El Nuevo Testamento muestra creyentes oprimidos (2 Corintios 12:7; Efesios 6:12), pero nunca poseídos. La armadura de Dios (Efesios 6:10-18) es para resistir, no para expulsar demonios del interior. Casos como el de Saúl (1 Samuel 16:14) o Judas (Juan 13:27) corresponden a individuos en estado de apostasía personal total, no de creyentes en estado de gracia. Esto nos obliga a concluir, bíblicamente, que el creyente regenerado, sellado por el Espíritu Santo y unido a Cristo, no puede ser poseído por demonios. Esta verdad no minimiza la realidad de la guerra espiritual, pero afirma la soberanía de Dios sobre su pueblo. La Escritura nos ofrece la plena certeza de que, unidos a Él, estamos seguros: “El que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1:6).