Arminianismo Wesleyano, Metodismo, Movimiento de Santidad, Perfección Cristiana, Perfeccionismo Cristiano, Santidad, Santificación, Teología Wesleyana, Wesleyanismo

La doctrina de la perfección cristiana en la tradición wesleyana

Por Fernando E. Alvarado

La doctrina de la perfección cristiana, tal como la articuló John Wesley, irrumpe en la teología del siglo XVIII como un llamado audaz a la santidad plena, no como un estado estático de infalibilidad, sino como un amor perfecto que transforma el corazón humano por la gracia divina, liberándolo del pecado voluntario y orientándolo hacia Dios y el prójimo con intensidad total. Wesley, el fundador del metodismo, la presentó no como una abstracción estéril, sino como el clímax de la vida cristiana: un amor perfecto que expulsa el pecado y alinea el corazón humano con el de Dios. En su obra seminal, A Plain Account of Christian Perfection, Wesley traza su evolución personal y teológica desde 1725 hasta 1777, defendiendo que esta perfección es «el amor a Dios con todo nuestro corazón, mente, alma y fuerza», lo que implica que «ningún temperamento equivocado, ninguno contrario al amor, permanece en el alma; y que todos los pensamientos, palabras y acciones están gobernados por el amor puro» (Wesley 1872, 394). Esta visión, directa y audaz, se ancla en la Escritura, invocando promesas como la de Ezequiel 36:25-29, donde Dios declara: «Os rociaré con agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias y de todos vuestros ídolos os limpiaré» (Wesley 1872, 388), subrayando una renovación total del corazón.

Otros teólogos de tradición wesleyana han enriquecido también nuestra comprensión de la doctrina de la perfección cristiana.  William H. Willimon, en su explicación de la gracia wesleyana, define la perfección cristiana como un proceso de madurez espiritual impulsado por la gracia santificadora, donde el corazón se llena «habitualmente con el amor de Dios y del prójimo» y se adopta «la mente de Cristo, caminando como él caminó» (Willimon, citado en United Methodist Church 2018). Esta visión no implica impecabilidad absoluta o exención de errores humanos, sino una madurez en el amor que refleja Mateo 5:48 —»Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto»—, interpretado como plenitud relacional en el amor, accesible en esta vida por la gracia de Dios (United Methodist Church 2018).

Gregory Crofford, teólogo de la tradición wesleyana en la Iglesia del Nazareno, ofrece una definición incisiva: la perfección cristiana es una «segunda obra de la gracia” que produce una “impecabilidad cualificada”, disponible ahora (Crofford 2015, citando a Stark). Crofford enfatiza que no se trata de una perfección «sin pecado» en términos absolutos —un término que Wesley nunca usó—, sino de una victoria sobre el pecado deliberado (Crofford 2015, refiriendo a Wesley 1766).

Desde una lectura procesual-teológica, el teólogo wesleyano Jung Sup Ahn define la perfección cristiana como «una vida de amor que es intercambiablemente amor a Dios y amor a las criaturas», distinguida entre «perfección perfeccionada» (estática, influida por la filosofía griega) y «perfección perfeccionante» (dinámica, relacional y en constante aspiración a la plenitud del amor) (Ahn 2009, 5). Ahn, citando directamente a Wesley, la describe como «nada más alto ni más bajo que esto: el puro amor de Dios y del hombre; el amar a Dios con todo nuestro corazón, alma y fuerzas, y al prójimo como a nosotros mismos. Es el amor gobernando el corazón y la vida, corriendo a través de todos nuestros temperamentos, palabras y acciones» (Wesley 1766, 46, citado en Ahn 2009, 127). Esta perspectiva alinea la doctrina con una gracia preveniente que invita a una sinergia divino-humana, donde la perfección es un proceso teleológico de santidad, no un estado final, y se actualiza mediante la oración y la participación en la naturaleza divina (2 Pedro 1:4) (Ahn 2009, 142-143).

