Por Fernando E. Alvarado
El diaconado, como ministerio eclesial, encuentra sus raíces en el Nuevo Testamento, particularmente en los Hechos de los Apóstoles, donde se describe la institución de los primeros diáconos. En Hechos 6:1-6, se narra cómo los apóstoles, enfrentados al crecimiento de la iglesia y a las necesidades de las viudas desatendidas, designaron a siete hombres «de buena reputación, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría» para servir en tareas prácticas, permitiendo así que los apóstoles se dedicaran a la oración y la predicación. Los siete elegidos —Esteban, Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas y Nicolás— son considerados, más apropiadamente, proto-diáconos, un término que refleja su rol precursor al diaconado formal. Su función principal, según Hechos 6:2-3, era «servir a las mesas» (diakonein trapezais), lo que implicaba administrar la distribución equitativa de recursos a las viudas y otros necesitados.

Sin embargo, este servicio no era meramente logístico; requería sabiduría espiritual y un carácter irreprochable, lo que sugiere que su rol era tanto pastoral como administrativo; es decir, no solo era un rol funcional, sino una expresión de la compasión cristiana hacia los marginados, reflejando el mandato de Jesús de servir a los demás (Mateo 20:28). Según Barnett (1995), esta elección de los siete marca un hito en la organización eclesial, mostrando cómo la iglesia primitiva respondía a las tensiones sociales con estructuras ministeriales basadas en el servicio. El término griego diakonia implica un servicio humilde pero intencional, enraizado en el ejemplo de Cristo (Marcos 10:45). Este ministerio inicial abarcaba la gestión de recursos, la resolución de conflictos sociales y la promoción de la unidad comunitaria, sentando las bases para el diaconado posterior (Witherington III, 1998).
Aunque Hechos 6:1-6 presenta a los siete como responsables de tareas administrativas, sus ministerios posteriores trascienden este rol inicial. Esteban, descrito como «lleno de fe y del Espíritu Santo» (Hechos 6:5), se destacó como un poderoso predicador y apologeta. Su discurso en Hechos 7 demuestra una profunda comprensión teológica, desafiando a las autoridades religiosas y culminando en su martirio, lo que lo convierte en el primer mártir cristiano (Hechos 7:54-60). Felipe, por su parte, emergió como un evangelista dinámico, predicando en Samaria (Hechos 8:5-13) y guiando al etíope eunuco a la fe (Hechos 8:26-40). Su ministerio itinerante ilustra una transición del servicio administrativo a la proclamación del evangelio. De los otros cinco, las Escrituras no ofrecen detalles extensos; sin embargo, resulta evidente que su ministerio no se limitó a tareas materiales, sino que ejercieron un liderazgo espiritual integral (Bruce, 1988). Esta multifuncionalidad sugiere que el diaconado, desde sus orígenes, no era un rol secundario, sino una extensión vital del ministerio apostólico, adaptado a las necesidades de la comunidad (Ferguson, 2013).
En las cartas paulinas, el diaconado adquiere una definición más formal, evidenciando su relevancia en la estructura de la iglesia primitiva. En 1 Timoteo 3:8-13, Pablo detalla las cualidades morales y espirituales que deben caracterizar a los diáconos: deben ser dignos, sinceros, no dados al vino, no codiciosos, y fieles en su vida familiar y comunitaria. Estas características subrayan que el diaconado no era meramente administrativo, sino que requería un testimonio íntegro, reflejo de su vocación al servicio. Además, en Romanos 16:1, Pablo menciona a Febe como «diaconisa» de la iglesia en Cencrea, lo que indica que el ministerio diaconal también incluía a mujeres, quienes desempeñaban roles significativos en la comunidad. Según Collins (1990), el término «diákonos» en el contexto paulino no solo implica servicio práctico, sino también una representación autorizada de la iglesia, sugiriendo que los diáconos actuaban como agentes de comunión y caridad entre las comunidades cristianas.

