Sin categoría

La ocupación demoníaca en “áreas” del alma o el cuerpo del creyente regenerado: ¿Es posible?

Por Fernando E. Alvarado

Muchos de aquellos que reconocen que es imposible que un verdadero creyente sea poseído por demonios, insisten en distinguir entre la posesión del espíritu humano y la ocupación demoníaca en “áreas” del alma o cuerpo del creyente regenerado. Aunque reconocen la morada permanente del Espíritu Santo en el creyente, argumentan que zonas de rebelión, heridas emocionales no sanadas o prácticas ocultas previas permiten la operación de espíritus inmundos, requiriendo su expulsión como componente esencial del discipulado cristiano. Sin embargo, y tal como ocurre con la afirmación de que un creyente puede ser poseído, esta nueva perspectiva, aunque motivada quizá por observaciones pastorales, también genera contradicciones teológicas fundamentales y refleja una confusión diagnóstica que es bastante frecuente en contextos pentecostales/carismáticos.

Es necesario enfatizar nuevamente que la regeneración constituye una transformación radical del ser humano: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Co 5:17). El creyente pasa de la muerte espiritual (Ef 2:1) a participar de la naturaleza divina (2 Pe 1:4). Si se acepta la idea de la ocupación demoníaca en “áreas” del alma o cuerpo del creyente regenerado y se afirma que ciertas áreas del cuerpo o el alama del creyente son susceptibles de ocupación demoníaca, se ignora que la Escritura presenta al ser humano redimido como una totalidad integrada:

“Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo.” (1 Tesalonicenses 5:23)

Ezequiel 36:26-27 nos dice: “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros… y haré que andéis en mis estatutos”. El “corazón nuevo” excluye enclaves de corrupción. Pablo complementa esta idea en Romanos 6:6-7: “Nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado fuese destruido”. Nótese que la destrucción de la cual nos habla Pablo es definitiva, no sectorial. Simplemente no existen compartimentos ontológicos habitables por espíritus inmundos. El creyente es nueva creación, no un espacio parcialmente renovado.

Crear que partes de nuestra alma o cuerpo pueden ser cohabitadas por demonios es totalmente erróneo porque ignora una realidad mayor: la morada del Espíritu Santo en nosotros es permanente y soberana: “¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros?” (1 Co 6:19). El sellamiento divino (Ef 1:13-14) implica propiedad exclusiva, autenticidad y protección inquebrantable. Sugerir cohabitación en “áreas del alma” reduce al Espíritu a un ocupante tolerante, contradiciendo la metáfora del templo (1 Co 3:16-17). El Espíritu Santo jamás nos compartiría con nadie, menos con un espíritu inmundo. Santiago 4:5 afirma que el Espíritu que Dios ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente. Esto significa que el Espíritu Santo tiene un deseo profundo y celoso de que vivamos en una relación exclusiva e indivisa con Dios. ¿Cómo podría Él “rentarle” o siquiera permitir la usurpación de un espacio de su casa por parte de un demonio? 2 Corintios 6:14 enfatiza la separación absoluta entre el bien y el mal, la justicia y la injusticia, y lo espiritual y lo mundano. ¿Cuánto más entre el Espíritu Santo y los espíritus inmundos? ¿Cómo podrían habitar juntos en el mismo templo Dios y el diablo? Es necesario recordar aquí algo que mencioné en mi post anterior en relación con la parábola del hombre fuerte (Mc 3:27). Cristo ha atado y desarmado permanentemente al adversario (Col 2:15). Cualquier “ocupación” requeriría al menos 3 cosas: Forzar la entrada en el templo, desafiar al Espíritu Santo e invalidar el sellamiento divino. Y esto resulta teológicamente incoherente y funcionalmente blasfemo.

La Biblia nos recuerda en más de una ocasión que la redención logra una liberación definitiva del dominio satánico. Cristo dijo: “Ahora el príncipe de este mundo será echado fuera” (Jn 12:31); y Pablo nos recuerda: “Despojando a los principados… los exhibió públicamente” (Col 2:15). Creer que partes de nuestra alma o cuerpo pueden ser cohabitadas por demonios convierte esta victoria en un proceso progresivo con expulsiones rituales, contradiciendo su carácter consumado. Sin embargo, el autor de la carta a los Hebreos es contundente: “Con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10:14). Esto nos habla de una perfección posicional en la cual el creyente es hecho y declarado nueva creación, templo exclusivo y participante de la victoria consumada. Cualquier cohabitación demoníaca es imposible.

¡Basta con razonarlo un poco para darnos cuenta que la doctrina de la cohabitación parcial de demonios en el creyente es absurda! Decir que un demonio «ocupa territorio en el alma» es como decir que una casa reconstruida por Cristo tiene un sótano donde Satanás guarda sus maletas. Sin embargo, el templo del Espíritu no tiene «habitaciones compartidas». El Espíritu Santo no es un inquilino; es el dueño. Decir que un demonio «se aloja» en el cuerpo o alma es blasfemo, ya que implica que el Espíritu Santo tolera la presencia de un espíritu inmundo en su propia casa.

Esta doctrina errónea nos habla de «territorio» en nuestro cuerpo o en nuestra alma que ha sido habitado por el enemigo, como si el creyente fuera un país dividido. La Biblia, en cambio, presenta al ser humano como una unidad indivisible en su existencia concreta, aunque con distinciones funcionales entre sus componentes. Por ejemplo, en Génesis 2:7, se dice que Dios formó al hombre del polvo (cuerpo) y sopló en su nariz aliento de vida (espíritu), y así el hombre fue un ser viviente (alma). No son tres seres, sino uno solo en quien confluyen cuerpo, alma y espíritu. En este sentido, el ser humano no se divide, porque cada dimensión está entrelazada con las demás. El alma no puede existir plenamente sin el cuerpo, ni el espíritu actuar separado de ambos. Por tanto, no existen “partes separadas” del alma o del cuerpo donde pueda habitar un ser espiritual demoníaco de forma aislada, porque la Biblia no enseña que el alma sea divisible en secciones como “mente”, “voluntad” o “emociones” en sentido espacial. Todo esto forma una sola realidad personal (Salmo 103:1; Mateo 10:28). O estamos completamente habitados por el Espíritu Santo (o por un demonio) o no lo estamos.

¡No vivamos en el temor! ¡No nos esclavicemos a falsas liberaciones evadiendo nuestra responsabilidad personal! El diablo existe. Pero no vive en tu páncreas. No alquilará una habitación en tu pierna, o tendrá su sala de recreo en tus genitales para esclavizarte a la lujuria. Si le perteneces a Cristo, anda de ti le pertenece al diablo. Si un espíritu inmundo habita en ti, o eres un apóstata o simplemente no eres creyente.

BIBLIOGRAFÍA

Arnold, C. E. (1992). Powers of darkness: Principalities & powers in Paul’s letters. InterVarsity Press.

Arnold, C. E. (1997). 3 crucial questions about spiritual warfare. Baker Books.

Fruchtenbaum, A. G. (2021). Demonología: La doctrina de los demonios. Ariel Ministries.

Rogers, B. (1975). Can a Christian be demon possessed? Ben Rogers Evangelistic Association.

Deja un comentario