Por: Fernando E. Alvarado.
INTRODUCCIÓN.
Una enseñanza tradicional sobre las vocaciones y oficios de Cristo es que Él es profeta, rey y sacerdote. Como el profeta altísimo Jesús habla la Palabra de Dios; como el sumo sacerdote él se ofreció a sí mismo como el sacrificio perfecto y ora por nosotros; y como Rey de reyes, él está en control de la historia y el destino humano.[1] Entendemos que el título de “rey» se asocia con la idea de reinar y gobernar. El sacerdote está activo en el servicio de los sacrificios a los efectos de reconciliar al hombre con Dios. De un profeta se espera que anuncie la voluntad de Dios y prediga acontecimientos que vendrán. Pero ¿Qué implica todo esto para nosotros? ¿Qué beneficios temporales o eternos representan dichas vocaciones para el cristiano?
CRISTO COMO PROFETA.
Moisés predijo que un profeta como él mismo sería levantado por Dios (Deuteronomio 18:15). Aparte de los otros cumplimientos que esto pudiera haber tenido en la sucesión de los profetas del Antiguo Testamento, su cumplimiento final fue en Jesucristo, a quien se le identifica como ese Profeta (Hechos 3:22–24). Incluso las personas comunes en los días de Cristo lo reconocieron a Él como un Profeta, con tanto entusiasmo que los principales sacerdotes y los fariseos temían represalias si tomaban alguna fuerte acción contra el Señor (Mateo 21:11, 46; Juan 7:40–53). Nuestro Señor también declaró ser un Profeta (Mateo 13:57; Marcos 6:4; Lucas 4:24; 13:33; Juan 4:44) que vino a hacer lo que hicieron los profetas, i.e., comunicarle el mensaje de Dios al hombre (8:26; 12:49–50; 15:15; 17:8).
El ministerio profético de nuestro Señor fue autenticado en dos maneras: por poderse ver el cumplimiento de algunas de Sus profecías, y por los milagros que le verificaron a las personas en Su tiempo que Él era un Profeta. La prueba conclusiva es Su detallada predicción de Su muerte. El profetizó que alguien cercano a Él le traicionaría (Mateo 26:21), que Su muerte sería instigada por los líderes judíos (16:21), que moriría por crucifixión, y que tres días después resucitaría (20:19). El que pudiera dar estos detalles acerca de Su muerte y que estos detalles se cumplieran lo autentica como un Profeta verdadero. Además, algunos de los milagros de Cristo estaban directamente vinculados al testimonio de que Él era un Profeta genuino (Lucas 7:16; Juan 4:19; 9:17). Verdaderamente, en estos postreros días Dios nos ha hablado por el Hijo (Hebreos 1:1–2).[2]
¿Qué implica esto para el cristiano? En primer lugar, que Jesús no fue simplemente un mensajero de revelación de Dios, sino que él mismo era la fuente de la revelación de Dios. Todos los profetas del Antiguo Testamento solían afirmar «Así dice el Señor», pero Jesús podía empezar su enseñanza con autoridad divina con la asombrosa declaración: «Pero yo les digo …» (Mateo 5:22). La palabra del Señor venía a los profetas del Antiguo Testamento, pero Jesús habló en base a su propia autoridad como el Verbo eterno de Dios (Juan 1:1) que nos revelaba perfectamente al Padre (Hebreos 1:1-2). En el sentido más amplio de profeta, refiriéndonos solo a alguien que nos revela a Dios y nos habla las palabras de Dios, Cristo, por supuesto, es verdadera y completamente un profeta. De hecho, él es aquel a quien los profetas del Antiguo Testamento prefiguraban en sus discursos y en sus acciones. Pero es más que eso: Él es el Verbo de Dios. Su palabra es autoritativa y final. El cristiano puede tener plena certeza de sus palabras y descansar en ellas y su fiel cumplimiento.
CRISTO COMO REY.
Cristo es identificado como el Rey en las Escrituras (Isaías 9:6, 11:10; Hechos 2:30; Juan 12:15; 1 Timoteo 6:15; Apocalipsis 17:14, 19:16; Juan 18:37). En el Antiguo Testamento el rey tenía la autoridad de gobernar sobre la nación de Israel. En el Nuevo Testamento, Jesús nació para ser rey de los judíos (Mateo 2:2), pero rehusó los intentos de las personas para hacerle rey terrenal con poder terrenal militar y político (Juan 6:15). Sin embargo, Jesús mismo anunció la futura venida de su reino (Mateo 4: 17,23; 12:28). En la mentalidad hebrea de la época, el concepto de rey incluía una amplia esfera de prerrogativas. Un rey en Israel tenía poderes legislativos, ejecutivos, judiciales, económicos, y militares. De acuerdo con diversos teólogos, el concepto de Cristo como Rey puede contemplarse alrededor de cinco palabras: prometido, predicho, propuesto, rechazado, y realizado.
El papel de Cristo como Rey es enseñado a través de toda la Biblia:
- El pacto misericordioso de Dios con David prometía que el derecho de reinar siempre permanecería en la dinastía de David. No prometía el reinar sin interrupción, porque, de hecho, el cautiverio babilónico lo interrumpió (2 Samuel 7:12–16).
- Isaías profetizó que un Niño que iba a nacer establecería y reinaría sobre el trono de David (Isaías 9:7).
