Por Fernando E. Alvarado*
Un día, estudiantes en una de las clases de Albert Einstein le comentaron a su maestro que habían decidido que no existía Dios. Einstein les preguntó, cuanto conocimiento de todo el mundo consideraban que tenían entre ellos colectivamente, como grupo. Los estudiantes discutieron por algún tiempo y decidieron que tenían 5% de todo el conocimiento humano entre ellos. Einstein pensó que su estimado era un poco generoso, pero les contestó: “¿Es posible que Dios exista en el 95% que no conocen?” – la respuesta de su maestro dejó sin palabras a sus “brillantes” alumnos.
Es significativo que a menudo la gente más “educada” es la que menos toma en cuenta a Dios. Esto no es siempre el caso; algunos de los hombres más brillantes de la historia han sido cristianos (tales como Isaac Newton). Pero mayoritariamente, el “más listo” se ve a sí mismo como, el que tiene menos en cuenta a Dios o cree no necesitarle. La “sabiduría” humana constantemente está rechazando a Dios y oponiéndose a Él, y finalmente ¡mostrándose torpe y llena de necesidad y arrogancia extrema! “Al creerse sabios, se volvieron aún más necios.” – diría Pablo (Romanos 1:22, NBV)

Hay una tendencia constante a pensar que los humanos más inteligentes y sabios sabrán más acerca de Dios; pero lo cierto es que personajes como el Buda, Zaratustra, Confucio, Lao-Tsé, los grandes filósofos griegos, los hombres de ciencia actuales (o por lo menos algunos de ellos) y muchos otros más, nos demostraron con su fracaso que eso no es cierto: Todos ellos fallaron en su intento por explicarnos quién es Dios, cómo conocerle o tan siquiera mostrarnos el camino a Él. ¿Por qué? Porque Dios no puede ser hallado a través de sabiduría humana, sino solo a través del mensaje de la cruz:
“¿Qué ha sido de los sabios, de los eruditos, de los filósofos de este mundo? Dios los ha hecho lucir tontos al mostrar lo necio de su sabiduría. En su sabiduría, Dios dispuso que el mundo jamás lo encontraría por medio de la inteligencia humana, y determinó salvar precisamente a los que creen por medio de la «locura» de la predicación.” (1 Corintios 1:19-21, NBV)
Pero ¿cuál es el mensaje esencial de la cruz? Es que Cristo murió haciendo expiación penal en sustitución por nosotros para así satisfacer la justicia divina y apaciguar la ira de Dios. Primera de Corintios 15:1-4 nos da un buen resumen de esa salvación:
“Permítanme recordarles, hermanos, el evangelio que les prediqué antes. Ustedes lo aceptaron entonces, y perseveran en él. Es por medio de este mensaje como ustedes alcanzan la salvación; es decir, si todavía lo creen firmemente. Si no, todo fue en vano. Lo primero que hice fue transmitirles lo que me enseñaron: que Cristo murió por nuestros pecados, de acuerdo con las Escrituras; que fue sepultado y que al tercer día se levantó de la tumba, según las Escrituras.” (NBV)
¡Qué locura! Cristo murió por nuestros pecados ¡Él tomó nuestro lugar! ¿Suena esto sabio e inteligente para las mentes “brillantes” de este mundo? No, no lo es. ¡Tal idea es absurda incluso para los grandes luminares de la religión. En la tradición islámica, por ejemplo, Jesús no fue crucificado:
“Y por haber dicho: Nosotros matamos al Ungido, hijo de Maryam, mensajero de Allah. Pero, aunque así lo creyeron, no lo mataron ni lo crucificaron.Y los que discrepan sobre él, tienen dudas y no tienen ningún conocimiento de lo que pasó, sólo siguen conjeturas. Pues con toda certeza que no lo mataron. Sino que Allah lo elevó hacia Sí, Allah es Poderoso y Sabio.”
Noble Corán, Sura 4, aleyas 157-158
“Cuando dijo Allah: ¡Isa! Voy a llevarte y a elevarte hacia Mí y voy a poner tu pureza a salvo de los que no creen. Hasta el día del Levantamiento consideraré a los que te hayan seguido por encima de los que se hayan negado a creer, luego volveréis a Mí y juzgaré entre vosotros sobre aquello en lo que discrepábais.”
Noble Corán, Sura 3, aleya 55
Mahoma enseñó que Jesús no murió en la cruz, sino que fue elevado al cielo vivo, que volverá de nuevo, que establecerá la justicia en la tierra y asesinará al anticristo. Luego vivirá una vida normal y morirá en paz. Se dice que Mahoma, el gran profeta del islam, afirmó
“Por Aquel en Cuyas Manos está mi alma, ciertamente (Jesús) el hijo de María pronto descenderá entre vosotros y juzgará a la humanidad justamente (como un Gobernante Justo); él romperá la Cruz y matará a los cerdos y no habrá Jizya (es decir, impuestos tomados de no musulmanes). El dinero estará en abundancia para que nadie lo acepte, y una sola postración a Allah (en oración) será mejor que todo el mundo y todo lo que hay en él.”
Bukhari

¡Qué el más grande de los profetas de Dios muriera ignominiosamente en la cruz es un escándalo inimaginable! ¡Imposible! Al menos para la sabiduría humana, que es incapaz de vislumbrar en esta aparente derrota la mayor de las victorias. ¿Morir en lugar de otro? ¡Esa es una tontería insiste el islam (y muchos racionalistas modernos concordarían con tal afirmación)! Pero eso que llaman tontería, insensatez, necedad y locura, que para los que se pierden es tropezadero (1 Corintios 1:23) ¡Eso es lo que Dios hizo por nosotros a través de Jesucristo!
