostal y lo digo con orgullo. No lo llevo escrito en la frente y tampoco uso esa etiqueta en la manga, pero no estoy avergonzado de admitirle a nadie que soy un cristiano que cree en el poder del Espíritu Santo y en sus manifestaciones en nuestra época. Rechazo el cesacionismo y creo firmemente en la vigencia actual de los dones del Espíritu. Aun así, cuando ocupo la palabra «pentecostal» para describirme, recibo una que otra mirada burlona de parte de mis hermanos cristianos provenientes de otras tradiciones, como si esperaran verme convulsionar frente a ellos mientras hablo en lenguas o me creyeran anti-intelectual y sin conocimiento teológico alguno. ¿Es este tu caso? Quizá al oír la palabra «pentecostal» se dibuje en tu mente la imagen de un místico fanático, iletrado y sin control de sus emociones. Pero no todos somos así. Muy probablemente te sorprendería conocer el número de eruditos pentecostales y carismáticos de primer nivel que hoy enseñan en seminarios teológicos y universidades, que escriben libros y hacen aportes significativos al estudio de la teología, la política y las ciencias en general.
Si bien hay un prejuicio extendido acerca de lo que es el pentecostalismo en nuestra sociedad, dichos prejuicios no necesariamente se apegan a la realidad. En general, al oír el término “pentecostal” la gente, y principalmente otros creyentes, tienden imaginar a una persona pobre o de clase media baja, que predica en la calle a viva voz con poco o ningún tacto, que en ciertos casos toca guitarra y pandero, que está muy interesado en que otras personas lleguen a la iglesia, que se trata de “hermano” con otros miembros de la comunidad, que no fuma ni consume bebidas alcohólicas, que suele gritar, golpear el púlpito y zapatear mientras predica, etc. Si eso es lo que piensas que significa ser pentecostal, te falta mucho por conocer acerca de nosotros.
Muchos hermanos de otras tradiciones suelen suponer que los pentecostales somos unos bichos raros descerebrados que entran en ataques incontrolables durante servicios religiosos. Están sorprendidos de saber que muchos de nosotros tenemos grados avanzados, muchos somos profesionales, tenemos nuestros propios negocios, ejercemos cargos públicos y movilizamos una gran cantidad de obras misioneras y de caridad en el mundo. Los pentecostales componemos más de un cuarto de todos los cristianos hoy en día (tan sólo las Asambleas de Dios, la más grande de las denominaciones pentecostales, cuenta con más de 69 millones de miembros). Por eso, deberías pensarlo mejor antes de generalizar acerca de nosotros. Ten en mente algo: ¡No todos los ‘pentecostales’ somos iguales! No es justo ni honesto etiquetarnos o reducirnos a un pobre estereotipo. De lo profundo de mi corazón quiero decirte algo. Y esta es la realidad de muchos como yo que estamos cansados de los estereotipos:
(1.- Soy pentecostal por la voluntad y la misericordia de Dios, y ejerzo más de un ministerio por Su Gracia y para Su Gloria. Sin embargo, no dejo que el amor a los títulos me ciegue. No busco que me llamen “apóstol” ni tampoco creo en los falsos ‘apóstoles’ modernos. Aborrezco el Evangelio de la Prosperidad, pues me parece una herejía destructiva en todos sus aspectos.
(2.- Soy pentecostal, pero no anti-intelectual. Amo la Palabra de Dios y he consagrado mi vida a estudiarla. También creo que la formación académica es importante y estoy convencido de que un ministro de Dios debe crecer tanto espiritual como intelectualmente.
(3.- Soy pentecostal pero no me caigo hacia atrás cada vez que alguien ora por mí, ni empujo a nadie para que se caiga cuando oro. Tampoco cierro mi mente ni mi corazón a las manifestaciones del Espíritu Santo; pero entiendo que todo debe hacerse decentemente y en orden.
(4.- Soy pentecostal y creo en el hablar en lenguas, pero insto a la gente a verificar si el don es verdadero y no motivo el desorden en los servicios de adoración, mucho menos manipulo a la audiencia para que experimente o practique fenómenos extraños, antibíblicos e irreverentes como la “unción de la risa”, el “vómito santo” ni nada por el estilo. Tampoco manipulo serpientes ni danzo en hogueras para probar mi unción. De hecho, eso me parece de lo más ridículo, herético y hasta blasfemo.
(5.- Soy pentecostal, pero no «danzo en el espíritu», no emito sonidos de animales al orar ni convulsiono o me muevo frenéticamente durante la oración como si fuese un poseso. Considero que cada experiencia espiritual debe ser medida a luz de la Palabra, para así determinar si es una manifestación real o bíblica de la obra del Espíritu Santo.
(6.- Soy pentecostal e insto a la gente a levantar sus brazos, orar a Dios y llorar delante de Dios, si es necesario y se siente movido a hacerlo, pero no manipulo sus emociones.
