Por Fernando E. Alvarado
Aunque ya se ha hablado hasta la saciedad del tema, la cuestión de si un creyente genuino puede ser poseído por demonios sigue generando debate en ciertos círculos evangélicos, incluso fuera del espectro pentecostal, donde temas como la posesión demoníaca, la liberación espiritual y la demonología en general, son temas bastante comunes. Puesto que ya se ha hablado mucho del tema (yo mismo he escrito varios artículos previos al respecto), no me extenderé mucho en este asunto. No obstante, quiere invitarles a considerar el tema de la posesión demoníaca en el creyente desde 3 perspectivas que, a mi ver, son claves en este asunto:
- La antropología cristiana (el estudio del ser humano en relación con Dios)
- La pneumatología (la doctrina del Espíritu Santo)
- La soteriología (la doctrina de la salvación).
Estas 3 perspectivas bastan y sobran para llegar a una conclusión sobre este tema, ya que las 3 convergen en afirmar la incompatibilidad absoluta entre la posesión demoníaca y la condición del redimido.

La antropología cristiana
La antropología cristiana afirma que el ser humano regenerado ha experimentado una transformación ontológica radical, es decir, el creyente es visto como nueva creación. El apóstol Pablo declara: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17). Esta renovación no es meramente moral como algunos suponen, sino una recreación del ser interior (Unger, 1971). El creyente pasa de estar “muerto en delitos y pecados” (Efesios 2:1) a ser “participante de la naturaleza divina” (2 Pedro 1:4), lo que implica una incompatibilidad estructural con la inhabitación o posesión demoníaca (Chafer, 1947). Si pretendemos ser fieles a la Palabra, no podemos olvidar que la posesión demoníaca es descrita como una esclavitud total del espíritu humano (Marcos 5:2-5; Lucas 8:27-29). El Nuevo Testamento, sin embargo, afirma también que el creyente ha sido “libertado del pecado” (Romanos 6:18, RVR1960) y trasladado “de la potestad de las tinieblas al reino de su amado Hijo” (Colosenses 1:13, RVR1960). Esta transferencia ontológica hace imposible la cohabitación demoníaca (Dickason, 1987).

La pneumatología
Y aunque el argumento antropológico debería bastar, es la pneumatología la que nos provee el argumento más contundente de todos: el Espíritu Santo habita permanentemente en el creyente. Pablo afirma: “¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?” (1 Corintios 6:19). Este templo no puede ser compartido con espíritus inmundos, pues el Espíritu Santo es “Espíritu de verdad” (Juan 16:13) y no coexiste con el “espíritu de error” (1 Juan 4:6, RVR1960) (Erickson, 1998). Pablo afirmó sin rodeos que el sellamiento del Espíritu es la garantía de nuestra redención: “En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa” (Efesios 1:13). Pero ¿Qué implica esto para nosotros?
En el contexto cultural del siglo I, un sello implicaba autenticidad, propiedad exclusiva y protección legal (Erickson, 1998). El Espíritu Santo es tanto el sello como el garante: “el cual es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria” (Efesios 1:14). Estas “arras” (depósito o garantía) proceden de la fidelidad de Dios, no de la del creyente (Walvoord, 1958), por lo que un verdadero creyente que no haya apostatado de la fe jamás perderá dicho sello aún a pesar de sus imperfecciones y fallas. Satanás, como criatura caída, no posee autoridad para romper un sello impuesto por el Creador. Intentarlo equivaldría a desafiar la omnipotencia divina, lo cual es ontológicamente imposible (Chafer, 1947). La misma metáfora del creyente como templo (1 Corintios 3:16-17) implica exclusividad: “Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es”. La presencia del Espíritu Santo elimina cualquier posibilidad de cohabitación demoníaca, pues la luz no comparte espacio con las tinieblas (1 Juan 1:5-7) (Unger, 1971).
Pero hay algo aún más grave que nos obliga a rechazar cualquier posibilidad de posesión demoníaca de un creyente. La enseñanza de Jesús sobre el hombre fuerte (Marcos 3:27; Mateo 12:29) proporciona, a mi ver, un argumento irrefutable contra la posibilidad de que Satanás posea a un creyente genuino. Esta parábola no solo describe la autoridad de Cristo sobre los demonios, sino que revela la jerarquía de poder espiritual y sus consecuencias. Aquí Jesús afirma que Él mismo es el único capaz de atar a Satanás, porque es más fuerte que él (Lucas 11:21-22). Esta autoridad se consumó en la cruz: “Y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en ella [la cruz]” (Colosenses 2:15) (Chafer, 1947). La victoria de Cristo sobre le diablo libera al creyente de la esclavitud y le concede plena libertad, incluso otorgándole el derecho de ser transformado en hijo de Dios mediante la regeneración. En el momento de la regeneración, el creyente deja de ser “casa de Satanás” y pasa a ser templo del Espíritu Santo (1 Corintios 6:19; 3:16). El Espíritu Santo habita permanentemente en él (Juan 14:16-17; Efesios 1:13-14) y es infinitamente más poderoso que Satanás: “Mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo” (1 Juan 4:4).
Por tanto, para que Satanás posea a un creyente, tendría que:
- Entrar en la “casa” (el espíritu del creyente).
- Someter al morador actual (el Espíritu Santo).
- Atar al Espíritu Santo para saquear sus bienes (la vida, la paz, la comunión con Dios).
Esto no solo es teológicamente absurdo, sino también blasfemo, constituyéndose además en una negación implícita de la Trinidad y de la obra redentora de Cristo. Jesús no solo ató al hombre fuerte en su ministerio terrenal (Marcos 3:27), sino que lo desarmó permanentemente en la cruz (Colosenses 2:15). El creyente, unido a Cristo por el Espíritu, está bajo una autoridad superior: “Porque en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados” (Hebreos 2:18, RVR1960).
Satanás puede oprimir (2 Corintios 12:7), tentar (1 Tesalonicenses 3:5) o atacar (Efesios 6:12), pero nunca poseer a un verdadero creyente, porque no puede atar al Espíritu que mora en el creyente. ¿Me explico?