Michael D. Matlock, en su tesis complementaria, refuerza esta definición al afirmar que la perfección wesleyana implica «la renovación en la imagen de Dios, así como todos los pensamientos, palabras y acciones gobernados por el amor puro», enfatizando su carácter participativo y relacional, donde Dios actúa persuasivamente, no coercitivamente, para perfeccionar el amor en el creyente (Matlock, citado en Ahn 2009, 142). Matlock cita a Wesley: «No hay perfección de grados; ninguna que no admita un aumento continuo» (Wesley 1766, 16, citado en Ahn 2009, 138), subrayando que incluso los perfectos en amor crecen eternamente en gracia (Ahn 2009, 138).

El mismo John Wesley enseñó esta doctrina con precisión vivaz, insistiendo en que la perfección cristiana no es una utopía inalcanzable, sino un estado alcanzable mediante la fe. Se logra «meramente por fe» (Wesley 1872, 392), y es precedida y seguida por un trabajo gradual de gracia. El proceso comienza con la justificación —el perdón inicial de pecados—, avanza a través de la santificación gradual, donde el creyente muere progresivamente al pecado, y culmina en una «muerte total al pecado y una renovación entera en el amor e imagen de Dios» (Wesley 1872, 396). No se trata de una perfección absoluta, reservada solo para Dios, sino de una «perfección relativa, una perfección que se perfecciona y siempre admite mayores grados» (Pedlar 2011). En esencia, es «amor perfecto» que excluye el pecado, llenando el corazón y manifestándose en «regocijarse siempre, orar sin cesar y dar gracias en todo» (1 Tesalonicenses 5:16-18, citado en Wesley 1872, 370). Wesley la vinculaba al mandato de Jesús en Mateo 5:48 —»Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto«— y la veía como para la misión de Dios, fomentando una comunidad eclesial que testimonia el reino divino a esencial través del amor mutuo (Juan 13:35) (Pedlar 2011).

Críticas al perfeccionismo wesleyano

Sin embargo, esta doctrina ha sido plagada de malentendidos y malas interpretaciones, que Wesley mismo combatió con vigor erudito. Un error común es equipararla con una «impecabilidad total» o infalibilidad absoluta, como si implicara libertad de toda ignorancia, error o debilidad humana. Wesley refutaba esto directamente: «Creo que no hay tal perfección en esta vida que excluya estas transgresiones involuntarias, que considero naturalmente consecuentes de la ignorancia y los errores inseparables de la mortalidad» (Wesley 1872, 394). Él aclaraba que los perfectos en amor aún cometen «errores» derivados de «debilidad o lentitud de comprensión», pero estos no son pecados si brotan del amor, aunque requieren la sangre expiatoria de Cristo (Smith 2015).

Críticos reformados, como Kim Riddlebarger, interpretan esto como una «masa de confusión y contradicciones», argumentando que Wesley crea una dicotomía falsa entre pecados voluntarios y «errores», lo que carga la conciencia y diluye la definición bíblica de pecado, como en Romanos 14:23: «todo lo que no proviene de fe es pecado» (Riddlebarger 2024). Sin embargo, esta distinción no es un invento de Wesley, sino que encuentra eco en la tradición teológica cristiana, particularmente en la distinción entre pecados veniales y mortales en la teología católica medieval, y en los debates reformados sobre la naturaleza de la concupiscencia. Wesley afirma que «no hay tal perfección en esta vida que excluya estas transgresiones involuntarias, que considero naturalmente consecuentes de la ignorancia y los errores inseparables de la mortalidad« (Wesley 1872, 394). Aquí, Wesley no niega la realidad del pecado, sino que lo redefine en términos de intencionalidad: los pecados son actos deliberados contra la voluntad conocida de Dios, mientras que los errores surgen de las limitaciones humanas, como la ignorancia o la debilidad.

Esta distinción es coherente con el contexto bíblico. Por ejemplo, Levítico 4:2 distingue entre pecados cometidos «por ignorancia» y aquellos intencionales, requiriendo diferentes formas de expiación. Wesley, al citar textos como Ezequiel 36:25-29, subraya que la obra de Dios limpia el corazón de toda inclinación pecaminosa deliberada, pero no elimina las limitaciones humanas inherentes a la mortalidad (Wesley 1872, 388). Riddlebarger, al citar Romanos 14:23, interpreta que cualquier acto no motivado por fe es pecado, pero ignora que el contexto de este versículo aborda decisiones morales específicas (comer carne ofrecida a ídolos) y no las fallas humanas generales. Wesley, lejos de contradecir esto, insiste en que los errores de los «perfectos en amor» no provienen de una fe deficiente, sino de limitaciones humanas, y aún requieren la gracia expiatoria de Cristo (Smith 2015). Esta postura no diluye el pecado, sino que lo contextualiza dentro de la realidad de la condición humana, ofreciendo una teología práctica que evita tanto el legalismo como el antinomianismo.

Riddlebarger sostiene también que la doctrina de Wesley carga la conciencia al introducir ambigüedad sobre qué constituye pecado. Sin embargo, esta crítica malinterpreta el propósito pastoral de Wesley. Lejos de imponer una carga, Wesley diseñó la doctrina de la perfección cristiana para liberar a los creyentes de la esclavitud del pecado deliberado, invitándolos a una vida de amor pleno. Él escribe: «El amor perfecto expulsa el temor, porque donde hay amor perfecto, no hay lugar para el pecado» (Wesley 1872, 396). Al distinguir entre pecados voluntarios y errores, Wesley protege a los creyentes de una condenación excesiva por fallas no intencionales, fomentando una conciencia liberada por la gracia. Como señala James Pedlar, la doctrina de Wesley es misional, buscando formar una comunidad que refleje el amor de Dios, no una que viva bajo el peso de una introspección obsesiva (Pedlar 2011).

La crítica de Riddlebarger también pasa por alto que Wesley no exime a los errores de la necesidad de expiación. Él afirma que incluso los errores requieren la sangre de Cristo, lo que demuestra su compromiso con una teología de la gracia que no trivializa el pecado, sino que lo aborda con realismo pastoral (Smith 2015). Esto contrasta con la visión reformada de Riddlebarger, que, al enfatizar la depravación total, puede llevar a una desesperanza que Wesley buscaba contrarrestar con su énfasis en la gracia transformadora.

Riddlebarger argumenta que la doctrina de Wesley diluye la definición bíblica de pecado al permitir «deslices» dentro de la perfección. Sin embargo, esta crítica ignora el énfasis de Wesley en la centralidad del amor como el cumplimiento de la ley (Romanos 13:10). Para Wesley, el pecado no es meramente una transgresión técnica, sino cualquier acto o disposición contraria al amor a Dios y al prójimo. Al afirmar que los errores no son pecados si provienen de un corazón lleno de amor, Wesley no niega la seriedad del pecado, sino que redefine su naturaleza en términos relacionales, alineándose con textos como 1 Juan 4:16-18, que vinculan el amor perfecto con la ausencia de temor. Además, la crítica de Riddlebarger asume una visión estática de la santificación, típica de ciertas corrientes reformadas, que contrasta con el dinamismo de Wesley. Este último veía la santificación como un proceso que culmina en un momento de perfección en amor, pero que no excluye el crecimiento continuo. Como señala Brandon Smith, «Wesley no promete infalibilidad, sino una vida donde el amor reina supremo, aunque siempre dependiente de la gracia» (Smith 2015). La acusación de Riddlebarger de que Wesley crea contradicciones al reconciliar santificación definitiva y progresiva ignora esta perspectiva dinámica, que refleja tanto la inmediatez de la obra de Dios como la progresión de la madurez cristiana.

Lejos de ser una «masa de confusión», la doctrina de la perfección cristiana de Wesley es una articulación teológicamente robusta y pastoralmente liberadora de la santidad. Su distinción entre pecados voluntarios y errores involuntarios no diluye la definición bíblica del pecado, sino que la enriquece al situarla en el contexto de la gracia transformadora y el amor perfecto. Las críticas de Riddlebarger, aunque incisivas, reflejan una lectura que no capta la profundidad de la visión wesleyana, que equilibra la seriedad del pecado con la esperanza de una vida santificada. Wesley no carga la conciencia, sino que la libera para amar plenamente, respondiendo al mandato de Cristo de ser «perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mateo 5:48).

Otra mala interpretación de la perfección cristiana es verla como elitista o inalcanzable, ya que esta doctrina, lejos de ser un baluarte elitista reservado para unos pocos iluminados o un ideal etéreo pospuesto hasta la muerte, irrumpe como un llamado democrático y urgente a todos los creyentes, accesible en el fragor de la vida cotidiana mediante la gracia divina. Afirmar lo contrario es ignorar deliberadamente la insistencia de Wesley en que esta perfección no se demora hasta el umbral de la eternidad, sino que se ofrece «no en la muerte, sino en cada momento; ahora es el tiempo aceptable, ahora es el día de esta salvación» (Wesley 1872, 392). Esta declaración, extraída de su A Plain Account of Christian Perfection, desmantela cualquier noción de exclusividad: Wesley la presenta como un don disponible para todo cristiano justificado, no un logro reservado para santos excepcionales, sino una realidad que puede irrumpir «instantáneamente, en un momento» a través de la fe, aunque precedida por un crecimiento gradual en gracia (Wesley 1872, 393). Él argumenta con vigor bíblico, invocando textos como Tito 2:11-14, donde la gracia de Dios «se ha manifestado a todos los hombres» para redimirnos de toda iniquidad y purificarnos como un pueblo peculiar, no en un futuro remoto, sino «en este presente siglo» (Wesley [1766] 2013).

Como bien observa Kenneth J. Collins en su análisis teológico, Wesley democratiza la santidad al vincularla al mandato de Mateo 5:48 —»Sed perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto»— no como una carga opresiva para élites espirituales, sino como una invitación abierta a todos los redimidos, disponible mediante la gracia que transforma el corazón humano en amor perfecto aquí y ahora (Collins 2007, 177-178). Esta visión misional, según James Pedlar, posiciona la perfección no como un privilegio aristocrático, sino como el clímax terapéutico de la salvación, donde la iglesia se convierte en una comunidad que cultiva esta madurez para todos, reflejando el amor de Dios en su vida colectiva (Pedlar 2011). Ignorar esto es distorsionar el corazón wesleyano, reduciendo una doctrina de esperanza inmediata a un mito inalcanzable que paraliza la fe viva.

Aún más insidiosa es la distorsión que pinta la perfección cristiana como un eco del pelagianismo, ese antiguo error que exalta el esfuerzo humano sobre la gracia divina, sugiriendo que Wesley promueve una santidad forjada por obras autosuficientes en lugar de por la intervención soberana de Dios. Tal acusación colapsa ante el énfasis implacable de Wesley en la dependencia total de la fe y el Espíritu Santo, no de méritos humanos. Él declara con claridad meridiana: «Esta perfección es recibida meramente por fe» (Wesley 1872, 382-383), y la describe como «el segundo don» de la gracia de Dios, no un logro de la voluntad carnal (Wesley 1872, 393). Wesley, arraigado en una comprensión agustiniana de la depravación total —pues afirmaba que sin gracia, el hombre es incapaz de bien alguno—, refuta cualquier tinte pelagiano al insistir en que la perfección es «obra de Dios, que purifica el corazón por fe» (Hechos 15:9, citado en Wesley [1766] 2013), no por diligencia humana aislada (Wesley [1766] 2013). Como explica Randy L. Maddox en su estudio exhaustivo, Wesley rechaza explícitamente el pelagianismo al anclar la santificación en la gracia preveniente, justificante y santificante del Espíritu, donde el amor perfecto expulsa el pecado no por autosuperación, sino por una rendición total a Cristo: «La fe que obra por amor es todo lo que Dios requiere ahora del hombre» (Maddox 1994, 162-165). Esta gracia, según Wesley, opera incluso en los que han caído, permitiendo recuperación no por esfuerzo propio, sino por una «simple acto de fe» que invita al Espíritu a renovar el corazón (Wesley 1872, 402-403). Críticos como algunos reformados podrían malinterpretar esto como semi-pelagianismo, pero, como argumenta el teólogo William M. Greathouse, la doctrina wesleyana es anti-pelagiana en su núcleo, ya que la perfección surge de la inspiración del Espíritu Santo, limpiando de toda injusticia (1 Juan 1:9) sin atribuir mérito al humano (Greathouse 1984, 45-47). De esta forma, la perfección wesleyana es «todo sobre ser llenos de amor, que ocurre por la gracia de Dios», no por obras, invitando a todos a buscarla sin temor a un elitismo autoimpuesto (United Methodist Church 2018). Así, distorsionar esto como pelagianismo no solo ignora las fuentes primarias, sino que oscurece la gloria de una gracia que transforma radicalmente, libre de toda pretensión humana.

Estas distorsiones, a menudo surgidas de lecturas superficiales, han llevado a críticas que ven la doctrina de la perfección cristiana como «nebulosa» en su definición de pecado, permitiendo «deslices» dentro de la perfección, contrario a pasajes como Romanos 7:19, donde Pablo admite luchas continuas (Smith 2015). Riddlebarger la tacha de «torpe” al intentar reconciliar santificación definitiva y progresiva, dejando preguntas sin resolver sobre si los «errores» requieren confesión (Riddlebarger 2024). Esta crítica, sin embargo, malinterpreta la precisión teológica de Wesley. Lejos de ser confusa, la doctrina wesleyana articula la perfección como un amor que expulsa el pecado voluntario en un momento de gracia transformadora, mientras permite un crecimiento continuo en santidad. Allan R. Bevere esclarece que Wesley define el pecado como transgresiones deliberadas contra la ley moral conocida, ya sean externas (acciones) o internas (disposiciones como el orgullo), ambas superables por la gracia desde la justificación: «El que comete pecado es del diablo. Estamos de acuerdo: ‘Quien ha nacido de Dios no comete pecado'» (Wesley 1872, 374, citando 1 Juan 3:8-9) (Bevere 2013, 58-59). Esta claridad refuta la acusación de «deslices» permisivos dentro de la perfección, que Riddlebarger asocia erróneamente con Romanos 7:19 («Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago»). Wesley interpreta este versículo como la lucha del pecador bajo la ley antes de la liberación en Cristo (Romanos 8:2), no como la condición perpetua del creyente maduro, contrastando con la visión reformada de Riddlebarger, que enfatiza una depravación irremediable que limita la victoria presente sobre el pecado (Collins 2007, 182-185).

Riddlebarger también cuestiona si los «errores» —transgresiones involuntarias por ignorancia o debilidad— requieren confesión, sugiriendo que Wesley diluye el pecado al redefinirlo como meras «equivocaciones» (Riddlebarger 2024). Sin embargo, Wesley es inequívoco: los errores no son pecados si provienen de un corazón lleno de amor, pero aún requieren la expiación de Cristo y una confesión humilde, pues «incluso los perfectos necesitan la sangre de Cristo para limpiar de toda injusticia» (1 Juan 1:9, citado en Wesley 1872, 395). Kevin M. Watson conecta esto con la tradición patrística de la theosis, donde la santificación es un proceso dinámico de participación en la naturaleza divina (2 Pedro 1:4), no una excusa para eludir la confesión, sino una invitación a depender diariamente de la gracia (Watson 2015, 45-47, refiriendo a Christensen 1996). Wesley reconcilia lo definitivo (el momento de santificación entera) y lo progresivo (el crecimiento continuo) con una elegancia que evita tanto el quietismo como el legalismo reformado. T.J. Seaney refuerza esta idea, destacando que, a diferencia de la imputación forense reformada, Wesley ofrece una transformación real por el Espíritu, reflejada en promesas como 1 Tesalonicenses 5:23-24: «Y el mismo Dios de paz os santifique por completo» (Seaney 2024; Wesley [1766] 2013). La crítica de Riddlebarger, anclada en una antropología reformada que minimiza la victoria presente, distorsiona la visión wesleyana, que es bíblicamente robusta y pastoralmente liberadora.

Por otro lado, James Pedlar destaca el valor misional de la doctrina de Wesley como un llamado a la madurez que refleja la sanidad de Dios en la iglesia, un argumento que se fortalece al enfatizar su impacto transformador no solo en el individuo, sino en la comunidad eclesial (Pedlar 2011). Wesley presenta la perfección como «amor perfecto» que excluye el pecado voluntario, manifestándose en regocijo, oración constante y gratitud (Wesley, «The Scripture Way of Salvation,» §I.9). Esto refleja el carácter terapéutico de la salvación: Dios sana la corrupción interna, y la iglesia, como comunidad misional, cultiva esta gracia hacia la madurez, testimoniando el reino mediante el amor mutuo (Juan 13:35) y la unidad que invita al mundo a creer (Juan 17) (Pedlar 2011). Matthew J. Hartford amplifica esta visión, posicionando la doctrina como una alternativa evangélica que desafía la resignación al pecado habitual: «Nadie es perfecto» en términos mundanos, pero en Cristo, el amor perfecto es alcanzable, impulsando a la iglesia a reflejar la imagen de Dios en su misión (Hartford 2023, abstract). Este dinamismo misional es evidente en el impacto global del metodismo, donde comunidades inspiradas por Wesley han encarnado esta santidad colectiva, desde los avivamientos del siglo XVIII hasta los movimientos sociales metodistas que promovieron justicia y caridad. La doctrina no es una controversia estéril, como admite Pedlar, sino un motor eclesial que impulsa a los creyentes a vivir como signos visibles del reino, libres de pecado voluntario, humildes ante las limitaciones humanas y comprometidos con la transformación del mundo.

Así pues, la doctrina de la perfección cristiana de Wesley no es una construcción torpe ni nebulosa, como sostiene Riddlebarger, sino una síntesis teológica que reconcilia la santificación definitiva y progresiva con claridad bíblica y vigor pastoral. Al refutar la idea de «deslices» permisivos y afirmar la necesidad de confesión para los errores, Wesley ofrece una visión coherente de la santidad como amor perfecto, accesible por la gracia y transformadora en su alcance. El argumento de Pedlar se fortalece al reconocer que esta doctrina no solo madura al individuo, sino que galvaniza a la iglesia como una comunidad misional que refleja la sanidad de Dios. Lejos de ser confusa, la perfección wesleyana es un llamado vibrante a una vida de amor, libre de pecado voluntario, humilde ante las limitaciones humanas y explosivamente misional, como lo demuestra el legado perdurable del metodismo y otras ramas del movimiento wesleyano.

La urgencia de la perfección cristiana en un mundo fracturado

Hoy, la sociedad enfrenta una crisis de sentido y conexión, evidentes en la polarización política, la desconfianza institucional y la prevalencia de un individualismo que prioriza el yo sobre la comunidad. En este contexto, la doctrina de Wesley irrumpe como un faro de esperanza, al proponer que el amor perfecto —a Dios y al prójimo— es no solo posible, sino necesario para sanar las heridas de un mundo dividido. Este amor no es un ideal reservado para la eternidad, sino una realidad accesible ahora (Wesley 1872, 392). En un mundo donde las redes sociales amplifican la ira y el desprecio, como señala un análisis reciente sobre la polarización en plataformas digitales (Sunstein 2018, 45-47), la iglesia necesita desesperadamente esta visión wesleyana para encarnar una comunidad de amor que trascienda divisiones, reflejando Juan 13:35: «En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros» (Pedlar 2011).

La relevancia misional de esta doctrina, como destaca James Pedlar, radica en su capacidad para transformar la iglesia en un testimonio vivo del reino de Dios. En una era donde la credibilidad de la iglesia se ve socavada por escándalos y tibieza espiritual —evidenciada por el declive de membresías en denominaciones tradicionales en Occidente (Pew Research Center 2020, 12)— la perfección cristiana ofrece un camino hacia la autenticidad. Wesley insistía en que la santidad no es un lujo, sino la esencia de la vida cristiana, un proceso que culmina en un corazón purificado para amar plenamente, lo que impulsa a la iglesia a ser un agente de sanidad en el mundo (Wesley [1766] 2013). La doctrina wesleyana contrarresta la resignación evangélica al pecado habitual, ofreciendo una «alternativa vibrante» que inspira a los creyentes a buscar una santidad tangible, no como un fin introspectivo, sino como un testimonio misional que invita al mundo a Cristo (Hartford 2023, abstract). Hoy, cuando la iglesia lucha por ser relevante en un mundo escéptico, la perfección cristiana provee un marco para vivir una fe radical que no se conforma con la mediocridad, sino que refleja la imagen de Dios en comunidades fracturadas.

Hemos de considerar también que el individualismo contemporáneo, alimentado por una cultura de consumo y autosuficiencia, ha debilitado el sentido de comunidad y responsabilidad mutua, tanto dentro como fuera de la iglesia. La doctrina de Wesley, con su énfasis en el amor comunitario, desafía esta tendencia al recordar que la perfección no es un logro solitario, sino un don que florece en la comunión eclesial. Wesley escribió: «El cristianismo es esencialmente una religión social; convertirlo en una religión solitaria es destruirlo» (Wesley 1872, 401). Este principio, que se materializó en las sociedades metodistas del siglo XVIII, sigue siendo vital en un mundo donde la soledad alcanza niveles epidémicos —un estudio reciente indica que el 36% de los adultos en EE.UU. reportan soledad crónica (Cigna 2021, 8). La perfección cristiana, al fomentar una vida de amor mutuo, impulsa a los creyentes a formar comunidades intencionales que contrarresten la alienación, como lo hicieron los primeros metodistas al reunirse en bandas y clases para cultivar la santidad colectiva (Maddox 1994, 190-192).

Además, la apatía espiritual, que permea tanto a creyentes como a no creyentes en un mundo secularizado, encuentra en la doctrina de Wesley un antídoto vigoroso. En una época donde la fe se reduce a menudo a un ritual vacío o a una moralidad vaga, Wesley nos desafía a no conformarnos con una piedad superficial. Él afirmó que la perfección es alcanzable «no en la muerte, sino en cada momento» (Wesley 1872, 392). Esta urgencia resuena en un contexto donde la secularización ha llevado a un declive en la práctica religiosa —en Europa, por ejemplo, solo el 22% de los jóvenes asisten regularmente a servicios religiosos (European Social Survey 2022, 34). La doctrina wesleyana, al prometer una transformación real del corazón por el Espíritu Santo, reaviva la esperanza de una fe viva que no solo salva, sino que santifica, invitando a los creyentes a experimentar el poder transformador de Dios ahora, no en un futuro distante.

Hoy, más que nunca, la doctrina de la perfección cristiana de Wesley es un clamor profético para una iglesia tentada por la conformidad y la irrelevancia. En un mundo fracturado por la polarización, el individualismo y la apatía, esta enseñanza ofrece una visión de santidad accesible que transforma individuos y comunidades, reflejando el amor de Dios en un testimonio misional vibrante. No es un ideal elitista ni pelagiano, sino un don de gracia que invita a todos los creyentes a vivir en amor perfecto ahora, sanando las divisiones y reavivando la fe en un mundo que anhela esperanza. Como afirmó Wesley, «ahora es el tiempo aceptable» (Wesley 1872, 392), y la iglesia debe responder con audacia a este llamado.

Bibliografía

Ahn, Jung Sup. 2009. «The Doctrine of Christian Perfection for Today: Reading Wesley’s Theology Through the Lens of Process Thought.» Tesis doctoral, University of Denver. https://digitalcommons.du.edu/cgi/viewcontent.cgi?article=1006&context=etd.

