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Con SIDA en el alma | Una reflexión pastoral sobre el papel de la iglesia cristiana en la lucha contra el VIH-SIDA

Por Fernando E. Alvarado

Cada 1 de diciembre se conmemora el Día Mundial de la lucha contra el Sida, una fecha para crear conciencia sobre la prevención de esta enfermedad y mantener informada a la población mundial sobre los métodos preventivos y lo que se debe hacer en casos positivos. En este día quiero ofrecer una reflexión pastoral sobre el asunto. Una reflexión necesaria en una iglesia que tiende a juzgar y estigmatizar a las personas con VIH-SIDA.

Cuando la pandemia de SIDA inició algunos religiosos, tanto católicos como protestantes, militantes del más extremado fundamentalismo, manifestaron sin rubor que el SIDA era un castigo de Dios al pecado del mundo. ¿Suena lógico o no? Después de todo, si te enfermaste de esto muy seguramente fue por algo malo que hiciste. Pero la verdad no es así de simple.

Decir que el SIDA es un castigo divino es una terrible blasfemia que se puede cometer contra el Nombre y el carácter del Ser Supremo. Para Dios, el Dios de la Biblia, no hay un pecado más grave que otro. Dios no distingue entre pecado de sexo, pecado de la mente o pecado de egoísmo. Todo cuanto no es de fe es pecado. Dios no puede castigar por pecadores a todos los enfermos de SIDA porque Él afirma que el pecado se castiga en quien lo comete. El alma que pecare será condenada, asegura la Biblia. Es un asunto individual. El padre no es castigado por el pecado del hijo ni el hijo por el pecado del padre. Por otro lado, si Dios tuviera que castigar los pecados de toda la humanidad, no quedaría un ser humano vivo o todos estaríamos enfermos de algo irremediable.

El apóstol Pablo asegura que todos somos pecadores y estamos destituidos de la gloria de Dios. El SIDA está afectando ampliamente a hombres y mujeres de tendencia heterosexual. Personas que han contraído el virus sin haber mantenido relaciones homosexuales, sin haberse inyectado droga, sin haber utilizado jeringuillas infectadas. Estas personas, ¿también son castigadas por Dios? Existe un número importante de enfermos de SIDA que han sido infectados mediante transfusiones de sangre, como ha ocurrido en diversos hospitales alrededor del mundo. Estas víctimas de la irresponsabilidad sanitaria, ¿merecen un castigo divino?

Se ha probado que el 80 por 100 de las mujeres víctimas del SIDA en África son, a la vez, víctimas de sus propios maridos. Ellos han mantenido relaciones extramatrimoniales con prostitutas portadoras del virus y acto seguido han contagiado a sus esposas. ¿A quién tendría que castigar Dios? ¿A la prostituta enferma, al marido infiel e irresponsable o a la esposa inocente, ya suficientemente castigada? Existe un importante sector de población infantil portador de la enfermedad. En el continente africano nacen cada día dos mi bebés con el virus del SIDA. Han contraído la enfermedad en el vientre de la madre. ¿Castiga Dios a éstos niños antes de que tengan noción de pecado, antes de que se incorporen al mundo de los vivos? Quienes dicen que el SIDA es un castigo de Dios, tienen SIDA en la mente, SIDA en la lengua, SIDA en las manos con las que escriben tales blasfemas palabras.

En ellos se cumple la triste realidad de que a veces parece que predicamos el infierno como si deseáramos que los pecadores estuviesen ya allí, en lugar de anhelar su salvación, y reconocer que si no fuese por la misericordia divina ese hubiera sido nuestro propio destino. No. El sida no es un castigo de Dios. Pero los hijos de Dios, los que han sido perdonados de otros pecados y redimidos por la sangre de Cristo, los que forman iglesia, están llamados a acudir en ayuda de las víctimas del virus mortal.

A los cristianos de su época Cristo pidió que recorrieran calles y plazas y llevaran a su presencia a cojos, mancos, ciegos, a todo tipo de enfermos. De haber vivido en este siglo XXI habría añadido que le llevaran también cuantos enfermos de SIDA encontraran derrumbados física y anímicamente por la enfermedad. Pero ¿Es esto lo que ha ocurrido? Desgraciadamente no. Las iglesias en cierto modo han jugado a la conspiración del silencio frente a la enfermedad del SIDA ¡Pero ya es hora de que se pronuncien y hablen sobre temas que por largo tiempo fueron tabú! Cristo no se fijaba en las enfermedades, sino en los enfermos. Cuando El peregrinaba la tierra donde se asentaba el pueblo no había enfermos de SIDA, pero abundaban los leprosos, portadores de una enfermedad terriblemente contagiosa en aquellos tiempos. Jesucristo se identificó plenamente con ellos y los sanaba. El Evangelio dice que “Él mismo tomó nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores” (Isaías 53:4). Los enfermos de SIDA necesitan también vacunas de amor, de misericordia y de esperanza que sólo la Iglesia puede inyectarles.

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