La soteriología
Soteriológicamente, la obra redentora de Cristo garantiza la liberación total del creyente del dominio satánico. Jesús declaró: “Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera” (Juan 12:31). Tal como lo mencioné en párrafos anteriores, en la cruz, Cristo “despojó a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz” (Colosenses 2:15). Esto implica que el creyente, unido a Cristo, participa de esta victoria: “Mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo” (1 Juan 4:4, RVR1960) (Grudem, 1994). Quienes insisten en sostener que un creyente puede ser poseído por demonios parecen olvidar que la posesión implicaría una reversión de la salvación, lo cual contradice las palabras de Jesús“Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano” (Juan 10:27-28). La seguridad soteriológica descansa en la fidelidad de Dios, no en la del creyente, y mucho menos en la voluntad o el poder de Satanás (Romanos 8:38-39). El diablo simplemente no puede robarnos la salvación.
Ahora bien, es necesario hacer una distinción clara entre opresión (ataques externos) y posesión (control interno). El Nuevo Testamento muestra creyentes oprimidos (2 Corintios 12:7; Efesios 6:12), pero nunca poseídos. La armadura de Dios (Efesios 6:10-18) es para resistir, no para expulsar demonios del interior. Casos como el de Saúl (1 Samuel 16:14) o Judas (Juan 13:27) corresponden a individuos en estado de apostasía personal total, no de creyentes en estado de gracia. Esto nos obliga a concluir, bíblicamente, que el creyente regenerado, sellado por el Espíritu Santo y unido a Cristo, no puede ser poseído por demonios. Esta verdad no minimiza la realidad de la guerra espiritual, pero afirma la soberanía de Dios sobre su pueblo. La Escritura nos ofrece la plena certeza de que, unidos a Él, estamos seguros: “El que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1:6).

Referencias:
Chafer, L. S. (1947). Systematic theology (Vol. 2). Dallas Theological Seminary Press.
Dickason, C. F. (1987). Demon possession and the Christian: A new perspective. Crossway Books.
Erickson, M. J. (1998). Christian theology (2nd ed.). Baker Academic.
Grudem, W. (1994). Systematic theology: An introduction to biblical doctrine. Zondervan.
Unger, M. F. (1971). Biblical demonology: A study of spiritual forces at work today. Kregel Publications.
Walvoord, J. F. (1958). The Holy Spirit: A comprehensive study of the person and work of the Holy Spirit. Zondervan.