Bevere, Allan R. 2013. «Understanding Christian Perfection and its Struggle with Terminology.» The Asbury Journal 68, no. 2: 55–71. https://place.asburyseminary.edu/asburyjournal/vol68/iss2/6.

Cigna. 2021. Loneliness in America: 2021 Report. https://www.cigna.com/static/www-cigna-com/docs/about-us/newsroom/studies-and-reports/loneliness-in-america-2021-report.pdf.

Collins, Kenneth J. 2007. The Theology of John Wesley: Holy Love and the Shape of Grace. Nashville: Abingdon Press.

Crofford, Gregory. 2015. «Another Look at John Wesley’s Doctrine of Christian Perfection.» Greg Crofford (blog). Septiembre 10, 2015. https://gregorycrofford.com/2015/09/10/another-look-at-john-wesleys-doctrine-of-christian-perfection/.

European Social Survey. 2022. ESS Round 10: Religion and Values in Europe. https://www.europeansocialsurvey.org/docs/round10/ESS10_report_religion_values.pdf.

Greathouse, William M. 1984. «The Nature of Christian Perfection.» En Wesley’s Theology Today, editado por Theodore Runyon, 43–58. Nashville: Kingswood Books.

Hartford, Matthew J. 2023. «No One is Perfect: John Wesley’s Teaching on Christian Perfection in Modern Day Evangelicalism.» Academia.edu. https://www.academia.edu/111848662/No_One_is_Perfect_John_Wesleys_Teaching_on_Christian_Perfection_in_Modern_Day_Evangelicalism.

Maddox, Randy L. 1994. Responsible Grace: John Wesley’s Practical Theology. Nashville: Kingswood Books.

Pedlar, James. 2011. «John Wesley and the Mission of God, Part 4: Christian Perfection.» James Pedlar (blog). Agosto 27, 2011. https://jamespedlar.ca/2011/08/27/john-wesley-and-the-mission-of-god-part-4-christian-perfection/.

Pew Research Center. 2020. The Global Religious Landscape: Declines in Religious Affiliation. https://www.pewresearch.org/religion/2020/10/20/global-religious-landscape/.

Riddlebarger, Kim. 2024. «On John Wesley’s ‘A Plain Account of Christian Perfection’.» The Riddleblog (blog). Mayo 10, 2024. https://www.kimriddlebarger.com/the-riddleblog/on-john-wesleys-plain-account-of-christian-perfection.

Seaney, TJ. 2024. «John Wesley on Christian Perfection.» Medium. Mayo 22, 2024. https://medium.com/@tjseaney_/john-wesley-on-christian-perfection-a37c3106a7c3.

Smith, Brandon D. 2015. «John Wesley’s Christian Perfection: Myths, Realities, And Critique.» Patheos (blog). Marzo 2, 2015. https://www.patheos.com/blogs/brandondsmith/2015/03/john-wesleys-christian-perfection-myths-realities-and-critique/.

Sunstein, Cass R. 2018. #Republic: Divided Democracy in the Age of Social Media. Princeton: Princeton University Press.

United Methodist Church. 2018. «What Did John Wesley Mean by ‘Moving on to Perfection’?» United Methodist Church. Junio 22, 2018. https://www.umc.org/en/content/what-did-john-wesley-mean-by-moving-on-to-perfection.

Watson, Kevin M. 2015. «The Words Get in the Way: Rethinking John Wesley’s Idea of Christian Perfection.» Wesleyan Theological Journal 50, no. 2: 40–53.

Wesley, John. (1766) 2013. «A Plain Account of Christian Perfection.» Wesley Center Online. https://wesley.nnu.edu/john-wesley/a-plain-account-of-christian-perfection/.

Wesley, John. 1872. «A Plain Account of Christian Perfection.» En The Works of John Wesley, editado por Thomas Jackson, vol. 11, 366–446. London: Wesleyan Methodist Book Room.

Deja un comentario