Por Fernando E. Alvarado
En nuestros días se habla de que cristianos pueden proclamar una palabra de poder basados en lo que su corazón quiere, y así activar la fuerza de su fe, y que Dios está comprometido entonces a entregarles aquello que han activado por medio de esa palabra. Quiénes defienden tales ideas han creado un movimiento herético denominado «Confesión Positiva», «Movimiento de la Palabra de Fe» con sus declaraciones, decretos y arrebatos. Este movimiento es una deformación del cristianismo que, aferrado a una pésima interpretación del texto biblico, santifican su deseo profano de ser como dioses. La mentira de Génesis 3:5 ha sido convertida en verdad por este movimiento que cree que las palabras de los hombres se equiparan a la Palabra de Dios en autoridad o que, al ser la imagen y semejanza de Dios, tiene el mismo derecho de ordenar a lo creado y esto se someterá a su voluntad.

Las ideas de “tener poder en mi boca” promueven la idea de que el hombre puede ser como Dios, precisamente la mentira con que cayeron Adán y Eva. Por eso son diabólicas. No somos Dios, y no seremos “mini-dioses” hablando y diciendo lo que va a suceder. Además, tampoco le podemos decir a Dios qué hacer. Lo que la Biblia plantea de Dios es que Él es totalmente soberano sobre todo asunto en el universo. Nada ni nadie tiene mayor autoridad. Vemos pasajes como Salmos 135:6: “Todo cuanto el Señor quiere, lo hace, en los cielos y en la tierra, en los mares y en todos los abismos”. O específicamente Job 38:12-14: “¿Alguna vez en tu vida has mandado a la mañana, O le has hecho conocer al alba su lugar, para que ella eche mano a los confines de la tierra, Y de ella sean sacudidos los impíos? Ella cambia como barro bajo el sello”. En este pasaje, Dios está dejando claro que Él, y solo Él, es el que puede decirle a la creación qué hacer, no el hombre.
La triste verdad en todo esto es que solamente una generación antropocéntrica como la nuestra puede pensar que lo que el hombre desea y en lo que confía puede llegar a crear los deseos de su corazón. La Palabra de Dios claramente establece que Dios es soberano; que ni un pajarito se cae sin el consentimiento de nuestro Padre (Mateo 10:29); que es Él y no nosotros quien determina en última instancia, todo cuanto ha de ocurrir. Si Él no lo desea, no ocurre a estar de nuestras declaraciones o decretos. Si Él quiere que ocurre, ni muestras confesiones más positivas podrán alterar la voluntad de Dios (Salmo 135:6).
Y si bien es cierto que mi fe juega un rol en mi relación con Dios, es igual de cierto que en ningún lugar de la Palabra se nos enseña que nuestra fe tiene poder de actuar en contra de la voluntad de Dios o para nuestra propia satisfacción personal y egocéntrica, pues «No a nosotros, oh Jehová, no a nosotros, sino a tu nombre da gloria, por tu misericordia, por tu verdad» (Salmo 115:1). La clave para que nuestras declaraciones de fe sean cumplidas no es cuánto creamos que estás pueden realizarse o cuánta fe pongamos al decretar que suceda. La clave es que aquello que pedimos con humildad y dependencia de Dios esté en total acuerdo con Su voluntad: «Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye.» (1 Juan 5:14)
La realidad es que Dios se mueve por lo que Su carácter determina; nada ni nadie fuera de Dios determina el curso de nuestras vidas, ni nadie ha aconsejado jamás a Dios para que un acontecimiento del universo tenga lugar. Dios es el único sabio y eterno, que desde toda la eternidad concibió todo Su plan de redención. Su Palabra nos advierte: «¿Acaso el Señor alguna vez ha necesitado el consejo de alguien? ¿Necesita que se le instruya sobre lo que es bueno? ¿Le enseñó alguien al Señor lo que es correcto, o le mostró la senda de la justicia?» (Isaías 40:14)

La Palabra de Dios es clara: «Los egipcios son hombres, no dioses; sus caballos son de carne, no espíritus. El Señor extenderá su mano para castigarlos, y tanto el protector como el protegido caerán; todos perecerán a la vez.» (Isaías 31:3). ¡No te engañes hermano! Tus palabras no tienen poder divino,.no puedes crear realidades con ella. Acerca de las palabras Pablo dice en Romanos 3:13: “Sepulcro abierto es su garganta, engañan de continuo con su lengua. Veneno de serpientes hay bajo sus labios”. Nuestra naturaleza son palabras de muerte. Nacemos con lenguas torcidas porque tenemos un corazón torcido. Esto es lo que Cristo nos explica cuando Él nos dice que nuestras palabras revelan nuestro corazón. Quienes piensan que sus palabras pueden equipararse a las de Dios necesitan re-estudiar doctrinas bíblicas básicas como la caída del hombre y la depravación total humana.
Para que podamos hablar palabras de vida, necesitamos a la Palabra de vida: Cristo. Nuestras palabras de vida no nos atraen riquezas ni salud. Las palabras de vida son aquellas que hablamos como resultado de haber conocido a la Palabra de Vida. Son palabras transformadas, donde nuestra lengua ha sido dominada por Cristo, y ahora sirve para animar a otros en la fe, edificar, y hablar las hermosas noticias del evangelio. Así que, no tenemos el tipo de poder en nuestra boca que puede crear nuevas realidades en el futuro. Pero, con nuestra boca revelamos si el poder de Dios está obrando en nosotros o no.
Al igual que los egipcios de antaño, muchos cristianos de hoy necesitan recordar que somos simples hombres y mujeres caídos. Salvos por gracia sí, regenerados, pero todavía humanos. No seres cuasidivinos con poderes mágicos o de creación a través de la palabra de nuestra boca. Hermano: Si «no puedes hacer blanco o negro ni un solo cabello» (Mateo 5:36) con solo ordenarlo, menos aún podrás obligar a la creación, y muchos menos al Creador, a que cumpla tus caprichos y deseos egocentristas.

Buenas tardes, muchas gracias por recordar nuestra base doctrinal Bíblica. Bendiciones en Cristo
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