REFLEXIÓN BÍBLICA, Reflexión Teológica, Vida Cristiana

La donación de órganos desde una perspectiva cristiana

Por Fernando E. Alvarado

La donación de órganos es uno de los actos más profundos de solidaridad humana: un gesto de amor que trasciende la vida misma y se convierte en un legado de esperanza para quienes más lo necesitan. Consiste en el trasplante de órganos, tejidos o células de una persona —viva o fallecida— a otra, con el fin de salvar vidas, mejorar la salud o devolver la calidad de vida a pacientes en situación crítica. Este noble acto, que hoy nos parece parte de la medicina moderna, tiene sus raíces en siglos de avances científicos y, al mismo tiempo, en un debate ético y espiritual que sigue vigente.

A lo largo de la historia, la idea de trasplantar órganos fue considerada casi un milagro. Los primeros intentos documentados se remontan a la antigüedad, con leyendas como la de los santos médicos Cosme y Damián, quienes —según la tradición— realizaron un trasplante de pierna en el siglo III. Sin embargo, no fue hasta el siglo XX, con el desarrollo de las técnicas quirúrgicas y la inmunología, que los trasplantes se convirtieron en una realidad médica viable. El primer trasplante de riñón exitoso en 1954 marcó un hito, abriendo el camino a lo que hoy es una práctica que salva miles de vidas cada año.

Pero más allá de los avances científicos, la donación de órganos invita a una reflexión profunda sobre nuestra humanidad. En el ámbito teológico, este tema toca fibras sensibles: habla de la dignidad de la persona, del amor al prójimo y de la responsabilidad que tenemos unos con otros, especialmente desde la perspectiva cristiana. Para muchas denominaciones religiosas, la donación es un acto de caridad, un «don de vida» que refleja el mandamiento de amar al prójimo como a uno mismo. Sin embargo, otros grupos ven en ella dilemas éticos, escatológicos o incluso teológicos que generan posturas más cautelosas o de rechazo. La oposicón a la donación de órganos por parte de algunos grupos cristianos obedece a varias razones, entre ellas:

  1. Preocupación por la integridad corporal y la resurrección: Algunos grupos cristianos, especialmente aquellos con interpretaciones literales de la resurrección física, argumentan que el cuerpo debe permanecer intacto para la resurrección final. Citan pasajes como 1 Corintios 15:42-44, donde Pablo habla de la resurrección del cuerpo, y sostienen que la extracción de órganos podría interferir con el plan divino. Algunos sectores ortodoxos judíos y cristianos fundamentalistas creen que el cuerpo debe ser enterrado completo para que Dios lo restaure en el día final.[1]
  2. Temor a la manipulación médica y la «jugar a ser Dios»: Algunos grupos cristianos conservadores argumentan que la donación de órganos (especialmente en casos de muerte cerebral) implica decidir cuándo una persona está «realmente muerta», lo que consideran una intrusión en la soberanía de Dios sobre la vida y la muerte (Deuteronomio 32:39: «Yo doy la muerte y doy la vida»). Algunas iglesias bautistas independientes y grupos carismáticos rechazan la donación por considerar que solo Dios debe determinar el momento de la muerte.[2]
  3. Desconfianza hacia el sistema médico y el tráfico de órganos: Algunos grupos cristianos, especialmente en países con corrupción médica, desconfían de los protocolos de donación, temiendo comercialización del cuerpo humano o incluso la extracción prematura de órganos. Algunas iglesias en Latinoamérica y África desaconsejan la donación por miedo a que los hospitales declaren muertos a pacientes vivos para obtener órganos.[3]
  4. Temor a violentar el mandato bíblico que prohíbe consumir sangre (Deuteronomio 12:23, Levítico 7:26 y Levítico 3:17): Algunos grupos, como los Testigos de Jehová, rechazan las transfusiones de sangre (y, por extensión, algunos tipos de trasplantes) basándose en Hechos 15:29 («absteneos de sangre»). Así pues, los Testigos de Jehová permiten ciertos trasplantes, pero no aquellos que requieren transfusiones sanguíneas.[4]
  5. Ideas apocalípticas y temor a la «marca de la bestia»: Algunos grupos cristianos marginales vinculan la donación de órganos con teorías conspirativas sobre el anticristo, sugiriendo que los registros de donantes podrían ser usados para controlar a la población en el fin de los tiempos. Algunos predicadores de radio evangélica en EE.UU. incluso han afirmado que «los chips de los donantes serán la marca de la bestia»[5]

¿Qué dice la Biblia realmente?