San Pablo afirma: “Al que no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en Él.” (2 Corintios 5:21, LBLA). A los santos en Galacia, el apóstol de la gracia les dijo: «Cristo nos redimió de la maldición de la ley, tomando sobre sí mismo la maldición por amor a nosotros.» (Gálatas 3:13, NBV). El autor de la carta a los Hebreos (fuese Pablo, Apolos, Lucas o cualquier otro autor inspirado) escribió: «por la gracia de Dios, Jesús conoció la muerte por todos.» (Hebreos 2:9, NTV). Juan, el apóstol amado, afirmó en su carta que Jesús «es el sacrificio que pagó por nuestros pecados, y no solo los nuestros sino también los de todo el mundo.» (1 Jn 2:2, NTV). Jesús dijo de Sí mismo que «el Hijo del hombre [no] vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos.» (Mr 10:45; Mt 20:28, NVI). ¡Cristo fue nuestro sustituto perfecto!
Pero la muerte de Cristo fue más que un simple sustituto: fue el pago legal que la justicia divina exigía por nuestros pecados; es decir, fue una sustitución penal. Su muerte fue aquel castigo prescrito como pena a todo aquel que se rebela en contra de Dios y viola Su ley. La justicia de Dios exige que toda maldad sea pagada. «Yo pagaré» (Dt 32:35; Ro 14:19), ha dicho el Señor, y no se retractará de la sentencia. La muerte es el castigo justo que merece nuestro pecado. En su justicia, Dios demanda castigo y este castigo es la muerte. A nuestros primeros padres se les dijo: «El día que de él comas, ciertamente morirás» (Gn 2:17, NVI), «el alma que peque, esa morirá» (Ez 18:20), «Todo el que peque merece la muerte» (Ro 6:23; cp. Lv 24:15-16; Gá 3:10; NVI).
Así pues, solo hay dos opciones ante el pecado: o paga el pecador, o paga un sustituto (Cristo), y si Cristo paga en nuestro lugar, entonces su muerte vicaria logra «hacernos a nosotros justicia de Dios en Cristo.» (2 Co 5:21, DHH), porque en Él «Dios anuló el documento de deuda que había contra nosotros y que nos obligaba; lo eliminó clavándolo en la cruz.» (Col 2:14, DHH). ¡Pero eso no es todo! Cuando Cristo murió por nuestros pecados, estos no solo fueron pagados, sino que la justicia de Dios fue satisfecha y su ira hacia nosotros quedó extinta. Dios quedó satisfecho por completo, porque una compensación completa, infinita y de valor eterno fue realizada. Así lo expresa el autor de Hebreos:
“Y así como todos han de morir una sola vez y después vendrá el juicio, así también Cristo ha sido ofrecido en sacrificio una sola vez para quitar los pecados de muchos. Después aparecerá por segunda vez, ya no en relación con el pecado, sino para salvar a los que lo esperan.” (Heb 9:27-28, DHH). Su obra logró la redención y la salvación perfecta para los suyos, por eso en la cruz Jesús pudo decir: «Consumado es» (Jn 19:30, LBLA). Y con sus últimas palabras Jesús selló la obra que finalizó el castigo, y satisfizo la justicia de Dios.
Gracias a ello hoy podemos estar seguros y confiados «ya que fuimos hechos justos a los ojos de Dios por medio de la fe, [y por causa de ello] tenemos paz con Dios gracias a lo que Jesucristo nuestro Señor hizo por nosotros.» (Ro 5:1, NTV), y si «Dios mostró su favor hacia nosotros hasta tal punto que dio a su propio Hijo para que muriera por nosotros. Siendo así, ¿cómo no nos va a dar, junto con él, todo lo que tiene?» (Ro 8:32, PDT) y ante tan valioso sustituto ofrecido a nuestro favor nuestra salvación reposa confiada pues estamos seguros que «ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los poderes diabólicos, ni lo presente, ni lo que vendrá en el futuro, ni poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada podrá separarnos del amor de Dios que se encuentra en nuestro Señor Jesucristo.» (Ro 8:37-39, PDT). Así pues, la esencia de la cruz, ese mensaje que para los que se pierden es locura, es que la muerte expiatoria de Cristo fue una muerte 1) sustitutoria, 2) penal y 3) satisfactoria.
¡O bendita expiación! ¡Cómo no amar el mensaje de la cruz! No hay ira tan profunda que la cruz de Cristo no apacigüe, ni transgresión tan grave que no quite, ni sufrimiento tan profundo que no pacifique, ni mancha tan sucia que no limpie. No hay pecado que la cruz de Cristo no borre, ni deuda tan grande que no pague. ¡Lo que la sabiduría humana no pudo lograr fue logrado por la locura de la cruz!
“Pues la locura de Dios es mucho más sabia que el más sabio plan humano, y lo débil de Dios es más fuerte que todos los hombres juntos. Fíjense, hermanos, en los que Dios ha llamado entre ustedes: pocos son sabios, poderosos o nobles, según los criterios humanos. Deliberadamente Dios ha escogido a los que el mundo considera tontos y débiles, para avergonzar a los que el mundo considera sabios y fuertes.” (1 Corintios 1:25-27, NBV)
ACERCA DEL AUTOR:
