Por Fernando E. Alvarado
En muchas iglesias actuales, se ha dado un proceso de espiritualización excesiva del cristianismo, donde la fe se reduce a una experiencia individual centrada en la oración, el culto y la esperanza escatológica. Este enfoque ha llevado a descuidar la dimensión social del evangelio, olvidando que el Reino de Dios no solo implica redención personal, sino también justicia, misericordia y transformación terrenal (Lc 4:18-19; Is 61:1-2). Dietrich Bonhoeffer advirtió que el cristianismo no debe ser una mera «religión de salvación», sino un llamado a vivir «para los demás» (Bonhoeffer 1959, 342). Sin embargo, al enfatizar únicamente lo espiritual, muchas congregaciones han adoptado una mentalidad escapista, anhelando la Segunda Venida como una forma de huir de las responsabilidades en el mundo presente, en lugar de trabajar activamente por él (1 Jn 4:20).
Al encerrarse en sus actividades litúrgicas y devocionales, la iglesia ha perdido de vista su vocación de ser «sal de la tierra» y «luz del mundo» (Mt 5:13-16). Martín Lutero enseñó que, aunque las obras no salvan, el creyente está obligado a servir al prójimo, pues «Dios no necesita tus buenas obras, pero tu prójimo sí» (Lutero 1520, 45). Santiago, por su parte, define la religión pura como el cuidado de los más vulnerables: «Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones» (Stg 1:27). No obstante, muchas iglesias hoy se conforman con evitar el mal, sin asumir el llamado activo a hacer el bien, cumpliendo así solo una parte del mandato bíblico. Gustavo Gutiérrez critica esta actitud, señalando que una fe sin compromiso social puede convertirse en un «opio espiritual» que adormece la conciencia ante las injusticias (Gutiérrez 1971, 89).
Esta espiritualización desequilibrada ha generado una iglesia pasiva, que abdica de su rol transformador en la sociedad. En lugar de ser un agente de cambio, se limita a esperar la Segunda Venida como una solución externa, descuidando su misión de ser testigo de Cristo «hasta lo último de la tierra» (Hch 1:8). Abraham Kuyper afirmó que «no hay un centímetro de la vida que Cristo no reclame como suyo» (Kuyper 1898, 26), lo que incluye la justicia social, la política y la cultura. Sin embargo, al mistificar la fe, la iglesia ha abandonado estos espacios, reduciendo su influencia a lo meramente devocional.

John Wesley y el concepto de “Santidad Social”
El descuido contemporáneo por la dimensión social de la fe contrasta marcadamente con la rica herencia teológica del movimiento wesleyano, donde la santidad nunca fue concebida como una experiencia meramente individual, sino como un llamado a transformar la sociedad. John Wesley, fundador del metodismo y ancestro espiritual del pentecostalismo, formuló una doctrina de santidad social que recuperaba la esencia del mensaje bíblico: la verdadera fe debe manifestarse en obras de justicia, misericordia y amor activo hacia el prójimo (Stg 2:14-17). Esta visión no era innovadora, sino un retorno a las raíces proféticas de la Escritura, donde Dios exige «hacer justicia, amar misericordia y humillarte ante tu Dios» (Miq 6:8).
La teología wesleyana se nutre directamente de la tradición bíblica que vincula la santidad con la práctica social. En el Antiguo Testamento, los profetas denunciaban la opresión y llamaban al cuidado de los marginados: «Defended al huérfano, pleaded por la viuda» (Is 1:17). La Ley mosaica establecía mandatos sociales claros, como dejar espigas para los pobres (Lv 19:9-10) o cancelar deudas cada cincuenta años (Dt 15:1-2). Jesús radicalizó esta enseñanza con parábolas como la del Buen Samaritano (Lc 10:25-37), que redefine al prójimo como todo necesitado, y la de las ovejas y los cabritos (Mt 25:31-46), donde el agrado divino se vincula explícitamente a dar de comer al hambriento y visitar al encarcelado. Wesley, influenciado por estos textos, insistía en que «el cristianismo es esencialmente una religión social» (Wesley 1786, 12), pues la santidad personal debe extenderse a la santidad comunitaria.
El metodismo primitivo no se limitó a predicar la conversión individual, sino que impulsó reformas sociales concretas. Wesley combatió la esclavitud, fundó escuelas para pobres, organizó fondos de ayuda médica y visitó prisiones, argumentando que «la fe sin obras está muerta» (Stg 2:26). Su movimiento heredó la Regla de Oro (Mt 7:12) como principio rector: tratar a los demás como queremos ser tratados, lo que implicaba luchar contra estructuras injustas. Como señala Howard Snyder, «para Wesley, la santidad era inseparable de la justicia social» (Snyder 1996, 45). Este enfoque contrasta con el pietismo moderno que reduce la fe a una experiencia subjetiva, olvidando que, como enseñó Jesús, «el que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo» (1 Jn 2:6) —y Cristo anduvo sanando, liberando y sirviendo.
En un mundo marcado por desigualdades, la iglesia necesita volver a la visión wesleyana—que en realidad es bíblica—para representar auténticamente a Cristo. Como advirtió Dorothy Day, fundadora del Movimiento Obrero Católico: «Nadie tiene derecho a sentarse cómodamente mientras otros sufren» (Day 1952, 78). Las parábolas de Jesús y las exhortaciones de los profetas nos recuerdan que la religión pura exige compromiso tangible (Stg 1:27). La tradición wesleyana demuestra que la santidad no es fuga del mundo, sino presencia redentora en él.

