El diaconado, como ministerio eclesial, encuentra sus raíces en el Nuevo Testamento, particularmente en los Hechos de los Apóstoles, donde se describe la institución de los primeros diáconos. En Hechos 6:1-6, se narra cómo los apóstoles, enfrentados al crecimiento de la iglesia y a las necesidades de las viudas desatendidas, designaron a siete hombres "de buena reputación, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría" para servir en tareas prácticas, permitiendo así que los apóstoles se dedicaran a la oración y la predicación. Los siete elegidos —Esteban, Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas y Nicolás— son considerados, más apropiadamente, proto-diáconos, un término que refleja su rol precursor al diaconado formal. Su función principal, según Hechos 6:2-3, era "servir a las mesas" (diakonein trapezais), lo que implicaba administrar la distribución equitativa de recursos a las viudas y otros necesitados.