La teología evangélica sostiene que Dios no necesita un cuerpo físicamente completo para resucitarlo, ya que Él creó al hombre del polvo (Génesis 2:7) y puede restaurar cualquier pérdida.[6] Dios no necesitó un cuerpo preexistente para crear al hombre, sino que lo formó de la nada (ex nihilo, aunque técnicamente usó polvo). Esto muestra que Él puede dar vida sin depender de partes físicas completas. La resurrección, por lo tanto, es un acto soberano de Dios, no dependiente de la condición física del cuerpo al morir. Como escribe el apóstol Pablo: «Se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción» (1 Corintios 15:42). El teólogo Wayne Grudem señala: «Dios, que creó el universo de la nada, puede ciertamente restaurar un cuerpo para la resurrección, independientemente de su estado al momento de la muerte».[7]

En Ezequiel 37:1-10 (la visión del valle de los huesos secos), Dios muestra a Ezequiel un ejército de huesos secos y dispersos, y le pregunta: «¿Vivirán estos huesos?» (v. 3). Luego, reconstruye cuerpos completos a partir de huesos desarticulados y sin carne: «Y pondré tendones sobre vosotros, haré subir carne sobre vosotros… y sabréis que yo soy Jehová» (v. 6). Esto ilustra que Dios no necesita un cuerpo intacto para restaurar la vida; Él puede recrear lo que falta. El pastor y escritor Timothy Keller añade: «La esperanza cristiana no reside en la preservación física del cadáver, sino en el poder de Dios para redimir y transformar».[8] Así, la donación de órganos no menoscaba la fe en la resurrección, sino que confía en la omnipotencia divina.

En 1 Corintios 15:35-38 Pablo explica que el cuerpo resucitado no es una simple reconstrucción del cuerpo terrenal, sino una nueva creación (como una semilla que se transforma en planta). Esto implica que Dios no está limitado por el estado físico previo del cuerpo. En Filipenses 3:21 también nos explica que la resurrección implica una transformación sobrenatural, no una restauración materialista. Así, por ejemplo, los mártires devorados por bestias o quemados (Apocalipsis 20:4-5) serán resucitados, aunque sus cuerpos fueron destruidos. En la misma línea de pensamiento bíblico, el teólogo español José-Román Flecha argumenta que «la resurrección de los cuerpos no depende de la integridad física en el momento de la muerte, sino de la acción creadora de Dios».[9]

Es claro que la Biblia enseña que la resurrección es un acto creativo de Dios, no un proceso dependiente de la integridad física previa. Así como Adán fue formado del polvo, Dios puede restaurar cualquier pérdida (huesos, cenizas, o incluso cuerpos desaparecidos) porque Él es el Dios de lo imposible (Lucas 1:37). La resurrección no es una «reparación» sino una nueva creación (2 Corintios 5:17), sustentada por Su poder, no por condiciones materiales. Por tanto, la donación de órganos no contradice la fe en la resurrección, sino que la enriquece como gesto de entrega y puede entenderse como una expresión concreta del mandamiento del amor (Juan 13:34) y una manifestación de la compasión que caracteriza al discípulo de Cristo.

En cuanto al segundo argumento; La medicina no «juega a ser Dios» cuando salva vidas, sino que actúa como instrumento de la providencia divina.[10] Además, la Biblia permite el uso de medios humanos para preservar la vida (Ezequiel 34:4; Lucas 10:34). Dios dio al ser humano la responsabilidad de gobernar la creación y cultivarla (Génesis 1:28; 2:15). Esto incluye dominar las enfermedades y redimir lo caído. La investigación médica y el tratamiento de dolencias son una forma de ejercer este dominio, tal como la agricultura o la ingeniería. Aunque la enfermedad es consecuencia del pecado (Romanos 5:12), a través de la medicina Dios permite al hombre mitigar sus efectos como parte de la redención progresiva de la creación (Romanos 8:19-21).

La Biblia no solo registra milagros sobrenaturales, sino también el uso de remedios naturales y habilidades humanas (Ezequiel 34:4, Lucas 10:34, 2 Reyes 20:7, 1 Timoteo 5:23). Así pues, la medicina no es una usurpación del papel de Dios, sino un don Suyo para aliviar el sufrimiento en un mundo caído.

¿Qué hay con el tercer argumento? ¿Es la corrupción médica un pretexto válido para rechazar la donación voluntaria de órganos y trasplante de estos? No. Si bien es legítimo exigir transparencia médica, el abuso del sistema no invalida el principio ético de ayudar al prójimo (Proverbios 31:8-9).

Deuteronomio 12:23, Levítico 7:26 y Levítico 3:17 tampoco prohíben la donación y trasplante de órganos. Todos estos pasajes deben interpretarse en un contexto ceremonial, no médico, por lo que no existe contradicción bíblica en la donación.[11] Tales versículos forman parte de la Ley Mosaica, que regulaba la vida religiosa y social de Israel. La sangre representaba la vida (Lev 17:11) y tenía un significado sagrado en los sacrificios. La orden de no comer sangre (Lev 7:26, Deut 12:23), por lo tanto, estaba relacionada con prácticas paganas de la época, donde se creía que ingerir sangre daba poder o comunión con dioses falsos. El Nuevo Testamento, por otro lado (Hechos 15, Colosenses 2:14), aclara que los cristianos no están bajo la Ley ceremonial judía. Jesús mismo enfatizó que «lo que contamina al hombre no es lo que entra en la boca» (Mateo 15:11), refiriéndose a las reglas alimentarias.