- Gabriel le anunció a María que su Bebé iba a tener el trono de David y reinaría sobre la casa de Jacob (Lucas 1:32– 33).
- A través de Su ministerio terrenal, el reinado davídico de Jesús fue propuesto a Israel (Mateo 2:2; Juan 12:13), pero Él fue rechazado.
Por haber sido el Rey rechazado, el reino mesiánico, davídico (desde un punto de vista humano) fue aplazado. Después de su resurrección, Jesús recibió del Padre mucha más autoridad sobre la iglesia y el universo. Dios lo resucitó de entre los muertos y «lo sentó a su derecha en las regiones celestiales, muy por encima de todo gobierno y autoridad, poder y dominio, y de cualquier otro nombre que se invoque, no sólo en este mundo sino también en el venidero. Dios sometió todas las cosas al dominio de Cristo, y lo dio como cabeza de todo a la iglesia» (Efesios 1:20-22; Mateo 28:18; 1 Corintios 15:25).
Esa autoridad sobre la iglesia y sobre el universo quedará completamente reconocida por las personas cuando Jesús regrese a la tierra en poder y gran gloria para reinar (Mateo 26:64; 2 Tesalonicenses 1:7-10; Apocalipsis 19:11-16). En aquel día será reconocido como «Rey de reyes y Señor de señores» (Apocalipsis 19:16) y toda rodilla se doblará ante él (Filipenses 2:10). Esto se espera en Su segunda venida. Entonces se realizará el reino davídico (Mateo 25:31; Apocalipsis 19:15; 20). Entonces el Sacerdote se sentará en Su trono, trayendo a esta tierra la tan esperada Edad de Oro (Salmo 110).[3]
¿Cómo nos afectará el reinado de Cristo? La Biblia habla sobre las condiciones durante el Milenio, como un ambiente perfecto tanto físico como espiritual. Será un tiempo de paz (Miqueas 5:2-4; Isaías 32:17-18); gozo (Isaías 61:7,10); confort (Isaías 40:1-2); sin pobreza (Amos 9:13-15), ni enfermedad (Joel 2:28-29). La Biblia también nos dice que solo los creyentes entrarán en el Reino Milenial. Por esto, habrá un tiempo de completa justicia (Mateo 25:37; Salmo 24:3-4); obediencia (Jeremías 31:33); santidad (Isaías 35:8); verdad (Isaías 65:16); y llenura del Espíritu Santo (Joel 2:28-29). Cristo regirá como Rey (Isaías 9:3-7; 11:1-10) y Jerusalén será el centro “político” del mundo (Zacarías 8:3).
JESUCRISTO COMO SACERDOTE.
Jesús es llamado nuestro Sacerdote (o, mejor dicho, nuestro Sumo Sacerdote). Su sacerdocio es descrito y comparado con otros dos sacerdocios previos: El sacerdocio de Melquisedec y el sacerdocio levítico. Como Melquisedec, Él es ordenado como un sacerdote aparte de la Ley dada en el Monte Sinaí (Hebreos 5:6). Como los sacerdotes levíticos, Jesús ofreció un sacrificio para satisfacer la Ley de Dios, cuando Él se ofreció a Sí mismo por nuestros pecados (Hebreos 7:26-27). Sin embargo, el sacerdocio de Cristo es diferente a los otros dos sacerdocios mencionados. A diferencia de los sacerdotes levíticos, quienes tenían que ofrecer continuos sacrificios, Jesús solo tuvo que ofrecer Su sacrificio una sola vez, ganando la redención eterna para todos los que vinieran a Dios a través de Él (Hebreos 9:12).
¿Qué implica para nosotros que Jesús sea nuestro sumo sacerdote? En primer lugar, debe considerarse que cada sacerdote es designado de entre los hombres. Jesús, aunque es Dios desde la eternidad, se hizo hombre a fin de sufrir la muerte y servir como nuestro Sumo Sacerdote (Hebreos 2:9). Como hombre, Él estuvo sujeto a todas las debilidades y tentaciones que tenemos nosotros, para que pudiera identificarse personalmente con nosotros en nuestras luchas (Hebreos 4:15). Jesús es más grande que cualquier otro sacerdote, por lo que es llamado nuestro “Gran Sumo Sacerdote” en Hebreos 4:14, y eso nos da la confianza para acercarnos “al trono de gracia para que recibamos misericordia, y hallemos gracia para la ayuda oportuna.” (Hebreos 4:16).[4]
CONCLUSIÓN.
Existen tres oficios que en el Antiguo Testamento eran ungidos y elegidos por Dios para dar a conocer su voluntad, gobernar y pastorear a su pueblo: Profeta, Rey Sacerdote. Jesús es nuestro mejor Profeta, nuestro suficiente Sacerdote y nuestro glorioso Rey. Cristo Jesús es quien habla, quien oficia y quien gobierna su Iglesia, no necesitamos más nadie porque es él el único calificado para ser intermediario entre Dios y nosotros.
REFERENCIAS.
[1] Cornelio Hegeman, “Las Vocaciones de Cristo”, Cristología (Miami: MINTS), 2019.
[2] Wayne Grudem, Teología Sistemática (Miami: Zondervan), 2014.
[3] Charles C. Ryrie, Teología Básica (Miami: Editorial Unilit), 1993.
[4] Stanley Horton, Teología sistemática: Una Perspectiva Pentecostal, (Miami: Zondervan), 2009.