(7.- Soy pentecostal, pero desde el púlpito jamás he mencionado por lista a quienes no ofrendan para la obra de Dios. Jamás he instado a alguien a quedarse sin su sustento por ofrendar en la iglesia, ni condeno al infierno a aquellos que no pagan sus diezmos.
(8.- Soy Pastor pentecostal y no frecuento restaurantes costosos con mi familia, ni invitados; mucho menos a expensas de la iglesia. Mi estilo de vida es sencillo y, lejos de esperar que se me trate como ‘Señor del Rebaño’, trabajo con mis manos y creo en el ministerio biocupacional.
(9.- Soy pentecostal, pero no ‘profetizo’, vaticino, ni decreto sobre nadie. No creo en la confesión positiva y tampoco creo que mis palabras tengan poder místico o sobrenatural. Dios es Dios y yo un simple mortal. No me considero un «pequeño dios» sobre la tierra.
(10.- Soy pentecostal, pero no uso, ni permito que se use, la profecía para manipular. Es más, he tenido que callar y reprender fuertemente en varias ocasiones a más de un charlatán.
(11.- Soy pentecostal, pero insto a la congregación a traer sus Biblias a la iglesia y verificar por ellos mismos lo que les enseño. La autoridad es la Biblia, no mi opinión personal sobre ella. Asimismo, creo en la necesidad de una mayor formación teológica y profesional en el pastorado.
(12.- Soy pentecostal, pero no creo que estudiar la Biblia «mate» o te vuelva un intelectual sin Dios, sino todo lo contrario. De hecho, me he propuesto estudiarla con seriedad y pasión.
(13.- Soy pentecostal, pero no me enseñoreo de la congregación y jamás he instado a alguien para que me obedezca ciegamente.
(14.- Soy pentecostal, pero no ato al «hombre fuerte», ni ato demonios, ni desato finanzas, ni rompo maldiciones generacionales, ni las dejo sin efecto en el mismo instante. Esa es una práctica herética y abominable a la cual me opongo.
(15.- Soy pentecostal, pero no creo que todo lo que pasa en la vida se deba al Diablo y los demonios, ni declaro endemoniado olímpicamente a alguna persona.
(16.- Soy pentecostal. Me encanta que la gente testifique de lo que Dios hace en sus vidas y familias, e insto a las personas a ser sinceras y decir sólo la verdad en sus historias. Creo que exagerar, mentir o inventar milagros no beneficia en nada a la obra de Dios.
(17.- Soy pentecostal, pero jamás he tenido preferencias por quienes ofrendan más en detrimento de quienes ofrendan menos.
(18.- Soy pentecostal, pero no permito los escándalos ni el desorden en el culto.
(19.- Soy pentecostal, pero no tengo como cliché afirmar que «el Señor me dijo…» y aún más cuando el Señor no ha dicho nada.
(20.- Soy pentecostal y creo en el poder de la oración y el ayuno.
(21.- Soy pentecostal y por ello mismo no necesito de grupos de danza hebrea, humo, luces y todo ese show mediático para hacer la obra de Dios o pretender falsificar la obra de Dios y el gozo del Espíritu.
Por último: Soy pentecostal y no creo que serlo sea un error. Ser pentecostal no me hace menos inteligente que nuestros hermanos ‘reformados’, ‘calvinistas’, ‘luteranos’ o de cualquier otra tradición. Tampoco considero irremediablemente perdidos a todos aquellos que no piensan como yo. Sin embargo, tampoco permito que se me menosprecie por creer lo que creo. Es más, como pentecostal considero tener algo que mis hermanos de otras tradiciones, o que rechazan la obra del Espíritu Santo en nuestra época, necesitan descubrir para darle más sentido a toda esa teoría y erudición que afirman tener. Lamento que el resentimiento e inmadurez de muchos les lleve a despreciar a sus hermanos en la fe. Muchos recelan de nuestro éxito misionero y el crecimiento exponencial de nuestras denominaciones, por lo que raramente pueden decir algo bueno y amable sobre nosotros. Pero creo sinceramente que esa raíz de amargura la puede arrancar Cristo (si se lo permiten). Muchos quizá hallan conocido iglesias que se denominan pentecostales y que practican todas las aberraciones que mencioné anteriormente. Quizá a eso se deban sus prejuicios. Sin embargo, déjame decirte algo: ¡Si estuviste en un lugar dónde se practicaban cosas absurdas y antibíblicas (a las cuales yo mismo como pentecostal me opongo) no estuviste en una Iglesia Pentecostal de sana doctrina, sino en una secta!
Quizá tus prejuicios te impidan verme como hermano. Yo no tengo problema con eso. Yo si puede verte y considerarte como tal. Puedo convivir contigo y respetarte a pesar de nuestras diferencias y extenderte la mano de confraternidad.
Dicho lo anterior ¡Qué Dios te bendiga!