Además, la transfusión de sangre no es ingerir la sangre como alimento ni tiene relación con idolatría. Es un procedimiento terapéutico para salvar vidas, lo cual está en armonía con el mandato de «amar al prójimo» (Mateo 22:39) y «no matar» (Éxodo 20:13). Puesto que la vida es sagrada (Génesis 9:4-6), Dios permite medios para preservarla (ej: Jesús sanando en sábado, Lucas 14:3-5). Ante todo debemos recordar que la misericordia prevalece sobre el ritual (Oseas 6:6; Mateo 9:13).

Pero eso no es todo: El Nuevo Testamento no prohíbe avances médicos. Si la Biblia condenara intervenciones como transfusiones, también debería prohibir cirugías o trasplantes, lo cual no hace. Quienes rechazan estos procedimientos por motivos religiosos (como los Testigos de Jehová) lo hacen basados en una interpretación literalista y aislada de estos pasajes, ignorando el contexto y el mensaje global de la Biblia sobre la preservación de la vida.

En cuanto a las ideas apocalípticas y el temor a la «marca de la bestia», hemos de decir que estas posturas carecen de fundamento exegético y caen en especulaciones no bíblicas (2 Tesalonicenses 2:1-3 advierte contra el alarmismo escatológico).

La donación de órganos como expresión de amor cristiano

El núcleo del mensaje cristiano se centra en el amor al prójimo, un principio que Jesús elevó a mandamiento supremo: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón […] y a tu prójimo como a ti mismo» (Mateo 22:37-39). Pablo, en su carta a los Gálatas, refuerza esta idea al afirmar: «Llevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo» (Gálatas 6:2). La donación de órganos, en este sentido, puede interpretarse como un acto de caridad radical, donde el creyente ofrece parte de sí mismo para salvar la vida de otro.

El teólogo alemán Karl Rahner sostiene que «el amor cristiano no es un sentimiento abstracto, sino una entrega concreta que puede llegar hasta el sacrificio corporal».[12] Visto de esta forma, la donación de órganos es un acto noble y meritorio que debe ser alentado como manifestación de generosa solidaridad. Es por eso que la teología moral ha abordado la donación de órganos desde el principio de solidaridad, entendido como una obligación ética de colaborar en el bien común. El bioeticista estadounidense Gilbert Meilaender plantea que «la donación de órganos, cuando es libre y altruista, refleja la gratuidad del amor cristiano».[13] Este enfoque se apoya en la parábola del Buen Samaritano (Lucas 10:25-37), donde Jesús exalta la compasión hacia el necesitado, incluso a costa del propio sacrificio.

Y entonces ¿Qué hacemos?

La donación de órganos, desde una perspectiva cristiana, se erige como un acto de amor heroico que encarna el mandamiento de amar al prójimo. Lejos de ser una práctica contraria a la fe, encuentra fundamento en la Biblia y la reflexión teológica. Como señala el teólogo Dietrich Bonhoeffer: «El verdadero discipulado implica estar dispuesto a dar la vida por los demás, no solo en la muerte, sino en la vida cotidiana».[14] En un mundo donde la indiferencia crece, la donación de órganos se presenta como un testimonio elocuente de la caridad cristiana.

BIBLIOGRAFÍA:


[1] Grudem, W. (1994). Systematic Theology. Zondervan, p. 613

[2] Meilaender, G. (2013). Bioethics: A Primer for Christians. Eerdmans, p. 102

[3] Bonilla, J. (2019). Bioética y religión en América Latina. Editorial San Pablo, p. 45

[4] Watchtower. (2004). How Can Blood Save Your Life?. Watchtower Society.

[5] Jenkins, P. (2017). Crisis of Faith: Conspiracy Theories in Evangelicalism. Oxford Press, p. 78

[6] Frame, J. (2008). The Doctrine of the Christian Life. P&R Publishing, p. 232

[7] Grudem, 1994, p. 612

[8] Keller, T. (2008). The Reason for God: Belief in an Age of Skepticism. Dutton, p. 178

[9] Flecha, J. R. (2002). Bioética y teología moral. Sígueme, p. 78

[10] Keller, 2008, p. 180

[11] Stott, J. (2006). Issues Facing Christians Today. Zondervan, p. 136

[12] Rahner, K. (1963). Sobre la teología de la muerte. Herder, p. 112

[13] Meilaender, 2013, p. 45

[14] Bonhoeffer, D. (1959). El precio de la gracia. Sígueme, p. 92

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