En los primeros siglos de la iglesia, el diaconado evolucionó hacia un ministerio más estructurado, con responsabilidades que abarcaban desde la asistencia a los pobres hasta funciones litúrgicas y administrativas. En la iglesia de Roma, por ejemplo, los diáconos eran responsables de distribuir las ofrendas a los necesitados y de asistir al obispo en la liturgia, como se documenta en las cartas de Ignacio de Antioquía (hacia el año 110 d.C.), quien describe a los diáconos como colaboradores esenciales del obispo, actuando como «servidores de los misterios de Jesucristo» (Epístola a los Tralianos, 2:3). Durante el siglo III, textos como la Didascalia Apostolorum enfatizan el rol de los diáconos como intermediarios entre el clero y los laicos, encargados de visitar a los enfermos, administrar los bienes de la iglesia y supervisar la disciplina eclesial. Según Martimort (1986), este período vio al diaconado como un puente entre las necesidades espirituales y materiales de la comunidad, consolidando su papel como un ministerio de caridad activa y de apoyo al liderazgo eclesial.
A medida que la iglesia crecía y se institucionalizaba, el diaconado comenzó a transformarse, especialmente a partir del siglo IV. Con la conversión de Constantino y la mayor organización eclesial, los diáconos asumieron roles más prominentes, a veces incluso ejerciendo funciones cuasi-episcopales en ausencia de obispos, como se observa en las descripciones de las actividades de diáconos como Lorenzo de Roma, quien administraba las finanzas de la iglesia y cuidaba de los pobres (Eusebio, Historia Eclesiástica, 6.43). Sin embargo, esta creciente importancia también llevó a tensiones, ya que algunos diáconos buscaban mayor autoridad, lo que provocó regulaciones en concilios como el de Nicea (325 d.C.), que subordinaron explícitamente a los diáconos a los presbíteros y obispos. Para Ditewig (2004), esta evolución refleja tanto la vitalidad del diaconado como su adaptación a las necesidades cambiantes de la iglesia, manteniendo siempre su esencia de servicio como un eco del ministerio de Cristo.
Así pues, el diaconado bíblico y su desarrollo en los primeros siglos de la iglesia revelan un ministerio profundamente arraigado en el servicio, la caridad y el testimonio espiritual. Desde su origen en Hechos 6 como una respuesta práctica a las necesidades comunitarias, hasta su formalización en las cartas paulinas y su consolidación en la iglesia postapostólica, los diáconos han sido un reflejo vivo del mandato de Cristo de servir a los demás. Su rol, aunque variable según el contexto histórico, mantuvo siempre un enfoque en la compasión, la justicia y la comunión eclesial, adaptándose a las necesidades de una iglesia en crecimiento mientras permanecía fiel a su vocación de servicio.
Aunque el diaconado sigue siendo un pilar de servicio en las iglesias cristianas de hoy, su expresión varía según la denominación. En muchas denominaciones, el énfasis en tareas logísticas, como la limpieza o la preparación de ceremonias, puede relegar el diaconado a un rol secundario, alejándose del liderazgo espiritual ejercido por Esteban y Felipe, quienes predicaron y evangelizaron. Aunque estas adaptaciones responden a necesidades modernas, la esencia del diakonos bíblico no siempre es preservada. La exclusión de mujeres en algunas tradiciones y la menor énfasis en el liderazgo espiritual en otras revelan divergencias del modelo bíblico, que era inclusivo y multifacético. El desafío para las iglesias actuales es recuperar la versatilidad de Esteban y Felipe, integrando servicio práctico y espiritual para reflejar plenamente el espíritu del diaconado original.

Bibliografía:
- Barrett, C. K. (1994). The Acts of the Apostles: A Critical and Exegetical Commentary. T&T Clark.
- Barnett, P. (1995). The Birth of Christianity: The First Twenty Years. Eerdmans.
- Bruce, F. F. (1988). The Book of Acts (The New International Commentary on the New Testament). Eerdmans.
- Collins, J. N. (1990). Diakonia: Re-interpreting the Ancient Sources. Oxford University Press.
- Ditewig, W. T. (2004). The Emerging Diaconate: Servant Leaders in a Servant Church. Paulist Press.
- Eusebio de Cesarea. (2008). Historia Eclesiástica (Trad. A. Velasco). Biblioteca de Autores Cristianos.
- Ferguson, E. (2013). The Church of Christ: A Biblical Ecclesiology for Today. Eerdmans.
- Ignacio de Antioquía. (2003). Epístolas (Trad. J. R. Busto). Biblioteca de Autores Cristianos.
- Martimort, A. G. (1986). Deacons in the Liturgy. Liturgical Press.
- Witherington III, B. (1998). The Acts of the Apostles: A Socio-Rhetorical Commentary. Eerdmans.