La santidad social en la teología wesleyana como modelo integral para la iglesia contemporánea
Para el fundador del metodismo, la verdadera fe cristiana no podía limitarse al ámbito devocional privado, sino que necesariamente debía expresarse en obras prácticas de amor al prójimo, reflejando así el doble mandamiento de amar a Dios y al prójimo (Mateo 22:37-39). Esta convicción quedó plasmada en su conocida exhortación: «Haz todo el bien que puedas, por todos los medios que puedas, de todas las maneras que puedas, en todos los lugares que puedas, en todos los momentos que puedas, a todas las personas que puedas, mientras puedas» (Wesley 1872, 126). Esta frase sintetiza fielmente su pensamiento, particularmente expuesto en sermones como The Use of Money, donde enfatizaba la responsabilidad ética en el manejo de los recursos para beneficio de los demás.
Wesley clasificaba las prácticas cristianas en obras de piedad (oración, estudio bíblico, sacramentos) y obras de misericordia (ayuda a los necesitados, justicia social), considerando ambas como esenciales para una vida santa. En su sermón On Zeal, afirmaba categóricamente: «El celo por las obras de misericordia es el resultado natural del amor a Dios y al prójimo» (Wesley 1872, 58). Esta perspectiva establecía que la santidad social no era un añadido opcional, sino la consecuencia inevitable de un auténtico encuentro con Dios, que debía traducirse en acciones concretas como alimentar al hambriento, visitar al enfermo y socorrer al pobre. Estas obras no solo eran expresión de fe, sino también testimonio visible del evangelio, en cumplimiento del mandato de Jesús: «Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mateo 5:16).
La visión wesleyana trascendía la caridad individual para abordar las estructuras sociales injustas. En su tratado Thoughts Upon Slavery, Wesley denunciaba con vehemencia: «La libertad es el derecho de todo ser humano… y ningún hombre puede, sin cometer un crimen contra Dios y la humanidad, esclavizar a otro» (Wesley 1774, 11). Esta postura reflejaba su profunda convicción de que la santidad implicaba necesariamente trabajar por la justicia social, restaurando la dignidad de los oprimidos. Además, Wesley enfatizaba la dimensión comunitaria de la fe, declarando en The Scripture Way of Salvation: «No puedes ser cristiano sin ser social» (Wesley 1765, 246). Para él, la auténtica espiritualidad se vivía en comunidades de discipulado que practicaban la rendición de cuentas, el amor mutuo y el servicio activo, rechazando cualquier forma de individualismo religioso.
En el ámbito económico, Wesley propuso un modelo radical de mayordomía cristiana resumido en su famosa tríada: «Gana todo lo que puedas, ahorra todo lo que puedas, da todo lo que puedas» (Wesley 1872, 130). Esta enseñanza, desarrollada en The Use of Money, promovía un uso responsable de los recursos no para enriquecimiento personal, sino para el beneficio colectivo. Wesley aplicó personalmente estos principios mediante la creación de dispensarios médicos, escuelas para pobres y programas de ayuda a necesitados, demostrando así que la santidad social era el medio privilegiado para encarnar los valores del Reino de Dios en la realidad terrenal.
Lamentablemente, muchas expresiones del cristianismo actual, incluyendo el pentecostalismo -heredero directo de la tradición wesleyana-, han abandonado esta dimensión social de la fe, privilegiando un espiritualismo introspectivo que reduce el testimonio cristiano a experiencias subjetivas. Este enfoque mistificado ha llevado a la iglesia a descuidar su papel profético frente a problemas como la pobreza, la injusticia racial y la desigualdad económica. Como movimiento que recibió de Wesley su énfasis en la santidad y la obra del Espíritu Santo, el pentecostalismo está particularmente llamado a rescatar esta herencia olvidada, integrando nuevamente el fervor espiritual con el compromiso social transformador.
La doctrina de la santidad social wesleyana representa un antídoto necesario contra la espiritualización excesiva del cristianismo contemporáneo. Recuperar esta visión integral permitiría a la iglesia cumplir su vocación de ser «sal de la tierra» y «luz del mundo» mediante un testimonio visible de amor y justicia. El pentecostalismo, fiel a sus raíces metodistas y de santidad, debe liderar este redescubrimiento, demostrando que la auténtica espiritualidad no evade la realidad, sino que la transforma para gloria de Dios.

Bibliografía:
Fuentes primarias:
- Bonhoeffer, Dietrich. Ética. Barcelona: Editorial Estela, 1959.
- Day, Dorothy. The Long Loneliness. Nueva York: Harper & Row, 1952.
- Gutiérrez, Gustavo. Teología de la liberación. Lima: Centro de Estudios y Publicaciones (CEP), 1971.
- Kuyper, Abraham. La soberanía de las esferas. Ámsterdam: Höveker & Wormser, 1898.
- Lutero, Martín. Obras de Lutero. Volumen 3. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 2007.
- Wesley, John. The Scripture Way of Salvation. Londres: William Pine, 1765.
- Wesley, John. Thoughts Upon Slavery. Londres: R. Hawes, 1774.
- Wesley, John. The Works of John Wesley. 3ª edición. 14 vols. Londres: Wesleyan Methodist Book Room, 1872.
- Wesley, John. The Works of John Wesley. 14 vols. Londres: Wesleyan Methodist Book Room, 1786.
Fuentes secundarias:
- Hynson, Leon O. To Reform the Nation: Theological Foundations of Wesley’s Ethics. Grand Rapids, MI: Zondervan, 1984.
- Maddox, Randy L. Responsible Grace: John Wesley’s Practical Theology. Nashville, TN: Kingswood Books, 1994.
- Snyder, Howard A. The Radical Wesley and Patterns for Church Renewal. Eugene, OR: Wipf & Stock, 1996.
- Snyder, Howard. The Radical Wesley. Downers Grove, IL: InterVarsity Press (IVP), 1996.